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Las multitudes deportivas: analogía entre rituales deportivos y religiosos
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 6 - N° 29 - Enero de 2001 |
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Un vendedor de amuletos en Nápoles, donde yo trabajé, un amuleto que llevan los hinchas, tenía una gran inscripción sobre su mesa, que decía, "no es cierto, pero creemos". Es un poco como Benedetto Crocce, que pensaba que el mal de ojos no existía pero creía de todos modos. En el fondo, todas estas conductas de los hinchas surgen de aquello de "yo se muy bien eso, pero... ¿quién sabe?. Nunca se sabe. Después de todo eso puede ocurrir". Podemos decir aquí que se trata de creencias semiproposicionales. Los jugadores y los hinchas crean a su vida propiciatoria como los griegos a sus dioses, es decir, en forma menor, pero como los romanos, son religiosi, es decir, son formalistas y escrupulosos en sus prácticas para dominar la suerte. Entonces cometeríamos un error de tomar estos microrituales como moneda corriente, de creer estos rituales como instalados en una fe indiscutible. En realidad se cree menos de lo que se practica.
Y las distancias con el ritual también forman parte del ritual, en que los jugadores son la delantera y los arqueros, los que se encuentran mas vigilantes para dominar el destino; sus acciones son decisivas y su fortuna, su suerte, que lo lleva a devenir un héroe o transformarse en cero total, pende de un hilo. Un ejemplo de esto: trabajé mucho sobre Bernard Lacombe, que fue un delantero del equipo de Francia desde 1973 a 1984. Las vísperas de cada partido, se hacía rascar la espalda con un guante especial por su mujer y por sus hijos. Durante la noche ponía sus zapatos a los pies de su cama. .Al llegar a la cancha, según sus propias palabras, "hacía su pequeño ritual". Se instalaba siempre en el mismo buen lugar del vestuario, abría su bolso donde tenía una pequeña estatuilla que le había ofrecido un cojo. Una forma de conjurar la posibilidad de transformarse en cojo. También tenía un frasquito con agua de Lourdes, siempre se ponía el misma camiseta y masajeaba las zapatillas antes de ponérselas. Llegado el momento, tomaba el túnel que salía al césped acompañado por su hijo que le tenía la pierna, le sostenía la pierna. En el centro del terreno antes de comenzar el partido hacía el signo de la cruz con su pie. Sin embargo, Bernard Lacombe es un individuo perfectamente racional, que es actualmente el director técnico de un equipo de Lourdes. Este es un ejemplo entre muchos otros que se pude analizar.
Existen otras conductas de esta naturaleza que merecerían reflexión, como por ejemplo, el status del pelo en la concepción de los jugadores. Los jugadores tienen la costumbre de dejarse crecer la barba, de no afeitarse, en ocasión de un ciclo de partidos durante una copa y quieren manifestar a través de este comportamiento salvaje colectivo, el enardecimiento y el carácter belicoso. Pero esta práctica también es un eco del llamado "complejo de Sansón", una rica variación sobre el pelo de la mostración y demostración de la virilidad. Se conoce que el héroe bíblico, que fue afeitado por Dalila, que lo había hecho dormir en su regazo, perdió su fuerza y no recuperaría esa fuerza sino cuando su cabello volviese a crecer. Acá hay una vinculación simbólica entre corte o afeitada y castración simbólica. Y existe está vigilancia escrupulosa esta vinculada al pelo del mismo modo que al esperma en la medida en que también muy frecuentemente los jugadores de fútbol bajo las indicaciones del entrenador no tienen relaciones sexuales antes de los partidos como si esto fuese un gasto energético que influiría en el desarrollo del partido. Yo, como soy un positivista, fui a informarme con un dermatólogo, y con fisiólogos, para saber en qué medida estaban bien fundadas estas creencias, en la relación que el impulso nervioso y el pelo pueden tener con el rendimiento de esos jugadores. Eso no está confirmado por el saber dermatológico. Del mismo modo, como el gasto sexual que correspondería al de un corredor de 40 metros con obstáculos, lo que nunca mató a nadie. Hay una serie de creencias, entonces, que están vinculadas al rendimiento en el partido de fútbol. Por otro lado podemos ver que los jugadores de rugby no hacen tanta economía de su esperma: interrogando a un jugador de rugby, que participa de otra cultura, me dio la impresión que no tenía la misma vigilancia.
