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ERNESTO CHE GUEVARA Y EL DEPORTE
ELOGIO DE LA PERSISTENCIA Cuando la familia Guevara volvió a Buenos Aires, Ernesto se asoció al San Isidro Club, donde reanudó el vínculo con el rugby. "Los médicos - escribió Ernesto Guevara Lynch - me habían dicho que ese deporte para Ernesto era simplemente suicida. Que su corazón no podía aguantarlo. Una vez se lo dije y me contestó: 'Viejo me gusta el rugby y aunque reviente voy a seguir practicando'. Ante tanta insistencia decidí usar otros procedimientos. Mi cuñado Martínez Castro era presidente del SIC y le pedí que sacara a Ernesto del equipo en que jugaba." En disidencia con algunas historias con la vida del Che que señalan que del SIC, disgustado por la exclusión, pasó al club Atalaya, el periodista Diego Bonadeo, profundo conocedor del rugby, precisó al diario Sur: "Guevara jugó, y yo lo vi, en Yporá, un equipo que jugaba los campeonatos de la Liga Católica. Lo de Atalaya fue un poco posterior y salió de la necesidad de tener una cancha estable y de pasar a los certámenes de la Unión de Rugby del Río de la Plata, que es la antecesora de la Unión Argentina de Rugby". Bonadeo fue uno de los chicos que, a la vera de la cancha, le entregaba el inhalador del que recuperaba el aire que siempre extraviaba. "Cada quince o veinte minutos - recordó - tenía que salir hacia fuera de la cancha, por ejemplo donde estaba el juez de línea, y donde también estaba yo con el inhalador, yo le daba el inhalador y entonces él se daba unas aspiraditas y podía seguir jugando." El periodista rechazó las referencias históricas que mencionan que Guevara era medio scrum: "El era inside, pero el dato más llamativo tenía que ver con su aspecto cuando jugaba. En esa época, los delanteros de segunda y tercera línea usaban orejeras como protección. Los tres cuartos, en cambio, jamás se las ponían, no lo necesitaban. Conocí un sólo tres cuartos que usaba orejeras. Era Guevara...". Guevara jugó en Atalaya, donde también actuó su hermano Roberto, entre 1947 y 1949. El médico y ex rugbier Ernesto Donat, compañero de esa época, evoco para el programa Supersport, de la televisión Argentina: "El no fue uno de los fundadores, cuando apareció empezó a jugar como suplente o en división reserva". Según Miguel Seguí, dirigente de Atalaya, "jugaba bien, no era una maravilla pero jugaba bien". Para Bonadeo, "fue indudablemente un líder, pero no en el deporte, creo que era un jugador más del montón que de los que podían sobresalir". De su singular aproximación a la vida del Che como rugbier, Bonadeo sumó otro hecho: "Una vez, en unos Juegos Interuniversitarios, escuché un dialogo del que jamás me olvidé. Tenía que jugar el seleccionado de rugby de Medicina, la carrera de Guevara. Un tipo preguntó por qué Guevara no jugaba y otro le soltó esta respuesta: 'Está haciendo una revolución en Panamá'".
A LOS TACKLES De acuerdo con el recuerdo de Ernesto Donat, "él se llamaba Ernesto Guevara, tenía el apodo, cariñoso pero apodo al fin, de Chancho por lo bohemio y lo desprolijo". Militante consecuente del desaliño, Guevara no se dedicó a sufrir porque lo apelaran Chancho. Levemente y a través de percepciones mucho más ligadas con la sensibilidad que con cualquier teoría, por entonces empezaban a preocuparlo otros problemas.
UN LUGAR EN "EL GRAFICO" Guevara quedó incluido en la historia de El Gráfico en la página 49 de la edición del 19 de mayo de 1950. Era el número 1606 de la publicación fundada en 1919, cuya tapa tenía la imagen de Adolfo Paraja, un centrodelantero de Quilmes. En esa oportunidad, uno de los avisos mostraba al joven Ernesto Guevara Serna subido a un motorino (una bicicleta con motor). La firma le había ofrecido a Guevara el arreglo gratuito del motor a cambio de que remitiera una carta sintetizando un viaje que había hecho en la segunda mitad de 1949. La publicidad decía "Solidez y eficiencia son características principales del producto de la famosa máquina Meccanica Garelli de Milán". Después destacaba el nombre de la marca - Micrón - y agregaba: "La carta que transcribimos, recibida del señor Ernesto Guevara Serna, es una prueba más". La carta estaba fechada el 28 de febrero de 1950, naturalmente mencionaba que era el Año del Libertador General San Martín y estaba firmada por Ernesto Guevara Serna. El texto era el siguiente: "Muy señores míos: Les envío para su revisación el motor 'Micrón' que uds. representan y con el que realicé una gira de 4.000 kms. a través de 12 provincias argentinas. El funcionamiento del mismo, durante mi extensa gira, ha sido perfecto y sólo he notado al final que había perdido compresión, motivo por el cual se lo remito para que lo dejen en condiciones. Los saluda atte.". Guevara había recorrido Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis y Córdoba. Fue su primer viaje importante.
