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Beneficios del apoyo social durante el envejecimiento:
efectos protectores de la actividad y el deporte
Miguel Ángel García Martín

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 51 - Agosto de 2002

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    De este principio se derivan varias predicciones. Por ejemplo, se considera que la equidad en los intercambios de cualquier refuerzo produce mayor satisfacción en la relación. También, algunos autores sugieren que los intercambios en los que se revela información personal facilitan el desarrollo de vínculos sociales estrechos (Altman y Taylor, 1973), o que el intercambio general de refuerzos sociales en una relación determina la progresión de ésta (Levinger y Huesmann, 1980). Estas aportaciones sugieren que las interacciones e intercambios compartidos en una relación son fuentes de apoyo no sólo porque suponen una mayor disponibilidad de refuerzos, sino también porque la propia experiencia de mantener este tipo de relación recíproca, hace que las personas tengan una mayor confianza en que van a encontrar la ayuda o asistencia de los demás si la necesitan. Lo que incrementa su percepción de control para el afrontamiento de crisis (Wills, 1985).

    La Teoría de la Comparación Social de Festinger (1954), propone que las personas tienden a validar sus nociones sobre la realidad social comparando sus propias actuaciones y opiniones con los de otras personas. Esto supone un mecanismo teórico a través del cual las relaciones sociales pueden proveer un tipo de apoyo cognitivo. En este sentido, cuando el resultado de la comparación es positivo, las personas se ven beneficiadas de las interacciones sociales en las que participan. Lo que hace que, por ejemplo, en el caso de las personas mayores, vean incrementada su autoestima a través del contacto con otros individuos comparativamente “peores” (Wills, 1981). Del mismo modo, recibir aprobación por parte de otras personas significativas para el individuo incrementa su autoconcepto. Así, los contactos sociales mantenidos por un individuo, y la red social resultante, actúan de referente en los procesos de evaluación interna o autopercepción que lleva a cabo.


3. Repercusión del apoyo social en las personas mayores

    Han sido numerosos los autores que han abordado el estudio de los efectos que los componentes del apoyo social tienen sobre este colectivo social. No en vano, una de sus quejas más frecuentes es la soledad. No obstante, cada una de las modalidades de apoyo no ha sido abordada con la misma intensidad. Así como en el caso del apoyo emocional, se pueden encontrar un gran número de trabajos que lo relacionan directamente con el bienestar subjetivo, es menor el número de estudios que han analizado el efecto específico que tiene el apoyo instrumental. Esto, en parte, se debe a que es difícil separar ambos, pues suelen actuar conjuntamente (Barrón, Lozano y Chacón, 1988; van Groenou y van Tilburg, 1997). En este sentido, son varios los autores que señalan los efectos positivos del apoyo instrumental cuando actúa junto con el emocional. Por ejemplo, Reinhardt y Fisher (1988) destacan el apoyo instrumental como uno de los mejores predictores, junto con el apoyo emocional de las hermanas, de la adaptación en las mujeres mayores que se quedan viudas. La literatura muestra como esta modalidad de apoyo tiene una repercusión menor sobre el bienestar subjetivo en la población general de la que ejerce el apoyo afectivo o emocional (Lee, Crittenden y Yu, 1996), no obstante, también se observan diferencias personales (Lefcourt, Martin y Saleh,1984).

    Dadas las características de este colectivo, en el que algunas personas se ven necesitadas de este tipo de ayuda, motivada por su situación de dependencia física o económica, hace que su provisión tenga una repercusión muy positiva en su calidad de vida. En este sentido, Ward, Sherman y LaGory (1984), tras analizar una muestra de personas mayores de sesenta años, observaron cómo tenía un efecto particularmente beneficioso disponer de ayuda instrumental junto con la posibilidad de tener contacto con los hijos. Wills (1985) afirma que, en circunstancias económicas normales, el apoyo instrumental podría estar relacionado con el bienestar porque reduce la sobrecarga de tareas a la que se ve enfrentado el sujeto y, de esta manera, incrementa su disponibilidad de tiempo para participar en actividades recreativas. Algunos autores establecen una estrecha vinculación entre este tipo de apoyo y el constructo de percepción de control (Garber y Seligman, 1980; Levitt, Clark, Rotton y Finley, 1982). No obstante, la provisión de este tipo de apoyo, a veces, puede incrementar la dependencia del mayor, disminuyendo su percepción de control y, en ocasiones, fomentando sentimientos negativos de ser una carga o de estar en deuda con la otra persona (Shumaker y Brownell, 1984).

