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Rol(es) de la educación física & conceptos de salud.
¿Qué educación física para qué salud?

   
Universidad de Flores
(Argentina)
 
 
María Eugenia García Sottile
megsef@yahoo.es
 

 

 

 


    Aún las mejores intenciones para dotar de sentido a lo que se conoce como Educación Física (EF), de darle valor social como educación para la salud no nos salvan de caer en un modelo donde las urgencias del mercado nos hacen olvidar que La Salud no existe más que como un concepto arbitrario, construido por los modelos sociales donde se expresa. Y que en esa idea bucólica de salud - como la plantea la Organización Mundial de la Salud (OMS) - y en los conceptos que de ella se desprenden no parece haber lugar para todos.
    La EF - que basa su hacer en el cuerpo y el movimiento (generalmente del otro) - no podría verse libre de responsabilidad para que ese espacio de salud resulte más abarcativo.
    Y esto no se soluciona con una práctica aeróbica o deportiva o con tal o cual técnica de rehabilitación, pero quizás empezando a buscar nuevos planteos desde la propia Teoría de la EF. Proponemos revisar conceptos como: Movimiento, Motricidad, Cuerpo, Corporeidad, ... que por básicos se consideran convenidos. Aunque en el diálogo y el hacer se manifiesten como conceptos a los que se prestan muy amplios significados y esto abrirá o limitará nuestro campo de acción, pero como sea, sin duda encauzará los roles con que la ‘Educación Física’ participe en el ámbito de la ‘Salud’.

Ponencia presentada en el IV Encuentro Deporte y Ciencias Sociales, Buenos Aires, noviembre de 2002
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 55 - Diciembre de 2002

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¿Qué salud?

    La concepción de la salud, como de la enfermedad, responde a los valores de cada época y cultura. El cuerpo sano se constituye desde el ideal social de cada cultura.

    Así, seria válido repensar si el mantra de la OMS de la Europa de posguerra (1948) que seguimos utilizando: “Salud es el estado completo de bienestar físico, mental y social y no únicamente la ausencia de enfermedad o de padecimiento” no estará desvirtuado, no habrá perdido sentido alejado de su tiempo y su contexto.

¿Podemos decir desde esta definición que ‘los argentinos’ estamos sanos hoy?

¿Pero podemos decir que estamos enfermos?

    Pues a pesar de las “intenciones superadoras” que aparecen en este concepto: su proposición positiva - ya que no se define como ausencia de enfermedad - y su encadenamiento al concepto de bienestar, la SALUD en realidad o en cotidianeidad, no se desprende de la mirada clínica, del funcionamiento del organismo-máquina. Está en nuestra sociedad bajo la autoridad del campo médico que impone su visión patológica del sujeto. Regla la salud (como virtud) superponiendo su opinión al derecho de expresión de otros actores y discursos, aunque, la asistencia sanitaria no centre su acción en la generación de salud sino en la atención de la enfermedad y aunque, “la nutrición, la vivienda, la canalización de aguas, la limpieza y el saber leer influyen muchísimo más en la salud que los medicamentos” (Landaburu, 1996)

    Como lo plantea Miguel Vicente Pedraz (1997) el estilo de vida saludable médicamente definido y la relación sanitaria que mantenemos con nuestros cuerpos en la sociedad occidental, en especial en las clases urbanas y acomodadas, obedecen a un proceso de intervención médico-política que nos instala (cada vez más) en el organismo y “nos enseñan a pensar el cuerpo desde la óptica anatomofisiológica y patológica”, al tiempo que “naturalizan la omnipresente intervención médica como práctica de bienestar”.

    Pero la salud puede ser entendida como una capacidad de la persona si es librada de esta mirada clínica; ya no habría un equilibrio al cual retornar - venciendo a la enfermedad -sino tal vez un nuevo equilibrio, siempre inestable, que se organice integrando lo que incomoda y duele. No podemos negar la enfermedad, el dolor y la muerte. No son el margen de error de la medicina ni de la salud.

    Quizás podamos revisitar la idea de I. Illich de que: “Salud es la capacidad de los individuos para asumir lo que es inherente a la condición humana (la residencia en la tierra, que diría el poeta): nacer, crecer, afrontar cambios (y enfermedades, por supuesto), envejecer y morir”. (Citado por C. Solís, 1996)

    Aquí aparece en vez de un estado-estático-de salud, la propuesta de una capacidad, una manera de, lo que es fluyente y modificable.

    Entonces no es un bien que se posee o no, que se alcanza o no. Es más bien un punto de partida o mejor dicho la trama de una red donde se conectan todas las visiones, todos los saberes y todas las responsabilidades.


¿Qué enfermedad?

    Así como en un plano teórico la salud no se define por la ausencia de enfermedad tampoco la enfermedad se define por ausencia de salud, sino por la presencia de un desequilibrio.

    Desde el punto de vista médico (convencional y occidental) a la enfermedad se la identifica como la ineficiencia / deficiencia del organismo-máquina.

