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Del gol en contra al error de arbitraje:
el talón de aquiles de los futbolistas y los jueces

   
Profesor de etnología en la Universidad de Provence donde dirige
el Laboratorio de Etnología Mediterránea y Comparativa
(Francia)
 
 
Christian Bromberger
bromberg@newsup.univ-mrs.fr
 

 

 

 

 
    Es por lo menos una situación paradojal el que las sociedades meritocráticas, obsesionadas por la justa medida de las capacidades, que han hecho de la docimología su ley fundamental y de la verdad y la equidad sus ideales, se hayan dado, por espacio universal de sus confrontaciones, un deporte que deja un campo tan vasto al error y a la injusticia. En principio, las disciplinas atléticas, donde la aplicación de la regla no se presta a discusión y donde los resultados son incontestables, parecerían ser más conformes al quehacer contemporáneo. ¿Qué significan entonces esas desviaciones, esa contradicción a los principios que parecen regir nuestro mundo? Las reacciones de los jugadores y los espectadores frente al error o la falta entregan un primer esclarecimiento sobre el sentido de esta paradoja.

Traducción: Raúl de la Fuente y Tulio Guterman
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 10 - N° 94 - Marzo de 2006

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El Fútbol como reino del error

    Ningún deporte ofrece más riesgos de error que el Fútbol. Un partido es una suma de problemas a los que los jugadores se esfuerzan de "encontrar las buenas soluciones" pero, cualquiera sea su habilidad o su experiencia, ellos lo logran en muy raras ocasiones. En el camino del gol o en defensa de su campo, el error los espera y puede aparecer en cada rebote de la pelota y en cada rincón del terreno. Este se manifiesta bajo todas sus formas y en todas sus variantes.

    Este error puede ser técnico, cuando el jugador se tropieza en el balón; cuando un delantero, sólo ante el arquero, pierde "una oportunidad única", cuando el líbero, último defensor, se "enreda con la pelota" y comete una "pifiada" que abre el camino del gol a sus adversarios o aún cuando el arquero se lanza, ataja el balón y después lo deja deslizarse bajo su cuerpo (este error, del que ríen los aficionados del otro equipo, ha recibido un nombre, "la arconada" , en referencia al desafortunado arquero español, Luis Arconada, quien dejó escapar así la pelota ante un tiro de Michel Platini, en la final del campeonato de Europa de Naciones de 1984). El colmo de esos errores técnicos, el gol contra su propio campo, (el autogol, como dicen los italianos o gol en contra), es la acción de un defensor desafortunado que desvía la pelota al interior del arco de su propio arquero al intentar despejar. Ese es un caso particular único del Fútbol (en ninguna otra disciplina se puede marcar contra su propio campo), que confirma que aquí estamos en el reino del error.

    Además de las equivocaciones, y a veces junto con ellas, están los errores de apreciación. Jugar al Fútbol, es escoger entre muchas soluciones: tirar, pasar, driblear, tomando en cuenta la posición de sus adversarios y de sus compañeros. ¿Cómo saber escoger en esas situaciones de incertidumbre, tomar instantáneamente la decisión correcta? Ese es el talón de Aquiles del pensamiento de los futbolistas que deben controlar y anticipar, en un abrir y cerrar de ojos, una multitud de parámetros. Sólo los jugadores de excepción, reconocidos por su capacidad de clarividencia y su "visión periférica del juego", su vista, dicen los españoles, escogen regularmente la buena solución. Ocurre bastante a menudo que los otros se enredan en sus dribles, no levantan la cabeza para mirar, no ven al jugador desmarcado, no "saben concretar". A esas acciones desafortunadas, los espectadores, burlescos o furiosos, oponen inmediatamente después de lo sucedido, cuando el error ha sido constatado, la solución que "se imponía": "¡Debería haber hecho el pase! ¿Por qué no remató?".

    Esos errores de juicio no reposan solamente sobre una mala apreciación de las características de las acciones en el espacio de juego. Es necesario saber también controlar el tiempo de juego. Cuando su equipo está ganando y el partido se acerca a su fin, los jugadores deben saber "conservar el balón" para no hacer nada, como a veces en la vida social, hablar para no decir nada y hacer durar una conversación. Según el momento correspondiente del partido, la toma de un riesgo ofensivo puede ser considerada como una acción maestra o como el peor de los errores. ¿Quién, entre los seguidores del Fútbol, no se acuerda de la "imperdonable falta" de David Ginola durante un partido calificativo para la Copa del Mundo, que oponía Francia a Bulgaria, el 17 de Noviembre de 1993? Disponiendo de un tiro libre a su favor en el último minuto del partido, el atacante trata de realizar una difícil jugada personal en lugar de asegurar el balón. Su fracaso permite a los Búlgaros recuperar el balón y uno de ellos se escapa para marcar el gol que elimina Francia del Mundial 1994. Ese gol de Emile Kostadinov ha permanecido como un símbolo de esas vueltas de la suerte in extremis, debidas a una evaluación egoísta y a una "ausencia de realismo".

    El campeonato de Europa de Naciones, que se llevó a cabo en Bélgica y en Holanda en junio y julio del 2000, ha sido también fértil en esos cambios de situación de último minuto, en especial una, luminosa, durante la final en la que se enfrentaban Francia e Italia, que aparece como una especie de réplica simétrica e inversa del episodio Kostadinov: al minuto 93 y 12 segundos, los franceses, en un esfuerzo final, aprovechando un error de un defensor italiano, lograron empatar, cuando ya todo parecía definido. Una falta de atención y un exceso de confianza, en un equipo sin embargo experto en el arte de "conservar un resultado", permitieron abrir las puertas del tiempo suplementario que finalizó por un gol de David Trezeguet y la victoria de los tricolores. Un amargo debate sobre la medida exacta y la buena gestión del tiempo de juego inflama a Italia después de ese partido: ¿Acaso el tiempo adicional acordado por el árbitro no fue excesivo? ¿No eran tres minutos en vez de cuatro? Y sobre todo, ¿cómo es que jugadores tan experimentados no habían sido capaces de controlar el juego en esos momentos?

