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Beneficios del apoyo social durante el envejecimiento: |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 51 - Agosto de 2002 |
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Newsom y Schulz (1996) han estudiado el efecto del apoyo social sobre la adaptación al declive funcional que se suele producir con el envejecimiento. Estos autores destacan cómo, si bien el deterioro se asocia a un menor contacto con los amigos y familia, así como una menor percepción de apoyo y ayuda material, sólo las medidas de apoyo social percibido sirven para predecir la sintomatología depresiva. Esto remarca su papel mediador en la relación entre deterioro físico y calidad de vida.
Los efectos del apoyo social sobre la depresión no se reducen a cuando es la persona en riesgo quien recibe el apoyo, sus beneficios se hacen también evidentes cuando el mayor se convierte en proveedor de apoyo. Krause, Herzog y Baker (1992) observaron que la provisión de apoyo social a otras personas aumentaba el control experimentado por las personas que participaron en su estudio, observándose también unos niveles más bajos de sintomatología depresiva.
El apoyo social no sólo repercute de manera negativa sobre la depresión en los mayores. Si se adopta una visión más positiva, también se asocia con medidas positivas de bienestar. En este sentido, son abundantes los estudios (ver revisión de Albarracín y Goldestein, 1994) donde se incide en las consecuencias beneficiosas que se derivan de la provisión y percepción de este apoyo sobre el bienestar subjetivo experimentado por las personas mayores. Ishii-Kuntz (1990) halla que la interacción social tiene, al igual que ocurre en otras etapas de la vida, una importante repercusión sobre el bienestar personal de los mayores. Así mismo, Chappel y Badger (1989), muestran cómo disponer de amigos íntimos tiene un destacado efecto sobre el bienestar subjetivo de estas personas. En el trabajo de estos autores se demuestra que, una vez controladas medidas tan relevantes para el bienestar en las personas mayores como son la salud o los ingresos económicos, la disponibilidad de esta clase de amigos tiene un efecto independiente del resto de variables analizadas. Levitt, Clark, Rotton y Finley (1987) afirman que, en muchas ocasiones, la existencia de una sola figura de apoyo muy próxima puede ser suficiente para promover el bienestar subjetivo en las personas mayores.
Son variadas las aportaciones empíricas que muestran que la interacción de las personas mayores con amigos se correlaciona significativamente con menores índices de soledad y un mayor bienestar subjetivo (Abreu, García, Toledo, Mazorra y Velazquez 1985; Larson, Mannell y Zuzanek, 1986; Okun, Stock, Haring y Witter, 1984) en mayor medida de lo que lo hace la interacción con familiares (Elwell y Maltbie-Crannell, 1981; Larson, Mannell y Zuzanek, 1986).
En línea con esto, Larson, Mannell y Zuzanek (1986) destacan el papel que desempeñan las actividades lúdicas en el desarrollo de la red de apoyo social de los mayores. La reciprocidad, espontaneidad, apertura, y feedback positivo que se generan en los intercambios entre amigos en el contexto de estas actividades, son, según estos autores, uno de los elementos que más contribuyen al bienestar de este colectivo, incluso más que las relaciones mantenidas con su familia. Si bien éstas, a través de la seguridad y estabilidad que proporcionan al mayor, contribuyen a su bienestar general, es la relación con los amigos la que incide mayormente en el bienestar inmediato, diario o cotidiano. Estos autores confirman la frase de Adams (1967) cuando dice: “El familiar es la persona con la que cuentas y en la que confías, con los amigos te lo pasas bien” (p. 70).
