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El voleibol como actividad física
recreativa en la tercera edad

   
Facultad de Ciencias del Deporte de Toledo
Universidad de Castilla-La Mancha
(España)
 
 
Laura González Álvarez
Cristina González Millán

cristina.gonzalez@uclm.es
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 52 - Septiembre de 2002

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Introducción

    El aumento de la esperanza de vida en la sociedad actual ha dado lugar a un aumento de la población en la franja de edad que hemos venido llamando “tercera edad”.

    Existe pues, una búsqueda de longevidad en nuestras vidas mediante el cuidado de nuestros cuerpos a todos los niveles. En este sentido la actividad física es un factor que contribuye a la mejora de la salud y a una mejor calidad de vida en estas edades.

    Una idea fundamental es que en la vejez, se debe mantener una participación activa en roles sociales y comunitarios para una satisfacción de vida adecuada.

    En este sentido el voleibol se presenta como una actividad física recreativa y en grupo que, en estas edades, mejora el bienestar físico, facilita las relaciones interpersonales y favorece el desarrollo personal.


Envejecimiento y actividad física

    El envejecimiento definido como el conjunto de modificaciones que el factor tiempo produce en el ser vivo, es un ciclo más de la vida del ser humano y como tal, siempre llega. Su llegada conduce a una serie de pérdidas en las capacidades funcionales que, no sólo se verán incrementadas con la falta de actividad física, sino que ésta (la inactividad) opera de la misma manera que el envejecimiento (Chirosa et al., 2000).

    Existen algunos factores de riesgo para padecer enfermedades con la edad y la inactividad: alimentación excesiva, hipertensión, tabaquismo y alcoholismo, sedentarismo, osteoporosis, obesidad, estrés, soledad.

    Entre los factores que retardan el envejecimiento están: el sueño adecuado, actividad física continuada, buena alimentación, participación social.

    Se sabe, pues que la edad (mayor edad), produce cambios estructurales, y una disminución de las funciones fisiológicas. Si bien, numerosos estudios (Bruce, 1984; Saltin, 1990; Costill y Willmore, 1998; Engels et al., 1998; Alonso, 2001), han demostrado retrasos en estos procesos de involución.

    Así, con relación a la Fuerza, Costill y Willmore (1998), observaron como la fuerza disminuye menos en personas que han realizado actividad física durante toda la vida. Según Saltin (1990), el número de capilares por unidad de área no presenta diferencias en corredores de fondo jóvenes y ancianos. Por lo que la entrenabilidad a estas edades es similar que en edades jóvenes (Chirosa et al., 2000).

    Con relación a aspectos óseos, se ha observado una densidad ósea mayor en atletas que en sedentarios (Wark, 1996).

    En cuanto a la resistencia numerosas investigaciones al respecto, afirman que la realización de un programa de ejercicio correctamente diseñado mejora la salud y disminuye el riesgo de padecer enfermedades cardiacas (Chirosa et al., 2000).

    En general, se considera que una actividad física vigorosa regular produce mejoras en el individuo a cualquier edad (McArdle et al., 1990; Brzychi, 1995; Gutiérrez et al., 1997; Costill y Willmore, 1998; Chirosa et al., 2000).

    Lógicamente se producen disminuciones asociadas con el envejecimiento, pero, a pesar de ello, los deportistas de edad avanzada pueden rendir a un elevado nivel (Chirosa et al., 2000).

    El ejercicio físico también repercute de forma positiva en aspectos psicológicos. Las actividades deportivas incrementan la sensación de logro personal, los sentimientos de competencia y auto-eficacia, aumentando los beneficios sociales y psicológicos que la práctica deportiva tiene en el bienestar de las personas mayores. Mejora del estado de ánimo, disminuye la depresión y ansiedad, y reduce la sintomatología somática. Además, en los mayores con algún tipo de deterioro físico, la práctica deportiva aumenta la sensación de control y bienestar durante la realización de los ejercicios (García, 2002).

