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La tolerancia a las frustraciones en el deportista
Versión por artículos del libro “Stress y deporte de alto rendimiento”
para EFDeportes.com - Artículo N° 6

   
Investigador Auxiliar del Instituto de Medicina del Deporte.
Psicólogo Equipo Nacional de Atletismo
(Cuba)
 
 
Dr. Luis Gustavo González Carballido
lgus@inder.co.cu 
 

 

 

 

 
Resumen;
    El deportista debe ser capaz de asimilar frustraciones sin afectar su disposición ni su rendimiento. Se analiza el desarrollo del concepto “frustración” y se presentan algunas de las posiciones teóricas más conocidas al respecto. Mediante resultados investigativos con tiradores deportivos, se demuestra que: 1) el grado de control sobre la tarea constituye una de las variables más determinantes de la respuesta de stress por frustración, 2) no basta con poseer una autovaloración adecuada y un elevado nivel de reflexión sobre los atributos significativos del deporte para tolerar fracasos durante la actividad deportiva y 3) las direcciones y tipos de respuestas habituales a los fracasos juegan un rol importante en el nivel de tolerancia a las frustraciones en estos deportistas.
    Palabras clave: Frustración. Stress.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 45 - Febrero de 2002

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    La frustración es un estado que se produce en el deportista cuando los resultados de la ejecución quedan por debajo de lo esperado. Es decir, cuando no se cumplen los objetivos deportivos propuestos.

    Está demostrado que el fracaso constituye un importante stressor para el deportista. Según Goschek, V., 1983, “el fracaso en la ejecución de la actividad deportiva representa en sí mismo una carga psíquica que puede considerarse stress. En el deporte, los problemas relacionados con ... la frecuencia de resultados infructuosos ... juegan un rol fundamental”

    El modo en que se vive el fracaso en el deporte, está relacionado con la autoestima general de la personalidad (frustración general) o con el incumplimiento de propósitos concretos, insertos en un proyecto de acción más abarcador (frustración parcial).

    En el primer caso, el fracaso tiene un grado de generalización amplio, relativo a la calidad deportiva que el sujeto se atribuye, a cualidades generales como el valor, la capacidad para triunfar en un deporte concreto, etc. La frustración general conmociona la personalidad y puede provocar respuestas de amplio alcance para la seguridad en sí mismo y para la propia vida deportiva.

    Las frustraciones parciales, por su parte, están relacionadas con acciones malogradas, imperfectas o insuficientes que, a juicio del deportista, comprometen la ejecución final o el éxito competitivo. Estas tienen un carácter temporal estrecho y están sujetas al vertiginoso curso de la actividad deportiva.

    Se trata de frustraciones relativas a medios para alcanzar fines más determinantes y a metas que constituyen fases o submetas de otras más amplias.

    En una modalidad que se compita por intentos, por ejemplo, alguno de ellos puede resultar malogrado y el deportista ver amenazado su rendimiento final en la competencia. Un lanzamiento pobre o no válido, un clavado de muy baja puntuación o un disparo de poco valor, ponen a los deportistas en malas condiciones para aspirar a la victoria al final de la jornada.

    Después de un intento fallido, disminuyen las probabilidades de lograr un rendimiento máximo y queda un saldo psicológico negativo que deviene vector de oposición al desempeño. La posibilidad de imponer una actitud optimista y persistente se hace más difícil y depende mucho de la personalidad del deportista.

    También pueden ocurrir frustraciones parciales dentro de una misma acción, lo que traslada el problema a un ámbito de mayor especificidad que, lamentablemente, escapa a la consideración de muchos colegas.

    Veamos un ejemplo inspirado en un caso real. Un triplista viene realizando una excelente carrera de impulso y le pasa por la mente, en un instante, que tiene la posibilidad de lograr un gran salto. Esta idea ejerce un efecto multiplicador en su motivación y sus esfuerzos.

    En la fase de vuelo, sin embargo, su pierna de péndulo queda un poco baja, introduciendo con ello un vector parásito o inútil en el campo físico de fuerzas que entran en juego. El atleta se percata de ese detalle y se siente tempranamente frustrado por “echar a perder” tan prometedora carrera de impulso.

