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Control percibido y envejecimiento: implicaciones de cara |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 49 - Junio de 2002 |
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La percepción de control, igualmente, influye en el estado de salud y las tasas de mortalidad. Menec y Chipperfield (1997) han examinado el efecto del control percibido, junto con el status funcional y la edad, sobre la salud autopercibida, la morbilidad, hospitalización y mortandad. La consideración de diferentes grupos de edad en la muestra estudiada añade valor a la investigación de estas autoras. En este sentido, los análisis muestran que el control percibido interactúa con el estatus funcional para los muy mayores (más de 80 años), con relación a la salud autopercibida, hospitalización y mortandad. En cuanto a la salud autopercibida, el sentimiento de control fue beneficioso para las personas muy mayores con algún deterioro funcional. Asimismo, un gran sentido de control estaba asociado con unas tasas más bajas de hospitalización y mortandad para los sujetos muy mayores con un deterioro funcional pequeño. Lo que destaca la utilidad de examinar los efectos amortiguadores del control percibido con relación a diferentes grupos de edad.
Diversos estudios han mostrado cómo los sujetos con una percepción de control externa, tienden a realizar juicios más pobres acerca de su salud (Brothen y Dezner, 1983; Hunter, Linn, Warris y Pratt, 1980; Waller y Bates, 1992; Wallston y Wallston, 1978). Frente a esto, el estudio de Hunter y cols. (1980) muestra que la autovaloración de la salud fue más favorable en aquellos ancianos que presentaban un lugar de control interno. Opuestamente, los sujetos con un lugar de control externo presentaban mayores pérdidas de audición y visuales, menos memoria y una mayor necesidad de asistencia en la realización de las actividades de la vida diaria. Lachman (1990), halla un patrón similar con relación al estilo atribucional: Los mayores que atribuyen los acontecimientos negativos a factores internos y globales, también valoran su salud como más pobre que los que tienen un patrón más externo y específico.
Todo estos datos remiten necesariamente al estudio de Rodin y Langer (1977) con ancianos institucionalizados. Los resultados obtenidos no permiten albergar ninguna duda acerca del poder terapéutico del control percibido. Siete años después de potenciar la responsabilidad y control en una serie de ancianos en una residencia, permitiéndoles elegir las actividades a llevar a cabo durante el día, decorar las habitaciones o, por ejemplo, tomar otras decisiones personales, hicieron que la tasa de mortandad de los sujetos del grupo experimental fuese casi cinco veces menor que la que presentaba el grupo control (Langer, Beck, Janoff-Bulman y Timko, 1984). Concretamente, frente al 7% de personas que habían muerto en el primer grupo, el porcentaje se elevaba al 33% entre aquellos que no habían sido animados a aumentar su responsabilidad. En cuanto a los informes de salud aportados por las enfermeras, el 93% del grupo experimental había mejorado su estado, mientras que en el 71% del grupo sin responsabilidades aquélla había declinado. Replicaciones de este estudio, como la realizada por Banzinger y Roush (1983), en la que en lugar de cuidar de las plantas, los residentes tenían la responsabilidad del cuidado de un pájaro, han ofrecido resultados muy similares.
Indirectamente, la percepción de control también deja sentir su influencia sobre la salud a través de la adquisición de comportamientos saludables como la realización de actividad física regular (Bos, Woll, Oja, Suni, y Hutzler, 1995; Brenes, Strube y Storandt, 1998; Duffy, 1997; Lumpkin, 1985), la participación en actividades lúdicas (Menec y Chipperfield, 1997), la adherencia a tratamientos médicos (Christensen, Wiebe y Lawton, 1997) o la utilización de los servicios médicos (Keinan, Carmil y Rieck, 1992; Krause, 1988).
2.2. Control percibido y bienestar subjetivo
Es de destacar la importancia que tiene la percepción de control en la adaptación y el mantenimiento del bienestar durante el envejecimiento. Martínez y García (1994) destacan tres elementos con relación al bienestar subjetivo de los mayores: sentirse satisfecho con sus vidas, disponer de capacidad y competencia para conseguirlo, y mantener control sobre su entorno y condiciones de vida. En este sentido, merecen ser comentados los resultados obtenidos por Gergen y Gergen (1986) con relación al papel que juega la concepción de controlabilidad que la persona mayor tiene acerca de esta etapa de su vida y su repercusión sobre su conducta y satisfacción. Estos autores rechazan la simple dicotomía interno-externo iniciada por Rotter (1966) en la percepción de controlabilidad. Ven necesario introducir una segunda dimensión definida por los polos involuntario o determinado versus voluntario. Esto da lugar a la definición de cuatro categorías o patrones: interno-involuntario, interno-voluntario, externo-involuntario, externo-voluntario. De acuerdo con el esquema de referencia anterior, estos autores consideran que, en función de que la persona adopte una visión del mundo en la que predomine alguno de estos esquemas causales, la adaptación a sus circunstancias vitales será diferente.
