Reflexiones acerca del juego | |||
Doctora en Educación Física Facultad de Ciencias de la Educación Universidad de Granada (España) |
Dra. Carmen Trigueros Cervantes ctriguer@ugr.es |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 46 - Marzo de 2002 |
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1. Aproximación al fenómeno del juego
Antes de realizar un análisis reflexivo en torno al juego, entiendo que es necesario hacer referencia a la caracterización o funciones1 que cumple en la vida de las personas. El análisis de sus características nos va a permitir comprender mejor las cualidades de este fenómeno, a la par que pondrá en evidencia las diferentes perspectivas que existen en torno a él.
Huizinga (1998, p.42-51) establece las características del juego que más relevancia han presentado en los últimos tiempos, estas se concretan en:
El juego es una actividad libre. "El juego por mandato no es juego, todo lo más una réplica, por encargo, de un juego" (Huizinga, 1998, p.42). Por lo tanto, el juego no debe suponer ninguna obligación y es una actividad que se puede abandonar en cualquier momento.
El juego no es la vida «propiamente dicha». Es un escape de la vida corriente, donde todo es pura broma y se actúa «como sí...». Siendo algo superfluo que no tiene una consecuencia práctica en sí mismo y es una actividad desinteresada. "Actividad que transcurre dentro de sí misma y se practica en razón de la satisfacción de su misma práctica" (Ibídem, p.44).
Se juega dentro de unos límites de tiempo y de espacio. "Mientras se juega hay movimiento, un ir y venir, un cambio, una seriación, enlace y desenlace" (Ibídem, p.45). Considera que una vez que se ha jugado, esa actividad permanece en el recuerdo como creación o tesoro espiritual, pudiendo ser transmitido como tradición para que se juegue inmediatamente o transcurrido algún tiempo; cobrando una sólida estructura como forma cultural.
El juego exige un orden absoluto. Todas sus acciones están reguladas y la desviación más pequeña estropea el juego, le hace perder su carácter y lo anula. Posee las dos cualidades más nobles que el hombre puede encontrar en las cosas; ritmo y armonía.
El juego produce tensión, emoción y misterio. Existe incertidumbre sobre lo que va a ocurrir. Esta característica, junto con la del orden, hacen que se tengan que considerar las reglas del juego. "Las reglas de juego, de cada juego, son obligatorias y no permiten duda alguna" (Ibídem, p.48).
Desde otra perspectiva, la sociológica, cercana a la antropológica, donde los juegos disciplinan los instintos por ser, por un lado, espacios para el placer y la diversión, y por otro, acatamiento de una serie de restricciones proporcionando un modelo controlado de la realidad. Callois en 1967 considera que el juego es una actividad que tiene las siguientes cualidades:
Libre: a la cual el jugador no podría estar obligado sin que el juego perdiera al punto su naturaleza de diversión atractiva y alegre;
Separada: Circunscrita en límites de espacio y de tiempo precisos y determinados por anticipado;
Incierta: cuyo desarrollo no podría estar determinado ni el resultado dado de antemano, por dejarse obligatoriamente a la iniciativa del jugador cierta libertad en la necesidad de inventar;
Improductiva: por no crear ni bienes, ni riqueza, ni tampoco elemento nuevo de ninguna especie; y salvo desplazamiento de propiedad en el círculo de los jugadores, porque se llega a una situación idéntica a la del principio de la partida;
Reglamentada: sometida a convenciones que suspenden las leyes ordinarias e instauran momentáneamente una nueva legislación, que es la única que cuenta;
Ficticia: acompañada de una conciencia específica de la realidad secundaria o de una franca irrealidad en comparación con la vida corriente (Callois, 1986, pp.37-38).
Evidenciamos entre las características que ambos establecen, que existe un gran paralelismo entre ellas, sorprendiéndonos en este sentido que Callois las utilice como definición del juego.
Podríamos exponer las características que plantean otros muchos autores Fingermann (1970, pp.2-6); Gutiérrez Delgado (1991, pp.112-117); Schmidt (1995, pp.85-88); Lavega2 (1996, p.797); Gutiérrez, Bartolomé y Hernán, (1997, pp.153-154); etc. pero sería seguir reiterando sobre las ya expuestas.