LAS OTRAS BUSQUEDAS Anduvo en bicicleta hasta el agotamiento, aunque solía comentar que el ciclismo era un deporte absurdo. Hizo del campamentismo una experiencia frecuente y algunos de sus compañeros dijeron que allí aprendió recursos que empleó en campamentos posteriores, en los que ya no estaba en juego una posibilidad recreativa sino la política y la vida. Como estudiante de medicina, en 1948 participó de unos Juegos Universitarios y llegó a los 2,80 metros en su salto con garrocha, en un concurso en el que se inscribió "porque no había nadie anotado", como ironiza Granados. También en 1948 viajó a dedo desde Córdoba a Buenos Aires para presenciar una carrera de autos en la que intervino el argentino Juan Manuel Fangio, quien aún no era campeón del mundo. En Morón, tomó clases de vuelo con su tío Jorge de la Serna. Durante su juventud adquirió la preocupación por apoyar su estado atlético con una dieta equilibrada. En general, cuando dependió de su voluntad y no de las imposiciones de la realidad, no perdió esa costumbre. También disfrutó del tiro, la pesca, el patín y el hipismo. En junio de 1952, Guevara hizo una de sus aproximaciones más extravagantes al deporte: navegó en el río Amazonas. Fue en el marco de un mítico viaje que hizo con su amigo Granados. Los internos de un leprosario del norte del Perú, donde habían trabajado, les obsequiaron una balsa que bautizaron con el extraño nombre de "Mambo - Tango". Con aciertos y con errores, todo terminó bien. Guevara sabía que, en esencia, había que hacer sólo una cosa: remar para adelante. Como también coinciden sus biógrafos, inclusive los más críticos, Guevara nunca tuvo demasiados inconvenientes en ir para adelante.
EL VIAJE DEL CAMBIO La primera faceta deportiva del periplo la aportó la motocicleta, lloamada La Poderosa II, que sirvió de transporte a los dos amigos. Como motociclistas anduvieron hasta el Sur argentino y desde allí, marchando hacia el Norte, hasta Santiago de Chile. No era un tránsito sin dificultades: "Nuestra moto marchaba con parsimonia, demostrando sentir el esfuerzo exigido, sobre todo en su carrocería, a la que siempre había que retocar con el repuesto preferido de Alberto, el alambre. No sé de dónde había sacado una frase que atribuía a Oscar Gálvez: 'En cualquier lugar que un alambre pueda reemplazar a un tornillo, yo lo prefiero, es más seguro'. Nuestros pantalones y las manos tenían muestras inequívocas de que nuestra preferencia y las de Gálvez andaban parejas, al menos en cuestión de alambre". Luego la moto se rompió y sus tripulantes tornaron en caminantes. El viaje también marcó el regreso al fútbol de Ernesto Guevara. La primera vuelta se produjo en el norte de Chile. "Allí - relató - nos encontrábamos con un grupo de camineros que estaban en una práctica de fútbol, ya que debían enfrentarse a una cuadrilla rival. Alberto sacó de la mochila un par de alpargatas y empezó a dictar su cátedra. El resultado fue espectacular: contratados para el partido del domingo siguiente; sueldo, casa, comida y transporte hasta Iquique. Pasaron dos días hasta que llegó el domingo jalonado por una espléndida victoria de la cuadrilla en que jugábamos los dos y unos chivos asados que Alberto preparó de modo de maravillar a la concurrencia con el arte culinario argentino.". Después hubo más fútbol en un leprosario del Norte peruano, en la ciudad de San Pablo. Allí, junto a Granados, jugó con los leprosos, en una búsqueda terapéutica para distraer a los internos. Granados evoca: "Siempre me acuerdo de la canchita de San Pablo porque era maravillosa. Estaba rodeada de árboles, era cortita y ancha. Jugábamos contra los leprosos y contra los sanos, que eran dos equipos". La acción de las canchas siguió en Machu Pichu. Escribió Guevara: "En las ruinas nos encontramos con un grupo que jugaba fútbol y enseguida conseguimos invitación y tuve oportunidad de lucirme en alguna que otra atajada por lo que manifesté con toda humildad que había jugado en un club de primera de Buenos Aires con Alberto, que lucía sus habilidades en el centro de la canchita, a la que los pobladores del lugar le llaman pampa. Nuestra relativamente estupenda habilidad nos granjeó la simpatía del dueño de la pelota y encargado del hotel que no invitó a pasar dos días en él";. El retorno más integral ocurrió poco después. Fue en la ciudad de Leticia, en Colombia, donde Guevara y Granados procuraban encontrar una manera transitoria de sobrevivencia económica. Afirmando su derrotero de hombre de circunstancias asombrosas, al futuro Che esa vez lo auxilió el prestigio del fútbol