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Del fútbol al pelotazo

Irene García, Angel Vicente Tapia y Gotzon Toral
(España)
cyptomag@lg.ehu.es

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 5 - N° 25 - Setiembre de 2000

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     Fútbol es fútbol decía Boskov, y la sentencia era inapelable. No hay que asombrarse: la doctrina futbolística está hecha de esta madera, y sus revelaciones, deslumbrantes como fogonazos, pueden hacernos desistir de cualquier intento de aproximación a los arcanos de este deporte. Pero también podemos sacarle punta a tan magra explicación, verbigracia, que el fútbol siempre fue más que fútbol, tanto da en un sitio como en otro. Incluso deberíamos arriesgar el debate con este maestro de futbolistas acerca de aquello que es aún más relevante: la hipótesis de que hoy el fútbol no es fútbol.

     No hay más que ver a todas horas que cuando se menciona el deporte, por encima de toda consideración, se hace referencia al fútbol. Pero en la mayoría de los casos ni siquiera se trata del fútbol, sino de toda la farándula que rodea a este deporte, siendo que, además, las referencias al juego son absolutamente marginales: estrellas, resultados económicos, clasificatorios, incidentes, accidentes, manipulación de símbolos, y millones, muchos millones, son el pan de cada día en la liturgia deportiva que ofician todos los medios.

     Es cosa de creer esta corrosión del fútbol. Su explotación comercial mueve un negocio de tal magnitud que los intereses económicos en disputa amenazan con arruinar los valores deportivos, embruteciendo la afición y la misma práctica del juego.

     La empresa de apuestas mutuas que comparten los amos del fútbol con los medios de comunicación -la televisión a la cabeza- ha transformado este deporte en el mayor espectáculo de masas de nuestro tiempo, descubriendo un filón de recursos económicos que no conoce límites. A cambio de convertirse en un fenómeno social de alcance planetario, en detrimento de otras categorías y deportes, el fútbol profesional se ha sometido a la tiranía del mercado.

     Este auténtico pelotazo en la economía del fútbol obedece a unas expectativas de beneficio comercial insospechado, recaudado además en un tiempo récord, merced a la aplicación de una estricta lógica mercantil. Sin embargo, la satisfacción de los rendimientos exigidos resulta incompatible con los valores deportivos, al provocar una competencia sin escrúpulos que no repara en medios para conseguir el éxito inmediato.

     La apremiante exigencia de ganar como sea desata la agresividad que canaliza el deporte, desluce el juego y estimula el recurso al dopaje para mantener el rendimiento en un calendario de competición ininterrumpido, que exige esfuerzos sobrehumanos a los futbolistas. Una oferta a todas luces desmesurada, hecha a la medida de las ambiciones económicas en disputa, que puede reventar a los futbolistas y agotar la paciencia del público por saturación de la demanda.

     En esta carrera desbocada, las sociedades anónimas que llevan las riendas del negocio manejan presupuestos escandalosos cuyo exponente más significativo son los fichajes de las estrellas. Los equipos hipotecan su identidad y patrimonio en manos de un puñado de jugadores, confiando en su capacidad resolutiva y en su imagen carismática para alimentar el delirio de una afición que comienza a dar muestras de desapego hacia sus clubes de toda la vida.

     La miopía estratégica que guía de un día para otro la gestión del fútbol conduce a la zozobra económica de la mayoría de las entidades deportivas. Incluso las más poderosas se han visto envueltas en una peligrosa huida hacia delante, acumulando nuevos fichajes multimillonarios, a pesar de la amenaza evidente de quiebra técnica que pesa sobre estas empresas.

     Tampoco parece probable que este despilfarro de recursos sociales y económicos esté sirviendo, al menos, para enriquecer la práctica de este deporte y reanimar los vínculos sentimentales que la afición mantenía con sus equipos contra viento y marea. Por el contrario, la urgente necesidad de obtener nuevos éxitos que justifiquen tamañas inversiones se revela un objetivo harto complicado en un deporte caracterizado por el alto nivel de imprevisibilidad en su desarrollo.

     El coste que puede tener una secuencia cada vez más breve de partidos con resultado adverso -dramatizado hasta la histeria por el sensacionalismo instalado en la mayoría de los medios de comunicación- provoca crisis periódicas que, a menudo, se conjuran mediante el despido fulminante del entrenador. La movilidad de los actores, y la inseguridad que provoca un régimen productivo tan inestable, crea una preocupación obsesiva por el resultado de cada partido, empobreciendo la actuación de los equipos, volcados en destruir el juego antes que en su creación.

     Esta impaciencia estructural actúa como una especie de camisa de fuerza sobre los profesionales que buscan amarrar el encuentro, utilizando para ello las artes más comunes, y renunciando a cualquier alegría en el juego, considerada un riesgo innecesario. Para sacudirse el miedo de encima, se aplica una terapia de choque extremadamente conservadora y netamente defensiva, de manera que equipos muy distintos en su potencial de juego recurren a los mismos patrones que dicta la moda del momento.

