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La actividad y el ocio como fuente de bienestar durante el envejecimiento
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 47 - Abril de 2002 |
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En nuestro país, el libro de Izquierdo, del Río y Rodríguez (1988) La desigualdad de las mujeres en el uso del tiempo, se advierte que el sexo es la variable más importante con relación a las diferencias halladas. Ramos (1990) confirma este desigual patrón: las mujeres dedican casi siete veces más tiempo a las tareas domésticas y del hogar, mientras que los hombres disponen de casi dos horas más de dedicación diaria a ocio (7,23 frente a 5,33). Esta mayor disponibilidad de tiempo libre también queda reflejada en el estudio de Page (1996), aunque en este caso la diferencia es de 1,27 horas como promedio diario. Resultan ser igualmente distintas las actividades a las que dedican este tiempo, siendo las diferencias más destacables en el tiempo dedicado a “deportes”, “relaciones sociales” y “entretenimiento”, que es superior en los varones.
Con relación a las mujeres mayores, Freysinger, Alessio y Mehdizadeh (1993) destacan que ellas se enfrentan al envejecimiento de un modo distinto a como lo hacen los hombres, ya que han de superar diferentes problemas y, en ocasiones, con menos recursos que aquéllos. Así, por ejemplo, hasta ahora, la jubilación ha supuesto generalmente la retirada del hombre del entorno laboral, mientras que la mujer debía adaptarse a su nuevo papel en el hogar, una vez superadas la mayor parte de sus obligaciones anteriores. Las limitaciones económicas, de salud, o de tiempo, debido a las tradicionales responsabilidades en el hogar, hacen que las mujeres mayores presenten, en general, un tipo de ocio distinto al de sus compañeros. Estos, en muchas ocasiones, han de buscar un “nuevo espacio” dentro del entorno privado que supone el hogar, un ámbito que culturalmente ha sido considerado como “cosa de mujeres” (Bandera, 1989; Rodríguez, 1996). En este sentido, Subirats (1992) destaca:
“La dedicación a las obligaciones hogareñas también sufre un relevante incremento. Podríamos decir que se viene a sustituir parte del tiempo dedicado al trabajo asalariado fuera del hogar, por el trabajo en casa. En todos los países analizados se constata cómo en el caso de los hombres ese aumento de dedicación a las labores domésticas muestra un muy notable aumento (cuantificable en torno al 70%).” (p. 31).
Son escasos los estudios que se han realizado en nuestro país acerca de las diferencias entre hombres y mujeres en los patrones de ocio desarrollados por los mayores. El llevado a cabo por Bandera (1989) halló que la actividad de pasear es la que ocupaba la mayor parte de su tiempo libre, mientras que las mujeres autoinforman que es ver la televisión. El Centro de Investigaciones Sociológicas, tal como se puede observar en la figura 4, confirmó tales diferencias en su estudio de 1993:
El tiempo de ocio de los mayores está dedicado fundamentalmente a actividades pasivas, con un uso muy destacado de los medios de comunicación (especialmente la televisión). Ir de compras es una función algo más femenina (el 50% de las mujeres afirman realizarla cada día), pero pasear por el parque o ir al bar con los amigos son patrones de ocio más masculinos (54% y 22%, respectivamente, frente al 28% y 2% de las mujeres) (Abellán, 1996). Riquelme (1997) halló una mayor dedicación de los hombres a actividades relacionadas con los juegos de mesa y las visitas a los bares, que les reportan una mayor satisfacción. También encontró un diferencia significativa en dedicación y satisfacción a actividades de tipo manual entre los hombres.
Fuera de nuestro país, Zimmer y Lin (1996) hallaron que los hombres toman parte con más frecuencia de un mayor número de actividades de ocio, especialmente de tipo físico, que, a su vez, son las que influyen en mayor medida sobre el bienestar emocional. Frente a esto, los patrones de actividad de las mujeres eran más contemplativos, siendo su repercusión sobre el bienestar menor. Este impacto diferencial se ha observado también en otros tipos de actividades de ocio (Lomranz, Bergman, Eyal y Shmotkin, 1988; Brown, Frankel y Fennell, 1991). Brown, Frankel y Fennell (1991) concluyen lo siguiente:
“Diferencias importantes persisten entre hombres y mujeres...estas diferencias se incrementan una vez que se controla la edad... No sólo las relaciones entre participación en actividades de ocio y bienestar personal varían con la edad, la contribución relativa de estas actividades al bienestar personal también varía con la edad, y la edad por sí misma está relacionada con el bienestar en las mujeres” (p. 385)
Mobily, Leslie, Lemke y Wallace (1986), habían encontrado resultados similares al analizar una muestra de mayores en el ámbito rural: las mujeres tendían a participar mayoritariamente en actividades centradas en el hogar y la familia, mientras que los hombres informaban de un mayor número de actividades fuera de casa.
