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El deporte moderno. Consideraciones acerca de su génesis |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 36 - Mayo de 2001 |
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Desde el conocimiento y observación de lo acaecido durante las casi cinco décadas que han pasado, puede decirse que es muy improbable que se dé un "retorno" de lo lúdico en el deporte oficial en el sentido que apuntaba Huizinga, al menos en lo que respeta al deporte centrado en la competición y en los resultados. Ahora bien, la idea de un carácter lúdico y recreativo en tal forma de deporte podría establecerse a partir del punto de vista de los espectadores, los cuales, como deja entrever Dunning (1992:265), buscan el espectáculo emocionante de una competición entre profesionales -por la que están dispuestos a pagar- que les permita satisfacer sus necesidades de diversión, de liberación y de catarsis de manera análoga a lo que se experimenta directamente en el propio juego. No obstante, si bien el espectáculo deportivo y, por consiguiente, el deporte profesional, se ha desarrollado a lo largo de este siglo cumpliendo este tipo de funciones sociales, también es cierto que también ha llevado a cabo otro tipo de funciones de manera menos explícita, como trataremos de exponer a continuación.
3. El desarrollo del deporte moderno como agente de reproducción ideológica, económica y socialPuede decirse que son innumerables los estudios y análisis sobre las funciones que ha cumplido el deporte desde el punto de vista de la socialización de los individuos y de la manera en que en éste se reproducen las formas de organización y los valores sociales, habiéndose realizado tales estudios y análisis desde diferentes perspectivas disciplinares e ideológicas. El propósito de este apartado es el de realizar un breve acercamiento a este tema con el objeto de exponer a grandes rasgos algunas de tales funciones que ha llevado a cabo el deporte desde sus inicios, funciones que no puede ser ignoradas o asumidas de manera acrítica cuando se trata de comprender el proceso que ha dado lugar a que el deporte se haya convertido en un fenómeno sociocultural de primera magnitud, especialmente cuando ello se hace con finalidades educativas.
Como se ha ido exponiendo anteriormente, puede decirse que desde su aparición el deporte moderno ha incorporado, de manera más o menos intencionada, funciones de socialización y de reproducción de la ideología dominante, primero entre las propias elites sociales y posteriormente entre la clase trabajadora. En efecto, según se ha señalado, en sus orígenes el deporte moderno fue concebido como una práctica de clase distintiva y exclusiva, de carácter recreativo y dotada de un marco ético de conducta adecuado al contexto moral y a las necesidades ideológicas y socio-políticas de las clases dominantes. Así, por ejemplo, a partir de la reglamentación -cada vez más minuciosa- con que se fue dotando a cada modalidad deportiva, el énfasis que se hizo en cuestiones morales tales como la importancia de respetar las reglas de juego y las decisiones de los jueces, el deber de aceptar con cierta distancia emocional el éxito o la derrota, lo incorrecto de aprovechar deslealmente situaciones momentáneas de clara desventaja del adversario..., dio lugar a auténticos códigos de conducta que si bien caracterizaron a la práctica de los nuevos deportes, también sirvieron para distinguir lo que debía ser el comportamiento de un auténtico caballero. Seguramente, como expone Elias (1992:39 y ss.), la asunción y propagación de tales códigos de conducta a través de los nuevos deportes debió de ejercer una función ideológica y pacificadora muy importante y útil en el proceso civilizador de una Inglaterra sacudida a lo largo del siglo XVII por grandes tensiones y violentas revueltas sociales.
Asimismo, como indican algunos autores (Bordieu, 1993:71; Barbero González, 1993:14 y ss.; Dunning, 259...), la forma en que se concibió, desarrolló y difundió el deporte en las Publics Schools constituyó una poderosa forma de introducir determinados valores y actitudes entre los hijos de las elites sociales destinados a ocupar en el futuro importantes puestos dirigentes del país. Para Bordieu (1993:65), incluso dentro de estas escuelas los valores asociados al deporte (instrucción, carácter, fuerza de voluntad...) eran más y mejor considerados que los estrictamente escolásticos (inteligencia, cultura, educación...), y servían para distanciar y desprestigiar a éstos últimos, más propios de otras fracciones de la clase dominante o de otra clase (como los grupos intelectuales de la pequeña burguesía o los hijos de los profesores).
