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Inundaciones Santafesinas:
Organización y sentido de clase de un pueblo

   
Santa Fe
(Argentina)
 
 
Guillermo Galantini
guiyogal@yahoo.com.ar
 

 

 

 

 
     A los que me conocen y a los que me conocerán ahora. Me atrevo a molestarlos para contarles que luego de tres meses regresé a mi casa devastada por la negligencia de gobiernos y gobernantes con la única victoria: de saber que ellos perdieron todo, que es la representatividad ante el pueblo. Les dejo un breve análisis y una imagen para que exploren sus preguntas. Hasta cualquier momento. Gui
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 9 - N° 63 - Agosto de 2003

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     A las 10 de la noche del 29 de abril recién caí en la cuenta de lo que comenzábamos a vivir. El "Bocha", un viejo albañil del barrio Alfonso, me grita: "Entrá con la piragua por el pasillo que vamos a sacar a mi vieja". Yo iba con el Negro (un estudiante que, mucho antes que el gobierno, accionó para ayudar a la gente). La piragua apenas daba el ancho para introducirse por el pasillo de muros a los que solo se le veían las dos ultimas hileras de ladrillo asomadas por encima del agua. En el fondo, toda la familia asomada en el techo. Al acercarnos, el Bocha me dice: "¡...cuidado, es no vidente y diabética...!" ¿¡Como haríamos para deslizarla desde la altura del techo hasta el piso inestable de nuestra embarcación!? Hubo un instante de silencio que fue recortado por un firme pedido: "¡Dame la cartera que allí tengo mis remedios!" La bajaron tomándola de los brazos y apoyándose en la pared lateral. Ni un experto en navegación se apoyaría en tales circunstancias, de manera tan exacta como lo hizo Doña Angela, para mantener el equilibrio de la piragua. Aferrada a su cartera recorrió con nosotros las cuatro cuadras de agua para quedarse en compañía de otros familiares.

    La ciudad comenzaba a vivir una nueva historia: ¡48 horas de gobierno popular! Los tribunales se tomaron asueto, la legislatura pidió vacaciones, el intendente estaba desaparecido y el señor inundador solo atinaba a poner su cara de asombro, muy similar a la de 1974 cuando, faltando 500 metros para finalizar el Gran Premio de Buenos Aires, fue a quedarse sin combustible. Hay diferencias: aquella había provocado un perjuicio individual, en esta, el corredor protagonizaba una negligencia catastrófica que comprometía a 150.000 santafesinos. No obstante el sentido no cambió: ambas son hijas de la imprevisión.

    ¿Que hacía la gente en esas 48 horas? Abría escuelas y centros de evacuados, gestionaba alimentos, ropas y frazadas; con sus precarias embarcaciones sacaba a la gente atrapada en los techos y a quienes quedaron allí les acercaban comidas. Sin embargo el gobierno no permaneció inmóvil. Rápidamente instalo el discurso de la seguridad física y la propiedad: "...que se están robando las cosas..." "que entran en las casas de los inundados..." Esto sirvió para militarizar la ciudad y marcar el silencio por el camino del miedo en una sociedad que aún guarda en su memoria el transito nefasto de los viejos unimogs y sus patrullas. Ejercito, Gendarmería, Prefectura y Policías unificadas para atemorizar y aventar cualquier organización social. Esta primera estrategia de poder del gobierno resulta resistida por la gente que, lejos de sentirse acorralada y observando la sospechosa impotencia de sus autoridades, se convoca en Asambleas publicas y abiertas. Desde allí se concreta la primera movilización exigiendo la indemnización total por los daños sufridos.

    El Gobierno desoye los pedidos y en su segunda semana el Sr. Inundador alienta un nuevo discurso: "Debemos pensar en la reconstrucción". Habilidosamente pretende doblegar lo que con la fuerza y presencia de las armas no lograba. Entonces necesita de las instituciones y organizaciones sociales para que se "prendan" en su viaje que no es otra que la de provocar maniobras disuasivas y perversas para evitar la lucha popular. Todo el arco "progresista" fue a participar del "Comité de Crisis"... ¿¡Qué queda hoy de esto!?

