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Un juego exclusivo de mujeres: las Birllas de Campo (Huesca). Proceso de
deportivización del juego tradicional
Inma Canales Lacruz

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 5 - N° 25 - Setiembre de 2000

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    La desintegración de la casa tradicional va adecuar una nueva organización de los roles de género, que en antaño se hospedaban en el dominio patriarcal. El protagonismo del hombre va a sucumbir ante la participación cada vez más presente de la mujer en el mercado laboral. Esto repercute en una nueva concepción de la condición de género; a la mujer no se le relaciona exclusivamente a un rol doméstico, sino que, su participación extradoméstica es una realidad, en la que florece del anonimato que le había ensombrecido, en la penumbra, como el ápice oculto del varón.

    Ante esta situación nada favorable, la emigración ha supuesto una salida para la juventud femenina, infundidas por las madres que deseaban una mejores condiciones de vida para sus hijas, liberándolas de un futuro incierto que se tornaba gris y desesperanzado. Una transmisión negativa al tradicional rol asignado al género femenino en cuanto a la vida doméstica, que les estimulaba a aventurarse al mundo laboral fuera del sector agrario. La emigración de la juventud femenina provocará un progresivo envejecimiento de la población pirenaica, abriendo una nueva problemática social en el ámbito pirenaico, la situación afectiva, económica... de la ancianidad de esta zona.


6. Proceso de deportivización en el juego de las birllas. Nueva realidad en torno al juego de las birllas

    Vistas las transformaciones sufridas por los sistemas de producción en las localidades altoaragonesas, es fácil pensar que el juego de las birllas está modificándose a la velocidad que establece el nuevo panorama socioeconómico. "Ya es bien sabido que toda manifestación del folklore va cambiando a través del tiempo, y que estos cambios no se producen de una manera etérea, sino que detrás de ellos siempre habrá la responsabilidad concreta del agente humano" (Martí, J., 1996, pág. 193)1.

    Para entender este proceso rescatamos la tesis de J.M. Bhrom (1982) en cuanto al deporte como producto del capitalismo, poseedor de sus mismos cimientos, causa por la que va a ser aceptado e integrado por el total de la población.

    El fenómeno deportivo actúa con la fuerza alentada por el arsenal de valores sociales y culturales que configuran su composición, fiel reflejo de la sociedad contemporánea. El deporte como integrante de la cultura puede considerarse así mismo como un tipo de cultura específica. Esta manifestación popular es un producto de mercado, una fuente de moralidad que interviene sobre la población como ente socializador, arrastrándola hacia el torrente consumista. Hijos de la cultura deportiva (Lagardera, F., 1990) actuamos en connivencia con las costumbres propias de la sociedad, amoldando nuestros gustos y deseos a los cánones establecidos. En consecuencia, el deporte va a someter al universo de actividades físicas a un proceso de aculturación, drenándolas de las estructuras básicas que lo construyen. Proceso racionalizador que consiste en someterlas a un férreo proceso regulador y estatutario.

    Hubo unos años en los que casi se dejó de practicar el juego de las birllas, cuyas causas principales se pueden resumir en dos:

  • el movimiento migratorio que desoló los pueblos pirenaicos dio como resultado la disminución del número de habitantes

  • una mejora general de la calidad de vida que afectó a este entorno, provocó una mayor opción de actividades lúdicas.

    Vistas las transformaciones sufridas por los sistemas de producción en las localidades altoaragonesas, es fácil pensar que el juego de las birllas está modificándose a la velocidad que establece el nuevo panorama socioeconómico. "Ya es bien sabido que toda manifestación del folklore va cambiando a través del tiempo, y que estos cambios no se producen de una manera etérea, sino que detrás de ellos siempre habrá la responsabilidad concreta del agente humano" (Martí, J., 1996, pág. 193).

    Para entender este proceso rescatamos la tesis de J.M. Bhrom (1982) en cuanto al deporte como producto del capitalismo, poseedor de sus mismos cimientos, causa por la que va a ser aceptado e integrado por el total de la población.

    El fenómeno deportivo actúa con la fuerza alentada por el arsenal de valores sociales y culturales que configuran su composición, fiel reflejo de la sociedad contemporánea. El deporte como integrante de la cultura puede considerarse así mismo como un tipo de cultura específica. Esta manifestación popular es un producto de mercado, una fuente de moralidad que interviene sobre la población como ente socializador, arrastrándola hacia el torrente consumista. Hijos de la cultura deportiva (Lagardera, F., 1990) actuamos en connivencia con las costumbres propias de la sociedad, amoldando nuestros gustos y deseos a los cánones establecidos. En consecuencia, el deporte va a someter al universo de actividades físicas a un proceso de aculturación, drenándolas de las estructuras básicas que lo construyen. Proceso racionalizador que consiste en someterlas a un férreo proceso regulador y estatutario.

