Aproximación a la incorporación de la mujer al mercado laboral en Galicia |
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*Profesora titular de Escuela Universitaria de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de La Coruña. Doctora en Educación Física, por la Universidad de La Coruña. Licenciada en Psicología y licenciada en Pedagogía, Universidad de Santiago. Licenciada en Educación Física, por el INEF de Madrid. **Psicólogo del Cuerpo Militar de Sanidad - Armada. Doctor en Psicología, por la Universidad de Santiago. Licenciado en Psicología y licenciado en Pedagogía, por la Universidad de Santiago. |
Maria del Pilar Martinez Seijas* Jesus Santiago Barreiro Garcia** pilarmseijas@telefonica.net (España) |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 9 - N° 67 - Diciembre de 2003 |
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Introducción
La incorporación de la mujer al mercado de trabajo en España forma parte de un fenómeno generalizado que se verifica en los países de nuestro entorno geográfico, económico y cultural (es decir, los países de la Unión Europea, en el entorno próximo; y de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, en un ámbito global).
Aunque la participación femenina aumenta cada día, la situación de desigualdad parece ser la nota que la caracteriza. Existe una percepción de discriminación sexual que permanece a través del tiempo, quizás como fruto de unas actitudes estereotipadas ante determinadas actividades.
Con independencia del papel diferenciado de la mujer en el mercado de trabajo, dos han sido los elementos que han contribuido al incremento de su participación: por una parte, la preocupación constante de la legislación por combatir el trato desigual de los ciudadanos; y por otra, la actitud ante la educación y formación, al ser éste un terreno en el que la mujer ha multiplicado su reducida presencia tradicional, equiparándose al hombre.
A efectos de delimitación terminológica únicamente consideramos como trabajo, aquella acción organizada, especializada y remunerada (Aizpuru et als., 1994), tratando de poner de manifiesto cuál es el papel que desempeña la mujer, obviando toda la problemática que rodea al trabajo doméstico no asalariado. A los mismos efectos también desdeñamos los términos: "actividad", con connotaciones más económicas, y "empleo", usado cuando se hace referencia a la problemática que rodea a las formas de acceso al mercado de trabajo.
Adoptamos como marco conceptual la Teoría del Capital Humano, ya que permite dar una explicación más ajustada del comportamiento económico de las personas y del papel que la formación tiene en el mismo. Ofrece una explicación plausible de la fuerte conexión existente entre la educación y el mercado de trabajo (Schultz, 1960; 1962; 1967), al tiempo que proporciona una explicación de porqué los empleadores están dispuestos a pagar salarios superiores a los individuos con mayor nivel de instrucción y formación (Becker, 1962; 1967), y simultáneamente porqué los sujetos difieren su entrada en el mercado laboral optando por adquirir mayor formación. Este enfoque ha abierto nuevos horizontes respecto al mercado laboral, la planificación educativa y los rendimientos de la educación (Quintás, 1978), abriendo así en su estudio un nuevo aspecto, como un campo pluridisciplinar de rápido desarrollo, diversificado y de notable influencia en investigadores y políticos. Todo ello debido a que la educación se considera un vehículo poderoso de movilidad social y un importante determinante a la hora de alcanzar un puesto de trabajo.
El trabajo femenino: discriminación y doble segmentaciónLa situación de segregación de la mujer en el mercado de trabajo, que tuvo carta de naturaleza en las ordenanzas gremiales medievales, persiste incluso en nuestros días, pese al esfuerzo realizado para eliminarla. La justificación de los salarios inferiores que perciben las mujeres (Hartmann, 1994) se ha hecho radicar en la existencia de diferencias en la calidad del producto, los menores requisitos de habilidad o fuerza, o en las distintas responsabilidades familiares de hombres y mujeres.
