efdeportes.com
Sobre la edad apropiada para
el comienzo de la práctica deportiva

   
Facultad de Formación de Profesorado y Educación
Universidad Autónoma de Madrid
 
 
Roberto Velázquez Buendía
roberto.velazquez@uam.es
(España)
 

 

 

 

 
Resumen
    Interrogarse sobre la edad que puede ser más adecuada para que los niños y las niñas empiecen a practicar deporte conduce al planteamiento de nuevos interrogantes que es preciso contestar previamente para poder dar respuesta cabal a la cuestión inicial. En efecto, dicha cuestión carece de una única respuesta debido, entre otras cosas, a la diversidad de significados que pueden atribuirse al término «deporte» y a la variedad de propósitos a los que puede responder el aprendizaje deportivo. En este artículo se exponen algunas consideraciones al respecto, en primer lugar, desde una perspectiva general que terminará centrándose en el ámbito escolar, es decir, que se acabará vinculando la idea de iniciación deportiva a unos propósitos educativos; en segundo lugar, desde el punto de vista de la motricidad, donde se relacionarán las características del desarrollo motor de los niños y las niñas con los requerimientos técnico-tácticos de la práctica deportiva; y, por último, desde el plano de los condicionantes a que debe responder el proceso de enseñanza deportiva escolar, tanto en lo que se refiere al tipo de actividades, como a su grado de dificultad y complejidad, ofreciéndose algunas posibilidades didácticas en tal sentido.
    Palabras clave: Iniciación deportiva. Edad y deporte. Etapas de aprendizaje deportivo. Objetivos de la iniciación deportiva. Especialización temprana. Motricidad deportiva. Aprendizaje deportivo y desarrollo motor. Edad y habilidades específicas. Adaptación de los deportes. Adecuación de las actividades.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 57 - Febrero de 2003

1 / 4

1. Introducción

    Uno de los interrogantes que suelen surgir en torno al tema de la iniciación deportiva, y que con frecuencia da lugar a debates polémicos, es el que alude a la edad a la que conviene empezar la práctica deportiva. Desde mi punto de vista, la causa principal de tales polémicas suele estar en la diferencia de perspectivas desde las que se trata de dar una misma respuesta a dicha cuestión, o bien en el carácter absoluto que trata de darse a la respuesta correspondiente. Normalmente la pregunta que suele plantearse a este respecto tiende a formularse en los siguientes términos: ¿a qué edad conviene empezar la práctica deportiva?, ¿qué edad es la mejor para iniciar el aprendizaje deportivo?, o simplemente ¿cuándo se debe comenzar la iniciación deportiva?

    La cuestión así planteada, como tendremos ocasión de ver más adelante, suele dar lugar a múltiples respuestas de distinto tipo, pudiendo ser válidas distintas respuestas si se tienen en cuenta los puntos de partida y las perspectivas desde las que se han emitido. A mi juicio, tal forma de plantear la cuestión, u otra similar, dificulta considerablemente la posibilidad de ofrecer una respuesta unívoca al respecto, tanto por el carácter genérico del interrogante -que induce a dar una respuesta genérica-, como porque dicho interrogante requiere, en sí mismo, ser considerado previamente desde una perspectiva conceptual y teleológica, con el propósito de establecer un marco que delimite su alcance y su sentido, y desde el que poder ofrecer respuestas adecuadas y precisas.

    En efecto, si se pretende argumentar razonadamente sobre la edad adecuada para comenzar la práctica deportiva es preciso establecer previamente un marco de referencia que ofrezca algunas precisiones, al menos en lo que se refiere al «qué» de la cuestión -¿qué estamos entendiendo por iniciación deportiva?, ¿a qué tipo de práctica deportiva nos estamos refiriendo?...-, al «para qué» de la iniciación deportiva -¿para conseguir qué objetivos?, ¿qué propósitos se pretenden alcanzar con la iniciación deportiva?...-, y también al «para quién» -es decir, ¿para quién es conveniente que la iniciación o práctica deportiva comience a una edad determinada?, ¿a quién beneficia que la práctica deportiva comience a una u otra edad?...-, por indicar tres ejes que pueden ayudar a situar las coordenadas desde las que sea posible dar una respuesta válida.

