Lecturas: Educación Física y Deportes
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La revista El Gráfico en sus inicios:
una pedagogía deportiva para la ciudad moderna.
Martín Bergel y Pablo Palomino (Argentina)
palomino@fibertel.com.ar
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Agradecemos la lectura y los comentarios de Fernando Rocchi, Patricia Funes, Héctor Palomino y Ema Cibotti.

Trabajo presentado en el IIº Encuentro de Deporte y Ciencias Sociales Facultad de Filosofía y Letras - UBA
Organizado por el Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte - 6 de noviembre de 1999
Una versión anterior de este artículo fue presentada en las VII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia,
setiembre de 1999, Universidad del Comahue, Neuquén, Argentina.


Resumen
Desde su creación en 1919 hasta mediados de la década de 1920, la revista El Gráfico llevó adelante una propuesta editorial que contrasta fuertemente con el perfil que adoptó más tarde y que todos conocemos. En esos primeros años la revista buscó intervenir en distintas zonas de la modernidad porteña, entre las cuales el deporte, considerado bajo el concepto más amplio de "cultura física", fue ganando progresivamente un lugar preponderante en sus páginas, pero de un modo singular: ni como entretenimiento de masas ni como matriz para la construcción de identidades (tal como sería abordado por la revista en los años siguientes), sino en tanto vehículo de una pedagogía cultural que se ofrecía como antídoto contra los "males" que la vida moderna trajo aparejados.
Palabras clave: Medios de comunicación de masas. El Gráfico. Pedagogía cultural.


1. Introducción
Enfocar el deporte moderno desde una perspectiva histórica supone pensarlo en la encrucijada de distintas dimensiones de la vida social: desde su significado cultural hasta su imbricación con el mercado, desde su rol en la definición de identidades nacionales o de género hasta su práctica diferenciada entre las distintas clases y grupos sociales. El deporte, como diría Levi-Strauss, es un objeto "bueno para pensar", y en este sentido la agenda de problemas para investigar es bastante amplia1 . Aquí mostraremos el modo en que el deporte fue interpretado y difundido al gran público de Buenos Aires por un importante medio de comunicación, cuyo análisis revelará aspectos poco estudiados de la cultura argentina en la década de 1920.

La revista El Gráfico es un símbolo, casi un sinónimo, del periodismo deportivo en Argentina, y desde mediados de los años 20 hasta nuestros días ha sido una de las más importantes publicaciones masivas de nuestra historia editorial. Semana a semana El Gráfico contribuyó decisivamente en la conformación de la cultura y el vocabulario deportivos –y especialmente futbolísticos- con que se han educado varias generaciones de argentinos. Pero las características que la condujeron a su enorme popularidad, y a imponer su estilo en el resto del campo periodístico, no fueron siempre las mismas. En su etapa inicial la revista construyó un perfil diferente e insospechado por el lector actual y que constituye el objeto del presente trabajo.

Entre su nacimiento en 1919, y su transformación en una revista deportiva especializada desde 1925 en adelante, la apuesta editorial de El Gráfico consistió en una original intervención cultural acerca del valor y el significado del cuerpo y de la actividad física en la vida moderna. Durante este primer período de vida la revista intentó ejercer sobre su creciente público lector una verdadera pedagogía deportiva cuyo horizonte era la modernidad que en los años 20 transformó la vida de Buenos Aires, sobre la cual nos detendremos por un momento para después sumergirnos en las páginas de El Gráfico.


2. Buenos Aires en los 20
Con la plena inserción de la Argentina en la economía internacional desde las últimas décadas del siglo XIX, Buenos Aires, su ciudad capital, experimentó un largo proceso de metropolización que se consolidó precisamente en la década de 19202 . La "Gran Aldea" del siglo XIX, con sus costumbres y jerarquías, su centro delimitado y su periferia informe, se convirtió violentamente en un gigantesco y moderno entramado urbano, en una metrópolis nacida en el puerto y cuyos límites se confunden con la Pampa infinita. Al calor de este proceso todos los datos de la realidad sufrieron transformaciones radicales: se fue gestando una cultura urbana de carácter moderno y popular que desbordó los límites de la tradicional sociabilidad de elite, predominante hasta la primera década del siglo, y las posibilidades que ofrecía el crecimiento de la economía exportadora, combinadas con las altas tasas de inmigración europea, conformaron una sociedad abierta, cuya elevada movilidad social tendía a integrar a una población en constante aumento. Desde el Estado se estimulaba la inserción de los futuros argentinos mediante la educación pública, obligatoria, laica y gratuita; a su vez, los sectores subalternos y medios de la ciudad creaban una cultura popular autónoma que tenía sede en los barrios, esos espacios nuevos de vivienda y sociabilidad que se multiplicaron con la extensión física de la ciudad y con la difusión de los modernos transportes y medios de comunicación3 .