El trabajo femenino remunerado está estructurado, según Appel (1987) alrededor de dos tipos de divisiones: una división vertical de la mano de obra, en virtud de la cual las mujeres como grupo están en desventaja frente a los hombres en su salario y condiciones laborales; y una división horizontal del trabajo, por cuanto se concentra en determinados tipos de ocupación. Las mujeres ocupan un alto porcentaje del empleo existente en sectores competitivos y de baja remuneración (Martin et als., 1984), con pocas oportunidades de promoción y malas condiciones de trabajo (Margatroyd, 1982), con predominancia en la modalidad de empleos temporales (Elias et als., 1982) y con una trayectoria laboral más accidentada influida por sus responsabilidades familiares (Hakim, 1979, 1981; Dex, 1987; Yeandle, 1984).
Se han propuesto diferentes causas teóricas para explicar la discriminación salarial. Así, desde el terreno económico, Becker (1971) afirma que las prácticas discriminatorias del empresario solo se podrían mantener en mercados monopolísticos. Goldberg (1982) argumenta que tal discriminación también puede manifestarse en mercados competitivos, si lo que prevalece es una preferencia por mano de obra masculina en el puesto de trabajo. Becker (1985) propone un modelo de división del trabajo dentro de la familia, en el cual las mujeres casadas reciben salarios inferiores a los hombres debido a que desarrollan un menor esfuerzo; es decir, presentan una historia laboral más irregular, con continuas entradas y salidas derivadas de sus responsabilidades familiares.
Aunque no existe un diagnóstico común sobre las causas de la discriminación salarial, se acepta el papel primordial que jugaron los cambios legislativos operados en las sociedades occidentales en su evitación, especialmente a partir de los años setenta (Beller, 1985). A partir de la promulgación de la legislación de fomento de la igualdad de oportunidades se aprecia, en el caso de los Estados Unidos de América, un incremento del número de mujeres que desempeña trabajos típicamente masculinos (Beller, 1982a, 1982b), y por extensión en el resto de países occidentales. Los cambios operados en las aspiraciones de la mujer por acceder a carreras típicamente femeninas, fueron acompañados por un esfuerzo de adquisición de educación y formación académica que les capacite para tales profesiones (Mason et als., 1976; Cherlin et als., 1981). No obstante, la entrada en el mercado laboral se da mayoritariamente en ocupaciones no tradicionales de la economía, con un alto grado de exigencia (Rytina et als., 1984) académica y profesional; y se aprecia que el declive de la segregación laboral está inversamente relacionado con el crecimiento del empleo en términos absolutos (Lloyd et als., 1979).
La práctica discriminatoria se manifiesta en las diferentes fases de consecución de un puesto de trabajo, desde la descripción del puesto, el modo de reclutamiento de candidatos, las características demandadas al empleado potencial, el sistema de promoción y la disponibilidad demandada, casi siempre albergan prácticas adversas hacia la mujer (Hakim, 1979). Las cualificaciones exigidas (Byre, 1987), características personales (edad, características físicas demandadas, movilidad geográfica, situación familiar), canal de difusión de la oferta (Curran, 1985), coinciden en ocasiones con la menor aspiración laboral de las jóvenes (Delamon, 1980), el diferente papel que juega la mujer en la vida familiar todavía (Furlong, 1986),y en épocas de precariedad y recesión, las condenan a los puestos menos deseables.
Existe toda una tradición que arranca de los años treinta con un análisis que enfatiza las actitudes y comportamientos diferenciales de hombres y mujeres en el trabajo (Roethlisberger et als., 1939), completada por un interés en las diferencias existentes entre trabajadores de uno y otro sexo, a partir de factores endógenos al propio puesto de trabajo, sea este la disciplina, el control o las posibilidades de promoción (Epstein, 1970). Las teorías marxistas, al estudiar el trabajo femenino le asignan el papel de los denominados ejércitos de reserva -mujeres y niños fundamentalmente-, pese a que ponen de relieve que la relación laboral no es tan solo una relación mercantil, sino una relación social más amplia entre sujetos con intereses contrarios respecto al sistema productivo (Bravermann, 1974). El trabajo de la mujer es el de una mano de obra de elevada elasticidad, con mayor flexibilidad de contratación que en el caso de los hombres y susceptible de ser incorporada o retirada del mercado capitalista, según las necesidades del mismo (Molyneux, 1994).
