La metodología observacional en el deporte: conceptos básicos
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 5 - N° 24 - Agosto de 2000 |
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El registro semi-sistematizado, como tal, se usa poco, pero destaca especialmente por su interés didáctico y con el fin de facilitar la formación de observadores, dado que es muy útil realizar la transformación de un registro no sistematizado a uno semi-sistematizado por progresiva inclusión de criterios que irán estructurando el registro, y del semi-sistematizado al sistematizado, procediendo luego por camino inverso -mediante la decodificación- para comprobar si se preserva sin distorsión la información relevante, es decir, si se mantiene la coincidencia entre el inicio y el final del proceso (Anguera, 1990).
Las listas de control constituyen un buen recurso siempre que ha de efectuarse un registro esquemático sobre la presencia o ausencia de conductas o eventos concretos. Se corresponden con las listas de acción (Anguera, 1985), y basta llevar a cabo una relación de las alternativas conductuales presentadas, a modo de inventario.
Existen tres posibilidades:
Los sistemas de signos, obtenidos al muestrear numerosas informaciones diversas de un evento natural sin que exista ninguna suposición previa acerca de su ponderación o importancia relativa.
Las listas de rasgos, que constituyen repertorios de las distintas conductas incluidas en los objetivos de un estudio, siendo el único criterio relevante que se incluyan todas las distintas conductas ocurridas (no que se contabilice su frecuencia), y que constituyen el punto de partida de la elaboración de instrumentos de observación (sistemas de categorías y formatos de campo). Ejemplo: "recuperar", "perder", "tirar", "defender", etc.
Las escalas de estimación, o de apreciación, o de evaluación, constituyen medidas destinadas a cuantificar las impresiones que se obtienen en el acto de observar mediante un sistema rápido que, sin embargo, presenta gran riesgo de subjetividad. Pueden ser de varios tipos, y el más conocido es la "rating scale", en la que una serie de estimaciones del observador se asignan a los correspondientes niveles que presenta. Es muy frecuente asignar los valores 0 a 10, y hay que tener presente que muchos evaluadores presentan una tendencia que sistemáticamente acerca las puntuaciones a valores centrales o extremos.
Ejemplo: En la evaluación de la conducta de posesión de la bola de un jugador de hockey sobre patines, una escala de estimación podría ser:
D. Registros sistematizados.Cualquiera de las modalidades de registro anteriormente mencionadas se irá transformando a registro sistematizado, logrando así que la información recogida pueda considerarse dato neto, siendo así capaz de dar lugar a resultados precisos.
6.3. Del registro a la codificaciónLa fase empírica de la observación participante se inicia desde el momento en que el observador empieza a acumular y clasificar información sobre eventos o conductas, con lo que posee unos datos provenientes de una traducción de la realidad, y que deberá sistematizar progresivamente, pudiéndolo hacer a lo largo de una gradación con muchísimos eslabones intermedios -desde la observación pasiva a la activa-, los cuales suelen sucederse entre sí, al menos parcialmente, a medida que avanza el conocimiento del observador acerca de las conductas estudiadas y se acrecienta su rodaje específico.
Si se trabaja con notas de campo, transcripciones provenientes de entrevistas no estructuradas, documentos históricos o algún otro material cualitativo, una tarea determinante es la preparación cuidadosa de la codificación (Strauss & Corbin, 1990) mediante la imposición de alguna estructura en la mayor parte de la información.
En primer lugar, al igual que en los estudios cuantitativos, es importante revisar que los datos estén completos, que tengan buena calidad y que estén en un formato que facilite su organización. Se debe confirmar que las transcripciones textuales en realidad lo sean, y que se hallen completas.
La principal tarea en la organización de los datos cualitativos procedentes de una observación participante es desarrollar un método para indexar el material; por ejemplo, listados que relacionan los números de identificación de materia con otros tipos de información, como fechas y lugares de la recogida de datos.
Todo registro, por ajustarse al objetivo previamente delimitado, implica una selección de las conductas consideradas relevantes, y en base a sus características, a la técnica de registro elegida y a los recursos de que se dispone, deberá escogerse un sistema (escrito, oral, mecánico, automático, icónico, etc.) que facilite su simplificación y almacenamiento.
Ahora bien, el plano en que se sitúa el registro es pobre e insuficiente si pretendemos, como se indicó anteriormente, una elaboración posterior -y también la cuantificación- de la plasmación de la conducta espontánea mediante la observación sistemática. Y de ahí la necesidad, mediante la codificación, de construir y utilizar un sistema de símbolos -que pueden ser de muy diversos órdenes- que permita la obtención de las medidas requeridas en cada caso, y que permitirán un ulterior análisis.
