Deporte y quehacer pedagógico: una relación a pensar críticamente |
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Instituto Superior de Ed. Física (Ministerio de Deporte y Juventud) y Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República) Montevideo. |
Raumar Rodríguez Jiménez raumar@adinet.com.uy (Uruguay) |
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Ponencia presentada en el IV Encuentro Deporte y Ciencias Sociales, Buenos Aires, noviembre de 2002
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 55 - Diciembre de 2002 |
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1. Una vez iniciado el texto, se trabajará para que él mismo se desdoble y muestre, al interpretarlo, alguno de los tantos pliegues que pudiera admitir y que le dan sustancia (aparente). Supongo que con relación al tema que trataré, deben abandonarse una serie de ideas, a saber: que el deporte es bueno en sí mismo, que hay una esencia del deporte que trasciende a la historia, que es una necesidad, y que es natural. Una idea central de este ensayo es la siguiente: el deporte, como práctica social y como institución en el contexto de la modernidad2 forma parte del conjunto de prácticas -sociales en general y educativas en particular- orientadas por la idea de eficacia y eficiencia, generando una relación instrumental con el propio cuerpo, prolongando y profundizando el dualismo cartesiano, propio de las ideas dominantes de las clases dominantes. Adoptaré la idea de P. Bourdieu, que resulta clave para el análisis crítico de la relación pedagogía-deporte:
"quiero subrayar que la definición social del deporte es objeto de luchas, que el campo de las prácticas deportivas es el escenario de luchas en las que lo que está en juego (...), es la capacidad monopolizadora de imponer la definición y función legítima de la práctica y de la actividad deportiva (...); que este campo es en sí mismo parte de otro más grande de luchas sobre la definición del cuerpo legítimo y del uso legítimo del cuerpo, luchas en las que participan, no sólo los agentes comprometidos en la lucha sobre la definición de los usos deportivos del cuerpo, sino también moralistas y, especialmente, clérigos, doctores (expertos en salud particularmente), educadores en el más amplio sentido de la palabra (...), pioneros en materia de modas y gustos (...)." (1993: 66) El deporte es educativo sólo a condición de configurarse como una práctica social concreta en un contexto histórico, político, económico y cultural dados. Practicar deporte significa establecer una relación particular con el cuerpo: en este sentido podría hablarse de un cuerpo deportivo. Así, creo conveniente revisar la muy difundida noción de que en la educación física y el deporte se educa a través del movimiento: si bien no creo que deba abandonarse esta idea, no debe omitirse el papel de la educación del y para el movimiento como elementos claves de un modo de ser corporal en un contexto social e histórico concreto. El análisis del movimiento -y con él, del cuerpo- es inseparable del análisis de las condiciones materiales en la que una sociedad se desarrolla. Para decirlo de otro modo: la noción de educar a través del movimiento suspende la crítica pedagógica del movimiento mismo como objeto de conocimiento y como devenir que se manifiesta en un cuerpo concreto.3
2. "Toda práctica educativa implica, por parte del educador, una posición teórica. Esta posición, a su vez, implica una interpretación del hombre y del mundo."4 El deporte, analizado en su versión moderna, ha acentuado aquellas características que en la escuela han servido para compararla con una fábrica organizada en función de esquemas tayloristas.5 El sujeto y el mundo de este modelo en educación -que ha sido hegemónico durante el siglo veinte- han sido colonizados por la obsesión por la eficiencia. Se ha visto la gran influencia que ha tenido la psicología en educación, y especialmente el conductismo, traduciéndose esto en prácticas pedagógicas orientadas por objetivos de conducta, de aprendizaje u operacionales, secuencialmente definidos y progresivamente presentados, articulados por una serie definida de estímulos y respuestas.6 El deporte no ha sido ajeno a ello, sobre todo el que se practica con un mínimo de aspiraciones de mejora del rendimiento. De acuerdo con Valter Bracht, "los códigos de la institución deportiva pueden ser resumidos en: principio del rendimiento atlético-deportivo, competición, comparación