Control percibido y envejecimiento: implicaciones de cara a las prácticas deportivas en las personas mayores |
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Universidad de Málaga (España) |
Miguel Ángel García Martín magarcia@uma.es |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 49 - Junio de 2002 |
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"El hombre es un proceso, y es
precisamente el proceso de sus actos"
(Antonio Gramsci)Durante las pasadas tres décadas, la literatura gerontológica ha experimentado un importante cambio en cuanto a la visión de declive que se ha reflejado en gran parte de los modelos de envejecimiento propuestos. En este sentido, los estudios iniciales orientados a la valoración de los déficits que aparecían en el decurso vital, se han visto acompañados de otros cuyo objetivo ha sido la identificación de aquellas variables que pueden contribuir a una adecuada calidad de vida en la tercera edad.
El Encuentro de la Sociedad Gerontológica Americana celebrado en 1986 muestra ese cambio. Su lema se podría traducir como "Indicadores de Envejecimiento Exitoso" ("Markers of Successful Aging"). Dentro de esta línea positiva, una de las variables que ha recibido mayor atención en la identificación de los factores que contribuyen a un mayor bienestar personal y calidad de vida entre los mayores ha sido, sin duda, la capacidad de control del sujeto y su percepción subjetiva (Morganti, Nehrke, Hulicka y Cataldo, 1988).
Una revisión de la literatura nos muestra el gran número de estudios que se han orientado a profundizar en la relación entre estos conceptos (Fry, Slivinske y Fitch, 1989; Lachman, 1986a, 1986b; Rodin y Langer, 1977; Searle, Mahon, Iso Ahola, y Sdrolias, 1995; Schulz, 1976; Smits, Deeg, y Bosscher, 1995). Este interés sobre el lugar del control no ha sido exclusivo del área psicogerontológica, sino que ha alcanzado a otras ramas de la disciplina. Baste decir que en 1966, año en el que Rotter acuñó este término, su artículo fue el más citado en el Current Contents, concretamente, aparecía referenciado 1345 veces. Abordado inicialmente como variable de personalidad, posteriormente ha dado lugar a otra serie de conceptos (autoeficacia, control percibido, autorregulación, dominio -mastery-, apoderamiento -empowerment-, etc.) que han ampliado la perspectiva de análisis.
Por este motivo, este capítulo, en el que se examina la relación que se establece entre el proceso de envejecimiento y la percepción de control, comenzará por una delimitación de esta variable. Donde se analizará, dentro de una red nomológica, su proximidad a otros conceptos con los que guarda una estrecha vinculación. Seguirá un análisis de la relación observada entre la percepción de control y el bienestar de las personas mayores. Posteriormente se expondrá una revisión de las investigaciones que se han llevado a cabo sobre los cambios que la percepción de control puede manifestar a lo largo del curso vital y su aplicación a los procesos adaptativos durante el envejecimiento. La repercusión que distintas intervenciones ambientales tienen sobre la percepción de control será el objeto que ocupará la última parte de la exposición, que finalizará con una serie de recomendaciones acerca de la aplicación práctica de las conclusiones que se extraen de este texto.
1. Percepción de control y constructos relacionados"El constructo lugar de control, como uno de los componentes de la teoría del aprendizaje social que explica el comportamiento, representa la ubicación de las expectativas generalizadas de reforzamiento. El lugar de control general puede ser o interno ("la persona percibe que el evento es contingente con sus propias características relativamente estables o permanentes")..., o externo ("la persona percibe el refuerzo que sigue a sus acciones pero sólo como un resultado de la suerte, la casualidad, el destino, sometido al control de otros, o como impredecible" (Rotter, 1966, p. 1).