    Sin embargo, en el concurso de los que cometen errores, son los árbitros (¡y no solamente el cálculo del tiempo agregado!) los que suscitan más controversias. La justicia en el Fútbol reviste, es verdad, rasgos muy singulares. Ella es inmediata, fundada únicamente sobre la apreciación del árbitro1 e irrevocable. Las XVII leyes de juego sancionan faltas que son a veces difíciles de percibir y dejan un amplio espacio a la interpretación. Al contrario de la mayor parte de los deportes en los que la medida sirve de muestra, de prueba y de veredicto, en el Fútbol se observan errores de juicio evidentes, definitivos, sin discusión posible, que muchas veces son determinantes en el resultado del encuentro.

     El juez y los dos asistentes que lo ayudan en el terreno pueden equivocarse en sus apreciaciones visuales: no ver que un jugador tramposo ha impulsado la pelota con la mano -y no con la cabeza- en el arco adversario, evaluar mal, por pocos centímetros, la posición de los adversarios y declarar un atacante fuera de juego, no convalidar un gol cuando la pelota ha cruzado la línea... La leyenda de las competencias está plagada de esas fallas arbitrales que cambiaron de un día para otro la imagen del mundo futbolístico.

    En 1986, en el Mundial de México, Diego Maradona marca con la mano un gol decisivo contra Inglaterra; en 1990, el Olympique de Marsella no pudo llegar a la final de la Copa de Europa de Clubes Campeones a causa de un gol marcado en las mismas condiciones irregulares: "la mano de Vata" (nombre del culpable, atacante de Benfica de Lisboa) permanece como un episodio amargo en la memoria de los aficionados marselleses. Algunos años más tarde, en 1999, el mismo equipo fue eliminado de la Copa de la Liga por otro tipo de error de arbitraje: durante la prueba final de tiros al arco, el juez no se dio cuenta que el balón lanzado por un jugador de Marsella había atravesado la línea después de haber rebotado en el travesaño. Resumiendo, no terminaríamos nunca de mencionar el largo rosario de estos errores técnicos que recuerdan los hinchas cuando evocan los martirios sufridos por su club.

    Los errores de apreciación del fuera de juego2 han, por su frecuencia, atraído la atención de los especialistas de la percepción del movimiento. Investigadores españoles3 los han explicado por la diferencia, de una fracción de segundo, entre el momento en que el juez de línea fija su mirada sobre el jugador que pasa el balón y el momento en que la desplaza hacia el atacante que lo recibe. Entre tanto, este último ha podido recorrer cuatro buenos metros, dando así la impresión de haber estado en posición de fuera de juego al comienzo de la acción. En un estudio reciente4, unos investigadores holandeses rehúsan esta seductora hipótesis. Habiendo instalado una cámara en un árbitro asistente, ellos demuestran que éste percibe simultáneamente al jugador y al receptor del balón. Los errores de apreciación serían, en realidad, debidos a los efectos de la perspectiva. Esto es lo que resulta del examen cuidadoso de 200 decisiones tomadas por tres árbitros asistentes profesionales durante partidos de jóvenes jugadores de alto nivel y de una muestra de 200 encuentros (seleccionados entre los partidos de los campeonatos nacionales de cinco países de Europa y de la Copa del Mundo 1998). Para ampliar su ángulo de visión, el árbitro asistente se ubica, en nueve casos de diez, entre la línea de gol y el último defensor. En esas condiciones, si dos jugadores contrarios están situados exactamente en la misma línea, aquel que está más lejos le parecerá como estando ligeramente más a la derecha. Dicho de otra manera, si el defensor está intercalado entre el atacante y el árbitro asistente, éste tenderá a levantar equivocadamente su bandera. Al contrario, no la levantará, también erróneamente, si un atacante, ligeramente fuera de juego, está intercalado entre el defensor y él mismo. Engañados por esas imágenes de la retina, los árbitros asistentes cometerían así un 20 % de errores en sus apreciaciones del fuera de juego.

    Sin embargo los errores de arbitraje no sólo son debidos a una falta de atención, a problemas de perspectiva o a una mala posición del juez en el terreno. Si bien el arbitraje es una cuestión de percepción, es también, en muchos casos, una cuestión de interpretación instantánea. La Ley XII del juego (sobre las faltas y las incorrecciones) deja al juez la tarea de apreciar la regularidad de una acción y la intencionalidad de una infracción. Más, la frontera entre la regularidad y la irregularidad es a menudo confusa y discutible. ¿Esa traba era regular o irregular? Hay así con que alimentar múltiples controversias durante y después del partido. Un partido contiene siempre ese tipo de acciones "en el límite de la regularidad", como dicen los periodistas, en el que el árbitro considerará con indulgencia o con severidad, según su temperamento, su cultura nacional (más o menos tolerante a los excesos de "virilidad"), el desarrollo del partido o quizás siguiendo las consignas entregadas por los organismos dirigentes. Hay ciertos partidos estimados de la misma forma que algunos fines de semana en las autopistas, es decir peligrosos: entonces las autoridades se esmeran para recomendar una aplicación exigente de las reglas.

    En todo caso, es el carácter de intencionalidad de la falta lo que es más difícil de apreciar, sobre todo en un deporte en que la trampa y el engaño son parte del juego: ¿Esa mano era "voluntaria" o casual? ¿La carga del jugador sobre su adversario era "leal", y por lo tanto admitida, o "desleal", entonces bajo sanción? ¿La brutalidad fue accidental o intencional? De las respuestas instantáneas a esas preguntas depende muchas veces el resultado de un partido, pues ese tipo de falta es castigada severamente: ya sea con un penal si el error ha sido cometido en el "área grande" o por la exclusión definitiva del culpable, un caso propio del Fútbol, puesto que en otros deportes, como en el Balonmano o el Hockey sobre Hielo, esos castigos solo son temporales.

