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Factores sociales predisponentes de la obesidad

   
* Especialista de Segundo grado en Medicina deportiva.
Profesor Auxiliar adjunto de la Universidad del Deporte Investigador agregado
** Doctor en Ciencias Médicas. Profesor e Investigador Titular del Instituto
de Medicina Deportiva. Profesor Titular adjunto de la Universidad del Deporte
*** Especialista de Primer Grado en Higiene de los Alimentos y Nutrición del
Centro Municipal de Higiene y Epidemiología del Cotorro
 
Instituto de Medicina del Deporte
 
 
Dr. Ulises González Polledo*
Dr. Raúl Mazorra Zamora**
Dra. Hilda Horta Rivero***

ucha@infomed.sld.cu
(Cuba)
 

 

 

 

 
Resumen
    La obesidad como incremento del tejido adiposo por encima de un nivel determinado para la talla, puede clasificarse como endógena (por alteraciones fisiológicas) y exógena (por alteraciones conductuales), siendo esta última la más frecuente contabilizándose hasta un 90% de los casos.
    Factores como el procesamiento tecnológico de los alimentos, la ingesta necesaria o voluntaria de los medicamentos, influencias ambientales, algunos comportamientos sociales con referencia a la estética, el stress y sobre todo las facilidades mecánicas modernas que inducen al sedentarismo y contribuyen a su creciente incidencia.
    Frente a todo esto el ejercicio físico periódico se constituye como una alternativa.
    Palabras clave: Obesidad. Sobrepeso. Factores de riesgo. Síndrome plurimetabólico.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 48 - Mayo de 2002

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Introducción

    La obesidad es el incremento del tejido adiposo por encima de un nivel determinado para la talla de un patrón de población normal promedio (1, 2, 3). En más del 90% de los casos es el resultado de un desbalance entre la ingesta alimentaria excesiva y el gasto calórico disminuido (1, 2, 3, 4, 5) (Xavier and Sunyer, 1992; Bray, 1985).

    Este aumento de peso exagerado condicionado por una elevada ingesta y conductas sedentarias se denomina exógena, la llamada endógena que representa el 10% de los casos está condicionada por razones genéticas, endocrino-metabólicas u otras enfermedades (1, 2, 3, 4, 6) (De la Peña 1991, Xavier and Sunyer, 1992; González, 1985). La diferencia entre ambas denominaciones en ocasiones se dificulta, aunque muchos obesos prefieren el diagnóstico de endógeno pues ello salva su responsabilidad individual y social. Es más elegante "enfermo" que "indisciplinado".

    Es oportuno relatar que células de obesos transplantadas a sujetos delgados y viceversa responden anteriormente a las características físicas del receptor, perdiendo las cualidades del donante. Además gemelos univitelinos repartidos entre familias obesas y delgadas, responden con el decursar del tiempo al nuevo patrón familiar. Ambos ejemplos son bastante concluyentes en demostrar que tanto célula como persona dependen mas de conducta y medio ambiente que de código genético en lo que a obesidad se refiere (3) (Bray, 1985).

    Debido a su repercusión social nos gustaría definir los términos de obesidad prepuberal (hipercelular) y postpuberal (hipertrófica). El número de adipocitos humanos varia de 25 a 300 billones y su peso promedio de 0,4 picogramos (10-6) solo alcanzan en máxima distensión un picogramo. Esta cifra, casi constante en el nacimiento solo puede multiplicarse en el primer año de vida y en el estirón de la pubertad, por tanto la cantidad de ellos con que se alcance la adolescencia es un parámetro importante acerca de las capacidades que tendrá un sujeto para aumentar su peso. Si posee pocas células, aunque adopte una conducta obesígena en la adultez, su capacidad máxima ya está limitada, pero si por el contrario ya desarrolló obesidad infantil (hipercelular) sus células ya se expandieron en número y aunque ahora esté delgado, esos reservorios están colapsados, pero dispuestos a rellenarse ante cualquier desbalance positivo de energía. Resumiendo la obesidad hipertrófica o postpuberal tiene límites definidos, quien fue obeso infantil tiene amplias capacidades que esperan por su correspondiente carga lípida (1, 2, 3, 7) (De la Peña, 1991; Dietz, 1993).

    Obesidad, tabaquismo y alcoholismo son las tres enfermedades reversibles más importantes. La obesidad es el trastorno nutricional más frecuente dando origen a mas complicaciones que todas las carencias de vitaminas y minerales juntas además de ser causa directa de arteriosclerosis (1, 8, 9, 10, 11) (Mazorra, 1986; Schneider, 1993).