La importancia de esto de cara al envejecimiento es evidente. En este sentido, la sociedad actual tiende a transmitir una imagen de pasividad o ausencia de control asociada al envejecimiento (Amat, 1994; Fernández Ballesteros, 1986; Fry, Slivinske y Fitch, 1989; Seoane, 1994;). Esta imagen, al ser asumida por el mayor, repercute considerablemente sobre su comportamiento. De este modo, una persona que considera que la diminución de su actividad es consecuencia del declive propio de su edad, tenderá a aplicar este esquema de determinación interno-no voluntario a otras esferas de su vida. El sujeto que considera que este proceso de deterioro es inevitable, acompaña esta percepción de incontrolabilidad con una disminución de la autoestima y satisfacción personales, un incremento de la dependencia y un descenso de la actividad en general. En cambio, las personas en las que predomina el esquema interno-voluntario de controlabilidad, explican sus acciones a partir de sus deseos, decisiones personales, creencias e intenciones propias, mantienen una postura más activa ante su envejecimiento, y se relacionan con su entorno de un modo autónomo más adaptativo.
Los resultados corroboran la hipótesis de relación entre esquema o representación de controlabilidad y proceso de envejecimiento. Aplicando un análisis de varianza a tres condiciones experimentales (sujetos de edad igual o inferior a 69 años; entre 70 y 79 años, o de 80 o más años) en dos contextos diferentes (residencia versus comunidad), se encontraron las diferencias anteriormente señaladas en los tres grupos de edad en función de que adoptaran un esquema interno-involuntario o interno-voluntario. Asimismo, se observaba una tendencia general a adoptar un esquema interno-involuntario conforme avanzaba la edad autopercibida, independientemente de la edad cronológica: Los que se percibían a sí mismos como jóvenes mostraban una tendencia a considerarse asimismo agentes de su comportamiento. Un análisis de regresión incluyendo como variables predictoras la edad cronológica, la edad autopercibida, el esquema atribucional, la salud y el tipo de residencia se observó que el esquema atribucional era la tercera variable en orden a predecir la autoestima; la segunda en relación a bienestar subjetivo y la primera, junto con el tipo de residencia, a la hora de pronosticar la participación del sujeto en diversas actividades (sociales, recreativas, políticas, religiosas, etc.) (Gergen y Gergen, 1986).
La relación entre control percibido y bienestar subjetivo se ve igualmente confirmada por otros estudios como el de Jiska Cohen (1990). En este trabajo, se utiliza como variable dependiente el inventario de depresión de Beck (BDI), sobre el que se estudia la influencia de variables como el nivel de refuerzos experimentado, el grado de control percibido por el sujeto, así como su satisfacción con aspectos tales como las actividades lúdicas y sociales que desarrolla. Los resultados muestran cómo el grado de control experimentado por el sujeto en cuanto a los refuerzos que recibe, especialmente los derivados de su participación lúdica se relaciona negativamente con la depresión. Usando la Escala de Levenson (1972), Molinari y Neiderehe (1984-85), en un análisis de las diferencias de edad en la relación entre control percibido y depresión, hallan que a diferencia del grupo de universitarios, en las personas mayores de la muestra (58-88 años) había un patrón de relación significativa entre alta internalidad/bajo poder de los otros con niveles más bajo de depresión. Así mismo, Hickson, Housley y Boyle (1988) también han encontrado una relación positiva entre la internalidad del control y la satisfacción vital en las personas mayores.
En contextos residenciales, el incremento de la percepción de control se relaciona negativamente con la depresión, ofreciéndose por numerosos autores como una alternativa para compensar la pérdida de control que estas personas experimentan en esta clase de centros (Buschmann y Hollinger, 1994; Kahana, Kahana y Riley, 1989; Stirling y Reid, 1992). El estudio de Schulz (1976) representa un clásico en este sentido. Este autor defendía que los sentimientos de depresión y la acentuación del declive físico y psíquico en estas personas, podían ser causados por una pérdida del control y la impredictibilidad sobre el ambiente. Esta idea fue analizada a través de una intervención residencial basada en el control que los residentes tenían sobre las visitas que recibían. Utilizó cuatro condiciones:
Los residentes controlaban la frecuencia y duración de las visitas
Los visitantes eran los que controlaban estos aspectos
Las visitas que recibían los residentes se distribuían al azar
Los residentes no recibían visitas
Los resultados corroboran la hipótesis de partida. Los participantes en la primera de las condiciones, experimentaron mayor bienestar subjetivo que el resto de los grupos, mostrando un mayor entusiasmo por la vida, percibiéndose más felices y con más esperanzas. No obstante, los seguimientos realizados 24, 30 y 42 meses después de la intervención evidenciaron que estos efectos eran temporales y declinaban con el paso del tiempo; pues no aparecían diferencias significativas entre ambos grupos en ninguno de estos seguimientos (Schulz y Hanusa, 1978).