    La sensibilidad del público ante las irregularidades en el juego y ante los errores de los jueces sobre los errores de los jugadores ha sido estimulada por las transmisiones televisadas cada vez más sofisticadas, con sus quince o dieciocho cámaras, sus cámara-lenta, sus "zooms" de las acciones discutibles. Se ha creado así un super-espectador, una especie de comisario encuestador a la búsqueda de pruebas que demuestren la irregularidad del comportamiento de los otros, pero por sobre todo, notar los errores de arbitraje. Escuchemos, como un ejemplo entre otros, a Marc, artesano en carrocería de los barrios del norte de Marsella, ardiente defensor del Olympique de Marsella, para quien la defensa de su causa es superior a todo: "Olympique de Marsella - Sparta de Praga en 1991; el árbitro nos cobra dos penales... ¡En el primero, yo puedo aceptar, hay falta, pero en el segundo no hay absolutamente nada! He visto y revisto la acción diez veces y hasta los de TF1 (Televisión Francesa) dicen que no pasó nada. ¡Pero hay cosas peores: OM - Metz en 1993, después de la historia del OM - VA5, es el colmo! Anton, el árbitro, nos anula dos goles perfectamente válidos, expulsa sin razón tres de nuestros jugadores... Y además, en diciembre de 1997, el famoso Paris Saint Germain - OM: toda la prensa dijo que Ravanelli se había hecho una auto-zancadilla para caer dentro del área y obtener un penal (que permitió ganar al OM). Pero, en primer lugar Rabesandratana (el defensor del PSG) que seguía a Ravanelli llevaba la intención de cometer falta, por lo que es normal que fuera sancionado. Después ellos han vuelto a mostrar las imágenes en el Canal Plus y se ve claro que la rodilla de Rabesandratana toca el talón de Ravanelli. Sin discusión, existe falta".

    Pero, aún armados de aparatos de verificación sofisticados y dotados de un mínimo de neutralidad (lo que no sucede en nuestro último ejemplo), estos comisarios encuestadores llegan a equivocarse, criticando errores que no lo son. Durante el partido entre Brasil y Noruega del Mundial '98, el árbitro señala un penal por una falta del defensor brasileño Junior Baiano sobre el delantero noruego Tore Andre Flo. Los periodistas y los especialistas, revisando muchas veces las tomas de la acción dudosa, declararon ese penal "imaginario" y denunciaron un escándalo que determinaba indirectamente la eliminación... de Marruecos (en Fútbol como en otros casos, los errores de unos hacen, según los casos, significan la felicidad o la desgracia de otros). Sin embargo, al día siguiente otras imágenes tomadas desde un ángulo diferente por una cadena sueca de televisión, revelaron que el árbitro había tenido razón. La discusión sobre los errores, que es uno de los incentivos de la pasión partidaria, puede así seguir canales complejos donde la administración de la prueba es incierta y discutible. ¿Era necesario expulsar a Laurent Blanc en la semifinal del mismo Mundial, como lo decidió el árbitro? El jugador francés había tocado el mentón de su adversario croata, ¿pero el juez no se dejó acaso engañar por la víctima tramposa que se cubría un ojo?

    El muestrario de errores en un terreno de Fútbol es particularmente amplio. Equivocaciones, fallas no intencionales, faltas intencionales -empleo de medios diversos para tratar de salir adelante cuando el éxito no está presente- forman parte del desarrollo del partido. Pero el error está comprendido aún previamente a un partido. El seleccionador puede efectuar una mala decisión al elegir a unos jugadores, y al excluir a otros, para formar su equipo. El saber popular y el especializado -el de los cronistas deportivos- se escandaliza por esas decisiones que les parecen inoportunas, aunque tengan que arrepentirse, hasta llegar a pedir perdón en caso de una victoria6, para, seguramente, volver a hacerlo en caso de derrota. Los hinchas brasileños están todavía indignados con la inclusión de Ronaldo fuera de estado para la final del Mundial de 1998, mientras los italianos siguen deplorando que se haya preferido a Alessandro del Piero en lugar de Roberto Baggio en esa competencia. En el Fútbol, esto es real, el seleccionador no puede basar sus decisiones sobre ningún criterio válido, como, a la inversa, sucede en las disciplinas atléticas en que las performances cronometradas (para los corredores) o medidas al centímetro (para los saltadores y los lanzadores) sirven de referencia en la elección de los campeones. Y si se desea convencerse definitivamente que "el Fútbol no es una ciencia exacta", bastaría con evocar las dificultades de los apostadores de los pronósticos deportivos, los que semana tras semana se empeñan en vano para prever correctamente los resultados de los próximos partidos.

    ¿De donde viene entonces esta singular propensión del Fútbol para producir tantos errores, sea en su práctica, en la interpretación o en la previsión del juego? Sin duda, en principio, se debe a la complejidad técnica de este deporte fundado en la utilización anormal del pié, de la cabeza y del torso. Se sabe que el pié tiene mala reputación, y no es sólo una idea vacía, si se considera la superficie cortical que le corresponde, muy reducida si se le compara a los que gobiernan los órganos de la prensión y de la fonación. Además, es verdaderamente difícil de controlar un objeto, sin cometer errores, con un miembro tan poco favorecido. Lo prodigioso, durante un partido, no es acaso eso que dicen los espectadores con admiración: "¡No es posible! ¡Tiene una mano en vez de un pié! Lo complejo del juego está aún acrecentado por la diversidad de los parámetros que los jugadores deben comprender en forma instantánea para lograr una jugada exitosa, es decir la posición y las intenciones de los compañeros y de los adversarios.

    Las últimas fuentes principales de errores son las malas apreciaciones del juez ante las faltas de los jugadores, la capacidad de decisión excesiva que éste puede ejercer en la interpretación de las reglas y en la aplicación de las sanciones, sin que nadie pueda contestar lo bien fundado de esas decisiones (al contrario del Fútbol Americano, donde el árbitro puede ser forzado, por la demanda de uno de los dos entrenadores, a observar en una pantalla de televisión, la secuencia discutida).

    Es por lo menos una situación paradojal el que las sociedades meritocráticas, obsesionadas por la justa medida de las capacidades, que han hecho de la docimología7 su ley fundamental y de la verdad y la equidad sus ideales, se hayan dado, por espacio universal de sus confrontaciones, un deporte que deja un campo tan vasto al error y a la injusticia. En principio, las disciplinas atléticas, donde la aplicación de la regla no se presta a discusión y donde los resultados son incontestables, parecerían ser más conformes al quehacer contemporáneo. ¿Qué significan entonces esas desviaciones, esa contradicción a los principios que parecen regir nuestro mundo? Las reacciones de los jugadores y los espectadores frente al error o la falta entregan un primer esclarecimiento sobre el sentido de esta paradoja.


