ATLANTA Y EL FUEGO DE LOS DIOSES.
María Graciela Rodríguez
maria@daggs.sicoar.com

Resumen
La ceremonia de Atlanta 1996 permitió en su momento, hacer una lectura cultural de aquellos valores que el olimpismo naturalizó y que hoy, cien años después, parecen mezclarse confusamente con otros códigos produciendo una hibridez cultural difícil de deconstruir. ¿Dónde está, qué es hoy el espíritu olímpico? ¿Qué "sigue siendo" a fines del milenio cuando es banalizado por la televisión global? ¿Cómo puede traducirse sintéticamente el espíritu olímpico (si es que existe fuera del mito) en dos horas de ceremonia? En todo caso, ¿existe algún lugar descolonizado y descontaminado en la compleja red del deporte mundializado donde aún se aloje el espíritu olímpico?

Summary
The Open Ceremony of Atlanta 1996 allowed us, in that moment, to read there the cultural values of the olympics that have became natural and that now, a hundred yeras later, seemed to melt with confussion with other codes, producing a cultural hybridization which is not easy to being de-constructed. ¿Where is now, what really is the olympic spirit? ¿What does it "continue to be" at the end of the millenium when it is banalized by the global TV? ¿How can the olympic spirit be sintetically translated (if it does exist in another place out from the myth) in two hours of ceremony? Anyway, ¿is there any descolonized and decontaminated place in the complex net of the world sport where olympic spirit still lays?

Palabras clave
Ceremonias olímpicas. Atlanta 1996. Espíritu y valores olímpicos.


Atlanta y el fuego de los dioses.
En un trabajo anterior, mientras crecían las expectativas por la inauguración de los 26° Juegos Olímpicos de la era moderna, señalé la responsabilidad que pesaba sobre la ciudad de Atlanta por el hecho de haberle usurpado la localía del centenario nada menos que a Atenas.

En este sentido, una clave de análisis podía ubicarse alrededor de la ceremonia y de la capacidad de Atlanta para re-presentarse ante el mundo: "¿qué van a hacer sus creadores? ¿Podrán articular las tradiciones con los adelantos tecnológicos? ¿Poseen tradiciones?", fueron mis preguntas1. En aquella oportunidad no quedaba otra opción que "esperar el día 'D' y sentarse a ver por televisión la ceremonia inaugural para saber qué nos comunica Atlanta de sí misma". El día 'D' llegó. Y la ceremonia fue observada por una audiencia cercana a los 3.500 millones de personas.

La inauguración generó muchas controversias: algunos opinaron que fue una fiesta deslucida, que fue una mala copia de Barcelona '92, mientras que otros señalaron la precisión y calidad del espectáculo. Hubo quienes opinaron que el encendido de la antorcha a cargo de Muhamed Alí fue un golpe bajo que apeló a la sensiblería y la cursilería mientras que para otros se trató de esa enrevesada operación por la cual el sistema se apropia simbólicamente de lo marginal y lo encuadra dentro de sí. Aunque sin agotarlos, es posible dar cuenta de algunos de los puntos observados, dejando abiertas las puertas para un análisis cultural más profundo.

En verdad, en el tema de la ceremonia de inauguración de Atlanta se cruzan varias cuestiones que aparecen como el resultado de negociaciones culturales imprescindibles a la hora de comprimir demasiadas cosas en tan poco tiempo. Algunas de estas negociaciones son, podría decirse, "inofensivas", como el hecho de reemplazar la suelta de palomas por aves artificiales de manera de sortear la condena segura de las organizaciones protectoras de animales. Otras, como el teatro de sombras con figurines de atletas de la antigua Grecia, son parte de un homenaje no tan sentido como obligado. Pero algunas otras negociaciones culturales son el resultado visible de conflictos de larga data, que no atraviesan solamente a la ceremonia en sí sino también a la historia misma del Sur de los EEUU.

Las liturgias y los sueños
Pero, ¿cómo pueden "leerse" las ceremonias? ¿Cuáles son las claves para su análisis? ¿Qué tipo de "objeto" son? En primer lugar, las ceremonias no son solamente un tipo especial de fiesta deportiva que se repite con una frecuencia regular, sino que, además, son rituales mundialmente reconocidos y reconocibles, atributo que comparten con otros eventos, cada vez más ligados al deporte y cada vez menos a lo político2. La potencial audiencia que supone su mundialización convierte a estos rituales en productos pasibles de ser televisados y, por ende, tamizados por las reglas del espectáculo. Esto significa que es necesario pensar las ceremonias como un producto híbrido, donde se mezclan la liturgia ritualística con la esencialidad deportiva y ambas con las reglas del espectáculo. Y, aunque lo cierto es que tampoco son un espectáculo en sentido "puro", desde este punto de vista se puede decir que la ceremonia de Atlanta '96 fue un show impecable y en ese sentido poco asombró comprobar que las cámaras de televisión estaban exactamente donde tenían que estar porque si de algo saben los norteamericanos, es de producción audiovisual.

En segundo lugar, sería un error analizar esta ceremonia en sí misma o comparándola con otros eventos que no pertenezcan al conjunto. De allí que sea necesario articular la fiesta de Atlanta con la serie que la precede, esto es, con anteriores ceremonias olímpicas. Allí, en este vínculo diacrónico, Atlanta no puede desconocer a su predecesora. Y lo cierto es que Barcelona '92 será muy difícil de superar no sólo por su espectacularidad (desde el arquero encendiendo la antorcha hasta las agallas de Freddy Mecury cantando "post-mortem"), sino también por la capacidad de actualización y de síntesis de las tradiciones exhibida en 1992. Porque si Barcelona supo combinar sus tradiciones con la liturgia olímpica3 para una ceremonia pensada televisivamente, en verdad en aquel estadio sobrevolaban los espíritus artísticos de Miró, Gaudí, Picasso y Dalí, los que seguramente influyen en la calidad de los diseñadores catalanes, que no por nada gozan de gran prestigio internacional.