    A modo ilustrativo, cabe imaginarse a una persona que (se) interroga con respecto a cuál es la edad más conveniente para empezar la práctica deportiva, y que lo que pretende en realidad es saber a qué edad un niño o una niña debe empezar a practicar una única modalidad deportiva para obtener un alto rendimiento en el futuro. En este caso, una respuesta moralmente aceptable debería considerar, entre otros aspectos, los problemas que puede originar la especialización precoz y la introducción temprana de los niños y niñas en el mundo de la competición, problemas a los que se han referido, entre otros, Ruiz Pérez (1994b:124 y ss.) y Durand (1988:22,117), y que podrían ser obviados si la iniciación deportiva tuviera una finalidad diferente a que se ha indicado en el ejemplo presentado.

    A este respecto, y con el propósito de establecer el sentido y alcance que se da aquí a la pregunta relativa a la edad en que es conveniente comenzar la iniciación deportiva, expondré a continuación algunas consideraciones relativas a las cuestiones planteadas anteriormente -¿qué iniciación deportiva?, ¿para qué la práctica deportiva?...-, para, después de exponer algunos de los planteamientos al respecto realizados por diversos autores y autoras, tratar de ofrecer una respuesta satisfactoria a tal interrogante desde el marco que aquí se ha adoptado, que no es otro que el de la iniciación deportiva en el ámbito escolar, o bien, el de la iniciación deportiva con un sentido educativo.


2. El propósito de la iniciación deportiva escolar

    Empezaré por vincular los posibles beneficios que puedan derivarse del hecho de que la práctica deportiva comience a una u otra edad y tenga uno u otro sentido, con el destinatario de tales beneficios. Aunque en principio pueda parecer gratuito aludir a esta vinculación, los importantes intereses de todo tipo y procedencia que convergen en el mundo del deporte no siempre son coincidentes con los del deportista -ya sea niño o niña, adolescente, hombre o mujer-, hasta el punto de que con cierta frecuencia para satisfacer aquellos se sacrifican estos últimos1. A este hecho no es ajeno el campo de la iniciación deportiva, cuando, por poner un ejemplo, desde determinadas instancias -entrenadores, familiares, clubes...- se inicia en la práctica deportiva a un niño o a una niña en una edad temprana y se fuerza el ritmo del proceso de aprendizaje deportivo y del desarrollo de su condición biológica, con el propósito de que alcance cuanto antes altos rendimientos, lo que anticipará el usufructo de los «beneficios» correspondientes que puedan tener lugar con el pretendido éxito deportivo, sean del tipo que sean.

    Me limitaré a apuntar aquí que la idea de «formar campeones», aplicada a niños y niñas, no sólo constituye en la práctica una apuesta arriesgada para la vida futura, como persona, del potencial campeón -que, por otra parte, es quien realmente corre con los riesgos más importantes-, sino que como ideal de vida debe ser cuestionada, máxime cuando se trata de encauzar persuasivamente hacia una forma de vida tal a alguien que, por su corta edad, no es capaz de prever, de imaginarse, y ni siquiera de pensar en las posibles consecuencias e imponderables propios de una decisión de ese tipo. El modelo que representan en la actualidad las hermanas tenistas Venus y Serena Williams, iniciadas por su padre en el tenis a muy corta edad para hacer de ellas unas campeonas, según se ha indicado a través de los medios de comunicación, conlleva la asunción de muchos e importantes riesgos, en la medida en que dicho modelo no representa sino una de las múltiples caras de un dado movido en gran medida por el azar. Su virtual potencialidad, personificada en ambas hermanas y en su deslumbrante éxito, hace difícil la percepción de otra realidad bien diferente: la de la enorme cantidad de jóvenes que después de haber sido inducidos a pasar muchos años de sacrificio, renuncias y esfuerzo, acaban quedándose en el camino hacia la gloria deportiva y hacia las recompensas económicas por causas muchas veces fortuitas, habiendo cerrado prematuramente importantes puertas que ya no podrán volver a abrir.

