Vol. 24 Núm. 251 (2019)
Por estos tiempos un llamativo debate atraviesa el mundo del deporte y por la tanto el de la cultura universal. La IAAF (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo) ha resuelto definir la categoría Mujer según una prueba hormonal. De esta manera, la corredora sudafricana Caster Semenya -doble campeona olímpica (2012, 2016) y triple campeona mundial (2009, 2011, 2017) de los 800 metros- y otras atletas, deberían hacerse riesgosas intervenciones sobre sus cuerpos para poder participar. Este exceso biológico -se argumenta- pone en cuestión el carácter igualitario de la competencia, aún cuando no sea producido artificialmente.
Simone de Beauvoir decía que no se nace mujer sino que se llega a serlo. Parte de esa construcción cultural se realiza en el contexto y la decisión de practicar el deporte que a cada una le gusta, sin tener que pagar el precio de la invasión a la intimidad, al bienestar y al menoscabo de las posibilidades sociales y profesionales.
Ante los reclamos de las atletas y de dirigentes de los países que representan, el TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) debe decidir por estos días hacia donde se orientarán las normas del deporte, recurrentemente afirmadas en el "carácter sagrado de una competencia legal y abierta", un eufemismo que esconde una práctica de exclusión que viola explícitamente todos los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos.
Tulio Guterman, Director - Abril de 2019