    Hubo unos años en los que casi se dejó de practicar el juego de las birllas, cuyas causas principales se pueden resumir en dos:

  • el movimiento migratorio que desoló los pueblos pirenaicos dio como resultado la disminución del número de habitantes

  • una mejora general de la calidad de vida que afectó a este entorno, provocó una mayor opción de actividades lúdicas.

    Consecuentemente, el protagonismo de las birllas se fue difuminando por la aparición de otras alternativas que ocupaban progresivamente el tiempo libre. Su recuperación coincidió con el auge del regionalismo aragonés, en el que germinó un interés generalizado sobre aquellos aspectos que otorgaban identidad a la cultura aragonesa. "Se intenta rescatar la tradición para justificar la validez actual de una diferencialidad étnica, para dotar con nuevas facetas de dimensión histórica a las colectividad, (...) y, de manera más prosaica, también se desentierra la tradición para ofrecerla como producto comercial o bien para promocionar turísticamente el país que representa" (Martí, J.,1996). La llegada a Campo de varios estudiosos de los juegos tradicionales aragoneses resultó ser el estímulo suficiente para incitar a la población femenina hacia las birllas, que dormitaban junto al polvo y las telarañas en el arca de los recuerdos.

    Desde su creación en 1982 la federación aragonesa de juegos tradicionales ha ido incorporando sucesivamente diversos juegos autóctonos de esta comunidad. La función de esta entidad consiste en homologar y estandarizar estas prácticas, creando un reglamento, al unísono que se organizan competiciones, siempre con el objetivo de potenciar estos juegos y divulgarlos.

    Tras el letargo al que se sumió el juego, resurgió bañado de la influencia inevitable del deporte. Esta influencia observable en la introducción de campeonatos, que en forma de liga por equipos enfrentaba a las calles en las que se jugaba a las birllas. Pero este enfrentamiento entre calles provocó una excesiva competitividad, y creyeron conveniente prescindir de este tipo de oposición, por las consecuencias negativas que pudiese ocasionar una extremada rivalidad, caldo de cultivo perfecto en el que originar discusiones y rencillas que fragmentase al grupo de jugadoras. La solución pertinente la encontraron en la división de equipos mediante sorteo, efectuado anualmente, y de esta forma, lograban mayor cohesión de grupo al mezclarse jugadoras de distintas calles, donde todas juegan con y contra todas. Como no son un número muy elevado de mujeres las que juegan, siempre evitan en lo posible cualquier motivo que cause malestar, porque lo verdaderamente importante es la continuidad del juego.

    Otro de los aspectos que ha introducido el campeonato ha sido las frecuentes salidas efectuadas hacia distintas localidades en las que realizar partidas de exhibición, ya que el enfrentamiento con otros pueblos no se puede dar, porque las reglas del juego son exclusivas de la localidad de Campo. Estas visitas a otros enclaves son recibidas por las jugadoras de buen agrado, significa una jornada en grupo de carácter lúdico, con unas gentes que las tratan afablemente. El poder compartir y transmitir el tesoro de las birllas les enorgullece notablemente, presencian cómo la más significativa de sus manifestaciones culturales es vehículo de convivencia, una excusa para entablar relaciones con diferentes poblaciones que poseen una sensibilidad positiva hacia la cultura tradicional. Las birllas dejan de ser patrimonio único de Campo, y se hermanan con cualquier destello de ilusión para el conocimiento de otra cultura.

    La exhibición más significativa resultó ser la llevada a cabo en Barcelona para las Olimpiadas de 1992, en la que una representación de las mujeres de Campo participó en las actividades dedicadas a los juegos tradicionales de la geografía española. En la experiencia de las informantes afortunadas que asistieron al importante evento, se aprecia las elevadas dosis de emoción y de orgullo que vivenciaron por representar a su pueblo natal, a través de una expresión autóctona como es el juego de las birllas.

    En épocas anteriores, cuando la autosuficiencia familiar estaba en vigencia, debido a que la mayoría de los trabajos se efectuaban manualmente, el tiempo disponible para destinarlo al recreo se reducía a los escasos días festivos y los domingos. Entre semana, a ninguna mujer se le hubiese ocurrido proponer una partida de birllas, el trabajo era sagrado, y sólo las tardes dominicales se podían destinar para tales distracciones. Por contra, la actitud ante los días de fiesta obligaba a la inactividad total sobre las tareas diarias, "hay tres días en el año que relucen como el sol; Jueves Santos, Corpus Crhisti y el día de la Ascensión. Como decía mi abuela, son tres de fiesta en los que ni las golondrinas trabajaban ese día".

    Esto, añadido a la llegada en verano de las que residen fuera del pueblo, posibilita que el juego de las birllas sea un protagonista diario en las calles de Campo. Sobre todo es en agosto cuando el pueblo ve incrementada su población, sede del descanso estival.