    Existe una relación estadística de fatal pronostico entre obesidad, diabetes, hipertensión arterial y dislipidemia que tienen como base la resistencia de los tejidos blancos o diana (muscular, adiposo y hepático) a las acciones de la insulina (insulinoresistencia) que ha recibido diferentes denominaciones como son el Sindrome "X", Metabólico-cardiovascular, Plurimetabólico, de Insulino Resistencia, etc., condiciones patológicas que frecuentemente concurren en un fatal accidente cardiovascular (9, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21).


Predisposición social a la obesidad

Factores sociales predisponentes de la obesidad

  1. Desarrollo tecnológico alimentario

  2. Sublimación social de la mesa

  3. Efectos medicamentosos secundarios

  4. Concepto de belleza

  5. Cultura alimentaria infantil

  6. Desarrollo industrial como fuente de sedentarismo

  7. Otros.

    Existen múltiples factores desde el punto de vista social que justifican el comportamiento estadístico que en el decursar de las generaciones el hombre sea cada vez más obeso y por tanto aumenta su tendencia hacia la incapacidad física(1, 2, 8, 22) (Marcos, 2001). Los animales cuando viven en libertad no son obesos en relación al patrón de grasas establecido genéticamente para cada especie y esto es una lógica consecuencia de su adaptación al entorno, donde tienen programada por naturaleza un gasto calórico adecuado a su actividad rutinaria, pero en caso de abundante comida, solo la ingieren hasta un determinado nivel de saciedad, desechando el resto, todo ello conlleva al mantenimiento del equilibrio genético entre ingresos y egresos (16) (Brian, 1997).Incluso si son forzados a comer exageradamente o pasar hambre durante un período de tiempo su peso se modifica, pero al regresar a su entorno habitual, este se recupera (23) (Wilmore and Costill, 2000).

    El hombre entre todos los seres vivos, es el único que ha logrado un dominio absoluto en la producción de alimentos y los grandes saltos en el progreso de la humanidad coinciden aproximadamente con las épocas en que se extienden las fuentes de alimentación (24, 25) (Engels, 1975).

    El periodo prehistórico (Desde el surgimiento de los primeros hombres hace un millón de años, hasta 2000 a.c.) está dividido en salvajismo, barbarie y civilización donde las diferentes etapas alimenticias juegan un rol definitorio. En el salvajismo donde predomina la apropiación de productos de la naturaleza y la poca producción artificial está ligada a la recolección, el hombre vive prácticamente trepado en los árboles debido al predominio del suelo por las fieras así durante alrededor de 500.000 años solo consumió como azúcares y grasas las contenidas en frutas y vegetales, hasta que el descubrimiento del fuego le proporciona algún acceso terrestre y a la ingestión de animales acuáticos. Se inventa el arco y la flecha, la caza junto a la pesca y el fuego facilitan el paso a la fase carnívora desconocida hasta entonces, se asegura que el hombre participó en el consumo de la carroña y la antropofagia. En la barbarie aparecen la ganadería y la agricultura se garantiza una alimentación duradera y el organismo comienza a sentir la saciedad proveniente del consumo de carnes y grasas, esto mas la concentración de azúcares por el fuego formaran los gérmenes de la obesidad, el paso a la civilización lo conformarán la elaboración de los productos naturales, es ya la industria propiamente dicha (24, 25) (Engel, 1975; García, 1985).

    En un corto plazo relativamente, el sistema metabólico humano recibe la agresión de ingerir un alto contenido de grasas mas azúcares y almidones concentrados para lo cual el organismo no estaba filogenéticamente preparado y la consecuencia se traduce en enfermedades entre ellas la obesidad, diabetes, arterioesclerosis, etc., con todo su peligroso arrastre hacia la muerte cardiovascular producto del desarrollo en vida de los factores de riesgo coadyuvantes (9, 14, 16, 21, 25) (Licea, 1998; Schneider, 1993).

    A partir del siglo XIX aparecieron productos con alto contenido de grasas y glúcidos identificados por su exquisito sabor(confituras, pastas, helados, alimentos fritos industrialmente, etc.) con abuso de compuestos aditivos que también crean daño toxicológico, este grupo de alimentos toma un lugar preferencial en cualquier selección del menú. Además la alimentación dejó de ser solamente una necesidad vital para convertirse en un medio de amplio disfrute, de expresión de valores sociales y económicos, piedra angular de las relaciones públicas y de uno de los pocos placeres residuales del sujeto envejecido. Es la mesa en muchas ocasiones el único sitio de reunión familiar y por ello se convierte en fuente medio de consolidación social. No podemos obviar el tremendo impulso que le aporta a todas las situaciones anteriores del líquido extraído de la fermentación de los azúcares; el alcohol, de forma universal, extendido a todas las capas sociales, restringido en pocos países y comercializado de manera explosiva y generalizado a un nivel mundial. Los elevados impuestos que le imponen no coartan la demanda y su poder adictivo facilita la entrada a numerosas enfermedades y hasta la drogadicción (6, 8, 9, 25, 26) (Barry, 1996; Mazorra, 1986).