La internalidad versus externalidad representa la dimensión a lo largo de la cual se sitúan los juicios de cada persona acerca de su capacidad de control. Tras la aparición del concepto lugar de control, ha ido surgiendo posteriormente toda una serie de constructos estrechamente vinculados a él. A continuación se expone una breve revisión de éstos:
Atribución de causalidad: Rotter y sus colegas propusieron un esquema de clasificación unidimensional de percepción de causalidad interno-externo. No obstante, estos autores hablan en términos de "lugar de control" y no de "lugar de causalidad". Aún hoy, aparecen dudas acerca de la necesidad de diferenciar ambos conceptos (Weiner, 1989). En este sentido, es admitida la distinción establecida por Fontaine (1972) (citado por Weiner, 1989), según la cual, la distinción se establece en función de la perspectiva temporal que se adopte: la percepción de control hace referencia a un proceso hacia delante, predictivo; mientras que bajo la atribución de causalidad subyace un juicio a posteriori, basado en la experiencia del sujeto. En esta atribución, se distinguen otras dos grandes dimensiones junto con la de interno-externo, a saber: estable-inestable, en referencia a la permanencia o variación temporal de los elementos causales; y controlable-incontrolable, en alusión a la percepción por parte del sujeto de la posibilidad de modificar éstos (Heider, 1958; Weiner, 1974).
Control secundario ("Secondary control", Rothbaum, Weisz y Snyder, 1982): Concepto que trata de completar la dimensión anterior. En opinión de estos autores, a diferencia del control primario, éste no se centraría en la manipulación activa del ambiente. En lugar de esto, la actuación del sujeto se centra en sí mismo, concretamente en reducir el impacto que tiene sobre su persona un acontecimiento que no se encuentra bajo su control interno. Algunas de las formas que puede adoptar este tipo de control son: control anticipatorio ("Predictive Secondary Control"), en el que la predicción de las consecuencias de un acontecimiento actúa como un atenuante del impacto negativo que tiene sobre la persona; control ilusorio ("Illusory Secondary Control"), atribuyéndose el sujeto un control interno sobre hechos que no se encuentran en esta esfera; o la reinterpretación del significado de suceso ("Interpretative Secondary Control"), mediante la cuál, en un proceso similar al de la racionalización, la persona puede reinterpretar como resultados deseables o incluso buscados, acontecimientos con los que no contaba en un principio.
Indefensión (Helplessness): Seligman (1975), recoge bajo este término el patrón de debilitamiento motivacional, cognitivo y emocional que se produce en la persona cuando percibe que, ante un determinado acontecimiento, haga lo que haga, siempre ocurrirá de la misma manera, es decir, que su respuesta es independiente del resultado obtenido. Esta percepción de incontrolabilidad produce en el sujeto: una tendencia a disminuir la iniciación de respuestas para controlar ese resultado (descenso de la motivación); una dificultad para aprender que sus respuestas son eficaces para controlar determinados resultados (déficit cognitivo); y una intensa ansiedad seguida de depresión (debilitamiento emocional).
Autoeficacia: concepto introducido por Bandura (1977), que, dentro de la teoría que lleva el mismo nombre, representa la autopercepción que tiene el sujeto acerca de su capacidad para obtener un objetivo propuesto:
"La autoeficacia percibida se define como los juicios que las personas hacen acerca de sus capacidades para organizar o ejecutar cursos de acción necesarios para alcanzar distintos tipos de resultados" (Bandura, 1986, p. 391).
Esta percepción incluye, por un lado, la expectativa de resultado, creencia de una persona en cuanto a la relación entre un determinado comportamiento y la consecución de un resultado concreto. Junto a esto, la expectativa de autoeficacia representa la creencia acerca de su capacidad de llevar a cabo con éxito el comportamiento requerido para conseguir unos resultados concretos. Para Bandura, la autoeficacia contiene tres dimensiones: magnitud (o nivel), que representa la creencia de la persona acerca de la ejecución exitosa de la tarea cuando se incrementa su nivel de dificultad; fuerza, que se refiere al esfuerzo desarrollado por la persona en mantener su conducta para alcanzar los resultados esperados; y generalidad, acerca del grado de amplitud que la persona tiene sobre la aplicabilidad de esa creencia de control sobre el medio.
Este concepto está a su vez muy relacionado con la distinción, desde el punto de vista evolutivo, que introduce Piaget entre fenomenalismo y eficacia, en la explicación del proceso de adquisición de la noción de causalidad interna de los acontecimientos que ocurren en el entorno. Igualmente guarda relación con el concepto de "impotencia" (powerlessness), mediante el cuál, veinte años antes, Seeman (1959) hacía referencia a la expectativa que se creaba en el sujeto acerca de su incapacidad para determinar las consecuencias que desea.