Por otra parte, también se ha de tener en cuenta el hecho igualmente apuntado de que la organización y desarrollo del deporte moderno se realizó a través de los clubs, asociaciones exclusivas surgidas en el siglo XVIII a partir del derecho de los caballeros a reunirse libremente (Elias, 1992:53). En el marco de estas asociaciones tuvo lugar la regulación de la práctica deportiva en un ámbito supralocal, organizando competiciones, constituyendo comités para la creación y modificación de las reglas, estableciendo organismos de supervisión para el cumplimiento de las mismas, designando árbitros y jueces..., hasta llegar a la integración de los clubes en niveles superiores de organización de ámbito nacional (Elias, 1992:54). Esta forma de desarrollo permitió un control total sobre el modo y la forma en que la actividad deportiva debía llevarse a cabo, incorporando, lógicamente, los valores, actitudes y estilos de vida de las elites sociales que presidían y formaban parte de dichos clubes y que contemplaban o participaban en el desarrollo de las competiciones.
En este sentido, no parecen existir dudas sobre el hecho de que en su fase inicial el deporte moderno no estaba al alcance de todas las clases sociales, sino que se constituyó como una actividad modelada para satisfacer las necesidades de entretenimiento y mejora físico-psíquica de las clases altas (Cazorla Prieto, 1979:144). Tampoco parece haberlas sobre la idea de que la práctica deportiva y el desarrollo del deporte contribuyeron en dicho periodo a la reproducción del orden social y de la ideología dominante, aún cuando determinadas manifestaciones deportivas llegaran también hasta la pequeña burguesía.
Es posteriormente, cuando el deporte comienza a extenderse y a profesionalizarse nutriéndose de las capas sociales medias y bajas de la población, a lo largo del desarrollo industrial, cuando las clases más poderosas económica y socialmente no sólo trataron de establecer, como ya se ha señalado, un espacio restringido de práctica deportiva de alto nivel bajo la forma de deporte amateur, con un código de valores, actitudes y conductas específico, sino que también abandonaron las modalidades deportivas abrazadas por los trabajadores refugiándose en otras (golf, polo, tenis, hípica...) cuyos requerimientos para la práctica de las mismas fueran prácticamente insuperables para los miembros de las clases trabajadoras (Bordieu, 1993:79) y permitieran conservar y reproducir los códigos de conducta y estilos de vida propios de su clase.
Desde otra perspectiva, uno de los aspectos donde se puede apreciar con mayor claridad el modo en el que el deporte ha actuado y actúa como un instrumento de reproducción ideológica es el de la relación entre la mujer y el deporte. Puede afirmarse rotundamente que el deporte moderno surgió, se organizó, se desarrolló y se difundió como una práctica exclusivamente masculina. De hecho, la exaltación de la "virilidad", la "hombría", el "coraje", y el "carácter", como aspectos propios de la práctica deportiva, ha determinado que tales aspectos constituyan las características más valoradas en el deporte desde sus orígenes, y su manifestación una de las cualidades más apreciadas de los deportistas. Por ello mismo, también puede decirse que el deporte ha sido y es, en palabras de Hargreaves (1993:123) "... una fuente importante de discriminación sexual y el deportista es el foco simbólico del poder masculino".
En términos generales puede decirse que la histórica existencia y persistencia de esta segregación de la mujer en el deporte se ha basado en las creencias y discursos tradicionales sobre el papel social de las mujeres orientado al matrimonio y a la maternidad, así como sobre los valores, actitudes y modos de conducta que son propios del sexo femenino, radicalmente opuestos a los que debían caracterizar a la actividad deportiva. Pero además, desde el terreno específico de la práctica del deporte también se han esgrimido otros argumentos como, por ejemplo, la pretendida inferioridad biológica7, la esencialmente diferente psicología femenina -que refuerza la idea del deporte como dominio "natural" de los hombres-, y los supuestos peligros para la maternidad que pueden derivarse de una actividad física intensa (Hargreaves, 1993:122,129). Desde esta perspectiva, uno de los aspectos que más llaman la atención lo constituye el que, como expone Hargreaves (1993:115 y ss), estos discursos-ideas han sido asumidos e interiorizados por la inmensa mayoría de las propias mujeres de manera acrítica, contribuyendo así ellas mismas al mantenimiento y reproducción de la ideología que subyace en tales discursos y de su hegemonía a lo largo del tiempo.
Si bien, como consecuencia de la revolución y desarrollo industrial y de la lucha por la liberación de la mujer que tuvo lugar de forma paralela en dicho proceso, pueden encontrarse casos de participación femenina en el deporte a finales del siglo XIX y principios del XX, no es hasta mediados de dicho siglo cuando la participación deportiva de las mujeres comienza a incrementarse de manera significativa, acelerándose en los últimos tiempos. No obstante, esta integración no puede considerarse de manera igualitaria en relación con su equivalente masculino ni cuantitativa ni cualitativamente, por lo que tampoco puede decirse que la segregación femenina en el deporte haya desaparecido, siendo, más bien, una forma de segregación más sutil y más acorde con los tiempos.