Una vez realizada la recogida de datos, el observador debe tener la garantía necesaria sobre su calidad, y el más básico de los requisitos de control es precisamente lo que tradicionalmente se denominó fiabilidad del registro observacional, pero que se ha reconceptualizado en la actualidad, abriendo el paso a una amplia multiplicidad de formas (esencialmente cuantitativas, pero sin olvidar una posibilidad cualitativa) de calcular el grado de concordancia y de acuerdo entre los distintos observadores (sea “in vivo” o a partir de grabaciones) o de un determinado observador consigo mismo (en caso de que se disponga de la grabación, y un mismo observador codifique distintos visionados).
6.4. Métrica del registroActualmente se halla fuera de toda duda que, pese al carácter fundamentalmente cualitativo de los registros observacionales, es imprescindible no sólo la codificación, o transformación de estos datos de forma que sean susceptibles de un tratamiento cuantitativo, sino la obtención de diversos tipos de medida, que son: Frecuencia, orden y duración (además de la intensidad, cuando es factible, y de otros de menor relevancia), como parámetros básicos, además de los secundarios, que se derivan de ellos.
Estos tres parámetros básicos guardan entre sí una relación progresiva de inclusión, y constituyen un punto de referencia para otras cuestiones, como tipos de datos, índices de acuerdo entre observadores, etc.. Veamos una noción escueta de cada uno de ellos:
La frecuencia (F) es el número de ocurrencias de determinada categoría o código de formatos de campo en el transcurso de un período de tiempo previamente fijado, tanto si se trata de una sesión (tiempo ininterrumpido de observación que no tiene que coincidir con días), de un intervalo (período regular limitado por unidades convencionales de tiempo), u otra unidad. Su capacidad informativa es sumamente baja. Medidas derivadas de la frecuencia son: Tasa o razón de ocurrencia, frecuencia modificada y frecuencia modificada de Sanson-Fisher.
El orden (O) aporta una información fundamental en el registro, dado que facilita un posterior estudio de la secuencialidad de la conducta, y ofrece, a su vez, nuevas e interesantes perspectivas de análisis que no serían accesibles con planteamientos no secuenciales. Lo que se registra es la sucesión de códigos correspondientes a las categorías o a las configuraciones de formatos de campo.
La duración (D) registra unidades convencionales de tiempo que abarca cada ocurrencia de una determinada conducta. La elección de la unidad temporal debe ser tal que sea menor o igual que la más corta de las ocurrencias. El hecho de poseer los datos de la duración en una sucesión de conductas (conociendo además, y en función de la relación de progresiva inclusión, los valores de orden y frecuencia) implica un registro informativamente óptimo, dado que se dispone de todos los datos necesarios para un análisis preciso, y dando por supuesto la pertinencia y adecuación del sistema de códigos que se utilice.
7. Muestreo observacionalLa calidad de muchos estudios depende en buena medida de cómo los observadores “han trasladado los eventos a los datos” (Bass & Asserlind, 1984, p. 2). De aquí surgen numerosos interrogantes, en el sentido de qué eventos son los que, en función del objetivo, hay que “trasladar”: Los que una vez seleccionados ocurran en cualquier momento, los que se presenten en una sesión, o en un intervalo, o los seleccionados aleatoriamente dentro de una sesión, o los iniciales de cada período de tiempo, o los que el observador simplemente considera interesantes, etc.
En metodología observacional, dados los requisitos de no preparación de la situación ni intervención, no tendría sentido alguno una recogida puntual de datos por su falta de consistencia, al hallarse sometidos a los efectos de multitud de variables de las que en su mayor parte ni siquiera sospechamos. De aquí la necesidad de incorporar la dimensión temporal en metodología observacional, de forma que, gracias al seguimiento de las ocurrencias a lo largo del registro, puedan fijarse “bloques” de flujo de conducta suficientemente dilatados en el tiempo para contar con una garantía en la recogida de datos.
La situación óptima es evidente: El registro debería ser idealmente continuo, adecuando a ello las unidades de registro y codificando todas las conductas que previamente hubiésemos considerado como relevantes en el flujo de conducta. De esta forma la cuestión se desplazaría, por una parte, al establecimiento de límites, y, por otro, a su viabilidad (Quera, 1993):
El establecimiento de límites vendría marcado, al menos en buena parte, por el objetivo del estudio.
La segunda cuestión planteada es la de su viabilidad. El volumen de información que se obtiene mediante la metodología observacional es muy elevado.