El barrio, unidad mínima del nuevo espacio público de alcance metropolitano, reconfiguró por completo la vida de la ciudad luego de su silenciosa gestación durante las dos primeras décadas del siglo, y fue el dispositivo material y social a partir del cual se organizó una profusión de movimientos asociativos y programas culturales. A la vez, la política democrática -nacida con la reforma electoral de 1912- tuvo sus bases de acción en los barrios, donde las máquinas electorales se disputaban el voto de la nueva ciudadanía. El barrio también fue, como señalan los grotescos de Armando Discépolo, el escenario de los eternos rezagados en la carrera del ascenso social, de los que esperan invariablemente en el zaguán del progreso. Y no fue casualidad que la literatura comenzase a pensar la ciudad desde el barrio, como cuando el joven Borges refundó en él una identidad criollista pero en clave modernista, conversadora "del mundo y del yo, de Dios y de la muerte"4 .

Ahora bien, por esos años se conformaron dos mecanismos novedosos y ciertamente poderosos que articularon esa vida barrial en plena fermentación con la trama metropolitana más amplia: el mercado de consumo y los medios de comunicación. El mercado fue una de las herramientas fundamentales en la conformación de la metrópolis. La incipiente sociedad de consumo de las dos primeras décadas del siglo se amplió en los años 20 y adquirió un carácter "masivo": introdujo a los porteños en una novedosa serie de prácticas que se sostenía tanto en el estilo moderno de los empresarios -en cuanto a las estrategias publicitarias y de comercialización- como en la difusión de hábitos y valores típicos de las sociedades de consumo modernas, desde la ostentación y la emulación generalizadas hasta la dinámica de la moda y del gusto por lo nuevo. De esta manera, una "revolución en el consumo" tendió a integrar culturalmente a las capas altas, medias y populares en un creciente y diversificado mercado interno5 . Una función integradora similar cumplieron durante los años 20 los medios de comunicación. El éxito del primer diario "moderno" de la Argentina, Crítica, cuyas maneras innovadoras para cautivar la atención del popular público lector sirvieron de modelo para los diarios de la época y posteriores6 , y la difusión del magazine popular y la novela folletinesca, reflejaron la conformación de un campo de lectura ampliado que sobrepasó al tradicional e incorporó progresivamente a los nuevos públicos7 . El periodismo y el mercado editorial jugaron su rol protagónico apoyándose tanto en el papel alfabetizador del Estado, desde arriba, como en la cultura popular gestada desde abajo.

Este vasto conjunto de cambios sumergió a los habitantes de Buenos Aires en un escenario radicalmente nuevo. Vivir en la gran ciudad significó entregarse de lleno a eso que podemos llamar con Marshall Berman la "experiencia de la modernidad"8 , que esconde en su seno tantas promesas como peligros. Las nuevas sensibilidades que nacieron al calor de la metropolización debieron enfrentarse tanto a las múltiples posibilidades que la ciudad ofrecía, como a los males modernos propios de los ritmos de vida de la urbe capitalista del siglo XX. A su manera, este doble carácter de la experiencia moderna en los años '20 se refleja en la reciente historiografía acerca del período. En el marco de los estudios sobre la gestación barrial de la cultura popular, se han enfatizado los aspectos positivos que el proceso de modernización trajo aparejado para vastos sectores de la población en términos de democratización cultural, creación de instituciones barriales y ampliación de la ciudadanía, elementos todos que se conjugaron en una sociedad móvil, abierta y de fronteras sociales difusas y que acabaron por otorgarle a la década un perfil global de tranquilo progreso9 . Otras lecturas, en cambio, han mostrado unos años menos sosegados y más habitados por tensiones, desde la insatisfacción de los sectores menos prósperos del mundo barrial10 , hasta las miradas "intensas" sobre la ciudad, en clave de tragedia moderna y crisis cultural, de una miríada de escritores e intelectuales11 . Lo cierto es que el tranquilo progreso en ciertas áreas de la cultura convivió con la traumática aparición de fuertes contrastes e incertidumbres en otras, y la mirada sobre este período debe entonces articular ambos movimientos. Y fundamentalmente debemos tener en cuenta que en el horizonte de los años 20 se cierne la profunda crisis política y cultural de 1930, cuya dinámica obedece no sólo al descalabro económico sino también, y sobre todo, a las contradictorias fuerzas desatadas por la intensa modernidad porteña.