argentino. "Lo que nos salvó - apuntó en su diario de viaje - fue que nos contrataron como entrenadores de un equipo de fútbol, mientras esperábamos avión, que es quincenal. Al principio, pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo considerado más débil llegó al campeonato relámpago organizado, fue finalista y perdió el campeonato por penales. Alberto estaba inspirado, con su figura parecida en cierto modo a Pedernera y sus pases milimétricos, se ganó el apodo de 'Pedernerita', precisamente, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia." También en Colombia, los dos aventureros tuvieron un encuentro cálido con Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas argentinos de la historia. "Durante el viaje usábamos mucho el fútbol para entrar en contacto con la gente", resume Granados. Les resultó una buena fórmula. El viaje sumó actividades deportivas todo el tiempo. Hubo un partido de básquetbol contra militares en Perú y decenas de caminatas que pusieron a prueba el cuerpo. También un cruce a nado del río Amazonas, a la altura del brazo próximo al leprosario de San Pablo. Ese día Guevara cumplía veinticinco años. Celebró a su modo. "Ese vagar sin rumbo por nuestra Mayúscula América me ha cambiado más de lo que creí", redactó en sus notas de viaje. Faltaban pocos años para que el mundo se enterara del cambio.
UN CRONISTA DEPORTIVO El 10 de abril de 1955 escribió una carta a su amiga Tita Infante en la que contó su reaparición en el periodismo deportivo: "Mi trabajo durante los Juegos Panamericanos fue agotador en todo el sentido de la palabra, pues debía hacer de compilador de noticias, fotógrafo y cicerone de los periodistas que llegaban de América del Sur".
LA ELEVACION El paso del tiempo reveló que no se trataba de una nueva pasión por el montañismo. Quizás utilizaba los conocimientos incorporados durante la niñez en Alta Gracia, cuando escalar un cerro quería decir que los sueños podían ubicarse más arriba, pero tampoco lo estaban impulsando los mismos móviles que en la infancia. Guevara ya había conocido a Fidel Castro y a los cubanos que arrastraban la experiencia del asalto al cuartel Moncada. No escalaba por escalar. Se estaba preparando para ingresar a Cuba.
LOS JUEGOS DEL CHE Tras la victoria de la Revolución, Guevara reanudó como pudo su antiguo nexo con el deporte. Sufría una especie de nostalgia deportiva. A su madre le contó: "Al rugby y al fútbol aquí no juega nadie y al béisbol no me gusta. Salvo alguna que otra partidita de ajedrez (cada tanto porque insume demasiado tiempo) o ir a pescar, no tengo evasiones". Granados retuvo una escena que ratifica que a su amigo las responsabilidades nuevas no le quitaron las pasiones viejas: "En 1963, en Santiago de Cuba, hicimos un partido de fútbol. El era ministro de Industrias y un personaje muy popular. Pero cuando estaba en el arco no se acordaba ni de su cargo ni de ninguna otra cosa. Cuando estaba en el arco, era arquero. Enfrentábamos al equipo de fútbol de la universidad, que era entrenado por Arias, un español. En el partido, Arias recibió la pelota y avanzó tranquilamente, pero el Che salió del arco, se le vino encima y le dio un revolcón. Nadie pensaba que el ministro se iba a tirar a los pies por una pelota. Pero él era así...". El Che de la Cuba revolucionaria resaltó el valor del deporte, entregó premios en diversas competiciones, vio algún partido de fútbol, aprendió aviación con el profesor Eliseo de la Campa y pronunció la expresión "otro puntico para Cuba" ante cada triunfo de un deportista de la isla. Durante un viaje a Moscú, Guevara sacó a la luz un recurso argentino que consiste en explicar lo que sucede apelando al lenguaje del deporte. Un cronista soviético le preguntó si se pronunciaba a favor de los republicanos o de los demócratas para las siguientes elecciones norteamericanas. Respondió brevemente: "Estados Unidos es enemigo de Cuba desde hace más de un siglo. No creo que cambie ahora porque se vaya un presidente que juega al golf (Dwight Eisenhower) y venga otro que practica yachting (John Kennedy, quien sucedió a Eisenhower). En todo caso, en vez de querer pegarnos con un palo, es probable que nos ataquen desde un barco". La metáfora resonó más de una vez. En una oportunidad, Guevara introdujo en el golf a Fidel Castro, con quien también compartió ratos de béisbol, excursiones de pesca y visitas a espectáculos deportivos. Tras los ensayos, hubo alguna consulta de la prensa. Allí Castro dejó sus primeras impresiones sobre el golf que le había enseñado el Che: "Nosotros le podemos ganar a Kennedy y Eisenhower".