    Este saltador tiene dos opciones de reacción inmediata: 1) hacer caso omiso al infortunado detalle e insistir para que compensar lo que pueda haber perdido, o 2) molestarse con su pierna de péndulo, lamentarse por no haber podido aprovechar la magnífica carrera que traía y abortar el intento, descuidando el resto de los movimientos.

    En el primer caso, el atleta muestra alta tolerancia a los fracasos parciales y puede llegar a ganar la competencia con ese intento, aunque no le sirva para romper su propio récord. En el segundo, su baja tolerancia lo condena a perderlo por completo.


Dos momentos de un Triple Salto. Se trata de la subcampeona olímpica cubana de Sydney/2000 Yamilé Aldama durante un control precompetitivo, realizado días antes de la partida hacia los juegos olímpicos. Obsérvese el trabajo coordinado de los brazos en la primera fotografía, y la rectitud de la pierna de despegue en la segunda, mientras la de péndulo avanza amplia y decidida con apoyo de los brazos. Toda una conciliación de elegancia y potencia, atributos que gustan de andar separados. ¡Cuántos momentos técnicos componen este complejo acto motor! ¡Cuántas frustraciones parciales pueden producirse antes de llevar a término la ejecución! (Fotos cortesía del periodista francés J. Combalbert)

    Cuando el deportista adopta como norma la respuesta de insistencia y compensación de la acción errática (alta tolerancia a las frustraciones parciales) los éxitos suelen sorprenderlo, ya que la magnitud de los presuntos errores tienden a sobreestimarse y la persistencia conduce al éxito inicialmente calculado o a un desempeño cercano a él.

    Por otra parte, con la adopción sistemática de esta variante, se refuerza una respuesta condicionada anabólica que garantiza un rendimiento mínimo y estable. El sujeto se acostumbra a luchar siempre hasta el final.

    Por el contrario, la cesación prematura de la lucha cuando las cosas no salen de manera perfecta, conduce al lamentable desaprovechamiento de buenas condiciones de acción, equivocadamente valoradas como erráticas. Tal desatino provoca también respuestas inhibitorias condicionadas, que frecuentemente traicionan al atleta aún cuando no albergue intenciones de abortar el movimiento.

    Las respuestas que las frustraciones generales y parciales provocan en los deportistas, constituyen importantes objetos de estudio para entrenadores y psicólogos del deporte.


Acerca de las frustraciones

    Por constituir uno de los estados subjetivos más incómodos y comunes en los seres humanos, la frustración ha sido estudiada con amplitud y profundidad desde hace mucho.

    De acuerdo con Vinacke, W.E., 1972, frustración “significa bloqueo de una persona en su camino hacia la meta ... es un sentimiento de fastidio, desamparo, ira u otro estado debido a la incapacidad de lograr una meta”. En la siguiente figura se puede observar el modelo básico de frustración de Dashiell.

    La tolerancia a la frustración se definió entonces como una aptitud para soportar el bloqueo, haciendo referencia a las diferencias individuales en el comportamiento bajo condiciones similares de frustración.

    En un inicio, Dollard y col., 1939, defendieron la tesis de una relación invariable entre frustración y agresión, considerando que todo hecho frustrante provocaba respuestas agresivas. Sin embargo, pronto reconocieron que podían existir distintos modos de reaccionar.

    Miller, N.E., 1941; Maier, N.R., 1961; entre otros, apoyaron la idea de que la única reacción a la frustración no era únicamente la agresión. Se basaban en el fenómeno al que Lewin denominó “saliendo del campo”, según el cual “...la frustración puede inhibir la acción de respuesta” y provocar en el sujeto una variante alternativa que busque la conciliación con el medio. (Dobss, L. W., Sears, R.R., 1939).

    En este sentido, Miller, N.E., 1941, consideró inaceptable la frase: “la ocurrencia de agresión siempre presupone la existencia de frustración y, viceversa, la existencia de frustración siempre lleva a alguna forma de agresión”, y propuso una reformulación que cobró la siguiente forma: “La frustración produce varios tipos diferentes de respuestas, una de las cuales consiste en alguna forma de agresión”.

