Los equipamientos para el ocio en la ciudad de Medellín. Negocio y control político |
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*Docentes de la Universidad de Antioquia e integrantes de la Corporación CIVITAS **Estudiante de la Universidad de Antioquia (Colombia) |
Víctor Alonso Molina Bedoya Arley Fabio Ossa Montoya* Paola Andrea García Peláez** vmolinacatios@yahoo.com |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 11 - N° 99 - Agosto de 2006 |
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La mercancía más importante que se intercambia en la ciudad es la conversación.
Por lo tanto el equipamiento más importante son los cafés, los lugares de encuentro
[…] que deben estar en los bajos de todas las manzanas, especialmente en las
áreas centrales (Director de planeamiento de la City de Londres, Buenos Aires, 1997).1. Introducción
El documento presenta una lectura de la ciudad de Medellín desde la distribución de sus equipamientos culturales para el ocio.
Se destacan tres elementos fundamentales. Como primero, hacerse la pregunta ¿si más que ciudades, lo que tenemos en América Latina son hiperaglomeraciones?. Segundo, hay una concentración de los equipamientos para el ocio en el centro de la ciudad y en las comunas con mayor poder adquisitivo. Por último, los espacios para el ocio se exhiben como un dispositivo para el control y la reproducción social.
Este material se construye en el marco de la investigación en desarrollo: Espacio, ocio y política: distribución comparativa de los equipamientos culturales en la ciudad de Medellín, liderada por la Corporación CIVITAS. Participan como investigadores: Víctor Andrade de Melo, Fernando Tabares, Saúl Franco, Alejandro Escobar, Melquiceded Blandón, Margarita Zapata, Camilo Duque, Dennis Geldres, Arley Ossa, Elkin Vergara y Víctor Molina.
El crecimiento sin límite de las ciudades latinoamericanas es un factor que incide en la calidad de la relación entre los seres humanos que la integran. La hiperaglomeración como característica actual de la ciudad de Medellín, pone en riesgo el equilibrio natural de la relación humana y deriva en unas prácticas de convivencia, donde el hombre se presenta como un ser nocivo para el hombre mismo. En Medellín la proliferación de una población urbana y migratoria más heterogénea y el desbordamiento de los límites geográficos de sus núcleos históricos, en el que se expresa un urbanismo atropellador, especulativo e insensible con el medio geográfico, genera espacios en los cuales las sociabilidades son continuas, novedosas y precarias, facilitando experiencias móviles, cambiantes y veloces, que caracterizan la vida en las metrópolis del siglo XXI. (Jurado: 3) La ciudad se visibiliza, pues, como "un ámbito delimitado, diferenciado del territorio, espacio del trabajo y del consumo {que} se ha hecho a la vez menos accesible y más dispersa, sin límites precisos." (Borja, 1999: 113)
Es por la vía anterior, como en América Latina se registran los índices de crecimiento de la población de las ciudades más altos del mundo. Como lo señala Hoyos (1996: 217), una ciudad como Bogotá, que pasó en un período de veinte años de un millón a seis millones de habitantes, es la señal más clara de una relación desigual entre el gasto de recursos materiales y de consumo, sin tener presente la capacidad regenerativa de los mismos. Pero esta realidad no sólo la sufre Bogotá, también ciudades como Río de Janeiro, ciudad de México, Buenos Aires, Santiago de Chile, entre otras.
La hiperaglomeración -característica creciente de la ciudad de Medellín- se constituye en una enfermedad que va eliminando la ciudad misma, tanto desde los efectos de los agentes internos como externos. El mismo deterioro de las condiciones de equilibrio hace que los hombres terminen autodestruyéndose, por lo que asuntos como la violencia y el conflicto social más que obedecer a una especie de "naturaleza propia" como pueblo, es un efecto de la desregulación, del desequilibrio y de la inequidad de la ciudad.