    Connidis (1994) destaca la importancia de los hermanos en la percepción de disponibilidad de ayuda instrumental por parte de los mayores. Una opinión distinta tienen Wilson, Calsyn y Orlofsky (1994), quienes consideran que son los hijos quienes proporcionan mayor apoyo instrumental, mientras que el apoyo emocional descansa fundamentalmente en los hermanos. En este sentido, se ha observado que la fuente de la que proviene el apoyo repercute en los efectos que tiene sobre el mayor (Felton y Berry, 1992). (Felton y Berry, 1992)

    Al igual que ocurría con el apoyo instrumental, es difícil separar el efecto de la provisión de apoyo informacional del derivado del soporte afectivo. Numerosos estudios que han obtenido medidas separadas de estas dos dimensiones de apoyo, han encontrado una alta correlación entre ellas (Schaefer, Coyne y Lazarus, 1981; Wethington, 1982). No obstante, Schefer, Coyne y Lazarus (1981), hallaron que el apoyo emocional era más importante que el apoyo informacional o instrumental en la predicción de depresión en personas mayores.

    En la revisión de la literatura al respecto, afloran pocas investigaciones. Merece la pena destacarse el trabajo llevado a cabo por Krause (1987a), en el que se analiza la relación entre las dificultades económicas y el desarrollo de síntomas depresivos en una muestra de personas mayores. Este autor destaca el importante papel mediador que el apoyo informacional cumple en las personas mayores con escasos recursos económicos. Este mismo aspecto es apuntado por Wills y Langner (1980), quienes señalan la importancia que este tipo de apoyo tiene para aquellos mayores con redes sociales reducidas y/o escasos recursos para financiarse una adecuada asistencia. Aquellas personas que cuentan con más apoyo informacional o que proveen a otras personas de información están más protegidos frente a la aparición de un cuadro depresivo durante el envejecimiento.

    Este hecho corrobora la afirmación de Wills (1985), que sostiene que el apoyo informacional actúa indirectamente a modo de buffer. En circunstancias normales, la mayor parte de las personas disponen de la información necesaria para desenvolverse eficazmente en su medio. Será en aquellas ocasiones en las que los recursos adaptativos de la persona se vean desbordados (por ejemplo, carencia de recursos económicos, viudedad, enfermedad, cambio de domicilio, etc.) cuando la disponibilidad de este tipo de apoyo se hace más necesaria.


3.1. Efectos del apoyo social sobre la salud física.

    El trabajo de Durkheim (1951) sobre el suicidio constituye un referente obligado en el estudio de la relación entre estas dos variables. Posteriormente, los resultados de las revisiones que se llevaron a cabo acerca de los efectos que el apoyo social tiene sobre la salud (Caplan, 1974; Cassel, 1974; Cobb, 1976) han mostrado la relación positiva que existe entre ambas variables, y han servido para el reconocimiento del poder terapéutico del primero y su consideración como un elemento “protector de salud” (Cassel, 1974) dentro de los programas de intervención comunitaria que se comenzaron a aplicar en Estados Unidos. Así, la Comisión Presidencial para la Salud Mental de este país reconocía en 1978 que tener la posibilidad de proporcionar y/o recibir apoyo social cuando se necesita es esencial para el mantenimiento de la salud mental. En cuanto a la posibilidad de dispensar apoyo, el estudio conducido por Krause, Herzog, y Baker (1992), se muestra como se asocia con un sentimiento mayor de control personal por parte del proveedor, así como con unos niveles inferiores de sintomatología depresiva entre las personas mayores estudiadas.

    Los estudios epidemiológicos han confirmado repetidamente esa relación negativa entre apoyo social e índices tanto de morbilidad (Bowling, 1994; Berkman y Syme, 1979; Ell, 1984; Kasl y Berkman, 1981; Wallston, Alagna, DeVellis y Devellis, 1983) como de mortandad (House, Landis y Umberson, 1988; House, Robbins y Metzner, 1982; Orth-Gomer y Johnson, 1987; Sugisawa, Liang y Liu, 1994). Quizás uno de los trabajos más reveladores sea el llevado a cabo por Berkman y Syme (1979) en Oakland (condado de Alameda, California). Estos autores hallaron, tras un seguimiento de nueve años, que las personas con niveles más bajos de apoyo social tenían una probabilidad de morir durante ese período casi tres veces superior a la de aquellos que disfrutaban de una mayor vinculación social.