Andersson (1984) llevó a cabo un programa para mejorar la red social de un grupo de personas mayores con una media de edad de setenta y siete años. En este programa se hacía especial hincapié en que cada persona dispusiera de algún amigo íntimo. Los resultados obtenidos confirmaron la repercusión positiva que tiene en el mayor la posibilidad de contar con una persona con la que establecer un vínculo de amistad estrecho. Este mismo hecho es señalado por Levitt, Clark, Rotton y Finley (1987), que afirman que la disponibilidad de tener ese tipo de amistad incrementa la percepción de control del sujeto y, a través de esta, su salud y satisfacción vital. En un estudio similar, en el que se analizaba la disponibilidad de apoyo, Levitt, Antonucci, Clark, Rotton y Finley (1985-86), en una de las muestras de personas mayores analizadas, encuentran una estrecha relación entre el tamaño de la red de apoyo y el estado afectivo, que, a su vez, aparece vinculado a la salud y satisfacción vitales. Para Heller y Mansbach (1984) los mejores predictores de la satisfacción vital en mujeres mayores, una vez controlados los efectos de la edad, son: el tamaño de la red social, la frecuencia con la que asisten a la iglesia y la proporción de miembros de su red social considerados íntimos. Gibson (1986-87) utiliza la Philadelphia Geriatric Morale Scale de Lawton, y remarca el papel destacado que la percepción de apoyo tiene sobre el bienestar, insistiendo en que es la percepción que el mayor tiene de ese apoyo, más que la cantidad de interacciones sociales, lo que repercute sobre el bienestar que experimenta. A conclusiones similares llega Baldassare, Rosenfield y Rook (1984), tras analizar el efecto que diferentes tipos de relaciones sociales tienen sobre el bienestar personal de los mayores. Según estos autores, de entre las variables analizadas, la percepción de compañía es el mejor predictor de felicidad. Mellor y Edelmann (1988), en la misma línea, sugieren que es la disponibilidad de una relación de amistad estrecha, más que la cuantía de las interacciones sociales, uno de los factores determinantes para la adaptación al proceso de envejecimiento.
Krause y Borawski (1994) examinaron la relación entre eventos estresantes, apoyo social, sensación de control y autoestima en las personas mayores, concluyendo que el apoyo social ayuda a estos sujetos a afrontar los estresores que encuentran en esta etapa de su vida, a través del aumento en la percepción de control y la autovaloración personal. En este sentido, McAvay, Seeman y Rodin (1996) hallaron que la autoeficacia en un grupo de mayores residentes en una comunidad se incrementaba a través de la percepción de apoyo emocional entre sus miembros.
La relación entre ambas variables adopta, según esta perspectiva, la forma de una “U” invertida. Esta influencia se ha visto confirmada tanto para la dimensión de apoyo emocional como para el apoyo suministrado a otros.
Ward (1985), ha propuesto un modelo en el que contempla dos tipos de influencias de la red de apoyo informal sobre el bienestar de las personas mayores. Por una parte, el apoyo social contribuiría de manera directa al satisfacer su necesidad de relación social. Así mismo, a modo de efecto amortiguador, reduciría el impacto negativo de los acontecimientos y experiencias estresantes vinculados a la edad al favorecer tanto su afrontamiento como el uso de los recursos y servicios formales de ayuda (Ver figura 8).
Figura 8. Modelo conceptual de la contribución de las redes de apoyo social al bienestar
personal de los mayores. Fuente: R.A. Ward (1985).En el modelo de especificidad funcional que propone Weiss (1974, 1982)) se considera que los requerimientos que tiene el mayor en cuanto a la provisión de unas determinadas necesidades de apoyo, seis concretamente, sólo pueden ser aportadas por ciertos tipos de relación. Debido a esta necesaria especialización, las personas requieren de una mezcla de diferentes relaciones para satisfacer sus necesidades y alcanzar unos niveles adecuados de bienestar personal. Las seis funciones contienen los principales elementos determinantes recogidos de forma más o menos aislada en las definiciones ofrecidas posteriormente por otros autores (Cobb, 1976, 1979; Hirsch, 1980; House, 1981; Shaefer, Coyne y Lazarus, 1981). Son las siguientes:
Apego o cariño, sensación de seguridad y cercanía emocional. Obtenido de a través de la relación de pareja o de otras relaciones íntimas
Integración social, como la percepción de formar parte de un grupo de personas que comparten unos intereses o actividades comunes. Generalmente es fruto de las relaciones con los amigos.
Reafirmación personal, a través del reconocimiento de las habilidades, capacidades y roles por parte de los demás. En muchas ocasiones este reconocimiento es obtenido del grupo de iguales.
Seguridad, al percibir que se puede contar con la ayuda de los demás en cualquier circunstancia. En la provisión de esta función, la familia ocupa el papel más destacado.