En las páginas de El Gráfico, semanario fundado el 30 de mayo de 1919 por Aníbal C. Vigil, puede apreciarse este carácter contradictorio de la modernidad. La revista, "vocero de la ideología modernista"12 , celebra las posibilidades de la vida moderna a la vez que revela sus males intrínsecos, y lo que rápidamente habrá de distinguirla es su pretensión de incidir sobre esas zonas oscuras. El deporte moderno, uno de los principales fenómenos de masas del siglo XX, se está constituyendo en esos años en Buenos Aires -sobre todo el fútbol- como una esfera destacada de la vida social tanto en el barrio como en el espacio metropolitano mayor, captando progresivamente el tiempo libre de los porteños -sobre todo de los varones jóvenes-, y El Gráfico lo toma como objeto privilegiado de su intervención cultural. Sus páginas se dirigen a ese público lector en expansión (en particular el masculino, aunque como veremos también al femenino), especialmente a la creciente legión de los seguidores del deporte moderno, y su precio módico (20 centavos, menos que un atado de cigarrillos) permitió a amplias capas de la población acercarse semanalmente a la original propuesta de El Gráfico. Aquí vamos a presentar y analizar los modos y características de tal intervención desde su nacimiento en 1919 hasta 1925, cuando se advierte claramente una serie de cambios que transforman el sentido mismo de la revista.


3. El Gráfico y la modernidad
La estrategia editorial de El Gráfico combinó la presencia inicial de ciertos rasgos que ya no abandonarían la revista, con la búsqueda permanente de una identidad que la llevaría a definirse como una publicación exclusivamente de deportes recién hacia 1925 (aún cuando ya desde 1921 era predominantemente deportiva y daba un lugar marginal a temas que inicialmente habían sido generosamente visitados, como el cine, el teatro, las variedades, etc.13 ) Hasta 1925, el perfil y los temas que la habitan serán objeto de un movimiento y una experimentación constantes, en un derrotero que a los ojos de los lectores es presentado como de continuo crecimiento tanto en términos de prestigio como de mercado14 . Sin embargo, más allá de la aparición o reemplazo de unos temas por otros, desde sus páginas se establecen prontamente ciertos lugares de enunciación nítidos respecto del mundo moderno al que interpela. Por un lado, El Gráfico se constituye como ojo de la modernidad y como celebración de lo moderno. Por el otro, en sus páginas toma cuerpo un fuerte discurso de intervención sobre lo social que se traduce en una función distinta: la de antídoto de ciertos males de la modernidad, a través de una pedagogía y una militancia por el deporte. El papel que la revista se autoasigna enérgica e insistentemente como correctora de ciertas zonas problemáticas que percibe en la modernidad, la conducirá a ceder progresivamente sus páginas al deporte.

Para el público lector de revistas la aparición de El Gráfico en 1919 debió impresionar claramente por un hecho que la distinguía del resto de las publicaciones: la cantidad y variedad de las fotografías que contenía. Es cierto que el empleo de la fotografía en la prensa gráfica argentina estaba bastante extendido y se remontaba más atrás en el tiempo. Pero varios de los números de El Gráfico en esta etapa temprana contaban con más de cien fotografías, lo cual era inédito y contrastaba netamente con el mercado de revistas de la época. Es más: en sus primeros años las notas extensas son escasas, las imágenes prevalecen sobre las palabras, y la mayor parte de los textos aparece subordinada al dispositivo fotográfico dominante. La foto tiene un objetivo claro: se trata de ilustrar todo aquello que ocurre en el mundo, desde las hazañas de la aviación en París, a las imágenes de las estrellas de cine o teatro locales, europeas o norteamericanas, pasando por la exhibición de las actividades recreativas y de ocio en Buenos Aires y en el mundo, actividades entre las que ya despunta el deporte. La fotografía registra hechos cercanos y lejanos buscando impactar al lector con su notable calidad técnica, y a veces incluso artística. El Gráfico nace así para los habitantes de Buenos Aires como verdadero ojo de la modernidad. Pero la foto nunca es librada a la interpretación o comentario de los lectores. La fascinación gráfica que los editores procuran ejercer sobre los lectores se evidencia en la adjetivación con que los textos destacan las imágenes: a través de un lenguaje siempre sofisticado -en el que aún para acometer los más nimios detalles ya despunta una característica de larga duración de la revista: el hecho de que esté bien escrita-, sus periodistas realizan una operación de control de los sentidos de las imágenes a través de los epígrafes, que anclan los valores y discursos que se busca transmitir.