En tercer lugar, como es sabido, los Juegos Olímpicos son organizados por ciudades y no por países. El desafío al que se enfrenta la ciudad-sede es pensarse culturalmente a sí misma y elaborar una síntesis que le permita re-presentarse al mundo en las aproximadamente dos horas que dura la ceremonia. Por lo tanto, a la pregunta ¿tiene Atlanta tradiciones?, nadie duda de la respuesta: sí, las tiene. Lo que ocurre es que no parecen ser las apropiadas para ser expuestas al mundo porque se trata de la esclavitud negra, del Ku Klux Klan, de una dolorosa, en suma, historia de discriminación racial. Es cierto que Atlanta tiene también sus orgullos locales, como el ex-presidente Jimmy Carter, la CNN, la Coca-Cola y Martin Luther King. Y si el único "mostrable" es este último, ¿cómo mostrarlo sin aludir a la esclavitud? La voz en off del líder negro asesinado en aquel famoso discurso cuya retórica pivotea sobre la frase "Yo tuve un sueño", fue la resolución del conflicto en una síntesis que, por la necesidad de eludirlo, terminó siendo apenas un detalle, un mojón más en el recorrido de la fiesta, antes que un núcleo central al que remitir permanentemente. Seguramente el sueño de Martin Luther King poco tenía que ver con el Parkinson de Muhamed Alí.

En suma, en la ceremonia de inauguración de Atlanta '96 se pudo observar el excelente espectáculo de una ciudad que no puede re-presentarse al mundo sin contradecirse. En ese sentido fue coherente que un negro famoso por sus hazañas deportivas pero también por negarse a ir a Vietnam y por no haber renunciado a su condición de negro (y, por ende, ser excluido del mundo "blanco"), haya sido el encargado de encender la antorcha olímpica. Colocado el símbolo de la "negritud" en el momento más emotivo del acto (y el mal de Parkinson amplificó la pena que generaba esa imagen) fue la puesta en escena de un mensaje que pretendía decir: aquí está el EE.UU. democrático y multicultural donde el racismo es cosa del pasado. Los estragos de este hombre son producto del deporte, no tienen nada que ver con su raza. Desde los que pensaron la ceremonia, esta escena es coherente. En todo caso, la pregunta que habría que hacerle a Cassius Clay es por qué permitió ser usado para ello pero esa es una cuestión del orden de la ética y la conciencia individuales.


En busca del espíritu olímpico
Sin embargo, hay quien podría preguntar: ¿qué tiene que ver todo esto con el espíritu olímpico? ¿Qué tiene que ver Muhamed Alí con el deporte? ¿Qué valores se pueden rescatar de un deportista superprofesionalizado, que además de estar hecho pelota, lo está por practicar un deporte, cuestionado por su crueldad y peligrosidad, como el mismo Alí certifica? Ojalá el mensaje hubiera generado una interpretación como: "basta de boxeo: miren cómo me dejo a mí, ahora sólo sirvo de mascota". Pero nada parece indicar la posibilidad de que esto suceda, de que se prohiba el boxeo. La pregunta incontestable es en realidad la primera: ¿dónde está, qué es el espíritu olímpico? Y contestarla sugiere forzar las palabras a ir un poco más allá: ¿qué "sigue siendo" a fines del milenio cuando lo banaliza la televisión global? ¿O cómo puede traducirse sintéticamente el espíritu olímpico (si es que existe fuera del mito) en dos horas de ceremonia? En todo caso, ¿existe algún lugar descolonizado y descontaminado en la compleja red del deporte mundializado donde aún se aloje el espíritu olímpico?

Por supuesto, esto no quita que, desde el momento en que se prendió la antorcha, el mundo haya podido imaginar que a partir de ese instante se recrearía la misma historia que se empezó a vivir en Grecia hace más de 3000 años. Claro, ni los deportes ni los dioses son ya los que eran, pero si queremos podemos creernos sin ningún inconveniente que el fuego sigue siendo el mismo. Y nadie puede culparnos de hacerlo.


Notas al pie
1 . Cfr. Rodríguez, M. G. (1996): "Atlanta '96: entre los símbolos, el deporte y el dinero", en Pista & Patio, Nš 5, mayo, Buenos Aires. También en Alabarces, P. y Rodríguez, M. G (1996): Cuestión de Pelotas. Fútbol. Deporte. Sociedad. Cultura, Atuel, Buenos Aires, con el mismo título.

2 . Uno de los últimos grandes eventos mundializados difundidos por la cadena de televisión CNN, fue la Guerra del Golfo, en 1990, mientras que los Mundiales de Fútbol se llevan los mayores números de televidentes.

3 . La ceremonia inaugural de los Juegos posee un protocolo insoslayable (himno, bandera, juramentos, declaración de inauguración, desfile de delegaciones, etc.) que debe ser puesto en relación con cierto "relato" histórico-antropológico que dé cuenta sintéticamente de la historia de las Olimpíadas (incluyendo las glorias olímpicas), de la "memoria" fundacional de la ciudad anfitriona y de la bienvenida de ésta al mundo. Asimismo, también posee su protocolo la ceremonia de clausura que entre otras cosas, debe "pasar el testimonio" a la próxima ciudad-sede.


Lecturas: Educación Física y Deportes.
Año 2, Nº 8. Buenos Aires. Diciembre 1997
http://www.efdeportes.com