Información, consejo o guía para superar las situaciones estresantes. Es una de las menos específicas en cuanto a su fuente de provisión.
Posibilidad de cuidar a otras personas, acompañada de la sensación de tener un papel importante en la provisión de bienestar a esas personas. Aquí también ocupan un papel destacado los familiares, especialmente los hijos.
Weiss considera que el bienestar de las personas depende de la existencia de una serie de relaciones interpersonales que satisfacen necesidades sociales específicas. Así, este autor (Weiss, 1982) postula que las personas mayores que poseen una relación íntima (por ejemplo, aquellos que aún tienen cónyuge) pero que carecen de un grupo social de personas de su misma edad, experimentan un tipo de soledad que él denomina “aislamiento social”; mientras que aquellas personas que no disponen de la primera pero que sí tienen un grupo de amigos de su misma edad presentarían un “aislamiento emocional”. De acuerdo con el modelo de Weiss, el bienestar subjetivo de los mayores estaría en función tanto de la presencia de un confidente o persona más íntima como de un grupo de iguales, ya que cada uno satisfaría necesidades específicas: intimidad y socialización, respectivamente.
4. Repercusión de la práctica deportiva sobre el apoyo social de las personas mayoresSon numerosos los estudios publicados en España que han abordado la repercusión del deporte sobre la salud física de las personas mayores (Durante, y Hernando, 1994; Martín, Moreiras y Carbajal, 2000; Martínez, Pinazo y Berjano, 1998). Sin embargo, la mayor parte de estas investigaciones se han centrado en los efectos físicos, como así queda de manifiesto en la revisión realizada por Martínez, Pinazo y Berjano (1998). Frente a esto, la repercusión psicológica de la actividad deportiva ha tenido un menor reflejo en la literatura gerontológica (de Gracia y Marcó, 2000).
Una de las variables que contribuye notablemente a este bienestar psicológico es sin duda el apoyo social. Las referencias a apoyo social que aparecen en las publicaciones vinculadas a la Psicología del Deporte apenas hacen referencia al proceso de envejecimiento y la utilización del deporte como elemento salutogénico en esta etapa de la vida. En su lugar, el estudio del apoyo social desde esta disciplina ha tenido como objetivo prioritario el papel que juega esta variable tanto en el padecimiento de lesiones deportivas como en el proceso de rehabilitación posterior (Bianco y Eklund, 2001; Evans y Fleming, 2000; Johnston y Carroll, 2000; Magyar y Duda, 2000).
Desde otra perspectiva, el ejercicio físico, especialmente el realizado en grupo, representa un contexto idóneo para la provisión y percepción de apoyo social entre las personas mayores. En este sentido, Cousins (1996) indica que es la provisión de apoyo social lo que lleva a una buena parte de las personas mayores a tomar parte en estas actividades deportivas. El contexto del deporte se convierte de esta manera en un entorno que facilita los contactos sociales y la creación de vínculos afectivos. Así, de acuerdo con el modelo funcional de Weis, las personas mayores necesitan del contacto con sus iguales y del reconocimiento por parte de éstos de sus capacidades y habilidades. El apoyo social que reciben de sus compañeros facilita la reafirmación personal y la integración social de los participantes en este tipo de actividades, lo que incrementa su percepción de competencia. Esto es especialmente importante en contextos institucionales, en los que son escasas las posibilidades de interacción social entre los residentes. En este sentido, los juegos y las dinámicas lúdicas establecidas en estos Centros contribuyen sobremanera a la percepción de apoyo y a la salud mental entre sus miembros. Así lo demuestra el estudio de Ejaz, Schur y Noelker (1997), en el que la participación en este tipo de actividades se vincula estrechamente con la calidad de las redes sociales de los internos.
Así mismo, se han comprobado los beneficios psicológicos derivados de la programas intensos de entrenamiento físico en personas mayores afectadas de Parkinson (Reuter, Engelhardt, Stecker y Baas, 1999). Estos autores hallaron que la participación en este tipo de prácticas de ejercicio aunque no tenía repercusión significativa sobre sus funciones cognitivas sí afectaba positivamente a su estado de ánimo y bienestar subjetivo, manifestando los sujetos sentirse más integrados socialmente.
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