En efecto, la incorporación de la mujer a la práctica deportiva tuvo lugar inicialmente en las modalidades que podían ser más apropiadas a su "especial" naturaleza biológica y psicológica (patinaje, tenis, esquí...) para posteriormente irse ampliando con otras del mismo tipo, llegando a crearse modalidades exclusivamente femeninas (como es el caso de la gimnasia rítmica y de la natación sincronizada). La mayor parte de tales modalidades fueron dando lugar a una forma de práctica deportiva en la que el elemento estético tenía una gran importancia, en la que se reforzaban los aspectos más característicos de lo que se ha llamado "feminidad" (flexibilidad, gracia, equilibrio, coordinación...) y, sobre todo, en la que no existía una confrontación directa con contacto físico entre las participantes. Aunque en la actualidad la participación deportiva femenina se extiende a modalidades muy distintas a las expuestas en el párrafo anterior, todavía el deporte constituye un instrumento que cumple funciones de segregación y de reproducción ideológica en este sentido.
Respecto a las relaciones entre el deporte y el mundo del trabajo, tal y como se ha venido exponiendo, el desarrollo y difusión del deporte se encuentra muy vinculado al proceso de industrialización que tuvo lugar en Europa y en los Estados Unidos, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, y a todo lo que él implicó (urbanización, transporte, medios de comunicación...). En lo que se refiere al acceso de la clase trabajadora a la práctica deportiva, éste comienza a producirse según van mejorando sus condiciones laborales y su bienestar económico. En este sentido conviene tener en cuenta que, como apunta Cazorla Prieto (1979:144), la expansión industrial tuvo lugar a expensas de los trabajadores -entre los que se contaban las mujeres y los niños- que tuvieron que soportar jornadas de trabajo excesivamente duras y de larga duración, lo que no proporcionaba, precisamente, unas condiciones favorables para que éstos pudieran sentirse atraídos por la práctica de los nuevos deportes.
A grandes rasgos, puede decirse que la difusión y expansión del deporte en las sociedades urbanas industrializadas tiene lugar a partir de su organización en clubes y asociaciones deportivas locales, y de su integración en otras instituciones de ámbito supralocal, nacional e internacional, siguiendo el camino trazado por las elites sociales tiempo atrás. Respecto a esta forma organizativa, son ilustrativas las palabras de Thomas Arnold cuando señalaba que "... el mundo del deporte es un microcosmos, una miniatura de la sociedad humana. Una asociación deportiva es una sociedad en pequeño; un equipo de fútbol, un diminuto ejército..." (en Cazorla Prieto, 1979:68), lo que da una idea del grado de jerarquización y disciplina con que desde sus inicios se concibe el espacio deportivo moderno, tanto en su dimensión organizativa como de práctica. En efecto, a medida que las asociaciones y clubes van creciendo, organizándose e integrándose en estructuras superiores, y dando lugar a la aparición de instituciones deportivas, van reproduciendo por imitación las formas de organización y funcionamiento del modo de producción capitalista.
Así, en el ámbito privado, los clubes comienzan a organizar sistemas de competiciones y campeonatos de diversa duración, de ámbito local, regional, nacional e internacional; compiten entre sí para la obtención y acumulación de sus objetivos deportivos (el éxito, la victoria, el récord, la clasificación...) equiparables a los objetivos comerciales, y para la "adquisición" de los mejores deportistas y técnicos en el mercado deportivo (Brohm, 1993:48); van jerarquizando sus estructuras, en las que aparece el grupo dirigente, que provee de capital, el equipo técnico, encargado de las estrategias, y los deportistas, que llevan a cabo el trabajo en el terreno de juego.
Esta correlación estructural, organizativa y funcional que puede establecerse en muchos aspectos entre las instituciones deportivas y las organizaciones comerciales y empresariales se extiende también a la esfera de los valores, actitudes y conductas. La llamada "revolución industrial" no sólo supuso un cambio en los medios de producción y un gran desarrollo de la industria y la economía, sino que también llevó aparejado una gran transformación en todos los ámbitos de la vida social y cultural entre los que se incluye el deporte. Concebido como práctica de clase, con un carácter recreativo y amateur, su crecimiento y popularización en el seno de la sociedad industrial tuvo lugar incorporando los valores, actitudes y formas predominantes de entender la vida en dicha sociedad, lo que fue uno de los aspectos determinantes en la orientación profesional o "pseudo-amateur" del deporte. En este sentido, si, por un lado, desde el mundo empresarial y laboral se fueron imponiendo ideológicamente valores tales como productividad, audacia, competitividad, trabajo en cadena, dedicación absoluta..., en el ámbito del deporte centrado en la competición comenzaron a ser valorados aspectos tales como la eficacia, la agresividad, la capacidad de sacrificio y de lucha, la disciplina, el rendimiento, el trabajo en equipo, el espíritu de entrega..., en coherencia con las nuevas formas de entender las relaciones socio-económicas.