Autorregulación: A diferencia de la percepción de control, que hace referencia a la predicción o explicación de las causas de los comportamientos, la autorregulación concierne a la propia motivación o capacidad para iniciar la conducta. Concepto inserto en el proceso evolutivo conocido como internalización, que supone la transformación de la motivación extrínseca, regida por factores externos, en motivación intrínseca. En líneas generales, supone el paso de la heteronomía a la autonomía (Skinner y Connell, 1986).
Sentido de coherencia ("Sense of Coherence", Antonovsky, 1979,1990): representa la capacidad que tiene la persona para percibir el significado del mundo que le rodea, así como para advertir la correspondencia entre sus acciones y los efectos que éstas tienen sobre su entorno. Este concepto fue desarrollado por el sociólogo y médico Aaron Antonovsky después de la Segunda Guerra Mundial al estudiar a los supervivientes del Holocausto nazi. Al igual que Victor Frankl, creador de la logoterapia, descubrió que la gente que tenía un claro sentido del significado de sus vidas y un fuerte sistema de creencias espirituales o filosóficas soportaban mejor los momentos traumáticos. Como dijo Nietzsche: "Todo aquel que tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo". Inicialmente fue definido por el propio autor como:
"Una orientación global que expresa el grado en el que uno tiene un sentimiento generalizado y estable, aunque dinámico, de que los medios tanto interno como externo son previsibles, y de que hay una alta probabilidad de que las cosas resulten tan bien como razonablemente esperamos" (Antonovsky, 1979, p. 123).
Este concepto se encontraría a medio cambio entre el control percibido y la respuesta de afrontamiento ante una situación de estrés. El autor, completa la definición anterior con tres nuevos conceptos relativos a la experiencia de control: comprensibilidad, manejabilidad y significación, que los define textualmente del siguiente modo:
"Una orientación global que expresa el grado en el que uno tiene un sentimiento generalizado y estable, aunque dinámico, de confianza en que: (a) los estímulos provenientes tanto del entorno externo como interno en el curso de la vida, están estructurados, son previsibles y explicables (comprensibilidad), (b) que los recursos para atender las demandas que esos estímulos suponen están disponibles, y (c), que estas demandas suponen retos dignos de invertir esfuerzo y compromiso por parte del sujeto (significación) (Antonovsky, 1990, p. 33).
Dominio -Mastery- (Pearlin y Shooler, 1978): comparte con el anterior su vinculación con el concepto de afrontamiento. En este sentido, refleja la autopercepción del sujeto como agente o fuente de su comportamiento. Que le hace considerar que los cambios que se van aconteciendo a lo largo de la vida se hallan bajo su control interno y que tiene capacidad de actuación frente a los mismos.
A partir de aquí se empleará el término control percibido para hacer referencia al grado de control que la persona cree tener sobre aquellos aspectos de entorno que, directa o indirectamente, tienen una incidencia sobre su persona.
2. Repercusiones físicas y psíquicas del control percibido2.1. Control percibido y salud
La relación entre control y salud ha representado y representa el foco de numerosas investigaciones. No han sido pocos los trabajos que han establecido conexiones entre la percepción de control y sus repercusiones sobre la salud. Así, se ha estudiado tanto su influencia como variable mediadora de los efectos que las situaciones estresantes (por ejemplo, dolor o enfermedades crónicas) tienen sobre la salud, como su relación directa con el padecimiento y consecuencias de otra serie de patologías (por ejemplo, cáncer, enfermedades cardiovasculares, esclerosis múltiple, inmunodeficiencia, etc.) (López, González-Tablas, Fernández, Cerrón y Sáez, 1999; Rodin, 1986).
Desde finales de la década de los sesenta (Engel y Schame, 1976), se empieza a observar la relación entre la respuesta de abandono por parte del sujeto ante situaciones de pérdida de control y su mayor vulnerabilidad a sufrir alteraciones de tipo psicosomático. Así mismo, la pérdida de control sobre el medio se ha relacionado con la predisposición a padecer enfermedades coronarias a través del conocido patrón de personalidad Tipo-A y su repercusión sobre las respuestas fisiológicas del sujeto. Este patrón se caracteriza, entre otras cosas, por la presencia de comportamientos tendentes a mantener el control sobre la situación después de que el sujeto ve aquél amenazado (Glass, 1977; Matthews, 1982). Glass (1977a) sugiere que los repetidos intentos por parte de estas personas para tratar de ejercer control, incluso en aquellas situaciones que resultan incontrolables, y la frustración que esto supone, genera un incremento de las catecolaminas (dopamina, adrenalina y noradrenalina) que contribuye el riesgo de arteriosclerosis.