Frente al error

    Para los jugadores, las equivocaciones y fallas son a menudo imputables a la suerte. Es mejor entonces, antes de comenzar el partido, "poner toda la suerte de nuestro lado", tratando de dominar al destino. En los vestuarios y a los costados del terreno, se multiplican así los ritos propiciatorios para conjurar la desgracia, venidos de los registros más diversos (religión oficial, practicas mágicas y folklóricas...) 8. La elección de los equipamientos, en especial de los botines, la manera de calzarlos, los gestos repetidos que han "demostrado su eficacia" (besar el cráneo calvo del arquero, por ejemplo), pretenden servir para protegerse de los errores fatales. En esos ejercicios, es el arquero y los delanteros los que se muestran más preocupados; sus acciones son decisivas: por un acierto o por un error, ellos pueden ser, de golpe, "héroes" o "buenos para nada". Es decir, por lo tanto, ¿acaso todos los jugadores emplean esas prácticas y confían en ellas como el carbonero en su fe? En realidad no es así. Su conducta es asimilable a la de un candidato inquieto frente a un examen, apretujando un lapicero de la suerte antes de la distribución de las preguntas y susurrando en su interior: "Yo estudié bastante, pero quien sabe.." Los jugadores creen así en sus ritos propiciatorios como los griegos en sus dioses, es decir no mucho9, pero como los romanos, ellos son religiosi, lo que significa formalistas y escrupulosos en sus prácticas10 para conjurar la amenaza del error que los acecha. Aún siendo esas formas de religión frágiles y distanciadas, ellas demuestran sin embargo que para aquellos que las realizan, el buen encadenamiento de las causas y de los efectos, así como la buena realización de los gestos eficaces no dependen solamente del talento y del saber adquirido, sino que escapan, parcialmente por lo menos, al poder humano.

    En el terreno, el espectro del error juega tanto un rol de freno como el de un estímulo de la acción. Este puede, especialmente en los inicios de un partido, "paralizar" a los jugadores, los que tratando de no crear riesgos se desprenden lo más pronto posible de la pelota. Por otro lado, una vez que la equivocación ha sido cometida, sobre todo si ella lo ha sido en la "terreno de la verdad", allí donde el "error es imperdonable", éste puede hacer surgir una insaciable envidia de desquite, redoblar la energía y la creatividad del culpable. Los partidos están poblados de ese género de "falta feliz" que, como Adán, conduce a una redención11.

    Semifinal del Mundial '98 entre Francia y Croacia: al comenzar el segundo tiempo los jugadores franceses no logran desarrollar su juego, mientras los croatas atacan con decisión. El defensor Lilian Thuram "se olvida" de remontar el terreno para poner fuera de juego su adversario directo, Trevor Suker, quien parte hacia el arco y marca el gol. Un minuto diez después de este "error fatal", el jugador, herido en su amor propio, logra empatar con un tiro seco y violento, después de hacer un desplazamiento furibundo con el balón, efectuar un "uno-dos" y una recuperación in extremis. Sentado en el terreno, saboreando su éxito, no celebra, consciente de no haber hecho más que "reparar la falta cometida". La compensación por su falla original lo conducirá hasta otra proeza: convertirá un segundo gol, sellando la victoria de Francia gracias a él, que hasta ese momento nunca había marcado jugando por la selección nacional...

    Como en otras situaciones competitivas de la vida, no basta con hacer pocos errores para ganar; es necesario que los otros hagan más y saber explotar sus equivocaciones eficazmente. Un jugador de gran calidad no se destaca solamente por su capacidad de realizar hazañas individuales o crear movimientos colectivos; él sabe también detectar y prácticamente anticipar los errores de los otros (un mal despeje del arquero, un pase hacia atrás precipitado...) y aprovecharlo correctamente. Durante un memorable partido de la Copa del Mundo de 1970, que ese año se realizaba en México, Pelé trata así de vencer al arquero checoeslovaco, imprudentemente adelantado, con un tiro aéreo desde la mitad de la cancha. Ese gesto ha permanecido como una leyenda, no tanto por su eficacia (no fue gol), sino por su intrepidez y por la capacidad del campeón para descubrir el error ajeno.

    Si los jugadores deben enfrentar sus errores, adecuarse a las de sus compañeros y aprovechar las de sus adversarios, ellos deben también, durante el partido, mantener un rol de villano discreto, de abogado consternado y de procurador indignado. En el Fútbol, más que en otros deportes en los que la interpretación de los reglamentos es incierta, el simulacro puesto en acción conscientemente, se revela, en efecto, un útil ayudante. Es necesario saber engañar al juez reteniendo un adversario por la camiseta sin que se note o aún más, cayendo en el área por causa de un golpe que no ha sido recibido. Todo el arte del jugador sorprendido trampeando consiste en presentar su falta como un error involuntario para atenuar la sanción y, si él es la víctima o pretende serlo, de presentar el error del otro como una falta. Si la cancha de Fútbol es un lugar de acciones, con sus proezas y sus fallas, es también, y de manera ligada estrechamente, un teatro permanente de interpretaciones partidarias en el que cada uno trata de imponer "su" verdad, imputando al juez errores de apreciación y a los adversarios faltas intencionales. Sin embargo hay casos que no se prestan para negarlos o discutirlos, sobre todo si los "cámara - lenta" y los "zooms" de la televisión testimonian, visto bajo todos los ángulos, el delito cometido. Pero, a pesar de todo, a veces la argumentación continúa. Después de observar las pruebas de su gol con la mano contra Inglaterra, Diego Maradona declaró, con bastante humor, invocando una razón trascendente: "Yo puse la cabeza y Dios la mano". Aunque generalmente se habla de la situación de juego que justificaría la falta, reduciéndola a una simple contingencia. "Ud. ha visto -comentaba un hincha después de un partido ganado a última hora por su equipo en una acción discutible- los jugadores han multiplicado sus esfuerzos, hubo tiros en los palos, la pelota no quería entrar. Es normal entonces ayudarse un poco con la mano".