    La juventud residente en la localidad de Campo está vivenciando unas condiciones de vida que le alejan irremediablemente de generaciones anteriores. Sometida a un proceso de construcción social en la que pierden los valores antiguos de transmisión de padres a hijos; los padres significan lo obsoleto, los abuelos, una necrología. Aunque en un mismo espacio, son hijos de un tempus distinto, extraños bajo la misma cultura.

    Extenuados por el yugo del capitalismo, presas del consumismo, la juventud renuncia de la tradición, porque lo tradicional con frecuencia se asocia a lo antiguo; a los viejos modos de vivir, de escasez de medios tecnológicos, escasez de tiempo de ocio,... Así lo veía Piedad: "Ahora a las niñas se les enseña jugar a las birllas y no quieren... les da como vergüenza porque son todo mujeres mayores".

    Ante la diversidad de posibilidades que ocupa el tiempo libre, el juego de las birllas es practicado exclusivamente por las más mayores, resultando excepcional la participación de alguna joven.

    En el pasado, cuando jugaban las madres de las informantes, resultaba condición necesaria apostar una perreta (cinco céntimos de cobre) para poder participar en el juego. La presencia perentoria de la apuesta condicionaba el grado de interés hacia el juego, resultando evidente pensar que, el riesgo en la apuesta incrementaba la tensión de las partidas. Directamente proporcional resulta el grado de intranquilidad y la cantidad a jugarse, por ello, se puede intuir el obstinado interés hacia el triunfo, debido al elevado valor que tenía una perreta en una situación económica en la que el dinero era un bien escaso. Con estos arduos deseos de victoria, el juego resultaba acotado para aquellas mujeres que no poseían tan cultivada habilidad que les permitiese ser admitidas en un juego riguroso y de gran rivalidad.

    Lo que resulta sorprendente, es el hecho de que en manos de la mujer se hallase el poder del dinero, y teniendo en cuenta la sumisión que le mantenía bajo los dominios del hombre. Es éste un valor que permitía conseguir aquellos enseres y productos necesarios, y que no eran obtenidos a través de una economía de autoconsumo, requiriendo este proceso una interacción con otras personas, normalmente en mercados, papel social que recaía sobre la figura del varón. Además de que en la casa tradicional, era el hombre el que conseguía tan preciado bien, ya fuese con su dedicación en empresas, o con su trabajo en alguna casa rica.

    De todas formas, aunque se relacione el dinero con la condición de género masculina, se debe recordar que era la mujer la que gestionaba, distribuía, calculaba y repartía los alimentos que día a día eran ingeridos por los integrantes de su familia, siendo lo suficientemente cauta, que le permitiese prever las posibles contingencias, teniendo siempre la solución adecuada para todo tipo de problemas. La mujer encargada de esta función tan transcendente para la continuidad de la casa, que como hábil gestora, era la que realmente controlaba su buen funcionamiento, aunque el reconocimiento social lo poseyese el hombre.

    Es ahora, en la forma de jugar actual, cuando la apuesta no tiene vigencia. La explicación a esta nueva situación se puede remontar a los años en que se recuperó, tras un periodo de tiempo en el casi se dejó de jugar. En la actualidad, existe una preocupación por el futuro de las birllas, ya que la juventud muestra desinterés por esta práctica. Ante este panorama un tanto desesperanzador, lo importante es que cualquier mujer se aproxime a las birllas, favoreciendo su integración a través de un esfuerzo colectivo. Por eso, ese ambiente tenso de antaño, en el que existía una fuerte oposición, está suavizado para favorecer la participación de las mujeres noveles. De esta forma, el juego está abierto a la mínima inquietud, eliminando en lo posible cualquier handicap que sea motivo de distanciamiento para las iniciadas.

    Resulta muy gratificante observar los constantes reforzadores y muestras de ánimo que dirigen a las más jóvenes, asesoradas constantemente por las veteranas que invierten gran interés hacia el proceso de aprendizaje. Además, desde el principio que se instauraron los campeonatos, la apuesta en las partidas de éste no era admitida, por tanto, este aspecto también se puede considerar como un motivo más que causó la retirada de la apuesta.

    El juego de las birllas como producto folklórico procedente de una tradición está sufriendo una transformación para adaptarse a los gustos y a las necesidades de un contexto que ha modificado sus costumbres y formas de vida. Lo que antes era una práctica usual inmersa en sus comportamientos y costumbres tradicionales, ahora se transforma en un símbolo de identidad social. Esta metamorfosis, la cual Josep Martí denomina proceso de dinámica folklorística, está enmarcado en tres fases diferenciadas:

  • el folklorismo detecta, encuentra una expresión cultural

  • el folklorismo modela esa manifestación cultural según sus necesidades

  • el folklorismo le otorga validez de ámbito geográfico, social o funcional, representando una función de acuerdo al nuevo marco sociocultural, que no corresponderá con el antiguo papel que desempeñaba.