En otras palabras, el deporte, como concepto y como práctica, se desarrolla, organiza y funciona de manera análoga a la sociedad industrial, contribuyendo a que los individuos que forman parte de la misma asuman de manera acrítica sus principios y valores, como característicos de un orden natural que fundamenta la existencia social. Así, puede decirse, en el mismo sentido que señalan Brohm (1978:20 y ss.) y Laguillaumie (1978:40 y ss.), que los pilares del deporte moderno se van construyendo durante el proceso de industrialización en torno a factores tales como la competición sistemática (competencia mercantil), como esencia de la práctica y como valor de progreso; la selección y clasificación (jerarquía y promoción social), como medio de situar a cada individuo en el lugar que le corresponde en cada momento según su aptitud; la cuantificación de los resultados (objetivación de la ganancia y la medida), como forma objetiva de valorar el trabajo efectuado y de compararlo; el rendimiento (maquinismo industrial), como principio de valoración del progreso y de la inversión realizada; y la especialización, subsidiaria del principio de rendimiento, como forma de obtener más y mejores resultados.
Asimismo, la progresiva alienación del deportista puede considerarse como otro de los pilares que fueron sustentando la práctica deportiva centrada en la competición y el rendimiento, en cualquiera de sus niveles. Cabe establecer dicha alienación desde una triple perspectiva: desde la organización deportiva, desde el equipo técnico y desde la propia actividad. Efectivamente, como apunta Laguillaumie (1978:44 y ss.), conforme se va desarrollando y organizando el aparato deportivo en estructuras cada vez más complejas, el deportista se va convirtiendo en el apéndice de una superestructura cuya finalidad y resortes internos no puede controlar. La burocracia deportiva no sólo fue controlando el proceso y las condiciones de adscripción y de movilidad entre los distintos clubes sino que también fue sometiendo al deportista a conductas restrictivas de diverso tipo (imagen física y moral, aislamiento en concentraciones, contenido de las declaraciones públicas...). Respecto al equipo técnico, el deportista debía someterse a la autoridad de su entrenador, aceptando sus decisiones la mayor parte de las veces de manera acrítica y disciplinada, frecuentemente con el convencimiento de que tal actitud es lo mejor para él y para su equipo o club. Finalmente, la propia actividad deportiva termina siendo realizada de manera rutinaria y mecanizada, convirtiéndose en una necesidad guiada por la lógica deportiva que conduce a un estilo de vida difícilmente sustituible. En resumidas cuentas, el deportista se fue configurando como una persona que no se pertenecía a sí misma, cuya actividad dejaba de ser propia, libre y espontánea, y que acaba dejando que la mayor parte de las decisiones sobre su vida profesional fueran tomadas por otros.
En lo que se refiere a la aparición de manifestaciones deportivas en forma de espectáculo, en la Inglaterra del último tercio del siglo XIX ya existían competiciones importantes (tenis, fútbol, remo...), aunque la asistencia y participación en las mismas no era multitudinaria y se reducía a determinados círculos sociales (Cazorla Prieto,1979:134). En el mismo período, en los Estados Unidos tales manifestaciones tuvieron lugar sobre todo en las Universidades, aunque gradualmente comenzaron a surgir torneos deportivos en otros ámbitos más populares (Mandell, 1986:196). Podría decirse que el comienzo y crecimiento del deporte, como espectáculo de masas, tuvo lugar a partir de los Juegos Olímpicos de 1908 realizados en Londres, donde se llevó a cabo, por primera vez, un gran despliegue de publicidad y de recursos (Mandell, 1986:215). Si bien tales hechos pueden considerarse también como favorecedores de la aparición y crecimiento de lo que hoy se conoce como mercado deportivo, lo cierto es que su inicio ya había tenido lugar, de manera incipiente, a través de la comercialización de artículos deportivos en los Estados Unidos de América a finales del siglo XIX, de manera paralela al desarrollo de los medios de transporte y de comunicación (Mandell, 1986:194). La mercantilización de la figura del deportista y del espectáculo deportivo, con fines comerciales, publicitarios o propagandísticos, tal como se entiende en la actualidad, y con todo lo que ello implica desde el punto de vista del ciudadano como "consumidor de deporte" y del desarrollo de las técnicas publicitarias, es un fenómeno que como tal comienza a darse sobre todo a partir de la segunda mitad de este siglo.
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