de rendimientos y marcas, reglamentación rígida, sucesos deportivos y sinónimo de victoria, racionalización de medios y técnicas." (1996: 23) Y aquí, desde el punto de vista de la crítica pedagógica, puede haber una sola respuesta: el deporte en la escuela debe diferir sustancialmente del denominado deporte de élite o deporte de alto rendimiento. Se argumenta con frecuencia -y de un modo bastante ligero- que es necesario aprender a competir (incluso a ganar y perder, sobre lo que volveré más adelante), como si el conjunto de las prácticas sociales no condujeran a eso: las relaciones sociales en la actualidad se construyen en torno a una feroz e inhumana noción de competencia, y la escuela no es ajena a ello. La escuela (esto es sus agentes y sus distintos espacios educativos, como lo es el deporte) debe hacer énfasis en educar para la solidaridad, como espacio privilegiado en el cual se puede construir una sensibilidad de resistencia a la selección social (natural) de los cuerpos según su rendimiento. La carrera deportiva, que según un número no despreciable de profesores de educación física y técnicos deportivos debe iniciarse en la escuela primaria, potencia la posibilidad de que el capital físico y motriz del niño se visualice (sobre todo para las clases dominadas) como una inversión que afecta la posibilidad de movilidad social, siendo incluso percibida como una de las pocas vías de ascenso. La dificultad principal de la mirada pedagógica para el deporte es poder discernir donde se encuentra el umbral difuso y sinuoso del deporte transformado en práctica mercantilizada. Por lo menos, para estar atentos a esta cuestión, cabe citar a Bourdieu cuando afirma que "los 'intereses' y valores que los deportistas surgidos de las clases populares y medias importan al ejercicio del deporte están en armonía con las exigencias correlativas de la profesionalización (que puede coincidir con las apariencias del amateurismo, claro), una preparación racional (el entrenamiento) y una ejecución del ejercicio del deporte que impone la búsqueda de una eficacia específica máxima (medida en 'victorias, 'títulos' o 'récordes') y esta búsqueda, a su vez, es correlativa del desarrollo de una industria -privada o pública- del espectáculo deportivo."7 Para este problema hay al menos una hipótesis: los profesionales de la educación física y el deporte aprenden la técnica específica y la pedagogía de un modo escindido, siendo esta última (sobre todo para los profesionales más orientados a la técnica) una información adicional, un "aspecto a tener en cuenta", una bella anécdota de los cursos de grado, un modo de justificar la presencia del deporte en el campo de la educación, o, tal vez, una molestia innecesaria.
3. La educación es una acción simbólica, un proceso intersubjetivo en el cual se construye sentido, ergo, se construye el mundo. En cierto modo, podría afirmarse que no existe un sentido absoluto que se instale en las prácticas, sino que en ella tiene lugar una cierta actualización del objeto de la lucha. En este caso, la tensión que interesa es la que se produce entre deporte, pedagogía y cuerpo. Pretender un estado puro del deporte es desconocer el carácter simbólico de toda acción social. No hay tal precepto ontológico para dichas acciones: el deporte, como práctica social, se configura siempre como devenir en un espacio social concreto. "Las 'formas simbólicas' (...) son simbólicas en la medida en que construyen un mundo."8 A lo que agrego: un mundo y sus objetos. Uno de los productos más visibles de la práctica deportiva es lo que antes llamé de cuerpo deportivo. Todo parece indicar que, en mayor o menor medida, la construcción particular de la relación con el cuerpo que desarrolla el sujeto que practica deporte está orientada, al menos en la actualidad, por una búsqueda de la eficiencia máxima (que se mide en trofeos, medallas, récordes, títulos, etc.)9, y que a su vez, esa búsqueda puede situarse dentro del conjunto de prácticas solidarias con un modo de producción corporal enajenante, esto es, un cuerpo al servicio de las marcas donde se va perdiendo poco a poco -cuando no abruptamente- el tiempo del placer. Quisiera preguntar ahora algo que parece haber sido eliminado del campo del deporte en su conjunción con lo pedagógico: ¿es que tiene algún sentido ser el más rápido, el más fuerte, el que salta más alto, etc., más allá de las habituales justificaciones ancladas en cierto eugenismo?