    Son numerosos los estudios sobre los efectos de la práctica deportiva en las personas mayores, (Macneil y Teaque, 1987; Zuzanek y Box, 1988; Baltes y Baltes, 1990; Parreño, 1990; Marcos et al., 1995; García, 1997; Cuenca, 2000; Tedrick y Mcguire, 2000). En todos ellos se señala que la práctica de actividades físico recreativas en la tercera edad ayuda a mantener cuerpo y espíritu jóvenes.

    A modo de conclusión, podemos afirmar que la actividad física en personas mayores mejora su condición física y psicológica, lo que conlleva una vida más sana, más equilibrada, más alegre, más activa y más dinámica.

    En este sentido, el voleibol se nos presenta como un deporte que se puede adaptar a las necesidades y a la situación de las personas mayores, primando en su práctica los aspectos recreativos y sociales.


Voleibol recreativo para mayores

    Nuestro objetivo es plantear un voleibol como actividad recreativa y placentera, incluyendo objetivos de tipo afectivo-sociales como deporte de equipo, en el cual existe una gran cooperación-colaboración entre sus participantes.

    Para ello utilizaremos el juego que supone una actividad agradable que permite la expansión y expresión de la personalidad.

    El deseo de jugar no es exclusivo de los niños, sino que nos acompaña durante toda la vida (Los Santos, 2002). Jugando canalizamos nuestra creatividad, liberamos tensiones, nos divertimos, aumentamos las relaciones sociales, con lo que esto supone de integración y compromiso.

    El juego en la tercera edad cumple una función social y cultural (Los Santos, 2002) ya que favorece la socialización y permite la obtención de placer y bienestar corporal y mental.

    En este sentido, para facilitar la iniciación al voleibol mediante el juego, realizaremos determinadas adaptaciones que tienen como objetivo realizar variaciones a determinados elementos respecto al juego formal, con el fin de que éstas les permitan disfrutar aun más de este deporte.

    Los elementos que vamos a adaptar son:

Altura de la red

    Con la idea de que la red no suponga un obstáculo serio en la iniciación, sino un punto de referencia para las acciones (Rodríguez y Moreno, 1996), se realizan las siguientes modificaciones:

Aumento de la altura de la red

    Cuando se aumenta la altura de la red se consigue que el tiempo del balón en el aire sea superior, debido a que la trayectoria que tiene que recorrer es mayor. Esto facilita los desplazamientos, al disponer de más tiempo para colocarse correctamente. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que una mayor altura de la red supone la aplicación de más fuerza en el gesto técnico para que el balón supere la red.

Descenso de la altura de la red

    Una red baja provoca una mayor rapidez en el juego, hay un intercambio más rápido de las acciones, lo que ocasiona una elevada intensidad física en el juego. Sin embargo, no se requiere de una elevada fuerza para que el balón supere la red.

    Con el fin de determinar que altura de la red es la más adecuada, habrá que tener en cuenta el nivel y la condición física de los mayores a los que estamos iniciando al voleibol. Así por ejemplo, si tienen poca fuerza, la altura de la red deberá ser baja, y para evitar que con ello aumente la intensidad física, por la rapidez de las acciones, lo adecuado sería establecer un campo pequeño y un mayor número de jugadores.

El campo

    En general, se aconsejan canchas pequeñas para los debutantes, puesto que un excesivo tamaño del campo junto con la falta de precisión y fuerza podrían dificultar el juego, (Rodríguez y Moreno, 1996).

    En campo pequeño se consigue que la jugada dure más tiempo y que haya más continuidad en el juego. No hay grandes desplazamientos, por lo que la ejecución técnica es más fácil.

El balón

    En cuanto al balón, éste debe corresponderse con las características de los sujetos a los que se destina el aprendizaje. Por lo tanto, en la iniciación deben utilizarse balones más pequeños que los oficiales (Méndez, 1999).

    Los balones oficiales de voleibol tienen un excesivo tamaño y peso, además pueden provocar dolor en el contacto (Rodríguez y Moreno, 1996).