    Se establecieron varios modelos de respuesta a las frustraciones que conservan validez teórica y metodológica, gracias a la solidez de los experimentos que les sirvieron de base. Se trató de una época de auge de la Psicología experimental, de corte psicoanalítico y conductista, que concebía diseños muy acabados y precisos.

    Se determinaron cinco formas básicas de reaccionar a las situaciones de frustración, que fueron resumidas en su momento por Vinacke, W.E., 1972, de la siguiente manera:

    A principios de la década de los años cuarenta del pasado siglo, Rosenzweig, S., 1941, reportó los resultados de un experimento. Se conformaron dos grupos que debían resolver una serie de cuadros-enigmas. A uno de los grupos se les presentaron los cuadros de manera informal, con el pretexto de ayudar al experimentador a clasificarlos para un uso posterior. Al otro se le presentaron los mismos cuadros pero a modo de prueba de inteligencia.

    “En ambos casos se les permitió finalizar la mitad de las series, pero fueron detenidos cuando les quedaba la mitad restante. Les pidieron entonces que nombraran los enigmas que ellos habían intentado.”

    Se constató que los miembros del grupo informal trabajaron de forma mucho más relajada y el interés estuvo principalmente centrado en la tarea. En el otro grupo, sin embargo, se trabajó con sentimientos de orgullo y abundó la tensión y la ansiedad. Para Rosenzweig, en el grupo informal las reacciones fueron de “Persistencia de la Necesidad”, mientras en el otro fueron de “Defensa del Yo”.

    Una de la hipótesis verificadas en este experimento fue que “bajo condiciones informales las tareas no completadas pueden ser mejor recordadas”. Según este autor, en el grupo informal predominaron reacciones de “Persistencia de la Necesidad”, las cuales resultaron operativamente más funcionales a los efectos de recordar las tareas. Por el contrario, los sujetos del grupo formal estuvieron muy apremiados por el éxito-fracaso de la experiencia, tuvieron reacciones de “Defensa del Yo” y pudieron recordar menos las tareas.

    Más adelante, se añadió otro tipo de respuesta: la de “Predominio del Obstáculo”, consistente en “rumear” la causa que impide la obtención de la meta buscada. El sujeto se remite una y otra vez al obstáculo, con tono de lamento o rabia. Se establecieron también tres Direcciones. En el siguiente recuadro se resume esta información.

Tipos de respuestas a las frustraciones
Direcciones de respuestas a las frustraciones
Persistencia de la necesidad
Extrapunitivas
Defensa del yo
Intrapunitivas
Predominio del obstáculo
Impunitivas

    Veamos cómo se definen las distintas Direcciones de respuestas. Estas se diferencian en el sentido que guardan respecto al Yo. Es decir, las Extrapunitivas son respuestas dirigidas a culpar del fracaso a algún elemento del medio que rodea al sujeto, en un esfuerzo por eximir al yo de la culpa.

    Por el contrario, las Intrapunitivas van dirigidas a atribuir al “Yo” la causa del fracaso. El propio sujeto se culpa a sí mismo de no obtener la meta perseguida.

    Finalmente, las Impunitivas son respuestas caracterizadas por mitigar la culpa. Es decir, el sujeto no culpa al medio ni a sí mismo, considerando que son cosas inevitables que le suceden a cualquiera.

    Sobre esta base, Rosenzweig diseñó un interesante instrumento, de carácter proyectivo, dirigido a explorar los Tipos y Direcciones de respuestas de los sujetos ante veinticuatro situaciones frustrantes. Aunque se trata de un test psicométrico y adolece, como la mayoría, de limitada representatividad vivencial, sin dudas permite una aproximación útil a los patrones de respuestas a las frustraciones aprendidos por el sujeto.

    El desarrollo que en distintas direcciones adquirió la Psicología hacia la mitad del pasado siglo, permitió profundizar en la comprensión del hombre en estado de frustración. En particular, los trabajos de K. Lewin revolucionaron las concepciones sobre la conducta del hombre sometido a presiones.