     Hay motivos suficientes para pensar que esta metamorfosis del fútbol profesional puede debilitar la fidelidad no sólo de técnicos y jugadores, sino también de los aficionados, provocando un distanciamiento de sus clubes respectivos. La identificación con los colores del propio equipo pasa a ser más volátil, en sintonía con el pragmatismo dominante y el dominio indiscutible de la lógica mercantil, representados por la sacralización del éxito, el miedo al fracaso, y el endiosamiento de las estrellas fugaces.


Juego versus explotación infantil en el fútbol
    Esta decadencia del fútbol en el ámbito profesional viene de lejos, pero, en las últimas temporadas, la voracidad del modelo establecido invade todas las categorías de arriba abajo, incluyendo las etapas de iniciación infantil. Resulta difícil sustraerse a los cantos de sirena que inundan también el fútbol básico, y se acaba por hacer propias las nuevas pautas de actuación, dimitiendo de la más elemental voluntad formativa.

     La tentación de intensificar la presión competitiva en edades cada vez más tempranas es un disparate que sólo puede entenderse por la ignorancia, el peso de la inercia, o el extravío en que nos movemos. Este experimento con los niños carece de base científica alguna, al punto de que puede estar provocando un efecto boomerang, y fracasar en el desarrollo del talento de los nuevos jugadores.

     En estas edades, el mimetismo del fútbol adulto pasa por alto una regla de oro en la educación: siempre son más importantes los niños y su formación, que la actividad que realizan. Tampoco se debe olvidar que la maduración de estos jugadores es inseparable de su propio crecimiento emocional y su formación integral como personas. Se trata, por tanto, de hacer el fútbol a su medida, en lugar de forzar una adaptación de los pequeños a una actividad que no ha sido pensada para ellos y que, en lugar de animarles, puede frustrar su aproximación al deporte.

     Esta inadaptación había penalizado hasta ahora a las niñas, al punto de considerarse poco menos que normal su marginación en este deporte, pero, en los últimos años, se acumulan indicios claros de que el aumento incontrolado de la presión competitiva también está afectando negativamente a la mayoría de los jugadores:

  • las prisas por ganar los partidos y acelerar el rendimiento son incompatibles con la evolución más lenta y personal que vive cada uno de los escolares en las distintas etapas de su crecimiento.

  • les enseñan a vencer y no saben perder, de manera que pueden venirse abajo en un trance tan frecuente del que tanto hay que de aprender.

  • la especialización muy temprana en un deporte o en una posición, en aras a una mayor eficacia a corto plazo, son limitaciones que, a la larga, tampoco favorecen la polivalencia cada vez más necesaria en este como en cualquier otro ámbito de la actividad humana.

  • la selección prematura en función de los resultados provoca una discriminación inaceptable e inútil, por cuanto que aleja a la mayoría del disfrute del juego elegido, descartando a todos aquellos que tienen un ritmo de maduración más lento.

  • la tradicional exclusión de las niñas en la práctica de este deporte, las ha privado del disfrute de este juego, echando por la borda un montón de sueños y realidades que, a pesar de todos los obstáculos, comienzan a emerger por todas partes de forma imparable.

  • este trasvase del fútbol adulto al deporte infantil con el objetivo de adelantar y mejorar el rendimiento, es socialmente rechazable, al desaprovechar las inmensas oportunidades que el fútbol pone en juego para la educación y el disfrute de los más pequeños. Olvidar que en la edad escolar los entrenadores son educadores antes que nada, es una irresponsabilidad que termina imponiendo los modelos de conducta social más embrutecidos. Pero es que además se trata de un modelo ineficaz que fracasa también en la facturación de esa elite de nuevos talentos y reclamos que precisa el mercado futbolístico.

  • paralelamente al extraordinario aumento del número de practicantes que se inician en el fútbol de competición a edades cada vez más tempranas, se está produciendo un adelanto de las edades en que se produce el abandono masivo de este deporte.

  • la prolongación del entrenamiento formal bajo la disciplina de innumerables clubes y escuelas de fútbol produce un incremento notable en el número de jóvenes promesas, pero cada vez son más escasos los jugadores excepcionales a los que se ofrece la responsabilidad de tomar el relevo de las actuales estrellas del fútbol.

  • el monocultivo del fútbol masculino y el abandono en que se encuentra el fútbol femenino, relegado a una práctica marginal, representa una pérdida de oportunidades reales de negocio como demuestra la creciente popularidad que anima el fútbol practicado por mujeres en EE.UU.

     Esta impaciencia, aliada con la improvisación en la que se mueve la elite del fútbol, evidencia graves deficiencias en la planificación a medio y largo plazo. La opulencia que venden los más privilegiados oculta las miserias del fútbol básico, la cantera y el futuro de este deporte, al que apenas se dedican recursos para mejorar la formación integral de los jugadores y sus preparadores, desde las primeras etapas.