    Para los partidarios reunidos en las tribunas, sintiéndose actores y no solamente espectadores del drama que se desarrolla en el terreno, los errores de los suyos y los de los otros provocan -¿es esto sorprendente?- reacciones radicalmente diferentes. Se excusa fácilmente el pequeño error de uno de los suyos, mientras se denuncia y se silba inmediatamente el de un jugador adversario (rebajado al rango de "burro" o de "payaso") con el objetivo de humillarlo y de influir con sus sarcasmos en el desarrollo del partido. Se exonera a los propios de la responsabilidad de una falta acusando a los otros de "hacer teatro" ("Película", "Bluff", gritan en dirección de un adversario caído en el césped, quien pide justicia). Pero la crítica cruel puede volcarse contra su propio equipo si éste multiplica los "errores imperdonables" y afecta el honor local. Los insultos hirientes, basados sobre una falta de virilidad, destacan y buscan esconder a la vez la frustración que los embarga: "Pongan huevos", "Anda a pasear", se escucha gritar, con tono violento, desde las tribunas.

    Pero, es frente a los errores de arbitraje desfavorables que esas reacciones apasionadas llegan al paroxismo. Entre los partidarios más ardientes, esas malas apreciaciones del juez no pueden ser consideradas como simples desviaciones de la percepción o del pensamiento. No son errores involuntarios sino faltas premeditadas contra ellos, "robos evidentes" que no cesarán de denunciar largo tiempo después del partido. Esas protestas "victimistas" adquieren una forma especialmente virulenta en las ciudades que se consideran odiadas, por causa de su historia singular. Así, en Italia, es en Nápoles donde los aficionados recitan seguido el rosario de los errores del árbitro, siempre favorables a sus rivales. Abramos Napulíssimo, el diario de los Ultras napolitanos12, del mes de marzo de 1990 cuando el equipo meridional luchaba mano a mano con el Milan por el título de campeón: "XX° Jornada, Milan - Atalanta de Bérgamo 3 - 1. El árbitro Lanese, claramente intimidado por los milaneses, ha falseado el partido con errores de todo tipo (...) Partido que hay que anular por error técnico de arbitraje (...). Semifinal de la Copa de Italia, Nápoles - Milan 1 - 3. Lanese no sanciona dos penales en favor de Nápoles e inventa uno en beneficio del milanés Van Basten. Arbitraje desastroso que permitió todo a los milaneses (...) Decididamente, todo está permitido a los "novios" de Italia13. Algunos proverbios son citados por los partidarios decepcionados para justificar esta visión de un mundo inexorablemente manipulado por los potentados que "desvisten a los desnudos" 14 y falsean las cartas del juego: "Es contra los pequeños ladrones que los perros aúllan más", "Siempre llueve sobre mojado", "Los juegos están hechos, la partida está trucada y el perro muerde a los pobres" A esa constatación resignada y amarga puede substituirse, en contextos particulares, el pasar a la acción para reparar el error y restablecer el "derecho": esto implica la invasión del terreno por los fanáticos, el "comodín del pueblo".

    El programa habitual de las tristes noches después de los partidos perdidos es, finalmente, el de designar a los culpables de los errores cometidos. En esos juicios sumarios, el árbitro tiene casi siempre el rol de principal sospechoso, en particular, seguramente, si existieron acciones discutibles en el partido y si el marcador ha sido "estrecho". En el banco de los acusados están regularmente otros dos o tres personajes: El entrenador, cuya clarividencia es cuestionada, y uno o dos jugadores, poco queridos por el público, que concentran los rencores y pagan simbólicamente -o hasta físicamente, a la salida de los vestuarios- los errores de los otros.


Las virtudes del error

    La popularidad del Fútbol se explica sin duda por la capacidad de este deporte de equipo y de contacto de simbolizar las identidades colectivas, los sentimientos de pertenencia, los antagonismos locales, regionales y nacionales. Pero se basa también -y puede ser sobre todo- en una vasta cantidad de propiedades dramáticas y "filosóficas" que confieren a este espectáculo su atracción específica. Si se ingresa con agrado en esta historia de pelota, de pies, de cuerpo y de cabeza, es porque el partido permite sentir, en un espacio reducido de 90 minutos, toda la gama de emociones que se pueden conocer en el largo y estirado tiempo de una vida: la alegría, el sufrimiento, el odio, la angustia, la admiración, el sentimiento de injusticia... Allí se encuentra "la dimensión adecuada" que, según Aristóteles, modela la tragedia, es decir "aquella que incorpora todos los acontecimientos que hacen pasar los personajes de la pena a la felicidad o de la felicidad a la pena" 15. Aún, para sentir plenamente esas emociones es necesario tomar parte por uno u otro equipo, pasar del "él" al "nosotros". Si se firma tan fácilmente un contrato de complicidad con esta historia, no es solamente a causa de sus características patéticas, sino también porque ella teatraliza, en una forma de ilusión realista, los valores centrales del mundo contemporáneo16. Así como las peleas de gallos en Balí analizadas por Clifford Geertz17, el partido de Fútbol parece ser como un "juego profundo", "un acontecimiento ejemplar", "un comentario meta - social" o aún "un mensaje que diría la verdad", según la expresión de Jean Cocteau. Más, ¿por qué entonces el error tiene un lugar tan importante en este "drama filosófico"?.

    Porque el error tiene en primer lugar el rol de activador dramático. Las equivocaciones y las faltas de los jugadores, los errores de apreciación del árbitro hacen resentir al espectador partidario de toda una gama contrastada de emociones. Se burlan del paso en falso o de la desesperación del otro que "fue puesto en ridículo"; se preocupan de las fallas de los suyos; se rebelan contra las decisiones "equivocadas" del árbitro que les son desfavorables, pero se alegran de aquellas que les son beneficiosas. "El árbitro está comprado", declaran, para excusar una decisión cuya injusticia flagrante podría afectar el placer que se obtiene. Sin duda la intensidad de esas emociones y la mala fe partidaria son moduladas según el grado de fervor de los hinchas. Sin duda también que el compromiso sincero de los militantes más ardientes no excluye una puesta a distancia engañosa de sus propias reacciones; sucede a veces que acompañan con sonrisas irónicas y burlescas sus protestas vehementes contra "un error de arbitraje". Aún si ellos hacen del juego un drama, no dejan a veces de hacer del drama un juego. Sin embargo, tanto como ellos introducen rupturas en el desarrollo previsible del juego, los errores, así como las numerosas sorpresas que surgen durante el partido, realzan el condimento dramático y las virtualidades patéticas. Esas disyunciones narrativas, que pueden de un golpe e inesperadamente, hacer cambiar la suerte de una competencia, alimentan esta búsqueda de emociones fuertes ("the quest for excitement"), según los términos de Norbert Elias18 que es uno de los resortes esenciales del espectáculo deportivo.