Analizando todas las características anteriormente descritas, vemos que algunas son coincidentes, independientemente del paradigma bajo el que estén formuladas, siendo una de ellas la reglamentación: "todo juego, incluso representativo es mantenido por una regla3 " (Gutton, 1982, p.189); "no hay juego sin reglas" (Vigostki4 , 1989, p.144) y (Öfele, 1999, p.4); Estos, y otros autores, consideran que ni el más elemental de los juegos carece de ellas, ya que una vez que nos desprendemos del orden de la vida cotidiana es necesario fundar un nuevo orden5 : el juego; siendo las reglas las que ponen limitaciones a la libertad dentro del mismo. Pero existen otros autores, fundamentalmente relacionados con un paradigma psicológico como Buytendijk6 citado por Rüssel (1970, p.173); Rüssel (1970, p.161); Piaget7 (1980, p.158) y Navarro Adelantado (1995, p.19), éste ultimo en una línea antropológico-social, sí considera que existen juegos sin reglas (juegos simbólicos, juegos configurativos, juegos de personajes, juegos de entrega, juegos funcionales, etc.). En este sentido, Rüssel (1970, p.226) va más allá, y llega a diferenciar entre el «juego infantil» y el «juego», considerando que el primero no tiene un curso fijado y se desarrolla sin formas delimitadas de antemano, mientras que el segundo responde a un modo de actuar conocido, que puede repetirse de forma análoga, porque está sometido a reglas. Así, para Hetzer citado por Rüssel (1970, p.170) el juego regulado propiamente dicho está ligado a la tradición considerando que se transmite de una generación a otra, en parte manteniéndose tenazmente en su integridad y en otra parte modificándose de modo lento pero continuo.
Otra característica recurrente, es que el juego no es la vida real "cuando uno entra en un juego, su historia personal se interrumpe" (Öfele, 1999, p.2), dentro del juego no rigen ni las jerarquías, ni los valores, ni las escalas éticas, ni los prejuicios que reinan fuera, es una forma de relacionarse con el mundo donde uno se muestra tal cual es. Existe el sentimiento perceptible de «ser otro», siendo este considerado por Rüssel (1970, p.229) la causa de la gran difusión del juego en la infancia. Nosotros entendemos que ésta es una de las características que lo hace más atractivo para los adultos.
Es evidente, que muchos juegos son competitivos, pero esta no es una característica explicitada por la mayoría de los autores, quizás sea porque la finalidad del juego está en sí misma y "por regla general el resultado depende en buena parte del azar y sólo tiene validez momentánea, porque si se continúa jugando y ora gana uno, ora gana otro, sin que se ponga atención en quién gana más veces" (Rüssel, 1970, p.18).
Después de analizar las diferentes conceptualizaciones y caracterizaciones del juego podríamos concluir con las palabras de Bruner:
"El juego no es sólo juego infantil. Jugar, para el niño y para el adulto..., es una forma de utilizar la mente e, incluso mejor, una actitud sobre cómo utilizar la mente. Es un marco en el que poner a prueba las cosas, un invernadero en el que poder combinar pensamiento, lenguaje y fantasía".
(Bruner, 1984, p.219)Pero el establecimiento de características en torno al juego tampoco está exenta de críticas, así Rüsell (1970, p.248) considera que en la caracterización del juego se pueden integrar las cosas más heterogéneas por su cualidad y su procedencia, y no por la mayor o menor capacidad de síntesis de los autores, sino por la naturaleza intrínseca del juego.
2. Reflexiones acerca del juego"Para un niño, jugar es la cosa más seria del mundo".
(Batllori, 1993, p. 38)A menudo se interpreta que las acciones que realizan los niños/as en sus juegos le permiten la evasión de la realidad, el vivir feliz, ajenos a lo que acontece a su alrededor, pero Martínez Criado (1998, p.15) y Torres Santomé (2000, p.67) nos apunta que jugar, en ocasiones, también conlleva pena o sufrimiento, así, Vygostki (1989, p.141) considera inadecuado que el juego pueda definirse como una actividad placentera por dos razones: una, porque existen otras experiencias que proporcionan al niño mayor placer y otra, es que existen juegos que en sí mismos no son placenteros, sino que dependen del resultado.