Esto parece confirmar las conclusiones de Steinkamp y Kelly (1985) acerca de las diferencias motivacionales que subyacen a los distintos patrones de ocio observados en los hombres y las mujeres mayores. Según estos autores, tres son las orientaciones motivacionales en las que pueden observarse diferencias: búsqueda de desafíos o retos, deseo de reconocimiento y consideración, y focalización en la familia.
Figura 4. Diferencias de género en los patrones de ocio de las personas mayores.
Fuente: CIS, estudio nº 2.072, 1993 (Abellán, 1996).Otra variable que se ha analizado en la relación entre actividad y bienestar subjetivo en mayores ha sido la satisfacción con el tipo de actividad de ocio y las características de ésta. En este sentido, Russell (1987) comprobó que es el grado en el que el mayor se encuentra a gusto con las actividades recreativas que realiza, más que éstas, lo que tiene una importante repercusión sobre la satisfacción vital de los mayores. Este efecto permanecía incluso una vez controladas variables como género, edad, ingresos, estado civil o salud autopercibida.
5.3.3. Limitaciones para el ocio
Cuando se abordan los beneficios derivados de las actividades de ocio, es necesario también tener en cuenta las dificultades que determinadas personas pueden tener para beneficiarse de su práctica. Este punto cobra más relevancia cuando se estudia la población de mayores. Estas limitaciones se pueden agrupar en torno a tres grandes categorías: intrapersonales, interpersonales y estructurales (Crawford, Jackson y Godbey, 1991). Dentro de las primeras se incluyen todos los factores personales, actitudes y otras variables propias del individuo que pueden dificultar su participación o los beneficios que obtenga del ocio. El segundo grupo está integrado por aquellas circunstancias derivadas del contacto con familiares, amigos, vecinos o compañeros que condicionan las prácticas de ocio. Mientras que las terceras representan los factores externos o ambientales que inciden sobre la posibilidad o no de realizar actividades de ocio.
Como anteriormente se señalaba, los prerrequisitos fundamentales para la participación de los mayores en actividades de ocio son, por este orden: la salud (intrapersonal) y la disponibilidad económica (estructural) (Bultena y Oyler, 1971; Chattfield, 1977; Kelly y Godbey, 1992; Stanley y Freysinger, 1995; Lefrancois, Leclerc y Poulin, 1998). Otra variable intrapersonal a tener en cuenta será su personalidad y actitudes hacia el ocio (Quattrochi y Jason, 1983). En cuanto a los condicionantes interpersonales, en muchas ocasiones los mayores alegan el hecho de no contar con otras personas para poder realizar algunas de estas actividades.
Desde este punto de vista, es necesario resaltar la gran importancia que va a tener la facilitación de oportunidades de ocio a estas personas, así como la intervención de cara a fomentar el uso de servicios de recreación. Este es el caso de los programas dirigidos a incrementar la actividad de las personas que se encuentran en residencias. En este sentido, el programa de voluntariado “El Buen Samaritano” (Seville, 1985); el programa O.B.R.A. (Omnibus Budget Reconciliation Act) del Departamento de Salud de los Estados Unidos (Martin y Smith, 1993), destinado a incrementar su percepción de control y bienestar subjetivo a través de la participación en actividades recreativas; los programas de horticultura (Burgess, 1990); o aquéllos que fomentan el uso del ordenador en ancianos con alguna limitación física (Kautzmann, 1990), muestran sus efectos positivos en las personas mayores que participan en ellos. Otro sector con especial necesidad de este tipo de intervención lo integran los mayores con problemas de dependencia. Las actividades dirigidas a facilitar el acceso a actividades de ocio han resultado muy positiva en este grupo, como así lo demuestran diversas experiencias (Carter y Foret, 1990; Hawkins y Kultgen, 1990; Short y Leonardelli, 1987; Riddick y Keller, 1990).
5.3.4. Aproximación teórica en la explicación de estos beneficios
Numerosos autores han basado la explicación de los beneficios del ocio en que éste influye en la salud y bienestar subjetivo a través de su capacidad para facilitar las conductas de afrontamiento en respuesta a los eventos y transiciones vitales (Carpenter, 1989; Braum, 1991; Coleman, 1993; Coleman e Iso-Ahola, 1993; Iso-Ahola, 1980; Kelly, Steinkamp y Kelly, 1985; Kleiber, 1985; Kleiber y Kelly, 1980). Así, Coleman e Iso-Ahola (1993), argumentan que la participación en actividades de ocio facilita el afrontamiento de eventos estresantes a través de dos vías (Ver figura 5). Por una parte, se ha comprobado que la percepción de la disponibilidad de apoyo social representa un importante alivio para reducir el estrés cotidiano (Iso-Ahola y Park, 1996). En este sentido, aquellas actividades de ocio que, por su propia naturaleza, tienen un importante componente de interacción social, facilitan, aunque no aseguran, la percepción de apoyo través del compañerismo y de la amistad (McCormick y McGuire, 1996).