El educador que se vale del deporte, que lo enseña, recordará que toda práctica social está orientada por la búsqueda de cierta performatividad10, y que en dicha práctica se ponen en juego una ética y estética corporal. El cuerpo deportivo es también (y sobre todo) el cuerpo-para-otros. "El 'cuerpo-para-otros' es la manifestación visible de la persona, de la 'idea que quiere dar de sí', de su 'carácter' -es decir, de sus valores y capacidades-, las prácticas deportivas que intentan dar forma al cuerpo son realizaciones, entre otras, de una estética y una ética en estado práctico." (Bourdieu, P. 1993: 75) Así, aunque no se muestre una búsqueda explícita de tal o cual tipo de relación con el propio cuerpo, o aún, tal o cual "cuerpo-para-otros", fuera de cualquier búsqueda de distinción dice Bourdieu, es la relación con el propio cuerpo lo que distingue unas clases de otras: esta relación se manifiesta en un habitus particular propio de un estilo de vida.11
4. Pensar el deporte desde lo pedagógico, significa pensar en la constitución de un campo deportivo-pedagógico que formara parte de un campo más amplio conformado por el conjunto de las prácticas educativas. Aunque el deporte como campo presente su autonomía relativa, con sus reglas de juego específicas, con un capital específico, al incorporarse como capital al campo de la educación su redefinición es una condición necesaria. De este modo, parece pertinente preguntarse cómo es que se produce, circula y distribuye el capital simbólico referido al deporte en su justificación pedagógica.12 La acción declarativa de una intencionalidad educativa puede configurar -como en muchas oportunidades- nada más que enunciados auto-referentes, aún presentando deliberadamente un discurso con una densidad dada por ciertas aspiraciones respecto del sujeto deportista-educando, los fines del deporte educativo, los procesos, y la tecnología desarrollada a tal fin. Sin embargo, nada asegura que el predicado pedagógico sea asimilado y ni aún incorporado. El sujeto que se configura en la práctica deportiva-pedagógica no es abstracto, así como tampoco lo son las condiciones de posibilidad de esa práctica. Por tanto, es necesario superar la visión esencialista y considerar el producto de la práctica (como objetivación de un trabajo pedagógico, es decir, como una disposición más o menos duradera en el sujeto: el cuerpo deportivo) en la misma unidad de análisis que sus condiciones de posibilidad. Creo que, una de las condiciones de posibilidad de introducir discursos y prácticas deportivas en la educación (esto es, ¿por qué se habla tanto del deporte en la escuela?) está dada por la creciente importancia social que ha adquirido este fenómeno. Pero el problema pedagógico es aquí estrictamente axiológico. En este sentido, no se puede desconocer la opinión de Eric Dunning, cuando afirma que la tendencia mundial respecto del deporte "implica la erosión gradual pero aparentemente inexorable de las actitudes, valores y estructuras del deporte como 'afición' y su correlativa sustitución por las actitudes, valores y estructuras 'profesionales' (...), así como una tendencia, "en todos los niveles de participación (...) hacia una creciente competitividad, seriedad en la participación y búsqueda de triunfos."13 Una vez más, el problema es el umbral tan difuso entre deporte orientado al rendimiento y deporte-pedagógico, teniendo en cuenta especialmente que el deporte es un campo con una singular presencia en los medios masivos de comunicación, donde de un modo inusual -respecto de otros campos- se emite información. De este modo, la configuración del sujeto pedagógico del deporte está doblemente informada: por las finalidades propias de la institución educativa y por las finalidades de la institución deportiva de modo genérico.14 La tensión se hace más evidente (y más compleja) cuando más distancia existe entre las finalidades socialmente aceptadas de estas dos instituciones, pero que de todas maneras comienzan a convivir en un mismo proceso: el educativo.
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