Sánchez Blanco (1998, p.302) y Martínez Criado (1998, p.47) nos indican, como el niño/a pone una gran seriedad sobre todas estas acciones de sus juegos, máxime si están involucrados los otros, así: "no es cierto que jugar no sea una actividad seria. Lo es tanto en un sentido inmediato como en sus consecuencias futuras" (Martínez Criado, 1998, p. 47); siendo un error interpretar que todo lo que hace el niño o la niña le produce placer y disfrute, porque estas acciones le sirven para reelaborar un sin fin de experiencias cotidianas que en absoluto le resultan agradables y que por el contrario, conllevan vivencias muy displacenteras. El juego no es una actividad rutinizada que enseñamos estandarizadamente a los niños y niñas en el seno del aula, "el juego es la vida misma para las niñas y niños en cuanto hay un componente de disfrute y displacer que lo acompaña e involucra a los otros y otras" (Sánchez Blanco, 1998, p.304). Ante esta postura, otros autores como Huizinga (1998, p.59) difieren, y a pesar de considerar que el juego puede ser una actividad seria, afirman que el niño que juega, sabe que juega, y lo hace por gusto y recreo, por lo que la actividad sigue manteniendo el carácter lúdico.
Otra reflexión que cabe realizar acerca del juego, es sobre la libertad8 , característica que muchos autores Caillois (1986, p.31); Seybold (1986, p.55); Garaigordobil (1990, p.18); Scheuerl9 citado por Rüssel (1970, p.254); y Huizinga (1998, p.42); entre otros, otorgan al juego; y que algunos consideran contradictoria: "en cierto sentido, un niño cuando juega es totalmente libre de determinar sus propias acciones. Sin embargo, en otro sentido esta libertad no es más que ilusoria, ya que sus acciones se hallan subordinadas al significado de las cosas, y el pequeño se ve obligado a actuar en consecuencia" (Vygostki, 1989, p.157); y que otros como Bulan citado por Öfele (1999, p.2) cuestionan, proponiendo una clasificación del juego según los momentos de libertad que se abren dentro de él, en los que se encuentra con algunos casos donde no existe esa libertad de decisión en cuanto a participación.
Y la pregunta que nos surge es: ¿respetamos la libertad de jugar cuando llevamos los juegos a la escuela, o es otra actividad más impuesta por los intereses del docente? La respuesta no siempre es la misma, pero en muchas ocasiones cercenamos la libertad de los jugadores y no les dejamos otra salida que la de jugar o asumir un papel que ellos no quieren, o incluso, como considera (Lequeux, 1984, p.10), convertimos los juegos en ejercicios por su gradación y su control. Nos empeñamos en que los niños/as jueguen "útilmente" en la escuela, preocupándonos por crear las condiciones para que surjan los aprendizajes concebidos de antemano, "no olvidemos como a veces el juego en los escenarios escolares ha servido como excusa para que el adulto pueda "manipular" a los niños y niñas para aprender aquello que a éste le interesa que aprendan, llegando a provocar incluso que los pequeños y pequeñas olviden sus propios intereses e iniciativas" (Sánchez Blanco, 1998, p.303). En este sentido Ginez (1997, p.15) considera que el docente está obligado a conocer las posibilidades pedagógicas de cada juego y saber explotarlas en función de las necesidades del grupo.
Que el juego es una actividad formativa10 en el desarrollo de los niños y niñas, nadie lo pone en duda, pero cuándo un juego se practica con el objetivo de adquirir capacidades o conocimientos ¿dicho juego se habrá transformado en trabajo11 , o mantiene su carácter si persiste en el niño el placer de hacer, actuar y la alegría? Parece ser que estamos abocados al ludismo12 , tendencia cuyo máximo representante, según Echeverría (1980, p.13) lo encontraríamos en Fourier, que preconiza que habría que educar a los niños y niñas y organizar a la sociedad, de manera que todas las actividades que hay que llevar a cabo para sacarla a flote, fuesen realizadas por sus protagonista como un puro entretenimiento, satisfactorio y gratificante, incluso las más desagradables, "por tanto la actividad lúdica debe ser un elemento que impregnará toda la práctica educativa" (García López et al., 1998, p.13). No hay duda de que el método puede ser efectivo, pero de momento utópico; sin embargo, como recoge Echeverría (1980, p.13) la pedagogía moderna ha incorporado algo de esta concepción del juego, según la cual desempeña una función educadora13 importante y peculiar.