Entonces, diríamos que estamos acá frente a compartimentos simbólicos, del lado de los hinchas mas fanáticos, se presta la misma tensión ritualista, a su equipamiento. Algunos entre ellos no se desplazan nunca, es un elemento emblemático de su club, echarpes, bufandas, lapiceras, medallas, etc. Cerca de un partido importante llevan siempre consigo, ropa interior con los colores de su equipo, brazaletes de fetiches para influir la suerte. Entonces, acá tenemos también una serie de prácticas rituales que se orientan a conjurar lo aleatorio. Al lado de estas prácticas a las que Frazer llamaba la "ley de similitud", asociación entre un emblema y un éxito, hay conductas propiciatorias que están vinculados a un registro oficial, o periférico de la religión católica. El observador, es decir los hinchas, invocan la protección en todo momento de Dios y los Santos. Hace unos días vi que un cura bendecía al equipo de Colombia antes de su partido contra Uruguay, y el rito fue eficaz. Los napolitanos en la década de su esplendor, a fin de los años '80, invocaban a la protección de San Genaro, mientras que en el comienzo del match, en el estadio San Paolo en Nápoles, un jettatore bendice en forma bufonesca a los jugadores y a los hinchas con un incensario.
Es decir todos los ritos propiciatorios son puestos en obra por los hinchas mas fervientes, ó por los responsables más fervientes. Yo recuerdo al presidente del club de Pisa que ponía siempre sal detrás del arco de su equipo para protegerlo. En el contexto sudamericano, ustedes conocen mejor, pero sobre todo en el africano, algunos brujos pueden participar en estos mecanismos de control del destino. Recuerdo un match, que perdió su equipo ante Camerún en 1982. Los peruanos se encargaron de tirar la suerte, de echar la suerte, declaraban que "nuestros cánticos y nuestras canciones derrotaron a los maleficios de los brujos de Camerún, que arrojaban las fotos de nuestros jugadores en un baño de sangre de una gallina negra degollada", "nosotros habíamos cortado con la ayuda de una espada de acero, la tapa del cráneo de los jugadores de Camerún cuyas fotos estaban a nuestro alcance".
Este florilegio de tácticas propiciatorias parece confirmar este paralelo entre el ritual religioso y el match de fútbol. El estadio aparece como una encrucijada abarrotada de creencias que provienen de los horizontes mas diversos, una especie de "junta-ritos" donde se van agregando a modo de un bricolaje sincrético todas las costumbres disponibles para conjurar el mal. Esta religiosidad fragmentaria da testimonio para aquellos que la practican, de que el lugar del sentido, el encadenamiento de causas y efectos, está parcialmente fuera del hombre. Pero hay que subrayar la fragilidad de estas creencias; no todas las comparten, e incluso aquellos que la respetan, permanecen escépticos respecto a su eficacia. Jules Renard hacía decir a uno de sus personajes : "yo no entiendo nada de la vida, pero es posible que Dios pueda entender algo".
Estas creencias que hemos dicho semiproposicionales, balanceándose entre la gravedad y la parodia, podrían tener el efecto de una especie de una engañifa litúrgica, si se las tomase al pie de la letra. Lo que es interesante es ver como estas prácticas propiciatorias son tributarias de creencias instituidas y revelan por eso mismo el carácter híbrido de las religiosidades seculares que están adosadas a las religiones existentes. Se toma en préstamo, se adapta o se mimetizan los ritos y es también con el sello del sincretismo y la religiosidad mimética que están marcadas las prácticas de concentración y veneración en el mundo del fútbol. Acá no falta ni el material litúrgico ni las estatuas de los santos ni los altares, ni las reliquias, ni las palabras sacramentales. Las copas que son llevadas por los jugadores tienen la forma de un cáliz. Existe la misma ósmosis (donde el fervor le disputa a la parodia) , en la fabricación del culto de los ídolos. Fue en Nápoles donde esta hibridación fue mas ostensible cuando se canoniza a Maradona en ocasión de la fiesta del Scudetto en 1987. Los tifosi, los hinchas del Nápoli, realizaron una mezcla de San Genaro y Armando, San Genarmando. San Genaro es el patrono de la ciudad y Armando es Maradona, que estaba compuesto, éste, por un busto del patrono de la ciudad que tenía por cabeza, la cabeza de la vedette. Los habitantes del barrio "La Sanita" organizaron una procesión en su gloria similar a la que llevan adelante en honor a la Madonna De L'Arco. La única variante es que el objeto del cortejo, la efigie del campeón reemplazaba a la Virgen, en el mismo barrio popular se levantó un altar donde el icono que representaba al jugador estaba rodeado con cortinas azules y blancas, ahí, Argentina y Nápoles se aproximaban ya que los colores son los mismos del club Nápoli y de la Argentina y este altar estaba naturalmente adornado con flores. Evidentemente esta maradonamanía del Nápoles constituye un nivel superior de la liturgia, una forma excepcional de la liturgia que está sobreaumentada por la exageración paródica para la cual, los napolitanos son campeones.
Pero la vida devota de los hinchas conoce de repente accesos de fervor de culto. Algunos transforman el interior en una especie de altar doméstico donde se entremezclan fotos, emblemas, reliquias. Cualquiera sean los matices, todas estas actitudes, dan testimonio de una religiosidad que toma muchos elementos en préstamo de los códigos tradicionales de la devoción y que están modulados por supuesto en intensidad según las distintas categorías de hinchas.