    A las incipientes asambleas en plazas públicas le sucedieron otras en el frente mismo de los Cetros de Evacuados. La apuesta estratégica de sus participantes era buscar la autoorganización, tan sutilmente evitada por los agentes del gobierno. "Las ayudas no llegan a manos de los inundados" y los evacuados de la escuela Avellaneda forman comisiones para distribuirse equitativa e igualitariamente la mercadería retenida por las autoridades escolares. El Vicerrector de una escuela nocturna desautoriza a un asambleísta cuando intenta pegar la convocatoria a reunión en su establecimiento, y a los pocos días, la Asamblea resuelve sesionar en el mismísimo patio del centro escolar que albergaba a más de 700 inundados. Va creciendo la lucha y en tal experiencia se va desarrollando un sentido de clase. "El agua no miró, pero los desposeídos seguimos siendo los mismos que antes de la inundación". ¿Cómo hacer para frenar tamañas acciones populares? Crean un nuevo discurso oficial: Hacer parecer que la figura del autoevacuado es mejor que la del alojado en los centros. Ya que aquellos (supuestamente) reciben cajas de comidas, frazadas, colchones, etc. esto fue lo que el Gobierno inició en la tercera semana y, comenzaba así, el desalojo de las escuelas para culminar con el reinicio de clases. La gente advierte el engaño y se niega a ser trasladada a los lugares menos dignos que ofrecían las autoridades. Ni las carpas, ni los boxes en galpones, ni el hacinamiento en las viejas estaciones del ferrocarril fueron capaces de seducir a la totalidad de los evacuados. Muchos vuelven a sus hogares que, en calamitoso estado, se mostraban mejores que los ofrecidos por el gobierno. Sin embargo no hay lavandina, no hay guantes, no hay para cocinar, para dormir o para sentarse... se convoca a una nueva movilización más homogénea y más genuina, exigiendo nuevamente la indemnización. Es un nuevo avance en la conciencia de clase y en el estado de organización popular. Se ven pancartas de barrio Alfonso, Chalet, Villa del Parque y Roma. No hay unificación, tampoco existe la coordinación, pero el gobierno sabe que el desarrollo puede confluir en la organizacion del desencanto popular. No hay respuestas en ningun orden, la inoperancia es lo mas efectivo del gobierno. Sus propias ausencias dan el sello al desinteres por las necesidades del pueblo. Sin embargo, nos equivocaríamos si pensáramos que el Gobierno es tonto. Apuesta a oxigenar con dinero en efectivo a las vecinales. Muchas de ellas denunciadas por corrupción, y otras constituidas en aguantaderos de punteros y politiquerías. El gobierno sabe que allí puede frenar la movilización de la gente e inyecta todo lo necesario para hacer que la gente se quede en su barrio y no se mueva del lugar:"Mañana vienen a censar..." "Hoy repartirán frazadas..." "Esta tarde traen los colchones..." Son algunos comentarios que circulan. Y es claro que algunos de estos elementos de hecho llegaron a manos de los inundados. No obstante todos saben que eso no fue por acción de la divinidad ni por generosidad del gobierno. Fue la gente movilizada, las apuestas organizativas, los cortes de calle, avenidas y accesos de la ciudad, que arrancaron del gobierno breves migajas que no calman las gruesas necesidades. Tampoco lo que es la escasa ayuda económica para reparar los daños de esta absoluta negligencia.

    El Gobierno ha sido muy inteligente y ha podido construirse un paréntesis en esta lucha. Paréntesis que contiene a los $1200 con los cuales pretende solucionar los problemas. A poco que la gente perciba -y ya lo esta haciendo- que tal dinero se escurre con la misma velocidad con que el agua ingresó en su casa, retomará la senda de la lucha por la indemnización total.

    Innegablemente las inversiones de poder de la corporación política y sus aliados tuvieron retrocesos en estas inundaciones. Continuarán intentando calmar la sed, el hambre y el frío de las necesidades inmediatas de la gente; lo que no podrán es avanzar sobre la superficie material y concreta de la especie humana que es su propio afán de organizacion y autoorganización.

    Allí estaremos, sin desviarnos del camino, adquiriendo conciencia mediante la experiencia y esperando tomar la delantera para participar de la victoria colectiva.

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revista digital · Año 9 · N° 63 | Buenos Aires, Agosto 2003  
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