    El desarrollo del proceso tecnológico en su afán de satisfacer la demanda alimentaria, tanto en calidad, facilidades de transporte y rapidez de preparación, crean concentraciones de nutrientes de manera desproporcionada al metabolismo humano y ello acumula grasas (3, 9, 25, 27) (Bray, 1985; Mazorra, 1998).

    Los métodos de conservación como son el congelamiento, la deshidratación y la salazón provocan pérdidas de las cualidades nutritivas y nocividad por intermedio de los aditamentos. El proceso de la imitación alimentaria donde se sustituyen originales por sustancias de menor valor biológico pero poseen la ventaja de la fácil preparación y menor costo. De este modo los alimentos se van transformando en una artificiosa mezcla de emulsificantes, gelificantes, espesantes, colores y sabores artificiales dejando poco espacio en sus vistosos empaques comerciales para los productos naturales, todo esto es muy afín a la obesidad y otras enfermedades; como típicos ejemplos mencionados los embutidos, confituras y refrescos sintéticos (25) (García, 1985).

    El efecto indeseable de algunos medicamentos se traduce en aumento del apetito (ej. psicofármacos), las hormonas anabólicas desarrollan lipogénesis, los esteroides obesidad troncular o abdominal, los anticonceptivos orales por su parte al crear ciclos menstruales anovulatorios, disminuyen el gasto energético mensual en un 5%. Como se aprecia primariamente resuelven determinados trastornos orgánicos y/o psíquicos pero secundariamente nos dejan un rastro de obesidad consecuente al tratamiento (6, 17, 23, 27) (Hunter, 1997; Wilmore and Costill, 2000).

    El concepto de belleza es otro factor presente a través de los siglos, desde la antigüedad se considera a la mujer obesa y abundante de mamas como bella y elegible para la maternidad y la lactancia; si bien es cierto que los símbolos sexuales se han ido estilizando, aun en nuestro panorama nacional, nos aferramos a modelos un tanto voluminosos. Este patrón se extiende también al niño que pretendemos ver redondito como imagen de salud, sin comprender que estamos forjando un obeso hipercelular quien transmitirá toda su dotación lípida a la adolescencia. De relevante importancia es educar a esa juvenil obesa hipercelular quien pronto dominará la política alimentaria de un hogar e influirá negativamente en los hábitos de conducta de toda una familia. Los primeros contactos con los alimentos juegan un papel fundamental en el apetito y la conducta futura, tanto en calidad como en cantidad, pudiendo ser determinante para el resto de la vida, los niños comen lo que se les enseña y generalmente la sugerencia está reflejada cuantitativamente en lo ofertado en el plato, exigiéndole directa o indirectamente su consumo total. Los hábitos alimentarios de los niños se definen en los dos primeros años de vida (6, 9, 27, 28) (Mazorra, 1998; Alvarez, 1996).

    El stress constituye otro factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares. Algunas personas se liberan del mismo aumentando el consumo de alimentos de manera primaria, en otros la ingesta se eleva secundariamente a través de los medicamentos antiestress; en ambos casos, el resultado final es obesidad (8, 9, 27) (Mazorra, 1986, 1998; Schneider, 1993).

    El hombre primitivo vivía en un medio inhóspito donde la reducción de la capacidad física de trabajo podía dificultarle su tarea fundamental; la captación alimentaria, o peor aun ser más fácil presa de los animales por tanto la pérdida de la forma física se pagaba con la vida (25) (García, 1985).

    El cuerpo humano esta conformado por una figura que evolucionando durante millones de años ha reafirmado que la naturaleza del hombre es producto de su sistema con objetivo de perfeccionar el movimiento y en los dos últimos siglos lo hemos estado desperfeccionando (24, 28, 29) (Engel, 1975; Mazorra, 1994).

    El ejercicio fue siempre considerado entre los antiguos griegos como elemento imprescindible para la conservación de la salud, sin embargo el desarrollo tecnológico ha traído consigo notable reducción del esfuerzo muscular, cada día el hombre es más productivo debido al apoyo científico y la eficiencia va a estar relacionada con mayores resultados mediante menores esfuerzos y ello indudablemente lo comprendemos; existe una imperiosa necesidad de brindar los medios vitales a una población creciente en un planeta donde comienzan a agotarse los recursos y es un requisito seguir luchando por el aumento de la longevidad y la calidad de vida. Es nuestro interés alertar sobre los deterioros que sufre la maquinaria humana como consecuencia del desuso diario a que la sometemos (8, 28) (Alvarez, 1996).


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