    En el aprendizaje el balón debe modificares tanto en peso como en tamaño. De esta manera, el balón de gomaespuma se presenta como un material muy adecuado, ya que favorece la lentitud en el juego, lo que facilita la iniciación, la continuidad en el juego (Santos et al., 1996; Méndez, 1999), y además evita el dolor que se produce en el contacto con el balón.

Número de jugadores

    Un apartado especial merece el número de jugadores en cada equipo, ya que una propuesta comúnmente aceptada para simplificar el deporte del voleibol (Santos et al., 1996; Rodríguez y Moreno, 1996; Chené et al., 1990; Mesquita, 1997), es reducir el número de jugadores de los mismos.

    El juego debe comenzar por situaciones de 1x1, y después evolucionar a situaciones de 2 x 2, 3 x 3 y como máximo, en la tercera edad, hasta el 4x4. Si bien, en los mayores esta evolución puede mantenerse en cualquiera de las opciones citadas, sin tener que, obligatoriamente, progresar hasta el máximo número de jugadores.

    El propósito fundamental es que se diviertan con la práctica del voleibol. El objetivo es introducirles en los aspectos técnicos y tácticos básicos, respetando los aspectos esenciales del juego del voleibol. Para ello, en el voleibol se utilizan un amplio número de situaciones reducidas tanto de carácter cooperativo como competitivo. Independientemente del número de jugadores que conformen estas situaciones, se realizan siempre en situaciones próximas a las reales, con una red y en un espacio determinado de juego. Sin olvidar que, como hemos indicado con anterioridad, la red, el balón y el campo pueden variarse.

    A continuación vamos a analizar algunas de estas situaciones reducidas:

  • 1 con 1, es un juego cooperativo entre dos jugadores y en el que, aunque haya un red en medio y cada uno ocupe un terreno de juego diferente al otro, el objetivo es colaborar entre ellos para llevar a buen término la situación que se les proponga. Es una situación muy indicada para el trabajo técnico, pobre desde un punto de vista táctico, y que requiere una baja intensidad física.

  • 1 x 1, es una situación de carácter competitivo, en la que un jugador realiza determinadas acciones contra otro, por lo tanto surgen aquí las primeras relaciones de oposición a un adversario (Salas, 2000). Este juego es muy enriquecedor tácticamente, ya que surgen aspectos como la búsqueda de espacio libre, estudio de los puntos débiles del contrario, cubrir todas las zonas de nuestro campo, etc. Surgen, por lo tanto, los primeros aspectos de ataque y defensa (Salas, 2000).

  • 2 x 2, en esta situación de juego aparece simultáneamente la colaboración-oposición. La incertidumbre aportada en el 1x1 se ve incrementada en esta situación por el compañero. Los objetivos en esta situación, se centran en:

    • La distribución espacial: asumiendo cada uno una zona de responsabilidad dentro del terreno de juego (Munchaga y Jáuregui, 2000); y estableciendo zonas del campo en donde se realizan, en cada una de ellas, una acción determinada (Salas, 2000).

    • La distribución de tareas: aparece la diferenciación de funciones entre los jugadores. Las tareas que deben desempeñar entre ambos se van encadenando, ya sea con balón o sin balón. Surge el concepto de colocación para culminar el ataque. Por lo tanto, el ataque ya no solo significa pasar el balón al campo contrario, como en el 1x1, sino realizar una preparación previa mediante varios toques para enviarlo en las mejores condiciones (o peores para el adversario).

  • 3 x 3, en esta situación, el aumento del número de jugadores, genera una mayor complejidad en las situaciones colectivas. Se reestructura el espacio de juego, aparece la responsabilidad en la recepción compartida por dos jugadores, el otro jugador será el encargado de realizar el pase colocación y se situará junto a la red. En cuanto a las funciones, el colocador adquiere más importancia que en la situación anterior, al poder elegir al atacante al que va a pasar el balón (Munchaga y Jáuregui, 2000).


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