Los teóricos del mercado dual establecen, en el ámbito de Norteamérica, que el mercado de trabajo se divide en sectores o niveles que tienen relación con los niveles salariales, las condiciones de trabajo, las posibilidades de promoción y estabilidad en el empleo. El dualismo surge cuando parte del mundo laboral queda aislada de la incertidumbre y pasa a constituir un sector laboral privilegiado, frente al que no puede incorporarse a tal situación. El primero estaría básicamente constituido por el trabajador de raza blanca, angloamericano prototípico, que se diferenciaría del sector residual formado por negros y mujeres (Edwards et als., 1982). Las diferencias de sexo, raza o edad, no creadas por el empleador, son utilizadas para estabilizar y legitimar la estructura económica existente. De esta manera se pueden señalar al menos cinco atributos que llevan a que un grupo, y cada uno de sus miembros, sea una fuente probable de trabajadores secundarios o residuales, tales como: la facilidad de despido, diferencias del grupo que lo hacen fácilmente identificable, bajo interés en adquirir capacitación y experiencia, pocas expectativas de retribuciones monetarias elevadas, bajo nivel de organización y pocas probabilidades de desarrollar relaciones de solidaridad (Leonard et als., 1976); y que cumplen las mujeres.
Quizá el aspecto que más depende del propio candidato, es el relativo a la adquisición de un mayor nivel de instrucción y formación. Los sujetos, en determinadas ocasiones, pueden decidir personalmente diferir su entrada en el mercado laboral, optando por adquirir una mayor formación, tal y como propone la teoría del capital humano.
Teoría del capital humanoLa teoría del capital humano, nacida entorno a los años sesenta en el ámbito de la economía y la planificación educativa, concibe la educación como una forma específica de dedicar recursos productivos a la formación de una modalidad específica de capital (Schultz, 1960). El proceso educativo supone invertir en una forma de capital alternativo que incrementa la capacidad productiva y los flujos de renta que se derivan de él.. La demanda de educación constituye una demanda para un bien de inversión que se manifiesta incrementado la potencialidad productiva del sujeto. A lo largo del proceso la persona se transforma y cambia respecto a aquellas que no continúan sus estudios.
Esta visión del proceso educativo permite dar respuesta a la cuestión de por qué las empresas están dispuestas a pagar salarios más elevados a las personas con mayor formación. La razón radica en su mayor productividad. Pero el incremento de formación con el correspondiente incremento de capacidad productiva potencial del individuo, no agota las posibilidades de explicación de las diferencias salariales existentes entre los asalariados.
Una corriente de esta teoría de la educación, denominada de la selección o filtro (Berg, 1970) pone de manifiesto que a lo largo del tiempo, los requisitos para obtener un empleo están aumentando, aunque no está tan claro que los empleos variasen con respecto a cuando no exigían tal grado de titulación. Implica que la educación no hace que los sujetos sean más productivos, sino que se limita a distinguir entre los trabajadores según un criterio de selección. Mantiene así su valor a la hora de decidir los futuros ingresos de los individuos, pero desaparece toda noción acerca del supuesto valor económico de la educación. Estas ideas, desarrolladas por Arrow(1973), fueron refrendadas con análisis y modelización económica (Spencer, 1973; Stiglitz, 1975), concebían la educación como un proceso que permite clasificar a los sujetos conforme al criterio de superar o no determinados niveles educativos.