Figura 5. Ocio y Salud: Modelo de Buffer. Fuente: Iso-Ahola, 1993.En segundo lugar, estas actividades refuerzan las creencias de autodeterminación, que contribuyen a incrementar la capacidad de afrontamiento y salud. Cuando las personas sienten que disponen de capacidad para controlar gran parte de lo que les ocurre en sus vidas, suelen experimentar una mayor salud mental y física (Mannell y Kleiber, 1997). Las principales características del ocio, como son la percepción de libertad y la motivación interna, permiten el desarrollo y mantenimiento de sentimientos de control sobre la propia vida. En este sentido, Baltes, Wahl y Schmid-Fustoss (1990), encuentran que el control personal correlaciona significativamente con las actividades de carácter social, explicando el patrón de actividad global un 42% de la varianza observada en el primero. Asimismo, estos autores encuentran una correlación altamente significativa (r= .67, p<.01) entre control personal y salud funcional. Es de destacar también el estudio de Zimmer, Hickey y Searle (1995), en el que se concluye que la participación en actividades de ocio es el mejor predictor de satisfacción vital en las personas mayores, debido a su importante efecto sobre la autoestima, el fortalecimiento de su percepción de competencia, y al desarrollo de conductas que permiten experimentar la sensación de control sobre el ambiente.
Estas percepciones de apoyo social y control o auto-determinación son consideradas por Coleman e Iso-Ahola (1993) como elementos amortiguadores contra el estrés. Así, de acuerdo con ese modelo, cuando el estrés vital se incrementa, la aportación relativa de las actividades recreativas al mantenimiento de la salud se intensifica. A largo plazo, en ausencia de situaciones agudas de estrés, el ocio también contribuye a la salud y bienestar general a través del fortalecimiento del control y autodeterminación percibidos, lo que favorece la adquisición y mantenimiento de disposiciones y hábitos saludables. Numerosos estudios corroboran estas afirmaciones (Brown, 1991; Caltabiano, 1995; Coleman, 1993; Sharp y Mannell, 1996; Wheeler y Frank, 1988). Wheeler y Frank (1988) encontraron que las personas que o bien tienen una alta participación recreativa o están bastante satisfechos con la forma en la que ocupan su ocio, son menos vulnerables a los efectos adversos del estrés que los menos activos o satisfechos con sus actividades de ocio. Brown (1991) sugiere que el incremento en los sentimientos de competencia que provee el ejercicio puede contribuir a sus efectos amortiguadores sobre el estrés. Coleman (1993) halla que entre las personas que sufren niveles más altos de estrés, aquellos que experimentan un mayor control y libertad sobre las actividades que llevan a cabo en su tiempo libre, informan de unos niveles significativamente más bajos de enfermedad (Ver figura 6).
Figura 6. Relación entre libertad de ocio percibida y grado de importancia de las enfermedades padecidas.
Fuente: Coleman, 1993Caltabiano (1995) halla que aquellas personas que participan más frecuentemente en actividades culturales y tenían hobbies, manifestan menos alteraciones cuando se encontraban bajo situaciones de estrés. En contextos residenciales, Sallis y Lichstein (1982) destacan el importante papel que desempeña el desarrollo de actividades físicas en la reducción de la ansiedad, la disminución de pensamientos autoderrotistas, y, sobre todo, en la adaptación y tolerancia al estrés que experimentan los internos.
Figura 7. Correlaciones entre participación y satisfacción con las actividades de ocio y la aparición de síntomas de distrés emocional.
Adaptado de Sharp y Mannell (1996).
Figura 8. Razones dadas para participar en actividades de ocio.
Adaptado de Sharp y Mannell (1996).Sharp y Mannell (1996) (Ver figuras 7 y 8), analizando esta función amortiguadora del ocio en una muestra de mujeres mayores viudas, en
Sharp y Mannell (1996) encuentran que niveles más altos en participación o satisfacción experimentada en las actividades de ocio, se correlacionan con niveles más bajos de algunos síntomas de distrés emocional (Ver figura 7). Asimismo, estas viudas indican, en mayor proporción que las casadas, que participan en las actividades de ocio para mantenerse ocupadas, como modo de afrontamiento paliativo ante este importante acontecimiento vital (Ver figura 8).
Recientemente, Herzog, Franks, Markus y Holmberg (1998) han propuesto un modelo teórico más detallado, que trata de explicar el impacto que la realización de actividades, tanto productivas como de ocio, tienen sobre el bienestar subjetivo de los mayores. A diferencia con los modelos anteriores, éste se aplica concretamente a la población mayor. Igualmente, se diferencia de aquéllos en que no se reduce sólo a las situaciones en que la persona se haya sometida a estrés. Estos autores analizan la repercusión que las actividades tienen sobre el autoconcepto del mayor. Concretamente, defienden que su efecto sobre variables de bienestar personal, como puede ser la salud o la depresión, es mediado tanto por la percepción de control que tiene la persona como agente causal como por los efectos que éstas tienen sobre su percepción como yo-social. (Ver figura 9).
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