Los efectos de los traslados residenciales que a veces padecen los ancianos también se dejan sentir sobre su capacidad de control así como su bienestar e, incluso, sobre su vida. Danermark y Ekstroem (1990), aportan datos suficientes en su revisión para afirmar que los cambios residenciales en las personas mayores afectan negativamente a su bienestar y control percibidos, así como a su salud, incrementándose considerablemente las tasas de mortandad entre los sujetos que los padecen. Allen (1986) informa de un mayor número de hospitalizaciones, ingresos en residencias, mayor incidencia de anginas de pecho, así como una peor autovaloración de la salud entre aquellas personas mayores que se vieron forzadas a cambiar de domicilio. Esto ocurría a pesar de que las características residenciales de la nueva vivienda resultaran claramente mejores. Sin embargo, cuando se manipulaba la percepción de control, incrementando la predictibilidad del nuevo entorno residencial, ofreciendo a las personas la posibilidad de elegir cuando y dónde preferían mudarse, así como decidir algunas cuestiones acerca de las condiciones del nuevo entorno, el deterioro de salud era pequeño (Krantz y Schulz, 1980).
Resulta escalofriante el dato revelado por Seligman (1981) sobre las repercusiones de la libertad percibida en la elección de un asilo de ancianos. Ferrari elaboró en 1962 su tesis doctoral sobre este tema; Seligman, en su libro sobre la indefensión, recoge los resultados del siguiente modo:
"...Cincuenta y cinco mujeres de más de sesenta años... pidieron ser admitidas en un asilo de ancianos del Midwest. Tras ser admitidas, Ferrari les preguntó cuán libres se habían sentido para elegir el asilo, qué otras posibilidades se les habían presentado, y cuánta presión habían ejercido sus familiares para que entrasen en el asilo. De las diecisiete mujeres que dijeron no haber tenido otra alternativa que mudarse al asilo, ocho murieron después de cuatro semanas de permanencia, y dieciséis después de diez semanas. Al parecer, sólo una de las treinta y ocho personas que tuvieron más alternativas murió en el período inicial" (Seligman, 1981, pp. 258-259).
Estudios como el de Kleftaras (1997), muestran una evidencia clara acerca de la relevancia que el control percibido tiene en el desarrollo de síntomas depresivos en personas mayores que compartían vivienda. Este autor utilizó la escala de lugar de control de Levenson, y descubrió que era el mejor predictor de depresión en un colectivo de mujeres que usaban esta modalidad de residencia. Igualmente, Morganti, Nehrke y Hulicka (1990), comparando en cuatro entornos (dos residenciales y dos comunitarios) diferentes grupos de edad, confirmó la relación entre ambas variables. Las correlaciones parciales entre percepción de control para las actividades diarias y bienestar subjetivo, significativas para los cuatro contextos, confirmaron la hipótesis de partida.
Menec y Chipperfield (1997), en un intento de explicar los mecanismos de actuación del control percibido sobre la salud y bienestar personal en las personas mayores, establecen un vínculo entre aquél y una mayor participación en actividades lúdicas, que a su vez se traduce en una mayor salud autopercibida y satisfacción vital. Parece ser que esta relación entre control percibido y participación lúdica tiene un carácter bidireccional. En este sentido, Searle, Mahon, Iso Ahola, Sdrolias y Heather (1995), tras aplicar un programa de educación para el ocio a un grupo de mayores (media = 77,5 años), destinado a incrementar su percepción de control sobre sus actividades lúdicas, hallan que no sólo influye sobre esta variable sino que lo hace, igualmente, sobre la satisfacción vital.