Son diversos los criterios taxonómicos de muestreo que se han planteado, desde los trabajos pioneros de Goodenough (1928) y Arrington (1943), pasando por el clásico de Altmann (1974), y los más recientes de Ary & Suen (1983), Bakeman & Gottman (1987), Martin y Bateson (1991), o Quera (1993), entre otros. Tomándolos en consideración, se pueden plantear dos criterios fundamentales que se cruzan respecto a la clasificación de las técnicas de muestreo: Comportamental vs. temporal o cronométrico, y en función del nivel de control externo o grado de estructuración de los datos.
El resultado del cruzamiento daría lugar a la delimitación de las diversas técnicas de muestreo observacional, al margen de las variantes que después pueden desarrollarse.
Conviene aquí aclarar una cuestión polémica sobre la que existen opiniones dispares. Algunos autores, como Sackett (1978), Fassnacht (1982) o Bakeman & Gottman (1986), confunden muestreo observacional con registro, debiendo precisarse que se trata de decisiones distintas por parte del investigador, dado que muestreo se refiere a cuándo se debe observar (y si hay varios sujetos a cuál), mientras que registro corresponde a cómo debe hacerse.
De forma muy esquemática y elemental, indicamos las principales técnicas básicas de muestreo observacional (Anguera, 1990), al margen de la existencia de otros criterios posibles para delimitarlas:
Muestreo “ad libitum”. Se basa en el criterio comportamental, según el cual se seleccionan y extraen las ocurrencias de conducta desde su inicio hasta su fin, independientemente de su duración, y, por tanto, completas en su ejecución.
Corresponde a experiencias (no investigaciones) no sistematizadas, y se trata de notas de campo obtenidas con el único criterio de ser apreciadas interesantes por parte de quién las recoge. Su principal inconveniente estriba en la subjetividad del criterio de selección, que implica un proceso selectivo en una determinada dirección, así como el atribuir idéntica probabilidad a todas las conductas, lo cual no es cierto. Diversos autores coinciden en afirmar que uno de los sesgos principales se debe a que unos sujetos son más fácilmente observables que otros, y ello es consecuencia de las diferencias en las proporciones de tiempo en que cada no es observable, es decir, accesible para ser observado.
Muestreo de eventos. El criterio base de este muestreo consiste en la selección, como unidades de la muestra, de todas las ocurrencias de una conducta o gama de ellas que tengan lugar a lo largo de las sesiones establecidas, independientemente de su duración, y, por tanto, desde su inicio a fin. Por ejemplo, si interesa estudiar la evolución de las denominadas “rabietas” en el preescolar, y se definen mediante la aparición de algunas o todas de determinadas manifestaciones conductuales (llorar, morder, revolcarse, gritar, patalear, etc.), siempre que puedan registrarse éstas, al extraerse del flujo de conducta para ser estudiadas en su agrupamiento, secuenciación, repetibilidad, etc., constituirán muestras de eventos.
El muestreo de eventos implica un sesgo en el sentido de una desigual “ocupación” de la secuencia por parte de los sujetos interactuantes, y también por poder tener cada conducta distinta probabilidad de ocurrencia en secuencias de distinta longitud y/o contenido, corrigiéndose parcialmente mediante una aleatorización estratificada (respecto a las diferentes longitudes y/o contenidos) y proporcional respecto a la frecuencia de ocurrencia de las diferentes conductas.
Muestreo focal. En este muestreo se registran todas las acciones de un sujeto previamente seleccionado (sujeto focal) y de las que se le dirigen, y, por tanto, con exhaustividad en su doble papel de actor y receptor. Además, constituye prácticamente la única técnica de muestreo que se adapta a la observación de un pequeño grupo de sujetos.
La forma más sencilla de obtener registros mediante esta técnica de muestreo consiste en observar durante un período predeterminado la cantidad de tiempo en cada sesión en que el individuo en quién se focaliza la observación (sujeto focal) permanece visible y es efectivamente observado, y habiendo establecido previamente unos requisitos de tiempo mínimo de registro o de número mínimo de unidades de tiempo en que se hubiera realizado el registro.
Sus características definitorias son las de criterio cronométrico -y, por tanto, constancia temporal, sea de ocurrencia de la conducta en un intervalo o en duración de dicha conducta- y un nivel de control externo no elevado -lo cual indica que en muchos casos se trata de situaciones de campo en que resulta sumamente difícil la obtención de datos que impliquen simultaneidad de diversas conductas, sus duraciones, el emisor y el receptor, relaciones de distancia y vecindad entre los sujetos, y la pauta temporal de las conductas, aún en el caso de tener un solo sujeto focal por muestra-.