Dejad jugar a los niños
    A pesar del crecimiento fabuloso de esta industria, se avanza muy lentamente en el conocimiento del fútbol y en la mejora en la calidad de todas sus estructuras. Domina la mentalidad más tradicional según la cual todo está inventado, al punto de que los sistemas de entrenamiento más extendidos proceden de otros deportes individuales donde ha existido un mayor nivel de sistematización. Las posibilidades de interacción que se producen entre los participantes en unos y otros deportes no admiten comparación, de manera que son sistemas incompetentes para ayudar a los jugadores de fútbol a resolver con eficacia y rapidez la variedad de situaciones reales que se producen en el transcurso de este juego.

     Imitar estos sistemas de entrenamiento en las etapas de iniciación parece un despropósito aún mayor por cuanto que, además de todo, resultan inadaptados para las características de los niños. Sucede además que los maestros encargados de este momento iniciático tan delicado son voluntarios que dedican muchas horas y enseñan como buenamente pueden su enorme experiencia, pero saben poco de niños. Las más de las veces reproducen los esquemas de entrenamiento más obsoletos del fútbol adulto, sin una preparación específica, con pocos medios y sin remuneración alguna.

     La repetición disciplinada de automatismos en los entrenamientos, y esta obsesión por ganar en la competición temprana, limitan la práctica del juego, que es el medio más estimulante para que el niño tome confianza, aprenda y disfrute, también del fútbol. En lugar de pasárselo bien, educarse en el juego limpio y despertar su creatividad, la disciplina empleada para garantizar el orden de toda la grey termina, muchas veces, aburriendo a los niños.

     Los más sacrificados, la mayoría de los que consiguen superar todas las pruebas, se han hecho jugadores con sistemas muy dirigidos que domestican su inteligencia futbolística, poniéndola al servicio de la concepción del equipo y los patrones de juego preestablecidos que maneja el entrenador. De esta manera, una enseñanza formal tan prolongada desde la más tierna infancia -muy distinta del aprendizaje informal en la calle que sucedía hace apenas unos años- puede retraer el talento individual de tantos jugadores, que adolecen con frecuencia de un estilo muy estandarizado. La aplicación de pedagogías tradicionales centradas en la transmisión, a todos por igual, de aquello que han de aprender, produce una clonación de jugadores que integran colectivos con un rendimiento enorme a corto plazo, pero excesivamente previsibles, para satisfacer las exigencias de flexibilidad y excepcionalidad individual que reclama la elite del fútbol.

     Después de muchos años de sobreentrenamiento y dedicación prácticamente exclusiva al fútbol, soñando con ser uno de los elegidos, a la inmensa mayoría de los participantes en este deporte les aguarda una salida frustrante, que poco o nada tiene que ver con el futuro anhelado. Cabe preguntarse si no se está pagando un precio muy alto para acercarse al espejismo que representan los ídolos del fútbol, tan difundido como inalcanzable, donde las excepciones confirman la norma. Si realmente merece la pena sacrificar la infancia y la juventud de tantos deportistas, a cambio de una formación tan limitada y unas promesas de éxito tan poco ciertas.

     El enloquecimiento acelerado de esta maquinaria deportiva requiere la complicidad de muchos padres que pierden la cabeza, y acarician, a las primeras de cambio, un futuro promisorio para sus vástagos. El fútbol deja de ser un juego, exigiéndoles la seriedad y el rendimiento de un niño superdotado. Hay equipos, no sólo los filiales de los grandes, también los más chicos, de barrio para entendernos, que tientan con promesas de todo tipo a jugadores de otros equipos, antes incluso de acceder a la categoría infantil. Fruto de esta misma ansiedad, son cada vez más frecuentes los comportamientos de ciertos padres incontrolados que se pasan todo el partido a voz en grito. Este espectáculo tan poco edificante se deja ver también en los encuentros que juegan los más pequeños, interfiriendo constantemente en la labor de los entrenadores e incitando a la agresión dentro y fuera del terreno de juego.

     Resulta patético comprobar la desatención de los poderes públicos ante esta degeneración del deporte, habida cuenta del interés social del fútbol, así como de su enorme potencial para la promoción de hábitos saludables y valores que nos son cada vez más caros en la convivencia diaria. Tampoco es tarea fácil reordenar un sector tan poderoso que ha creado tramas muy extensas y sutiles de intereses compartidos por la mayoría de la población, al punto de que las políticas públicas ensayadas a contra corriente no han conseguido torcer esta peligrosa dinámica, quedándose las más de las veces en papel mojado

     Al final, por impotencia, desconocimiento de los beneficios sociales del deporte, o por desprecio hacia una actividad tan popular, los gobiernos han abdicado de su responsabilidad para civilizar un sector que ha perdido la cordura, y posee una capacidad de irradiación social tan evidente.

     ¿O es precisamente de eso, de lo que se trata?

     Leioa, 21 de setiembre de 2000


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