Aldwin (1991), sin embargo, ofrece una acción mediadora menos específica. El control percibido, según este autor, no tiene efectos directos sobre la depresión. En cambio, sí ejerce una influencia indirecta sobre ésta a través del uso de estrategias de afrontamiento menos evitativas y el incremento de la percepción de autoeficacia. Las personas que tienen un control más interno tienden a usar estrategias de afrontamiento más directo. En este sentido, halla que la valoración de la responsabilidad en cuanto a la causa y solución del problema que lo ocasiona son independientes aunque, indirectamente, ambas correlacionan significativamente con el uso de determinadas formas de afrontamiento ante situaciones percibidas como estresantes. Así, el afrontamiento directo se asocia con la percepción de responsabilidad tanto de la ocurrencia como de la resolución del problema desencadenante de estrés, mientras que el uso de estrategias evitativas se vincula negativamente con la percepción de incontrolabilidad, que conduce a una menor autoeficacia percibida y a un mayor riesgo de presentar síntomas depresivos.
Los resultados del estudio de Keller, Leventhal y Larson (1989) apoyan este modelo. De tal forma que, aquellos mayores que se consideran que están afrontando exitosamente el proceso de envejecimiento, lo perciben como un período positivo en sus vidas a pesar de la presencia de un número significativo de cambios negativos tanto en ellos mismos como en las personas próximas.
Holahan y Holahan (1987, citado por Riquelme, 1997) analizan la relación entre una variable estrechamente vinculada con el lugar de control, como es la autoeficacia, el apoyo social y la depresión en mayores. El patrón que encuentran es que, por una parte, los niveles de autoeficacia iniciales se relacionan directamente tanto con la depresión como con el apoyo social recibido por el sujeto un año después. Asimismo, la autoeficacia se relaciona negativamente con la depresión. Los análisis de vías llevados a cabo permitieron establecer estos dos mecanismos de actuación de la autoeficacia sobre la depresión: uno directo, y otro mediado a través de su efecto sobre el apoyo social. En esta misma línea, Brandstädter y Baltes-Götz, 1990) opinan que la efectividad de la percepción de control se basa en su capacidad para predisponer a las personas para actuar y movilizar el apoyo social en su propio beneficio. Más genérica es la explicación aportada por Pearlin y Skaff (1995), quienes consideran que la percepción de control en sí misma es útil, al reducir la sensación de amenaza asociada a situaciones difíciles o estresantes.
Zika y Chamberlain (1992) han encontrado una relación positiva entre sentido de coherencia y uno de los componentes del bienestar subjetivo como es el afecto positivo. Posteriormente, Smits, Deeg y Bosscher (1995) han analizado la relación existente entre medidas de control percibido y el bienestar en personas mayores. Estos autores confirmaron parcialmente sus hipótesis iniciales, encontrando que algunas medidas de control percibido estaban más vinculadas que otras a varios componentes de bienestar subjetivo. Así, el bienestar global se asociaba con sentido de coherencia, neuroticismo, dominio y eficacia social; el afecto positivo correlaciona con dominio, lugar de control interno para la salud y eficacia social; y el afecto negativo con el sentido de coherencia, el neuroticismo y la eficacia social.
3. Percepción de control y envejecimientoLa sensación de control que posee la persona acerca de los acontecimientos que tienen lugar en su vida, juega un papel decisivo en su comportamiento. En este sentido, será esta percepción de incontrolabilidad por parte del sujeto, la que, de acuerdo con la valoración o appraisal que haga de la situación y de sus recursos (Modelo Transaccional de Lazarus y Folkman (1986), desencadene el estrés y las consiguientes respuestas de afrontamiento.
Teniendo en cuenta el importante papel que desempeña en la adaptación, no es de extrañar la creciente investigación que desde el inicio de los años setenta ha suscitado la hipótesis de si las creencias de control experimentan cambios sistemáticos con la edad, así como su relación con el afrontamiento de situaciones estresantes durante el proceso de envejecimiento (Castro, Otero-López, Freire, Núñez, Losada, Saburido y Pereiro, 1995). El estudio de Blanchard-Fields e Irion (1988) representa un buen ejemplo de esta relación entre percepción de control y afrontamiento. Estos autores hallan que una mayor internalidad se asocia en los jóvenes analizados con respuestas de evitación. Sin embargo, este patrón era contrario al que se aprecia en el grupo de más edad.
Muchos de estos estudios defiende que la percepción de un control más externo conforme se incrementa la edad. Este planteamiento inicial, en línea con el sentido común, se apoyaba en los cambios vitales que suelen acompañar a la vejez. La disminución de facultades físicas, psíquicas y sensoriales, el aumento de la dependencia, la disminución del número de roles tras la jubilación, los traslados del domicilio habitual o la pérdida de amigos, familiares y seres queridos, son algunas de las circunstancias que en ocasiones acompañan este tramo de la vida. Todas estas circunstancias, al menos en teoría, repercutirían negativamente en la percepción de control interno del mayor.
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