Muestreo de tiempo. Presenta las características de criterio cronométrico y elevado control externo, presentando condiciones óptimas en cuanto a objetividad respecto a la selección de unidades muestrales, pero se le achacan críticas referidas esencialmente a la inconsistencia de las unidades de tiempo que se puedan considerar, a la posible falta de representatividad de la muestra, y a la dificultad que se deriva si interesa un análisis secuencial del comportamiento.
Existen diversas modalidades: Muestreo instantáneo o de puntos de tiempo, muestreo de intervalos total y muestreo de intervalos parcial.
8. Control de la calidad del datoUna vez realizada la recogida de datos, el observador debe tener la garantía necesaria sobre su calidad, y el más básico de los requisitos de control es precisamente lo que tradicionalmente se denominó fiabilidad del registro observacional.
Al abordar esta temática se utilizan términos diversos con matices e incluso significado distinto (Blanco, 1989, 1993; Bakeman & Gottman, 1989); de aquí que deba quedar claro que se ha producido una reconceptualización desde el uso indiscriminado del término fiabilidad, dado que no contamos con lo que sería una medida precisa (al no disponer de instrumento estándar, sino elaborado ad hoc).
Un concepto fuertemente vinculado con el de fiabilidad es el de validez, consistente en conocer si estamos midiendo aquello que nos proponemos medir. Como indica Blanco (1997), a pesar de que existen diversos enfoques para evaluar la validez, la situación se reduce a los dos casos en que disponemos o no de otra medida. En el primero de ellos, el enfoque que resulta más obvio consiste en administrar el instrumento de investigación junto con uno que ya exista a una misma muestra de individuos, y comprobar si existe una correlación elevada entre ambos; y en el segundo, si no disponemos de otra medida, suele constituir la justificación para desarrollar un nuevo instrumento.
Generalmente se ha supuesto que la concordancia entre observadores independientes refleja el tipo de consistencia necesaria para que un sistema de observación directa tenga validez, pero no es cierto, dado que ambos observadores pueden haber utilizado no consistentemente dicho sistema, pero de forma concordante. Un instrumento es válido si mide lo que se supone que mide, y, por este motivo, se ha llegado a argumentar que los registros de observación directa son obviamente válidos, dado que se descartan otros fuertemente influidos por la interpretación, como autoinformes.
Un instrumento es fiable si tiene pocos errores de medida, si muestra estabilidad, consistencia y dependencia en las puntuaciones individuales de las características evaluadas (Blanco, 1997).
Un concepto asociado a la fiabilidad de los registros es la precisión. Una medida es precisa si representa totalmente los rasgos topográficos de la conducta en cuestión, y la precisión se evalúa a través del grado de concordancia entre un observador y un estándar determinado (Blanco, 1997).
En el estudio del comportamiento humano es obvio la gran cantidad de factores que están incidiendo de forma diversa sobra las conductas que se ejecutan, y de aquí que nos preguntemos si los valores observados son interpretables, o si, por el contrario, son el resultado de fluctuaciones aleatorias introducidas por la misma medida. De aquí que Blanco (1997) desarrolle tres formas de entender la fiabilidad de los datos observacionales:
Coeficientes de concordancia entre dos observadores que, registrando de forma independiente, codifican las conductas mediante un mismo instrumento de observación.
Coeficientes de acuerdo, resueltos mediante la correlación.
Aplicación de la teoría de la generalizabilidad, cuando interesa integrar diferentes fuentes de variación (observadores distintos, diversas ocasiones, varios instrumentos, tipos variados de registro, ocasiones diversas, etc.) en una estructura global.
Además de las formas cuantitativas de control de la calidad del dato, cada vez la concordancia consensuada cuenta con mayor protagonismo en metodología observacional. Se trata de lograr el acuerdo entre los observadores antes del registro (y no después, como corresponde en los diferentes coeficientes a los que da lugar la forma cuantitativa), lo cual puede conseguirse siempre que se disponga de la grabación de la conducta (mediante magnetófono, si sólo interesa conducta vocal y/o verbal, o mediante video, en cualquier caso) y los observadores discuten entre sí a qué categoría se asigna cada una de las unidades de conducta. Presenta ventajas evidentes, y a la obtención de un registro único hay que añadirle un importante fortalecimiento del instrumento de observación, ya que quedan mejor perfiladas sus definiciones y los matices que deban añadirse. No obstante, no podemos olvidar los inconvenientes que supone el hecho de que un determinado observador “pase” de asignar una conducta a una determinada categoría o código de formatos de campo por confiar en el prestigio o elevada competencia de otro(s) observador(es), aceptando sus propuestas; o, por el contrario, que afloren problemas de dinámica social y se proyecten a una habitual dificultad para lograr el consenso entre los observadores.
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