Otras investigaciones han analizado el destacado papel que desempeña la percepción de control en la influencia que sobre la salud tienen los diferentes acontecimientos vitales estresantes en los que se ve implicado el sujeto. En este sentido, Glass (1977b) comparó a pacientes hospitalizados con personas no hospitalizadas para comprobar si los primeros habían experimentado un mayor número de experiencias no controlables que los segundos. Este autor confirmó su hipótesis: las personas que estaban hospitalizadas habían sufrido un mayor número de pérdidas que estaban fuera de su control. Resultado similar al encontrado por Suls (1982), que halló que el hecho de padecer acontecimientos incontrolables no deseados se relacionaba con distrés psicológico y enfermedades físicas posteriores.
Desde mediados de los años setenta se conoce la importante repercusión que tiene en la recuperación del paciente la transmisión de mensajes que destaquen su posibilidad de control. En este sentido, Langer, Janis y Wolfer (1975) señalan los importantes beneficios observados tanto en la necesidad de un período postoperatorio más breve como en un menor consumo de medicamentos en aquellos pacientes sobre los que se ha llevado un programa de reevaluación cognitiva previo a la intervención médica. La transmisión de mensajes verbales positivos de los médicos hacia sus pacientes, potenciando su capacidad de control, se traduce en una mayor satisfacción en éstos (Burgoon, Parrott, Burgoon y Coker 1990). Resultados en esta misma línea fueron obtenidos por Taylor y Levin (1976) al llevar a cabo programas que incrementaban la percepción de control en mujeres que iban a ser mastectomizadas.
Allen (1986) llama la atención sobre el hecho de que la simple denominación de los síntomas bajo una etiqueta, hace que la persona experimente un mayor control sobre el proceso mórbido que hasta entonces padecía pero que "no sabía lo que era". La existencia de esta influencia control percibido-salud se ha comprobado incluso a nivel fisiológico. Por ejemplo, en el caso de los pacientes diabéticos, se ha observado cómo la percepción de control sobre la salud repercute directamente sobre el metabolismo de la insulina. Recientemente, Stenstroem, Wikby, Andersson, y Ryden (1998) han encontrado que los sujetos que creen que su comportamiento es el responsable del curso de esta enfermedad, presentan unos índices metabólicos más equilibrados que aquellos otros que consideran que las variaciones de esta sustancia son debidas al azar.
La relación entre percepción de control y salud se hace especialmente importante conforme avanza la edad: los mayores representan una población de riesgo (Allen, 1986). Por una parte, son un colectivo que se ve expuesto a condiciones tanto socio-ambientales como personales que representan una amenaza para su percepción de control (por ejemplo, jubilación, viudedad, pérdida de fuerza física, disminución de facultades físicas y sensoriales, etc.). Además, asociados a la edad, aparecen una serie de cambios que los hacen más vulnerables a los efectos de los estresores en situaciones de incontrolabilidad (por ejemplo, depresión del sistema inmunológico, cambios en el metabolismo adrenocortical, incremento del riesgo de enfermedades crónicas, etc.). Todo esto hace que sea especialmente relevante el conocimiento de la relación entre estas dos variables cuando se aborda el estudio de esta población.
Jordan, Lumley y Leisen (1998) han analizado esta relación aplicándola a una muestra transcultural de personas mayores afectadas de artritis reumatoide. Las creencias de control resultaron ser uno de los mejores predictores de salud entre los afectados. Del mismo modo, la presencia de un lugar de control interno para la salud se relaciona con niveles inferiores de percepción de dolor tras sufrir una lesión medular (Conant, 1998). Rodin (1985), al estudiar la respuesta inmunodepresiva, encuentra que los niveles de linfocitos T y B en sangre se hallan estrechamente correlacionados de manera positiva no sólo con los acontecimientos vitales estresantes que han padecido sino también con la sensación de control subjetivo que experimenta el mayor sobre éstos. Allen (1986) destaca esta influencia del control percibido en el sistema inmunológico, así como su relación con el mantenimiento de conductas saludables, como los principales mecanismos en la explicación de los efectos que la sensación de control tiene sobre la salud.
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