La centralidad de las fotografías y el hecho de que desde sus inicios la revista se ocupe de temas relacionados con el cuerpo, le ofrecen la oportunidad de consagrarse a juegos en los que a través de la exhibición de la sensualidad femenina (como veremos, una de las tantas figuras bajo las que aparece el universo de lo femenino en sus páginas) se busca capturar al público masculino. En los primeros números es habitual que las tapas presenten a supuestas actrices locales y extranjeras escasas de ropa, "al natural", a menudo en producciones especiales realizadas en los bosques de Palermo. Estos ejercicios gráficos permiten tejer pactos de complicidad con los lectores, como se puede ver en el siguiente epígrafe a una serie de fotos de mujeres semidesnudas:

"Las bailarinas rusas [...] un día sintieron vivos anhelos de danzar al aire libre. Es lógico suponer que entraba en el programa [...] el más absoluto secreto, pues de lo contrario no experimentarían esa intensa voluptuosidad en plena comunión con la naturaleza. Más nuestro fotógrafo, a quien no escapa nada [...] por acción directa de la fortuna siempre creciente de El Gráfico, llegó a saber tan notable ocurrencia [...] nos dice que consiguió tomar las excelentes vistas agazapado tras un corpulento eucaliptus"15

El Gráfico se construye así no sólo como visor de la modernidad sino como voyeur de la ciudad, reforzando una estrategia editorial que busca crear en el lector la certeza de que la revista llega con sus cámaras a todos los rincones.

El contacto con el mundo que propone El Gráfico a través de las fotos busca reflejar sus novedades, y es allí donde la revista da lugar a un discurso que festeja los progresos científicos y técnicos de la época, en especial en lo que tiene que ver con lo deportivo. Así, por ejemplo, desfilarán por las páginas de la revista amplias coberturas de las novedades que en materia automotriz trae año a año el "Salón del Automóvil" que el Automóvil Club Argentino organiza. Pero este discurso que se construye en el área de intersección entre el deporte y la técnica tiene en el escenario internacional su principal campo de atención, tanto para saludar la inauguración de una sección sobre aeronáutica en el Museo de Ciencias de South Kensignton, en Londres, o la "notable invención" de un dirigible en Francia, como para dedicarle amplio espacio a una noticia deportiva que difícilmente conmueva a las masas populares argentinas pero que da cuenta de las "grandes innovaciones técnicas" en materia de navegación:

"El mayor acontecimiento deportivo mundial de la próxima primavera, será sin duda alguna la disputa de la Copa América en que tomarán parte yates de las nacionalidades inglesa y norteamericana [...] Para hacer frente a la resistencia del viento que, dada la amplitud del lienzo desplegado tiene que ser extraordinario, se utilizará el mayor mástil hueco que se ha construido jamás"16

La revista está en este momento lejos del nacionalismo culturalista que comienza a inundar parcelas cada vez más significativas de la cultura argentina del período. Las notas de actualidad, de teatro o de deporte versan indistintamente sobre lo que ocurre en Buenos Aires, en Europa, Estados Unidos u otros países de América Latina: la mirada "universalista" y moderna de El Gráfico celebra todo lo que conduzca al progreso civilizatorio. Recién al final del período aquí considerado la revista irá girando su postura hacia la definición de ciertos rasgos propios de lo argentino17 , contribuyendo así a la formación de un imaginario popular que vincule al fútbol con la masculinidad y una nueva identidad nacional.18

Ojo de la modernidad, agente de celebración de los prodigios de la técnica en el mundo, El Gráfico prohija además un tercer tipo de relación con la modernidad sobre la que centraremos en lo que resta del artículo nuestra atención, no sólo por su interés intrínseco, sino por tratarse del discurso más vigoroso que se desprende de sus páginas entre 1919 y 1925. Se trata del ya anunciado papel de antídoto de ciertos fenómenos de la vida moderna sobre los que la revista cree necesario operar. La vida en una urbe moderna y los ritmos que le son propios generan en las personas ciertos malestares como el stress, el agotamiento, la "decadencia" física y moral, el "intelectualismo", etc., todos males que El Gráfico detecta y quiere evitar. Y el deporte parce el remedio natural para hacerlo. Pero el discurso a favor de la práctica deportiva va a ser más que una mera incitación a la acción: la intervención que lleva a cabo El Gráfico parte de un ideal prescriptivo sobre el cuerpo (sobre el que busca definir cánones estéticos e higiénicos) para terminar constituyéndose en una intervención moral y cultural explícitamente normativa sobre la vida de las personas. Esta operación se articulará en torno al concepto de cultura física, utilizado una y otra vez. A partir de él, irá desgranándose una serie de valores positivos que la revista busca inculcar por oposición a otros propios del mundo moderno del trabajo, la economía, el hacinamiento y el ocio mal entendido (la haraganería), en un discurso que al detenerse no sólo en la prédica del ejercicio físico sino también, y con toda minucia, en los modos en que ella debía llevarse a cabo, acabará por constituirse en una verdadera pedagogía del deporte.19


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revista digital · Año 4 · Nº 17 | Buenos Aires, diciembre 1999