Para el caso de los hiperaglomerados latinoamericanos, su acelerado ritmo de crecimiento, representa un asunto de carácter sociopolítico ligado al modo desequilibrado como se relaciona la sociedad humana con el sistema natural del que depende (Hoyos, 1996: 219). Este desequilibrio hace inviable, en una perspectiva de desarrollo sostenible, garantizar la satisfacción de las necesidades básicas de la población y, por tanto, una adecuada y respetuosa relación entre el individuo y el colectivo.
La multiplicación incontenible de la población en las grandes ciudades pone en riesgo la supervivencia misma, en tanto no están garantizadas las condiciones, ni son infinitos los recursos para su atención. La ciudad representa así, un escenario que afirma el individualismo, el enfrentamiento de todos contra todos y donde el ciudadano se percibe cada vez más como desconocido y enemigo de los demás.
La inhabitabilidad de las ciudades tiene como fundamento el aspecto político (Hoyos, 1996: 221), con él, se hace referencia a la inmigración masiva interna que afecta las hiperciudades debido a la centralización económico-administrativa, la cual se constituye en la principal responsable del crecimiento sin límite de los centros urbanos en América Latina, siendo la causa de la violencia urbana. Esta concentración no es mas que el reflejo de la privación y la privatización del acceso de una amplísima mayoría de personas ubicadas en las ciudades intermedias, en las periferias urbanas y en el sector rural, a adecuadas condiciones de vida, represadas en las ciudades principales, centros de capital y rentabilidad financiera.
La ciudad cuyo rasgo fundamental es la hiperaglomeración se exhibe como la yuxtaposición no articulada de individuos que habitan en ella donde impera el anonimato y la desconfianza. Ella se ha convertido en un espacio de paso, de desplazamiento del domicilio al trabajo y viceversa. La ciudad no se vive, no se siente. La apatía del ciudadano por la ciudad, genera las condiciones adecuadas para que cada vez más se privaticen los espacios públicos bajo la forma de apropiación particular de los mismos, lo que nos distanciaría cada vez mas de un derecho a la ciudad, como derecho a ocupar el espacio para satisfacer las necesidades vitales del ser humano o para procurarse las condiciones de existencia.
El espacio público se constituye por naturaleza en el territorio para democratizar la vida en la ciudad. De allí que para la teoría marxista éste represente el espacio público y estatal destinado para el consumo colectivo de la ciudadanía. Por lo tanto, una apropiación y posesión por parte de personas o grupos con fines particulares constituye un atentado contra la dinámica misma de la convivencia social.
La privatización del espacio público como factor visible en la ciudad de Medellín en la destinación de andenes, calles, parques, puentes, escenarios deportivos y patrimonios arquitectónicos históricos al servicio no de la comunidad sino de la especulación urbana, supone dos características: la primera, es que el Estado vende fracciones de este espacio y, la otra, es que las personas por diversas y justificadas razones, especialmente de tipo económico, ocupan sin permiso espacios públicos que se utilizan para propósitos particulares comerciales y de servicios.
En esta privatización lo que subyace es una pérdida del sentido de lo público, relacionada con la incapacidad por parte del Estado para manejar los bienes públicos. Este modelo de organización refleja una pérdida del vínculo individuo - comunidad por parte de las instituciones.
La conciencia de lo público, de un destino colectivo, es producto de un proceso de educación gracias al cual el individuo se torna cívico en su obrar, entendiendo que él, no sería lo que es, ni podría desplegar sus potencialidades sino es porque se asocia a otros hombres. Pertenecer a un destino colectivo es una construcción propia de los seres humanos. La conciencia cívica es la convicción de pertenecer a una comunidad y establecer vínculos más amplios de responsabilidad, que trascienden la familia como nexo más cercano; es un compromiso con la sociedad y las generaciones venideras, es en definitiva un proyecto de largo alcance.