Dentro del radicalismo americano se produce un rechazo de esta concepción económica de la educación de corte neoclásico. Blaug, (1966) propone la denominada hipótesis de la socialización, con la intención de explicar la relación entre educación y retribución.(Bowles, 1971; Carnoy, 1977, 1980; Lewin, 1981). Consideran que la correlación entre educación y clase social es, como mínimo, tan alta como la que pueda existir entre educación y retribución; y que la educación perpetua el status económico de una generación a otra. En segundo lugar, opinan que el sistema educativo está en relación de dependencia con el sistema productivo. Esto supone que el supuesto objetivo de maximizar el bienestar social que se atribuye a la educación, es pura retórica vacía de contenido, dado que las elecciones públicas de gestión y control de la planificación educativa se da siempre entre grupos de presión, quienes se plantean la elección entre políticas alternativas como un simple proceso de negociación.
No obstante, la educación tiene juega un importante papel.En todos los sistemas productivos existe una pirámide ocupacional con distintas exigencias de formación, conocimientos y responsabilidades, a medida que se desciende en el orden jerárquico. Las personas que están en la cúspide, con la característica de gobernar a los demás y ser leales con la empresa, reciben mayores retribuciones. Estos puestos suelen estar desempañados por universitarios, individuos que han superado las distintas barreras de los niveles educativos, y se convierten en la élite ocupacional.
En suma, pese a la polémica que rodea a este tema, parece evidente que la educación es una inversión en el hombre, y que la educación puede crear, aumentar o modificar las diferencias innatas, al invertir en formación, y que es un proceso que se verifica a lo largo de los distintos periodos del ciclo vital humano. A nivel social, contribuye al incremento de la producción de bienes y servicios a la colectividad y mejora del bienestar social.
Pese a la notoria diversidad de ocupaciones potenciales, definidas por un complejo número de características -salario, tareas a desempeñar, ambiente general del trabajo, sexo, horario, localidad, en otras-, la ponderación que cada trabajador y empresario atribuyen usualmente a cada una, además de la heterogeneidad de éstos, que nos dan una idea de la desigual participación en el mercado laboral; la formación es clave a la hora de explicar la incorporación femenina al ámbito laboral.
Aproximación a la realidad de GaliciaA la luz de los datos estadísticos disponibles, analizaremos brevemente la incorporación de la mujer en el mercado de trabajo de Galicia, por presentar una serie de características y peculiaridades, y ser nuestro ámbito geográfico. Partimos de los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) referidos al censo de población de 1991, para Galicia, y recurriendo ocasionalmente a los relativos al conjunto de España como elemento de contraste o referencia. A partir de los datos trataremos de observar el efecto del aumento de formación en el incremento del nivel de ocupación femenina, viendo las distribuciones de población, según nivel de estudios, actividad económica, rama de actividad, profesión, y el desempleo.
Población y nivel de estudios:
Los datos referidos a la población de 10 y más años, tabla 1, son relativamente negativos para las mujeres, especialmente en lo que se refiere al grupo de analfabetos y personas sin instrucción, cuyo número triplica al de los varones. A medida que aumenta el nivel de estudios tienden a igualarse ambos grupos, e incluso se invierte esta relación en el caso de los universitarios (50,85 % frente al 49,14 %), y más en el caso de las carreras de ciclo corto (59,70 % frente al 40,30 %).
Tabla 1. Población de Galicia de 10 y más años, por sexo y nivel de estudios.
Fuente: INE, Censo de Población de 1.991, y elaboración propia.
Población y actividad económica.
En relación con la actividad económica, tabla 2, se observa como la mayor parte los activos son varones (64,32 %), y de los inactivos, mujeres (69,31 %). Pese a la tímida participación femenina en la tasa de actividad (33,45 %), las mujeres representan una parte importante de los parados (43,76 %). Los datos correspondientes para el conjunto de España, tabla 3, son similares, pese a la menor tasa de actividad (33,26 %), mayor proporción de paradas (48,36 %), menor peso en el número de activos totales (34,20 % frente al 35,68 %) y mayor cuota de inactivos (70,18 % frente al 69,31 %).
Tabla 2. Población de Galicia mayor de 16 años, por sexo, en relación con la actividad.
Tabla 3. Población española mayor de 16 años, por sexo, en relación con la actividad.