    Así pues, en lo que se refiere al ámbito escolar, y con respecto la conveniencia de que la iniciación deportiva empiece a una u otra edad, no cabe otra opción, desde un punto de vista moral, que entender que dicha «conveniencia» recae o debe recaer sobre el propio niño o niña que va a ser objeto de una iniciación deportiva. En otras palabras, uno de los criterios que deben predominar, sobre todo2, a la hora establecer una edad para comenzar la iniciación deportiva, es el de salvaguardar los intereses personales, presentes y futuros, de dicho niño o niña (entendiendo tales intereses desde el punto de vista de su desarrollo personal, de su salud y de su calidad de vida, lo que implica que en la determinación del proceso de iniciación deportiva, y en el desarrollo de dicho proceso, se tengan en cuenta aspectos tales como su grado de maduración motriz y psicológica, sus conocimientos y capacidades, sus intereses y ritmos de aprendizaje...). Dicho criterio, además, debería prevalecer no sólo en el ámbito escolar, sino en cualquier ámbito de iniciación y de práctica deportiva.

    Por tanto, de acuerdo con lo que se acaba de señalar, es necesario tener presente que la respuesta al «para qué» de la iniciación deportiva3 debe estar vinculada estrechamente a los intereses personales del niño o de la niña a los que me he referido en el párrafo anterior, por lo que cabe situar la finalidad de la iniciación deportiva en torno a propósitos tales como el desarrollo y mejora de sus competencia motriz y toma de conciencia de la misma, la adquisición de conocimientos, actitudes y valores, la consecución progresiva de autonomía y de capacidad crítica en el marco del aprendizaje y de la cultura deportiva, la promoción de su adecuada integración e interacción social, el incremento de su bienestar personal presente y futuro.... Si bien, como se ha dicho, ello debería ser así en términos generales, sea cual sea el ámbito donde se lleve a cabo la iniciación deportiva, con mayor razón en el caso de la iniciación deportiva que tiene lugar tanto en el marco de las clases de Educación Física (por lo que su finalidad deberá remitirse a los objetivos educativos reflejados en el currículo oficial de dicha asignatura), como en el marco en las actividades extraescolares (debiendo vincularse en este caso la finalidad al Proyecto Educativo del centro escolar donde tengan lugar tales actividades). No puede, no debe ser de otra manera, al menos en el plano teórico, por la propia coherencia que debe darse entre la finalidad que debe guiar cualquier tipo de actividad que se lleve a cabo en la institución escolar (educación) y la naturaleza que posee dicha institución4 (educativa).

    En relación con el «qué» de la iniciación deportiva, o, dicho de otra forma, con la idea de deporte en que han de ser iniciados los niños y las niñas, también es preciso hacer algunas consideraciones.

    Por un lado, cabe entender la iniciación deportiva como una forma de socialización en una forma de entender y de practicar el deporte, y de disfrutar y de participar en la cultura deportiva (Velázquez Buendía, 2001-c), aspecto que, por otro lado, tendrá repercusiones futuras en las actitudes de los niños y las niñas frente al deporte, a la práctica deportiva y al espectáculo deportivo. Por otro lado, puede considerarse la iniciación deportiva como una parte del proceso educativo general que llevan a cabo unos y otras en la institución escolar, lo que dota a la iniciación deportiva de un carácter instrumental que la convierte en un medio de producir educación5.

    Tanto desde una perspectiva, como desde la otra, no cabe sino asumir que la idea de deporte en que deben ser iniciados los niños y las niñas en el ámbito escolar remite a una forma de concebir y de practicar el deporte que puede ser caracterizada como lúdica, abierta, moral, saludable, integradora..., donde la competición se concibe como una forma de reto, de superación y de disfrute personal, en la cual la victoria y los resultados forman parte del aliciente de la práctica, y donde su valor está subordinado al de otros aspectos tales como la satisfacción por el esfuerzo, por la calidad de las relaciones afectivas que conlleva la confrontación deportiva, y por la sensación de diversión y bienestar derivados de la propia práctica deportiva. Por otra parte, tal idea de deporte sirve, a su vez, como referente que ayuda a precisar el sentido que adquiere aquí la pregunta que venimos considerado y su respuesta, relativa a la edad a que debe comenzarse la iniciación deportiva (es decir, la iniciación a una forma determinada de entender y de practicar el deporte).