     En su estudio longitudinal, tuvieron en cuenta datos de análisis de red tales como: estado civil, contacto con amigos, participación en agrupaciones formales, asistencia a la iglesia, etc. Así mismo, controlaron medidas como salud autopercibida o presencia de comportamientos saludables. Como puede verse en las figuras 6 y 7, en ambos sexos, la densidad de la red social se relacionaba claramente con las tasas de mortandad en los tres grupos de edad analizados. Este mismo patrón de resultados se ha observado en estudios como el realizado en la comunidad de Tucumseh en Michigan (House, Robbins y Metzner, 1982), en Seattle (Bosworth y Schaie, 1997), o en otros llevados a cabo con muestras de diferentes países como Suecia (Orth-Gomer y Johnson, 1987), Japón (Sugisawa, Liang y Liu, 1994) o Dinamarca (Avlund, Damsgaard y Holstein, 1998; Olsen, Olsen, Gunner y Waldstrom, 1991). Son de destacar las hipótesis aportadas por Berkman (1985) en cuanto a los posibles mecanismos que pueden mediar la relación negativa entre el apoyo social y morbilidad /mortandad. Este autor destaca los siguientes:

  1. Las personas que disponen de mayor apoyo tienen también la posibilidad de obtener mejores cuidados médicos

  2. La mayor disponibilidad de apoyo supone una mayor provisión de ayuda directa proveniente de la propia red, lo que se traduce en un mejor estado de salud

  3. La red social actúa como modelo para la adquisición de conductas saludables que disminuyen el riesgo de padecer enfermedad

  4. La disponibilidad de apoyo actúa a nivel fisiológico, aumentando las defensas del sujeto y, de esta manera, su inmunidad frente a determinadas patologías.

    Otro indicador objetivo, muy relacionado con el anterior, es la utilización de los servicios médicos que hacen las personas mayores. Bosworth y Schaie (1997) evidencian un mayor número de visitas al médico y uso de medicamentos entre los sujetos que tienen unas redes sociales más reducidas. Se ha visto que el uso de estos servicios es mayor entre los mayores no casados (incluyendo divorciados, separados, viudos o solteros) que entre aquellos que sí lo estaban (Cafferata, 1987; Evashwick, Rowe, Diehr y Branch, 1984). Los resultados obtenidos por Auslander y Litwin (1990) indican que los mayores que solicitan más servicios sociales tienen unas redes sociales más reducidas que los que no llegan a requerir estos servicios.



Figuras 6 y 7. Relación entre la densidad de la red social y mortandad
(nota: las magnitudes de las densidades aparecen numeradas en orden decreciente).
Adaptado de Berkman y Sime (1979).

    Sin embargo, tanto estos resultados como los ofrecidos por Coe, Wolinsky, Miller y Prendergast (1984) o Miller y McFall (1991) van en contra de la relación que establecían Rundall y Evashwick (1982) entre la tipología de la red de apoyo de los mayores y su comportamiento de búsqueda de ayuda. Según éstos autores, el disponer de una mayor vinculación social, especialmente cuando la red de apoyo familiar no sufre cambios importantes, favorece el aumento del número de visitas médicas, ya que contar con esa red de apoyo facilita la utilización de los servicios sanitarios al hacerlos más accesibles. En este sentido, los cuidadores informales no sólo actúan como proveedores directos de cuidados, sino que también sirven como mediadores entre el mayor y los sistemas formales de cuidados (Bass y Noelker, 1987). Litwin (1997) no confirma esta hipótesis, este autor afirma textualmente en su trabajo con Auslander (1990):

“...uno podría esperar que, por una parte, los solicitantes de servicios sociales fueran principalmente personas que carecen de la ayuda proveniente de sus redes de apoyo informal; a la vez que, también sería probable que el disponer de estos recursos informativos informales favoreciera la solicitud de aquellos servicios” (p. 115).

    La realidad con la que Litwin se halla es que aquellos mayores cuya red de apoyo está focalizada en la familia son los que hacen un menor uso de los servicios de salud. No obstante, en lo que parece ser que no hay controversia es en el mayor riesgo de institucionalización que presentan aquellos sujetos que tienen una estructura de apoyo familiar deficitaria (Hanson y Sauer, 1985; Hyduk, 1996; Wolinsky y Johnson, 1991).