    Su concepto de “campo dinámico” (tomado de la física) permitió a los psicólogos “medir” las respuestas a valencias de distinto tipo y descubrir algunas regularidades en los comportamientos humanos. A pesar de su relativo retardo en comprender que el hombre es mucho más que un ser pasivo movido por necesidades primitivas, el aporte de Lewin fue decisivo para el desarrollo de una Psicología experimental, sin la cual el acceso a los principios del aprendizaje y las respuestas en situaciones extremas hubiera sido imposible.

    Otro jalón en la comprensión de la conducta del hombre frustrado, fue el arribo a conceptos como “Autovaloración” y “Aspiración”. Ellos permitieron comprender que las personas se formulan niveles de realización personal a partir de un gradiente de cantidad y calidad de determinadas capacidades que creen poseer. Así, el “Yo” o el “Self”, que incluye ese tipo de apreciación, fue profunda y profusamente estudiado por autores como James, Dewey, Freud a principios de siglo, y más tarde por Hartmann, Kris y Lowenstein, Koffka, Maslow, Goldstein, Rodgers y, uno de los más prominentes, Allport.

    Por su parte, el concepto “Nivel de Aspiración”, empleado por primera vez por T. Dembo, se utilizó para “denotar el grado de dificultad que posee el fin hacia el que tiende el sujeto de experimentación.” (Yarochevski, M.G., 1983,p.220). Adaptando diversas metodologías de Hoope y otros seguidores de Lewin, autores de Europa Oriental desarrollaron una fuerte ofensiva científica para estudiar las complejas relaciones que existen entre la autovaloración y las pretensiones, particularmente entre jóvenes estudiantes. Lipkina, A.I. (citada por González, O., p.257) por ejemplo, desarrolló procedimientos como el de las tres calificaciones, por medio de los cuales se somete al joven a conflictos en los que debe decidir qué calificación cree que merece después de la realización de diversas tareas docentes. En tales apreciaciones de sí mismos, los alumnos expresan elementos autovalorativos que tienen influencia en el sentido de los éxitos y fracasos que experimentan.

    Tales experimentos, junto a los de Serebriakova, González, F., y otros, permitieron verificar el papel de las autovaloraciones y las valoraciones de otras personas en el modo en que el niño y el joven reflejan sus propias actuaciones.

    Los experimentos de Serebriakova “consistían en colocarle al sujeto 9 tarjetas que contenían problemas aritméticos en orden creciente de dificultad, permitían determinar la curva gráfica de la selección y de la solución o no de los problemas, lo que posibilitaba a su vez, definir el tipo de autovaloración, distinguir índices de ella (persistencia, altura y pertenencia) y juzgar el grado de confianza en sí mismo del sujeto... Como resultado de su investigación, Serebriakova estableció los siguientes tipos de autovaloración:

  • Confiados en sí mismos ..... Autovaloración adecuada y persistente.

  • Orgullosos ......... Autovaloración inadecuada y elevada

  • No confiados en sí mismos .... Autovaloración inadecuada y disminuída.

  • Autovaloración no formada.” (González, O. p.259)

    Otro hallazgo significativo de estos autores fue la evidencia de que los niños se orientan preferentemente por la valoración de otros, mientras el arribo a la adolescencia se caracteriza por una predominante orientación a la autovaloración. (Savonko, S.I., 1978)

    El nivel de aspiraciones se estudió con particular insistencia en esa época, comenzando con los estudios realizados por Hoope, destacado discípulo de Lewin. A partir de la realización de tareas de diferente nivel de dificultad, los precursores de estas investigaciones mostraron varias formas de resolución de las contradicciones que surgen entre la dificultad y la capacidad para enfrentarla.

    La primera consiste en reconstruir el nivel de aspiraciones y, con él, rediseñar también el juicio autovalorativo. La segunda, en reconstruir la actitud del sujeto hacia la realidad que no puede vencer, reajustando también el sistema de valencias. Por último, se reconstruye la actitud hacia las propias barreras, cambiando la percepción que de ellas se tiene.

    Una importante investigación sobre este tema se realizó en nuestro país por González, F., 1979, quien estudió la relación entre el comportamiento de la autovaloración, el nivel de aspiraciones y la valoración social que reciben los alumnos de sus padres, maestros y grupo en general.


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