    Si bien ellos son intensificadores dramáticos, los errores en el Fútbol son también portadores de lecciones esenciales. En primer lugar, ellos se revelan a veces mucho más eficaces en el camino del éxito que los gestos perfectamente controlados y las tácticas mejor preparadas. Un tiro desviado, que hace tomar al balón una trayectoria imprevisible, puede ser un gol, mientras que un gesto técnicamente irreprochable, "como en el entrenamiento", no podrá sorprender al arquero. Sucede que el balón, mal dirigido, va rebotar ("como en el billar", dicen los comentaristas) en los pies, las cabezas, los cuerpos que se amontonan en el área y termina su trayectoria dentro del arco. El Fútbol nos recuerda así, de manera insistente, que el error es a veces productivo; crea una duda en la lógica de nuestras certezas, de nuestras previsiones y nos demuestra, en forma brutal, que en el terreno de juego como en otros lugares, en las experiencias científicas por ejemplo, del error puede surgir la luz.

    Pero sobre todo, por la forma particular que toma la justicia, por el lugar que disponen los "errores judiciales" en las competencias, el Fútbol ocupa un universo discutible y por lo tanto humanamente pensable. Este deporte encarna, en los hechos, una visión a la vez coherente y contradictoria del mundo contemporáneo. Exalta el mérito individual y colectivo bajo la forma de una competencia buscando consagrar a los mejores; pero subraya también el rol, para lograr el éxito, de la suerte, del engaño y de una justicia imperfecta, que son, cada una a su manera, desviaciones insolentes del mérito y de la rectitud. El Fútbol opone a un orden indiscutible, el recurso de la sospecha y de una incertidumbre esencial. Más precisamente, ¿cómo sería una sociedad o un mundo enteramente transparentes, en el que cada cual tendría la certeza racional de ocupar, de manera justa, su rango, donde no se podría decir más: "Si acaso...", donde no se podría culpar a la constante mala suerte, las trampas del otro y los errores del juez? ¿Por qué se discute tanto de Fútbol, antes, durante y después de los encuentros? Se podrá decir, con razón, que la popularidad de este deporte ofrece, así como la lluvia y el buen tiempo, un tema cómodo de conversación para "crear o mantener una atmósfera de sociabilidad" 19. Es verdad que el partido alimenta en el bar, en los talleres, en los patios escolares, la función fáctica de la comunicación. Pero si se discute tanto de Fútbol, es quizás porque sobre todo se trata de un tema eminentemente discutible. "El más hermoso título que pude encontrar para la primera página de L'Equipe, confiaba Jacques Ferran, el ex jefe de redacción del diario, fue "Harry: 10". ¿Que se puede decir además, en efecto, del resultado de una carrera de velocidad, agregando los comentarios descriptivos? El partido de Fútbol, a raíz de los errores de apreciación que pueden influir en su resultado, ofrece, al contrario, un campo inagotable de elaboración de comentarios diferentes y de evaluaciones comparativas. Permite, salvo en caso de derrota amplia, donde precisamente "no hay nada que decir", de argumentar hasta el infinito y de rescribir una historia creíble, conforme a sus deseos. Las propiedades inciertas del juego, el carácter discutible de las decisiones del juez pueden convertir el fracaso en algo aceptable y hacer que los argumentos sean válidos.

    Un episodio del Campeonato Europeo de Naciones del año 2000 ofrece, justamente, un ejemplo de la diversidad de interpretaciones que puede crear una misma fase de juego. Seguramente, si Montaigne estuviera vivo, habría aprovechado para ilustrar su adagio: "Verdadero al interior de los Pirineos, error más allá". A los 114 minutos de juego de la semifinal que oponía, el 28 de junio del 2000, Francia a Portugal, uno de los jueces de línea levanta su bandera para avisar al árbitro que un defensor portugués, Abel Xavier, había rechazado con la mano el balón que se dirigía hacia el gol. Después de un breve intercambio con su asistente, el árbitro decide un penal, el que, convertido por Zinedine Zidane, asegura la calificación francesa para la final. Cámaras - lentas e imágenes detenidas aportaron a los espectadores franceses, un tanto escépticos, la prueba irrefutable de la justa decisión del árbitro. "La imagen detenida -comentaba al día siguiente un periodista de L'Equipe- aclara todas las dudas que han existido un instante en la cabeza de muchas personas, en el terreno y fuera de él. Xavier ha extendido su mano izquierda hacia el balón para desviarlo" 20. Si los periodistas de los diarios y revistas "de alto nivel" se inclinaron ante esta decisión del árbitro21, las protestas populares, así como también de personajes oficiales, la pusieron fuertemente en duda. Nadie cuestionaba que Xavier había tocado la pelota con la mano, pero ¿ése gesto era voluntario? Evidentemente no, comentaban indignados la mayor parte de los críticos. Algunos argumentaban que era el balón que había ido hacia la mano, y no a la inversa; otros decían que se trataba de una reacción instintiva para protegerse de un pelotazo, y no de una falta intencional, la única que se podía sancionar.