    En cuanto a otros indicadores objetivos de salud, Bowling, Edelmann, Leaver y Hoekel (1989), aplicaron el General Health Questionnaire a una muestra de mujeres mayores de 85 años, y encontraron un deterioro físico mayor en aquellas personas que tenían una red social más reducida y que carecían de un confidente. Choi y Wodarski, (1996) remarcan cómo la provisión de apoyo informal frena el deterioro físico que se produce a edades avanzadas. Por lo que consideran que las políticas preventivas y de intervención sanitaria sobre este colectivo deberían acompañarse de acciones orientadas a conseguir una mayor participación de las redes de apoyo informal. Este mismo aspecto es apuntado por Field y Minkler (1993), quienes señalan el destacado papel que juega el apoyo tanto emocional como instrumental aportado por la familia en el período que se sitúa alrededor de los 75 años. En esta edad se suele establecer el paso o transición entre los denominados mayores-jóvenes (young-old) y los mayores-mayores (old-old), caracterizados estos últimos por una disminución considerable en su grado de independencia. Unger, Johnson y Marks (1997) destacan el efecto amortiguador que tienen las interacciones sociales y la actividad física sobre el declive funcional experimentado tras la viudedad. Estos autores sugieren que se han de fomentar programas dirigidos al incremento de estas dos variables en las personas mayores, de cara a favorecer su autonomía.

    Junto a los diversos autores (Gallo, 1982; Sherbourne, Meredith, Rogers y Ware, 1992; Snow y Crapo, 1982) que muestran relaciones positivas entre apoyo social e índices objetivos de salud y calidad de vida, otro aspecto que destaca en la literatura es la relación entre el apoyo social y la salud autopercibida. Krause (1987b, 1990) halló una clara asociación positiva entre la satisfacción con el apoyo social recibido y la valoración que los mayores hacían acerca de su propia salud. En esta misma línea, Auslander y Litwin (1991), concluyen que el mejor predictor de salud autopercibida en una muestra de personas mayores de Jerusalén era el apoyo social percibido, cuyo poder de pronóstico era mayor que las medidas objetivas relativas a la estructura de su red social de apoyo. Liu, Liang y Gu (1995), en un intento de explicar la relación entre apoyo social y salud en personas mayores, confirman el papel crucial que el apoyo emocional tiene en la salud autopercibida, y proponen un fortalecimiento del apoyo social como vía para mejorar el estado de salud en este colectivo. Bisconti y Bergeman (1999) recientemente han analizado esta relación y han defendido un destacado papel de la percepción de control como mecanismo mediador, asimismo, entre el apoyo social y su efecto sobre la salud percibida.


3.2. Efectos del apoyo social sobre el bienestar subjetivo.

    Cuando se analiza la relación entre apoyo social y alteraciones psicopatológicas en la tercera edad, la depresión ocupa sin duda un lugar muy importante, destacándose como el área más estudiada. Un repaso de la bibliografía existente es suficiente para mostrar la relevancia que este trastorno ha tenido y tiene en el estudio de las repercusiones del apoyo social sobre el bienestar subjetivo de los mayores. Esto tampoco es de extrañar si se atiende al mayor número de acontecimientos vitales estresantes que suelen estar asociados con el envejecimiento (por ejemplo, viudedad, jubilación, pérdida de seres queridos, cambios de vivienda, enfermedad, etc.). En muchas ocasiones, estos acontecimientos suponen una pérdida de roles que incide negativamente sobre el estado de ánimo del mayor. Entre las pérdidas de roles más destacadas en este período está el de esposo/a y el trabajador/a.

    Hace más de tres décadas que el estudio de Lowenthal y Haven (1968) destacaba el mejor ajuste a la jubilación y viudedad entre aquellas personas que disponen de amigos íntimos. Efecto amortiguador similar al que Krause (1987a, 1997) halló posteriormente en personas mayores que padecían dificultades económicas. Burnette y Mui (1994) colocan el apoyo social entre los mejores elementos predictores de la depresión en mayores que viven solos y que presentan problemas de salud. Kogan, Van Hasselt, Vincent, Hersen y Kabacoff (1995) encuentran una correlación negativa de .50 entre apoyo social y depresión.

    Krause, Goldenhar, Liang y Jay (1993), al analizar las prácticas deportivas en un grupo de japoneses jubilados y su efecto sobre la depresión, hallaron que el incremento del apoyo emocional repercutía favorablemente sobre la depresión a través de la mejora en los hábitos saludables de práctica de ejercicio físico en este colectivo. En un estudio similar, Krause y Liang (1993) confirmaron que los síntomas depresivos, las manifestaciones somáticas y las autoevaluaciones negativas correlacionaban negativamente con el incremento en el apoyo emocional recibido de la red en una amplia muestra de personas mayores chinas. Entre los mayores koreanos inmigrados a Estados Unidos, los contactos con amigos resultaban ser un claro elemento protector en el desarrollo de depresión (Lee, Crittenden y Yu, 1996). Estos contactos eran una importante fuente de apoyo tanto emocional como instrumental que se traducía en un menor número de síntomas depresivos.


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