Numerosos investigadores de la educación y el juego, como Isaacs, (1930); Schiller, (1954); Lee, (1977); Sylva, (1977); Yardley, (1984); Curtis, (1986) citados por Moyles (1990, p.38) o más recientemente Moor (1981, p.14); Ortega y Lozano (1996, p.13) y Guitar (1996, p.25), o Summer & Giovannini (1995), Stringer (1996), Glaves (1996), White (1996) y Schiller (1998) en el ámbito anglosajón y Aranda (1996); Vaca Escribano (1995), Méndez (1997), Justo (1997) en el ámbito español citados por Viciana (2000, p.132); lejos de plantearse si el juego pierde su carácter, consideran que el aprendizaje más valioso es el que se produce a través de él: "si consideramos que el juego es uno de los primeros lenguajes del niño y una de sus primeras actividades, a través del cual conoce el mundo que lo rodea incluyendo las personas, los objetos y el funcionamiento de los mismos y la forma de manejarse de las personas cercanas, no podemos excluir el juego del ámbito de la educación formal" (Öfele, 1999, p.4); así, Moyles (1990, p.38) afirma que tanto en la formación inicial como en la actualización y perfeccionamiento de los profesores se debe garantizar que estos obtengan una formación con el objeto de conservar el papel vital del juego en el desarrollo de los alumnos y alumnas.
Pero lejos de esta tendencia que defiende el juego en la escuela, también hay autores como Krou citado por Raabe (1980, p.19) y Mateos (1998, p.246), que consideran que el juego, en su desarrollo natural (en la calle, sin la vigilancia del adulto) conlleva un aspecto educativo: la estructuración, la aceptación de normas por parte de los jugadores, y el estricto cumplimiento de las decisiones arbitrales del grupo; pero que si el profesor interviene para modificar las reglas por causas como el agotamiento de un jugador, el aburrimiento del grupo, etc., estará contraviniendo la esencia misma del juego, "la función del juego es autoeducativa. A nuestro parecer, lo único que puede favorecer el adulto es favorecer la creación de grupos de juego, responder a las preguntas que le hagan espontáneamente los niños con ocasión de esos juegos y aportar los materiales que ellos puedan pedirle" (Krou citado por Raabe, 1980, p.19).
Sin ser tan extremista, Arcusa (1990, p.29) se preocupa por si en ese empeño de facilitar y utilizar el juego en la escuela, no estaremos penetrando indebida y arbitrariamente en ese santuario levantado a la autonomía infantil, que es el juego, por ello considera que antes de intervenir en el mundo de los juegos infantiles hemos de despojarnos de la mentalidad, de los enfoques y actitudes adultas inadecuadas. Scheines en esta misma línea, pero de expresión más radical, opina que el juego no tiene cabida en la escuela: "sólo cuando jugamos juegos inútiles, cuando jugamos simplemente, el juego resulta "útil" en una dimensión trascendente, ontológica: nos hace crecer como seres humanos. Pero poner contenidos pedagógicos en los juegos de los chicos para que aprendan, es algo horroroso" (Scheines, 1999, p.3).
Nosotros consideramos que el tiempo que el niño pasa en la escuela no deja de ser parte de su vida y el juego no se puede sacar de la vida de los niños y niñas; siempre que no se realice un abuso14 y/o un mal uso del mismo, coincidiendo con Lavega cuando afirma: "no deberíamos prostituir su uso presentándolo de cualquier manera, como actividad complementaria y poco importante" (Lavega, 1995, p.12).
¿Todos los valores que transmiten los juegos son positivos?, ¿la competición es educativa?; ¿son coeducativos los juegos?, ¿existe la solidaridad en los juegos?, ¿se fomenta la agresividad con los juegos? En definitiva ¿el juego cumple las exigencias de los valores promulgados por nuestro sistema educativo? Estas son cuestiones sobre las que también merece la pena reflexionar, aunque partimos de la premisa de que esto dependerá, en parte, del planteamiento que se haga con ellos dentro del aula. Un ejemplo de ello lo podemos ver en la canción utilizada en un juego de palmas:
Sancho Panza y su barriga-ga-ga
ha matado a su mujer-jer-jer
por que no le da dinero-ro-ro
para irse, para irse
al café-fé-fe
...En ella se observan valores relacionados con la violencia doméstica, y bien podemos utilizar el juego sin hacer referencia a ello, aspecto que en absoluto consideramos educativo, o bien lo podemos utilizar para hacer reflexionar críticamente a niños y niñas sobre los valores que se están transmitiendo.
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