La tasa de actividad, variable según el nivel de estudios, junto con el nivel de instrucción, tabla 4, nos proporciona una información que abunda en nuestra tesis: se aprecia que los menos cualificados tienen tasas de actividad más bajas, si bien es cierto que concentran al grupo de edad más avanzada, también apuntan a un conjunto de personas con escasas expectativas de empleo y una posición pasiva desde el punto de vista laboral. Los grupos más instruidos presentan una imagen distinta: elevadas tasas de actividad y mayor facilidad para incorporarse a la actividad económica.
Tabla 4. Tasa de actividad en Galicia, por sexo y nivel de instrucción.
Ocupación, actividad económica e instrucción:
Si ponemos en relación la actividad económica y el nivel de instrucción, tabla 5, se aprecia un predominio de los varones entre la población activa, con independencia del nivel de instrucción que se posea, pero cabe destacar el notable incremento de población activa que se da en las universitarias, que tiende a igualarse al de los varones. Entre la población inactiva se repite el patrón clásico de preponderancia femenina.
Tabla 5. Población de Galicia mayor de 16 años, por sexo, en relación con la actividad económica y nivel de instrucción.
Ocupación y rama de actividad:
Son tres las ramas de actividad que concentran el mayor volumen de ocupación femenina, según la tabla 6, y por el siguiente orden: "Otros servicios", "Agricultura y pesca" y "Comercio y hostelería", con una alta cuota de participación de la mujer, mientras que la presencia es minoritaria, quizás excesivamente, en "industrias extractivas", "sector energético" y "construcción".
Tabla 6. Población de Galicia mayor de 16 años, por sexo, por rama de actividad económica.
Ocupación y profesión:
La distribución de la población ocupada según la profesión, tabla 7, muestra la importancia de las profesiones vinculadas a la "construcción, industria, minería y transporte", seguida de "agricultura y ganadería", en términos generales. Pero si nos fijamos en la distribución por sexos, en el caso de las mujeres, destaca esta segunda profesión (da ocupación a casi la tercera parte de las mujeres ocupadas en Galicia), seguida de "hostelería y otros servicios" y "comercio".
Tabla 7. Población de Galicia mayor de 16 años, ocupada, según profesión y sexo.
Estos datos son otro indicio de la precariedad del empleo femenino, corroborado por la representación femenina entre la categoría de "Directivos de las Administraciones Públicas y empresas", y tímidamente contrarrestados por el mayor peso relativo que adquiere entre el "personal docente y otros titulados" y entre los "profesionales técnicos y similares", de escasa importancia en el conjunto total de ocupaciones.
Desempleo y nivel de instrucción:
Hablar de la población ocupada, de su actividad laboral y profesional, lleva paralelamente a hacerlo del paro o desempleo, referido a todas aquellas personas en edad de trabajar (mayor de 16 años), que busca un empleo activamente y no lo encuentra. En el caso de España, el nivel de paro es el más alto dentro de los países de nuestro entorno (Unión Europea y OCDE), pese a que presentamos también una tasa de actividad más reducida que éstos. Distinguimos entre los sujetos que han trabajado y aquellos que buscan su primer empleo (tabla 8). Entre los primeros cabe destacar que el paro masculino representa casi las dos terceras partes del total, afectando en gran parte a hombres con estudios primarios. Por parte de los sujetos con experiencia laboral, las mujeres son el grupo más numeroso, especialmente en el caso de aquellas con estudios secundarios, que representan prácticamente la mitad.
Tabla 8. Parados de Galicia, mayores de 16 años, que han trabajado o buscan su primer empleo, según nivel de instrucción y sexo.
Es importante destacar, en nuestra opinión, que el número de parados en busca de su primer empleo es grande, máxime por estar referido a la gente más joven, aquella que ha finalizado recientemente sus estudios y trata de incorporarse al mundo laboral, y en concreto, la proporción tan elevada de mujeres (56,84 %). Por niveles de estudios, llama la atención que, la diferencia negativa contra las mujeres llega a casi triplicar -en términos absolutos- al número de varones parados universitarios, siendo en este caso las más preparadas.