Un despliegue de acciones en tal horizonte, implica una línea de reflexión que haga del medio urbano no sólo un agente de formación sino un entorno educativo por excelencia, un contexto de acontecimientos educativos que se desparraman por los diferentes espacios de la ciudad, gracias a la participación en ellos de instituciones y sujetos que adscritos al campo pedagógico, actúan mancomunadamente. La ciudad como cuerpo por descubrir, demanda su reconocimiento como entorno, vehículo y contenido de educación, en la cual, el ciudadano conciba a la polis como agente de educación informal, como emisor de información y cultura. Mediante esta actitud semiótica con la ciudad, es posible resignificar el espacio urbano, valorar las posibilidades de aprendizaje que ofrece en su utilización, favorecer la participación en la construcción del mismo y desplazar la superficialidad y parcialidad que a menudo presenta el aprendizaje directo y espontáneo que se realiza del medio urbano. (Trilla, 1997: 28-40) La materialización de este tipo de lecturas y posiciones frente a la ciudad sólo será posible si ésta ofrece con generosidad todo su potencial, es decir, si se deja aprehender por todos sus habitantes y si les enseña a hacerlo con base en una construcción que se llene de expresión y contenido, de tiempo y espacio, de pensamiento y acción, de geografía e historia, de realidad y proyecto; (Gennari: 1998: p. 9-13) en una ciudad mediante la cual se posibilite el control de los impulsos que exigen una educación para la racionalidad y el cálculo de los actos en la vida pública.
Se ofrece en la perspectiva anterior una vía para construir la polis, la ciudad como lugar de expresión de cuerpos cívicos (Silva, 1993: 22), una propuesta para desplazar el espacio caótico, peligroso, no humanizado, por el otro espacio del habitat, de civilización en tanto comportamiento cívico. Este como se sabe, es una característica propia de la vida ciudadana con la cual se posibilita el reconocimiento social y jurídico, por el que una persona tiene derechos y deberes, por su pertinencia a una comunidad, casi siempre de base territorial y cultural. Las posibilidades y compromisos del ciudadano le permiten volcar su actividad social y política en la configuración de la sociedad urbana. Él puede renovar el sentido de la actividad creadora destruyendo la ideología de consumo.
Existe allí una propuesta: impulsar la civilidad propia de la ciudad, la cual es socavada por la megalópolis en la que todo puede ser servicio, perdiéndose la dimensión humana e incrementándose la lógica del poder. De acuerdo con la socióloga María Teresa Uribe citada por Jurado (2), el tránsito de la Medellín tradicional a la moderna y metropolitana que se dio durante los años sesenta y setenta generó conflictos y desajustes sociales que desbordaron la capacidad de instituciones como la familia, el Estado y la escuela para enfrentarlos. No obstante se reconozca a la ciudad como la de mejor nivel de vida de la población del país, ésta no logra crear vida ciudadana y ciudadanos. Como bien lo señala esta autora, en ella se evidencia el urbanismo más no la urbanidad.
Como se ha venido planteando, la ciudad asiste a un proceso de reconversión económica evidente. La ciudad se construye de acuerdo a los intereses de los gobernantes, pero no de acuerdo a los intereses de las mayorías urbanas, por esto la planificación de la ciudad se presenta conflictiva, pues refleja los intereses de los sectores en el poder, quienes por intermedio de la ideología y su falsa conciencia exhiben su accionar como el necesario para el progreso de todos. Así, en nombre de la igualdad, la inclusión y el progreso diseñan una ciudad para el consumo, para los que pueden, una ciudad de la fragmentación, de la soledad, del no encuentro, de la visibilización de unos y la invisibilización de otros. Una ciudad que cotidianamente excluye y margina a aquellos que no ostentan las condiciones para consumirla.
En suma, la ciudad es la expresión de la dominación de una clase sobre otra. Pero difícil de entender para la mayoría por el poder que en este proceso de extrañamiento juegan los medios masivos, como agentes difusores de la falsa conciencia, es decir, de la falsa necesidad.
En el anterior horizonte, Medellín es una ciudad que permite hacer una lectura clara de la forma como los espacios físicos (espacios públicos) se reconfiguran de acuerdo a la reconfiguración del capital. Asistimos así, a una concentración de equipamientos culturales en determinadas zonas de la ciudad, obviamente nos estamos refiriendo a los 6 equipamientos propuestos para la investigación, lo cual no quiere decir que sean los únicos para hacer una evaluación de las prácticas culturales en la ciudad. Los resultados son presentados en el cuadro 1:
Cuadro 1: equipamientos culturales, según las comunas en que esta dividida la ciudad de Medellín
En el caso particular de la diversión, identificamos una concentración de los cinemas, de parques interactivos y de ocio en los centros comerciales, los cuales han aumentado de forma desproporcionada.