Existe, tanto en los estadios como en las iglesias, una escala de la vida devota desde fanáticos prestos a la violencia si se pone en cuestionamiento sus ídolos, o los practicantes ocasionales cuyo fervor es mucho más reducido. Algunos entonces asisten a un partido como a una misa, del mismo modo que otros asisten a una ceremonia religiosa como a un espectáculo. Acá hay algunos rasgos y hechos donde la convención convergente parece levantar la duda que podríamos alimentar a propósito de la naturaleza ritual de los partidos de fútbol. Sin embargo, existe un cierto número de distancias entre una ceremonia religiosa y este tipo de espectáculos. Yo querría insistir sobre estas distancias. Lo que se obtiene cuando uno examina un partido de fútbol es que la religiosidad futbolística se declina en un modo bien particular. La gravedad, que frecuentemente rodea a las ceremonias religiosas está directamente unida, vinculada a lo cómico y lo irrisorio, lo dramático está directamente vinculado a lo paródico y la creencia al escepticismo, la adhesión a las distancias, el ritual con el show, la obligación moral de apoyar a los suyos con la voluntad individual de pasar un buen momento. Y además aquí la trascendencia, no aparece sino entre paréntesis.
Lo que es muy notable aquí es que si el partido de fútbol aparece estructurado y se descompone en operaciones codificadas, ejecutadas por los oficiantes y los asistentes y no existe acá ningún cuerpo de explicación mística, que de cuenta explícitamente del sentido de cada uno de estos actos tal como es el caso de los rituales religiosos. Entonces estamos frente a un status híbrido, los participantes no categorizan como ritual este momento fuera del tiempo, contrariamente a una ceremonia religiosa, en la que uno es perfectamente consciente. Se trata entonces de un ritual que no es reconocido como tal por sus participantes, de un ritual sin exégesis, que hace más que lo que dice. Que no dice y no se dice y que, para retomar la fórmula de Levi-Strauss, se piensa en la cabeza de los hombres a pesar de ellos, secretamente. Pero ¿con qué fin? De un ritual nosotros esperamos que nos recuerde el sentido último de la existencia, que nos hable del más allá, que asegure nuestra salvación, que nos favorezca en nuestro futuro. Ahora bien, esta representación trascendente del mundo, de las causas primeras en los fines últimos y aún, la búsqueda de una transformación profunda de nuestra vida, están aquí ausentes. Inversamente a las religiones seculares, por ejemplo, de los mesianismos políticos que nos anuncian una salvación, aquí abajo, en un futuro no muy lejano, el fútbol no lleva consigo ninguna promesa de porvenir radiante. Pero sí no nos explica para nada de donde venimos y hacia donde vamos, nos muestra quienes somos consagrando y teatralizando los valores fundamentales que modelan nuestra sociedades. Las identidades que compartimos y que soñamos, la competencia, la performance, el rol de la suerte, de la injusticia, en el camino de una vida individual y colectiva. Al fin y al cabo si el match de fútbol, mucho mas que muchos otros agrupamientos convergentes, testimonia y actualiza la continuidad de una experiencia colectiva es porque combina cuatro características fundamentales, raramente reunidas en manifestaciones vecinas en apariencia. Condensa los principales valores de nuestro tiempo. Confrontándonos a nosotros y a los otros, hacen dialogar a lo singular y a lo universal. También permite al grupo explotar lo cotidiano, de celebrar representándose a si mismo en las tribunas y en el terreno. Y poco importa si el fútbol nos gusta o no nos gusta, que se esté en el estadio o no se esté en el estadio, estamos obligados a saber que existe un gran partido de fútbol y aún si se detesta este deporte, no se puede ignorar que existe un partido a una tal hora del día que moviliza a una gran masa enfervorizada.
Por último, el cuarto rasgo de este tipo de espectáculo se presta para una pluralidad de lecturas desde la exaltación patriótica hasta la glorificación del trabajo de equipo. A una pluralidad de reacciones emocionales desde la angustia al reír, de los modos de participación que van desde el aguante en la tensión menor y creo que por su plasticidad, por su estructura paradojal no es ni un simple espectáculo ni un ritual reconocido. Simboliza sin duda un período de la historia donde están mezcladas las referencias clasificatorias de las formas de la vida colectiva, donde se crea entre espectáculo y ritual un nuevo genero de ceremonias. En el caso de un gran partido de fútbol se trata del hecho social total por excelencia del mundo contemporáneo, un acontecimiento que conmociona al conjunto de la sociedad y cristaliza las dimensiones mayores de las experiencias individuales y colectivas.
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revista digital · Año 6 · N° 29 | Buenos Aires, enero de 2001
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