JAQUE Y REVOLUCION Guevara fue el funcionario del gobierno cubano que dejó inaugurados los principales torneos de ajedrez del país. Merodeaba los tableros y, con intermitencias, participaba de todas las competiciones que podía. "El ajedrez es un pasatiempo, pero es además un educador del raciocinio, y los países que tienen grandes equipos de ajedrecistas marchan también a la cabeza del mundo en otras esferas más importantes", sostuvo en junio de 1961 al abrir el torneo para organismos estatales. Salió segundo dos veces en los campeonatos del Ministerio de Industrias (del que era titular) y participó en los torneos del Instituto de Deportes y Recreación (INDER), en los que ascendió de la tercera a la primera categoría. Jugó partidas simultáneas contra varios de los mejores jugadores de la época (Víctor Korchnoi, Miguel Najdorf, Mijail Tal) y se dio el gusto de vencer al maestro nacional cubano Rogelio Ortega. El desafío con Najdorf se produjo en La Habana en 1962. Constituía una revancha. Guevara, joven y anónimo, había hecho tablas con Najdorf en Mar del Plata, en 1949. En el segundo duelo aquel muchacho ya era comandante y famoso pero la partida volvió a terminar sin vencedores. Hasta 1964, el Che impulsó y jugó al ajedrez en Cuba. Después dejó la isla y, casi paralelamente, empezó a alejarse de los tableros. Pasó por Praga, donde insistió con el ajedrez, el tiro y el fútbol, y jugó muy informalmente al vóleibol. Casi no hubo más. Para su intensa, diversa y particular relación con el deporte, la partida de Cuba también fue el final.
LA LEYENDA MARCHA Después, el planeta completo hizo sitio a la leyenda y la leyenda abarcó al deporte. La prensa divulgó que un equipo peruano salió a la cancha con una foto del Che. Otros testimonios recogieron el caso de un club de rugby donde por portar esa misma imagen en su remera una persona fue conminada a cambiar de atuendo. La revista Jaque Mate, órgano oficial de la Federación Cubana de Ajedrez, lo homenajeó con un número especial. En la nota editorial decía: "El Che no sólo fue un símbolo y un estímulo para la lucha por la liberación nacional y un constructor de la primera revolución socialista de América sino que además su presencia constituyó un aliciente de inocultable valor para el naciente movimiento deportivo". En los años noventa, simpatizantes de varios clubes argentinos mezclaron entre las banderas distintivas de sus equipos algunos estandartes con la cara de Guevara. En octubre de 1994, la policía hirió a un seguidor de Huracán que se resistía a entregar su bandera. Nadie explicó por qué la imagen del Che no podía exhibirse en una cancha de fútbol. También por esa época un grupo de hinchas de Rosario Central mandó a La Habana una camiseta del club como ofrenda. Finalmente, William Gálvez publicó en Cuba Che Deportista, un libro emotivo y prolijo, que recorre exhaustivamente la biografía deportiva del Che. Fue el deportista asmático más celebre de la historia, aunque su notoriedad no provino ni del deporte ni del asma. Entre la veneración y el desprecio, estigma del Bien o del Mal, a Ernesto Guevara casi nada de los humano le fue ajeno. Tampoco el deporte, donde atrapó inhaladores, atajó en leprosarios, devoró rutas y se despreocupó de las fronteras que separan los que corresponde y lo que no. "Muchos me dirán aventurero y lo soy; sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades", afirmó cerca de su final. Así ganó, así perdió, así vivió. Y así también jugó.
Año 3, Nº 9. Buenos Aires. Marzo 1998 http://www.efdeportes.com | € |