    No obstante, el propio planteamiento del proceso de iniciación y aprendizaje deportivo no debe excluir la consideración de que existen otras formas de entender y de practicar el deporte. En efecto, como es bien sabido el deporte y la práctica deportiva también permite satisfacer un campo de intereses (políticos, sociales, económicos...) inicialmente ajenos al propio hecho deportivo, posibilidad que impulsa a las distintas organizaciones y agentes socioeconómicos con capacidad de influencia a instrumentalizar al deporte y a condicionar su imagen, su significado y su sentido, en beneficio de sus intereses. En términos generales, cabe decir que, bajo tal influencia, el deporte se construye y se reconstruye como una práctica utilitaria cuyo valor e importancia tiende a ser expresado en términos de rentabilidad económica, política o simbólica. Surge así otra realidad deportiva caracterizada por rasgos tales como la importancia capital del rendimiento y del resultado de la competición, la subordinación de los medios (reglas de juego, deportividad...) a los fines (obtención de la victoria), la atribución de un valor simbólico a los resultados, la transformación de los equipos deportivos y de los jugadores en representantes portadores de esencias y valores -ya sean de tipo étnico, nacionalista, regional..., o bien de tipo institucional (clubes, colegios...)-, la mercantilización de los deportistas, la segregación por cuestiones de género, de competencia motriz, y, todavía, de origen social... 6.

    Al menos en el ámbito de la iniciación deportiva escolar, el conocimiento de la existencia de esta otra realidad deportiva -entendida como una forma más de entender y de practicar el deporte, pero no más auténtica ni más legítima que las otras-, y su análisis crítico, han de ser contemplados como contenidos de enseñanza que deben constituir una parte de la respuesta al «qué» del aprendizaje deportivo, en coherencia con el componente educativo que debe incorporar la respuesta al «para qué» de la enseñanza deportiva escolar.

    Para finalizar este apartado, y en coherencia con lo que en él se ha expuesto, debo señalar que rechazo intencionadamente intentar responder a la cuestión sobre el momento apropiado para comenzar el aprendizaje deportivo cuando el sentido y el propósito de la pregunta tiene que ver con la formación de campeones o con la obtención temprana de altos rendimientos deportivos, si es que fuera posible ofrecer tal respuesta. Por el contrario, me centraré en tratar de dar una respuesta al cuándo de la iniciación deportiva teniendo en cuenta el para qué y el qué de la misma, de acuerdo con lo que considero que son los intereses personales de los niños y niñas y sus necesidades educativas. Ello no debe entenderse como una oposición o un rechazo de lo que constituye la excelencia y el éxito deportivo en sí mismo, sino de los intentos de anticipar o forzar el proceso de aprendizaje deportivo por tales propósitos.


3. La edad apropiada para el aprendizaje deportivo

    Hechas las precisiones anteriores, de carácter conceptual y teleológico, sobre la idea de iniciación deportiva que se contempla aquí, y sobre su sentido y finalidad, procede ahora exponer las opiniones de algunos autores que han tratado el tema de la edad en que se puede comenzar el aprendizaje deportivo, desde el punto de vista de los condicionantes cognitivo-motores y socioafectivos.

    Para Luis Miguel Ruiz Pérez (1994b:175), a partir de los seis años comienza un periodo apropiado para los aprendizajes práxicos7 gracias a la maduración del neocórtex, a las experiencias motrices que ya tienen niños y niñas, y a la motivación que manifiestan por aprender. Según este autor, durante los primeros años de esta fase, resalta la gran riqueza de conductas motrices desplegadas, el control motor que poseen unos y otras, y el aumento progresivo de su precisión en los movimientos realizados, en los que se da ya un gran control visual. Dicho autor, citando a Azemar (1982), señala la importancia que lo cognoscitivo adquiere en los aprendizajes motores infantiles, por lo que puede considerarse como el inicio de un periodo de gestión cognoscitiva de los aprendizajes. Así pues, según Ruiz Pérez, a partir de los seis años de edad puede empezar a tener lugar el aprendizaje de las técnicas corporales y el niño comienza a estar capacitado para recibir parte del patrimonio socio-técnico adulto.


Lecturas: Educación Física y Deportes · http://www.efdeportes.com · Año 8 · Nº 57   sigue Ü