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    Un día de los años del siempre, nació un niño que más temprano que tarde al dejar el confort del seno materno, pasaría de ser niño a ser uno de los tantos sin amor que llegaban a los orfelinatos de aquella Cuba, que aún lloraba la pérdida de su recién ganada independencia.

    Los años de los primeros desencantos pasaron muy rápido para este niño de piel negra que a fuerza de hacer, sin dejar de ser, se convirtió en un hombre sin esperanzas mayores que la de convertirse en un buen beisbolista, única vía que lo sacaría sin lugar a dudas del anonimato en primer lugar, y le llenaría el bolsillo de algunos centavos para luego llenar el estómago, que de tanto estar vacío, cantaba en congo y en carabalí de la noche al día.

    Vendedor de periódicos, recogedor de hierro viejo, obrero de la construcción, cosas estas que combinó con los lanzamientos en recta, las curvas hacia fuera y los slaiders, lo llevaron al béisbol semi-profesional de aquella época. Así un día, de manera triunfal, pasó las puertas del Casino Campestre en la Ciudad de Camagüey, lugar selecto de la clase media alta camagüeyana, para convertirse en uno de los grandes lanzadores de ese afanado club de béisbol en los años 50's; época esta donde la palabra NEGRO se decía no en mayúsculas, sino con desprecio.

    En esos trajines lo sorprendió el 1º de Enero de 1959, día en que triunfó la rebelión armada que llevó a Fidel Castro al poder y que dio paso sin dudas a una etapa de triunfos y reveces, contradictorios unos, justos los otros, pero que a Paulino le cambiaron la vida en 360 grados a la redonda. Jugar o realizarse como hombre de perspectiva mayor; sin lugar a dudas, tomó la segunda, la más sensata de las decisiones que lo llevaría como a tantos otros hombres y mujeres cubanos en esos años, a convertirse en entrenador deportivo de la primera generación que formara la naciente Escuela Nacional de Entrenadores Deportivos (ENED).

    Conocí a Paulino en los años 65-66 durante un campeonato provincial de atletismo que tuvo por sede a la Ciudad de los Tinajones, en Camagüey. Yo, un aspirante a atleta con la cabeza llena de imágenes de los recién terminados Juegos Panamericanos de Winnipeg en Canadá y donde la figura colosal de Enrique Samuels, uno de los grandes atletas cubanos de los '60 y su nuevo record en el lanzamiento de martillo no dejaba espacio a otro pensamiento que no fuera el de lanzar aquel artefacto como ese gigante oriental.

    Pero la suerte no estaba hecha para mí en aquel momento donde se buscaban atletas con "A" mayúscula, letra esta que yo no tenía.

    Fue Paulino Vargas quien con ojo de cazador vio en aquel aspirante la voluntad de ser deportista a como diera lugar, y esto cambió mi vida. Así llegué a ser entrenado por aquel hombre que aún, en ese momento sólo se llamaba Paulino o Vargas como lo nombraban comúnmente.

    Los años transcurrieron y muchos de aquellos jóvenes camagüeyanos llegaron a la Selección Nacional Cubana. Se hacía historia, se reflejaba el esfuerzo y el talento de ese hombre, de ese beisbolista devenido entrenador de lanzamientos.

    Su fama se expandió como fuego bravo por todo el país y cuando se hablaba de Camagüey y de Lanzamientos, se habla de Paulino Vargas. Del mismo modo, los años transcurridos le trajeron el sobrenombre de "El Viejo Vargas" o simplemente El Viejo como lo llamamos todos los que hemos tenido la suerte de convivir un tanto a su lado.

    Después del retiro, en los años '80, vino mi retorno al terruño camagüeyano, primero como entrenador donde compartí experiencias con el Viejo en los trajines de hacer atletas, luego como académico en la Facultad del Instituto Superior de Cultura Física en la Ciudad de Camagüey, donde trabajaba como profesor de la especialidad de atletismo de la Licenciatura en deportes.

    Y fue aquí donde llegó un día con su andar lerdo por el peso de los años andados mi ex entrenador, mi amigo, para convertirse en estudiante de Licenciatura en Deportes. Y contra vientos y mareas, contra el espacio que dejan los años y el caminar por la vida un día a sus 67 años, tuve el honor y la dicha de estar al lado del diplomante Reineiro Paulino Vargas Favelo, "El Viejo", que con voz fácil y firme expuso sus experiencias de más de tres décadas para defender su tesis de Licenciado en Cultura Física.

    Dicha, orgullo, satisfacción, alegría inmensa; todo es poco para calificar ese momento, pues allí no sólo estaba el estudiante; estaba la figura hecha leyenda de uno de los entrenadores cubanos más conocido en el medio atlético nacional. Allí se graduaba el amigo que un día me dijo: "Para ser atleta hay que tener quijada y lo otro…" y dale!!!!.

    Han pasado muchos años y allá en el terruño camagüeyano, con su andar de lerdo por los años de caminar por la vida y de hacer atletas, allí, aun de pie en la pista desde muy temprano en la mañana, esta mi amigo el entrenador de lanzamientos; allí con la sonrisa franca y la nieve que le puebla las sienes inteligentes, esta mi compañero de faena, mi ex diplomante. Allí se encuentra, por si algún día vas a Cuba, a Camagüey y preguntas por Paulino o por Vargas, seguro estoy que nadie te responderá. Pero si dices: dónde esta el Viejo Vargas, entonces hasta las Majaguas del parqueo junto a la pista de atletismo te responderán. Allí con los atletas; trabajando con lo que más ama hacer en la vida…

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revista digital · Año 9 · N° 63 | Buenos Aires, Agosto 2003   © 1997-2003 Derechos reservados