Los centros comerciales se presentan hoy como las nuevas catedrales del consumo. En ellos las personas no sólo consumen bienes y servicios sino que también consumen el mismo tiempo. Tanto los bienes, el ocio y el tiempo se convierten en mercancías que se compran y se venden en el mercado.
El centro comercial que a partir de los años ochenta y noventa ha modificado su antiguo formato, que encontraba en el almacén y luego en el hipermercado su centralidad, a pasado a convertirse en espacio con una clara vocación hacia la diversión y el entretenimiento de las personas. De esta forma el centro comercial se erige en la nueva alternativa para la realización del ocio personal y colectivo. En él, es posible encontrar desde bienes básicos de consumo hasta cines, restaurantes, discotecas, espacios para la práctica de deportes, espectáculos, reservados, peluquerías para perros, guarderías, atracciones infantiles, salas de máquinas, centros de "estética" y de salud, centros de terapia, centros de esoterismo, exposiciones de arte, mimesis de museos, entre otras.
En definitiva, ante la concentración de los equipamientos, hace falta centralidades múltiples y heterogeneidad social y funcional en cada área de la ciudad donde converjan en un diálogo fluido los centros y los barrios, los espacios de la cotidianidad y los de la excepcionalidad. (Borja, 1999: 113)
Igualmente, otro elemento a destacar, es el uso político que se hace de los espacios públicos de la ciudad, así estos son transformados, bajo la dirección de los funcionarios y políticos, quienes toman decisiones sobre las actividades económicas, espacios de recreo, de residencia, de circulación, de diseño de vías y espacios comunes, generando divisiones en lugares que han garantizado determinados tipos de relación y comunicación, sin detenerse en los impactos sobre el tejido urbano y los usos sociales que facilitan u obstaculizan (Borja, 2001: 119). De esta manera para el caso de Medellín, la antigua plaza pública (de Cisneros) como lugar de encuentro de la protesta social es transformado en su estructura espacial para impedir la manifestación y el descontento con el gobierno.
Como indica Borja, es innegable la dimensión política del espacio público:
El de los momentos comunitarios fuertes, de afirmación o de confrontación, el de las grandes manifestaciones ciudadanas o sociales. La ciudad exige grandes plazas y avenidas, especialmente en sus áreas centrales (y también, en otra escala, en sus barrios), donde puedan tener lugar grandes concentraciones urbanas. Estos actos de expresión política tienen su lugar preferente delante de los edificios o de los monumentos que simbolizan el poder. En consecuencia, es esencialmente antidemocrático cuando por medio de la prohibición de acceso o del diseño urbano se impide este tipo de manifestaciones (Borja, 2001: 124).
Así en la Medellín actual, los planificadores dan importancia y realce a espacios con una antigua vocación social y de encuentro político, incluyendo la protesta y el descontento, a dinámicas de embellecimiento, de exhibición y de consumo turístico. Esto nos percata de la usanza política de estas decisiones.
Por ello el ocio es valorado como instrumento de consumo y de reproducción social, donde los equipamientos de la ciudad se ponen al servicio de la nueva vocación urbana. De esta manera se sacrifica una comprensión del ocio como factor promotor del encuentro libre y desinteresado, como factor dinamizador de colectivos sensibles y solidarios y por tanto se priva a la población de un ocio creativo y liberador.
Nos compromete para finalizar, una idea de ciudad, donde el ocio sea una reivindicación de los excluidos, de los invisibles, es decir, un ocio en el cual podamos leer a los grupos sociales étnicos y culturales que por razones varias han sido excluidos de la historia oficial, o que si han sido narrados, se ha hecho para descalificarlos, culpabilizarlos y estigmatizarlos.
Fotos: Margarita Zapata y Paola García
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revista
digital · Año 11 · N° 99 | Buenos Aires, Agosto 2006 |