La disparidad, en términos relativos, entre paradas con experiencia laboral previa y las que buscan su primer empleo, es coherente con la nueva disposición de las mujeres más jóvenes a incorporarse al mercado laboral, mayor cuanto mejor es su nivel de formación (triplican a los varones en igual situación de búsqueda de su primer empleo). A ello habría que sumar el peso tan importante que tienen las mujeres en el paro cuando esta situación se prolonga con duración superior a más de un año y medio a dos (Hernández, 1999).
El conjunto de datos expuestos hasta este momento quizás adquiera mayor significado si lo situamos en una cierta perspectiva histórica. A tal efecto, y a modo de resumen, trataremos de analizar someramente la evolución del empleo en el lapso de tiempo transcurrido entre los dos últimos censos de población.
Evolución de la población ocupada y situación profesional:
De los datos que se muestran en la tabla 9, se aprecia una mayor presencia masculina en las fechas contempladas, pese al aumento que experimentan los relativos a las mujeres. Destaca el incremento de asalariados eventuales, que llega a triplicarse en el transcurso de una década, y el descenso de los asalariados fijos. No menos significativo es el descenso de población ocupada experimentado, de casi un 5 %, producto de la incidencia de una crisis económica muy fuerte, de tal modo que la participación femenina ha sufrido un proceso de ralentización, acompañada de caída de empleo masculino (ni tan siquiera compensado con la creciente incorporación de mujeres). El papel femenino es clave entre los "asalariados eventuales", conforme a la mayor precarización que se observa en los empleos a los que optan las mujeres.
Comparativamente, en el conjunto de España, tabla 10, se observa por igual el crecimiento de empleo femenino, no se aprecia tan claramente el estancamiento en el crecimiento vegetativo de la población (Guisán, 1995), como en el caso de Galicia. No obstante, se observa como las mujeres desempeñan más de las tres cuartas partes de los 1.757.226 nuevos empleos. Pese a las similitudes, destacamos el mayor peso relativo de la ocupación femenina gallega (31,09 %) frente al total de las españolas (30,89 %), gallegas incluidas.
Tabla. 9. Evolución de la población de Galicia mayor de 16 años, ocupada, según situación profesional y sexo (1981-1991).
Tabla. 10. Evolución de la población española mayor de 16 años, ocupada, según situación profesional y sexo (1981-1991).
Conclusiones
Nuestro objetivo ha sido tratar de analizar la realidad de la incorporación de las mujeres al mercado laboral en Galicia, y tomando como referencia el conjunto de España, y recoger algunas de las causas que la dificultan o favorecen, según la literatura al respecto. En la formación, en la adquisición de un capital humano, incorporado a la persona, está una de las claves para favorecer una mejor inserción laboral (Hidalgo, 1995). En el caso de la mujer, tal hecho no es solo un acto de equidad para con la mitad de la población, sino que no hacerlo es un auténtico despilfarro de inteligencia, talento, energía y creatividad, y una inmensa pérdida de ideas y valores que resulta imposible valorar, máxime en sociedades con un crecimiento vegetativo negativo.
La naturaleza de los datos disponibles no ha permitido la descripción, interpretación y comparación de diferentes situaciones socio-laborales, bajo el esquema conceptual proporcionado por la teoría del capital humano, sin entrar en aspectos próximos (que suscita este enfoque), tales como la política educativa, eficiencia del gasto en formación, adecuación de los presupuestos en educación, y aspectos colaterales de la demografía, como recuerda la profesora Montiel.
No obstante, consideramos que los datos seleccionados vienen a confirmar los supuestos de la doble segmentación: las mujeres desempeñan los peores empleos, y aunque no tenemos los datos concretos, seguramente serán los menos remunerados en Galicia (en el sector de la agricultura y pesca, y como asalariados eventuales).
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