    Así, las facilidades acordadas por los árbitros a los campeones del mundo fueron denunciadas hasta por el ministro del trabajo y de la solidaridad, lo que testimonia del clima de hiperfutbolización de la sociedad y de la vida política. Más, ¿se trataba solamente de una ventaja puntual ofrecida en el entusiasmo de la acción y de la competencia? Muchos vieron en ese "empujón" de los árbitros el contenido de un complot. De una conspiración originada por las instancias deportivas aprovechándose del destino (fado) inexorablemente negativo de un pequeño pueblo. ¿Acaso el secretario general de la Unión Europea de Fútbol (UEFA) no había declarado que deseaba que Francia participara en la final (sin duda por obscuras razones económicas: derechos TV, etc.)? ¿Los árbitros habrían sancionado una falta parecida si la hubieran hecho los campeones del mundo? A propósito, durante los cuartos de final, en el partido entre España y Francia, ¿acaso Zinedine Zidane no había atajado con la mano, en el área grande, un tiro de Josep Guardiola, sin que los árbitros reaccionaran? Se trataba entonces de "dos pesos, dos medidas" y esta decisión confirmaba la trágica vocación de un pequeño país periférico, de "un pedazo de tierra plantado al borde del mar" del que se aprecia "el buen clima y las mujeres hermosas", pero cuya influencia exterior era nula22. Y finalmente, comentaba ese cronista filósofo, buscando el aspecto positivo, ¿acaso ese "penal maldito" no alimentaba ese "capital de quejas (queixas)" del que los portugueses tienen siempre necesidad?


¿Es el video una solución?

    Los errores evidentes o inferidos en el arbitraje relanzan periódicamente el debate sobre el necesario recurso del video para decidir en las situaciones litigiosas. La presión a favor de esta tecnificación de la justicia se justifica si se considera que un error de apreciación puede tener hoy día consecuencias financieras considerables al determinar, por ejemplo, la eliminación de un equipo de una competencia internacional. Sin embargo, el video-arbitraje, para ser validado, debería acompañarse de la utilización de medios considerables: cámaras ubicadas alrededor y en altura del terreno (las faltas no se cometen siempre donde se desarrolla la acción, el ángulo de visión, ya se ha visto, puede falsear la apreciación de un fuera de juego ...), hasta la reconstitución en tres dimensiones de la acción dudosa, una técnica que permitiría "dar la vuelta al cuerpo del jugador" y permitir un veredicto aparentemente infalible. Esta hipertecnifización plantearía, en realidad, tantos problemas como los que ayudaría a resolver23. En primer lugar, ella afectaría la fluidez y la continuidad dramática del juego (imaginemos un partido interrumpido por innumerables consultas y discusiones) 24. ¿Quién decidiría en efecto del uso del video? ¿El árbitro y sus asistentes, los entrenadores? ¿Qué tomas observarían? ¿Planos cercanos, planos largos, panorámicos? ¿Hasta donde retrocederían (pues se sabe que la gravedad de una falta es a menudo difícil de interpretar si no se considera la fase de juego precedente)? ¿Cuántas veces se podrían visionar esas imágenes (si la acción es dudosa, necesita, así como en el caso de Junior Baiano con Tore Andre Flo o la mano de Abel Xavier, un examen profundo desde diversos ángulos)? El segundo problema en la ruta del video-arbitraje es que ésta técnica aísla, pone fuera de contexto, aleja de la realidad, acabamos de mencionarlo, la situación en duda, substituyendo una autopsia (con sus zooms y las cámara-lenta) a la lógica del ser viviente... "El Fútbol no se juega en cámara-lenta sino a velocidad real", nota Gerard Ejnes, quien ilustra esta cuestión evidente: "Las visiones en cámara-lenta de las acciones deforman la realidad (...) La cámara-lenta prolonga los impactos y los acentúa. Una mano que roza una cara y parece un golpe, un pie que raspa la pierna de un adversario que grita y parece una agresión" 25

    Si la imagen, a veces deformante, es utilizada como prueba, ¿qué sucede con la noción fundamental de "espíritu del juego" que conduce a sancionar o a tolerar una acción dudosa según la situación del partido, la agresividad de los jugadores, las advertencias precedentes? Agreguemos que la adopción del video-arbitraje contribuiría a agrandar el espacio existente entre las diversas modalidades de la práctica (amateur, profesional, en pequeños o grandes clubs, en Europa y en el resto del mundo...). Se ve con dificultad, en efecto, cómo los 110 millones de futbolistas que participan cada semana en competencias oficiales en el mundo, podrían también beneficiarse de este tipo de instalaciones sofisticadas. Uno de los placeres de este juego, y uno de los factores de su popularidad, consiste en ese sentimiento de continuidad entre el sencillo partido que opone dos clubes de barrio y la gran confrontación entre equipos integrados de vedettes.

    En el Fútbol, como en cualquier episodio de la vida social, el partido no se puede desarrollar sin un mínimo de arbitrariedad. "Sin ese tercer personaje, no hay juego posible. No se puede imaginar en efecto que los actores solos puedan detener el juego y ponerse a discutir sobre las aplicaciones de las reglas ante un determinado comportamiento. Aún admitiendo que las dos partes sean de buena fe, sería evidentemente interminable: sería necesario examinar todos los casos posibles de manifestación de una trasgresión de las reglas, lanzarse en un trabajo de reflexión sobre la justicia de éstas, sobre su justo valor, sobre su pertinencia, sobre su adecuación a la situación presente, sobre su razón de ser, sobre sus aspectos faltantes, sobre sus posibilidades de aplicación, etc. y el juego no podría continuar" 26. ¿Podemos imaginar, por no evocar más que una situación comparable, al maestro de escuela obligado de justificar en forma contradictoria cada una de sus sanciones (por hablar en clase, por desorden, por copiar...) a partir de pruebas entregadas por un sistema de video-vigilancia? A continuación se efectuarían innumerables discusiones sobre la gravedad relativa de la infracción, sobre otros culpables de la misma falta que no han sido castigados, sobre la diversidad de las sanciones aplicadas a faltas similares en otras ocasiones y en otros cursos.

    Reconocer la necesidad de un mínimo de arbitrariedad, no significa una dependencia ciega hacia una autoridad respetable porque sí, es simplemente pagar el precio técnico indispensable para que el curso o el partido se lleve a cabo.

    Si nuevas disposiciones (por ejemplo, la presencia de un juez suplementario tras la línea de gol) pueden útilmente hacer disminuir los errores de apreciación en un terreno de Fútbol, si el recurso del video puede permitir sancionar posteriormente faltas inaceptables cometidas por los jugadores, el mito de una justicia perfecta y el de la infalibilidad del árbitro parecen técnicamente inaplicables. Es también filosóficamente insostenible.