    Con una vertiginosa desaparición de la cultura tradicional ante la implantación de unas formas de vivir adecuadas a un sistema capitalista, se fue instaurando una inquietud, cada vez más presente, impulsada notablemente a partir de los regionalismos, especialmente en Cataluña y País Vasco, por la recuperación del corpus folklórico que dotase de un sentimiento de identidad regional, desintegrado por un sistema socioeconómico sustentado en una cultura urbana, que prescindía de las formas tradicionales de vivir.

    Este interés por el folklore, supeditado a una cultura tradicional, aúna los esfuerzos por descubrirlo, conservarlo y divulgarlo en un contexto diferente, ante una población huérfana de sus raíces. El folklore se convierte en un instrumento comercial, manipulado para saciar la demanda de la sociedad urbana, impactándola profundamente, impregnándola, convirtiéndola en subordinada de su arsenal ideológico, "el deseo consumista de la gente de la ciudad, gente de la civilización, la gente desea descubrir a los montañeses de la leyenda después de haberlos convertido, después que éstos han aceptado la modernidad, les piden que desempolven los vestidos de calzón. Ahora sólo sirven para representar la historia de su pasado, para jugar a la tradición" (Comas/Pujadas, 1985).

    Por tanto, el folklorismo acicala el producto folklórico, lo extrae de su contexto y lo dispone hacia un discurso actual, convirtiéndolo en un producto de mercado. Este sucedáneo ya no pertenece a sus antiguas latitudes, es hijo de un nuevo ámbito cultural, bautizado y adscrito al entorno que le ha dado vida.

    Resultan muy criticables aquellos sellos de autenticidad que son concedidos a toda manifestación cultural que ha perdurado en el devenir del tiempo. Son posiciones puristas que alegan al inmovilismo de la cultura, ignorando que, los signos de variabilidad de una cultura son la afirmación de su continuidad. Opiniones que catalogan de no genuinas a todas estas versiones folklorizadas, indignas de su reconocimiento y desprestigiadas por su falsedad a lo que consideran auténtico.

    Realmente, nos debemos alejar de este tipo de debates por la disputa de lo que es y no es genuino, y dirigir las investigaciones hacia las causas que han promovido que un determinado tipo de manifestaciones culturales sean recuperadas y adaptadas a nuestros intereses, buceando en las nuevas funciones que ejercen en la sociedad contemporánea. El producto tradicional ha sido manipulado para sumergirlo dentro de un nuevo hábitat, por tanto, ya no pertenece a su anterior origen, sino que, posee una coherencia con el presente que le ha moldeado, reflejando los requisitos de una población ligada a un espacio y a un momento concreto. Analizar por tanto, ese nuevo valor folklorístico significa abordar el estudio de unas gentes que sienten, que vibran, que aman, que perciben la realidad con la particularidad que les otorga de ser un grupo poblacional concreto, íntimamente ligado a un espacio y tiempo.

    Esta búsqueda de la autenticidad de los fenómenos culturales es reflejo de la influencia del romanticismo, fuente de inspiración en la que se originó un apasionamiento hacia la cultura tradicional, inclinaciones que sólo eran compartidas por determinados sectores de la intelectualidad, en la que realizaban tareas de recopilación. Este espíritu de reconstruir un pasado que se difuminaba, fue configurando una idea inmovilista de las sociedades, omitiendo el dinamismo indispensable que denota avance y plena efervescencia de un grupo humano. En uno de los artículos de la antropóloga Dolors Comas (1995), especialista de la cultura pirenaica polemiza sobre la tesis de Violant i Simorra que desarrolla en su fundamental obra, El Pirineo español (1949), en la que cataloga a la cultura pirenaica de milenaria, un sentido que arraiga en el espíritu romántico, que idealiza el pasado y petrifica el presente.

    Dolors Comas aboga por la aceptación del proceso de transformación al que se están sometiendo los pueblos pirenaicos, adaptándose a nuevas pautas socioeconómicas de la sociedad contemporánea. "La cultura pirenaica es el resultado de una reformulación constante de los componentes que la integran. En la situación actual, no es sólo una reliquia del pasado, ni es sólo la sobrevivencia de lo tradicional; es una forma viva que asume a su manera las transformaciones que tienen lugar en el conjunto sociocultural (...). Si defendemos que la cultura pirenaica sólo se encuentra en lo tradicional, entonces tendríamos que admitir que los habitantes de éstos pueblos han cometido una especie de suicidio cultural" (ibidem, 1995).

Lecturas: Educación Física y Deportes · http://www.efdeportes.com · Año 5 · Nº 25   sigue Ü