    El ideal de un mundo enteramente transparente, sometido a una vigilancia multivisual indiscutible, que no deja el menor espacio a los pequeños "no visto, no sancionado" o a las aproximaciones, que son el objeto de los comentarios anecdóticos o de las reflexiones profundas después de los partidos, implicaría un mundo de certitud absoluta, en un sentido, desesperante. El talón de Aquiles de los futbolistas y de sus jueces nos describen un universo que permanece, dentro de sus márgenes, discutible, y por lo tanto posible de vivir.


Notas

  1. No siempre fue así. Hasta 1891, época en que el Fútbol estaba aún bajo el espíritu del fair - play, cada equipo designaba entre sus jugadores un umpire (árbitro); en caso de acción dudosa, los umpires se ponían de acuerdo para establecer la responsabilidad y la sanción de la falta. Solamente si ellos no lograban entenderse solicitaban la intervención de un árbitro neutro (referee).

  2. Debemos recordar que la Ley XI del Fútbol estipula que "un jugador está fuera de juego si se encuentra más cerca de la línea de gol adversaria que el balón en el momento en que le es jugado, salvo (...) si hay al menos dos adversarios más cerca que él de su propia línea de gol".

  3. J. Sanabria, C. Cenjor, F. Marquez, R. Gutierrez, D. Martinez y J.L. Prados-Garcia, "Oculomotor movements and football's Law 11", Lancet, 351, janv. 1988 (p. 268).

  4. R.R.D. Oudejans, R. Verheijen, F. C. Bakker, J. C. Gerrits, M. Steinbruckner y P. J. Beek, "Errors in judging 'offside' in football", Nature, 404, marzo 2000.

  5. En el verano de 1993, el presidente del Olympique de Marsella, Bernard Tapie, fue acusado de haber corrompido jugadores de Valenciennes para asegurar la victoria de su equipo en un partido del campeonato de Francia. Sobre este caso, las reacciones que suscita, el significado de los debates apasionados que lo acompañaron, ver C. Bromberger, Le Match de football. Ethnologie d'une passion partisane à Marseille, Naples et Turin, Paris, Editions de la Maison des Sciences de l'Homme, 1995 (pp. 335 - 377).

  6. Es lo que hizo el jefe de redacción de L'Equipe, quien había criticado fuertemente las decisiones del seleccionador nacional, al reconocer sus errores de juicio después de la victoria de Francia en el Mundial '98. A esta demanda de clemencia, el seleccionador respondió secamente que "él no perdonaría jamás". El Fútbol ofrece también un terreno privilegiado para el examen del perdón de las faltas (de los jugadores, de los entrenadores, hasta de los cronistas).

  7. Estudio de los problemas técnicos y didácticos relacionados con los exámenes y su valoración (N. de E.)

  8. Un inventario y un análisis de esas prácticas se encuentra en C. Bromberger, op. cit. (pp. 330 - 339).

  9. Ver P. Veyne, Les Grecs ont-ils cru à leurs mythes?, Paris, Le Seuil, 1983.

  10. Ver F. Héran, "Le rite et la croyance", Revue française de sociologie, XXVII, 1986 (pp. 231 - 263).

  11. O felix culpa (la faute d'Adam) quae talem ac tantum meruit habere redemptorem", Leibniz, Théodicée, I, 10.

  12. Jóvenes aficionados extremistas que se reagrupan en las curvas de los estadios.

  13. Es uno de los sobrenombres del Juventus de Torino, extendido aquí a otros clubes septentrionales.

  14. "Triste monde, en fin de compte / Qui pourvoit le bien pourvu / Et dénude qui est nu ", Calderón de la Barca, Le Grand théatre du monde, traducido por M. Pomes, Paris, Klincksieck, 1993 (reed.) (escena III, v. 605 - 608).

  15. Poética, Capítulo VII.

  16. Desarrollo ese punto de vista en "Football, la bagatelle la plus sérieuse du monde", Paris, Bayard, 1998 (ver especialmente pp. 33 - 57).

  17. "Jeu d'enfer. Notes sur le combat de coqs balinais", in Bali. Interprêtation d'une culture. Paris, Gallimard, 1983 (pp. 165 - 215).

  18. N. Elias et E. Dunning, "Quest for excitement. Sport and Leisure in the Civilizing Process", Oxford, Basil Blackwell, 1986.

  19. Según la definición de la comunicación fáctica que da Bronislaw Malinovski en "The Problem of Meaning in Primitive Languages" en The Meaning of Meaning (C. Ogden e I. Richards eds.) Londres, Kegan Paul, 1923 (pp. 451 - 510).

  20. L'Equipe, jueves 29 de junio de 2000 (p. 2).

  21. Ver, por ejemplo, los artículos aparecidos en el Expresso del 1º de julio de 2000. Que Jean - Yves y Manuela Durand, de la Universidad de Minho en Braga, encuentren aquí mis agradecimientos por haber reunido, a mi pedido, un gran muestrario de artículos de prensa portugueses que trataban este incidente.

  22. Se puede encontrar un vasto grupo de reacciones de ese tipo en el correo de los lectores de O Publico, del 30 de Junio de 2000 (p. 15).

  23. Jacques Blociszewski muestra los límites de esta ideología tecnicista en "Les derives du football télévisé et le mirage du vidéo - arbitrage" en Montrer le sport (L. Veray y P. Simonet éds.), Les cahiers de l'INSEP (fuera de serie), 2000 (pp. 271 - 302).

  24. El caso es un poco diferente en el Fútbol Americano en el que la acción es más interrumpida. La National Football League había sin embargo abandonado el control video después de 1990 - 91, porque las largas discusiones entre los árbitros que estudiaban los "marcha- atrás instantáneos" hacían más lento el desarrollo de los encuentros. Fue reintroducido en 1998 - 99, con una serie de condiciones esperando limitar su uso (durante el período 90-91 hubo nada menos que 570 detenciones del juego para consultar el video, de las cuales 90 habían implicado modificaciones en la decisión).

  25. En L'Equipe del 19 de Junio de 1998, citado por Jacques Blocisewski (op. cit, p. 274).

  26. A. Coulon, "Le plaisir de l'arbitraire", Communications, 67 ("Le spectacle du sport") (p. 29).

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revista digital · Año 10 · N° 94 | Buenos Aires, Marzo 2006  
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