    Así surge implícitamente otra definición de salud, la que avala a la institución, la que confunde a la salud con el éxito de los recursos de la medicina.

    Desde ese punto de vista la enfermedad vencida por la medicina deja un espacio libre: que resulta ser la salud, y es aquí entonces que salud y enfermedad se definen, en la práctica médica como “estados” opuestos e incompatibles.

    Pero si podemos ver la enfermedad como un proceso complejo que “toma cuerpo” en un ser complejo podremos redimensionarla en la biografía de un sujeto en lugar de atenernos a una mirada clínica que solo ve a la patología. Y ante la objetivación del organismo recuperar la compasión, la empatía1 para una Bioética que sea más que un manual de estilo del funcionario sanitario.

    “De hecho en la enfermedad vista desde un punto de vista libre hay algo que la compensa porque, cuando la mirada no es clínica, lo considerado y lo visto es el enfermo y no la enfermedad; el dolor no se convierte en espectáculo, y el cuerpo del sufrimiento, que pide que se le alivie, no queda olvidado en el fondo biológico del organismo.” (U. Galimberti, 1996)

    El discurso biopolítico con su control moral no se desarrolla únicamente en los ámbitos médicos sino en todos los entornos del “paciente”. Y es que al fin pacientes somos todos. Y aquí la EF no se libra de revisar sus discursos y sus acciones.

    Esto es más claro cuando se reconoce a una persona en el “rol del enfermo”2, y en el doble standard que este impone. Pues da a la persona ciertas licencias pero siempre que cumpla ese rol y esto implica que ya no podrá tomar sus decisiones de manera tan autónoma, deberá atenerse a la “comunidad terapéutica” formada por las personas que la rodean, aconsejan y apoyan (e indirectamente por las instituciones que estas representan) siempre que resulte un paciente obediente.

    Ya que cuando alguien enferma puede ser acusado de negligente por no haber cuidado correctamente de su cuerpo... o de los cuerpos a su cuidado. La responsabilidad antes moral que respondía a la ascética religiosa, ahora podría leerse como una responsabilidad civil, donde el que se ha descuidado gastará -irresponsablemente- de los recursos del colectivo para su atención.

    Según Miguel Vicente Pedraz (1997) se define una frontera entre cumplidores e incumplidores, entre sanos e insanos que puede reconocerse en esta “irresponsabilidad” de unos ante otros.


¿Qué bienestar?

    ¿Podemos dar una definición que satisfaga todos los bienestares o el bienestar de todos? El concepto de BIENESTAR como juicio subjetivo se sostiene en estilos de pensar y en la sensación de pertenencia a un determinado colectivo. Se puede reconocer también una concepción biologista y cartesiana en el bienestar que declama la OMS desde su definición de salud. Puesto que se deja de lado en la enumeración de los bienestares (“físico, mental y social”) todo viso que implique lo trascendente del ser humano, por ejemplo: lo espiritual. Lo que se deja de lado, sin duda porque el espíritu no enferma ni corre el riesgo de enfermar, como dice J. Casco Solís (1996).

    Es que la medicina occidental ha buscado a lo largo de su evolución alejarse de lo que respecta a cuestiones que involucren lo espiritual. Aunque esto es más declamado que practicado, ya que no siempre el poder médico-político se somete a las opciones de sus pacientes cuando implican creencias; parece tener también una norma de corrección para cuestiones relacionadas a ámbitos metafísicos . Temas como las transfusiones de sangre o el control de la natalidad podrían ser algunos ejemplos.

    Pero, como dice Mary Douglas (1998) “sería inapropiado que un practicante de la medicina imponga a sus pacientes sus propios puntos de vista religiosos. De modo que la religión fue separada netamente de la medicina, los trastornos psíquicos fueron separados de los físicos, y luego también se separó un miembro del otro, la carne de los huesos, la piel de lo subcutáneo, cada órgano de los demás, cada virus por su lado y cada enfermedad fue considerada aisladamente. La historia de la investigación médica fue un proceso de especialización hasta el punto de que hoy el cuerpo mismo a quedado parcelado en zonas que competen a una cantidad de especialistas.”

    Así, H. G. Gadamer (1996) también encuentra que “en la revisión clínica de hoy, se nos reconstruye como sobre la base de un fichero. Si se han extraído las fichas que corresponden, los valores serán los propios. El problema que subsiste es si entre ellos también figura nuestro valor como persona.”

    Y esto también se plantea para el bienestar (“físico, mental, social”) ¿hará este orden en compartimentos más fácilmente observables y medibles (y controlables) los bienestares?

    Este concepto, como mencionábamos más arriba, evoluciona unido a estilos de pensar y sentidos de pertenencia.

    Según J. Casco Solís entra en el ideal de la salud posiblemente de la mano del psicoanálisis con fuerte influencia a en el pensamiento de ese tiempo, marcando objetivos que eran valorados en la sociedad de posguerra: la cohesión social y la autonomía personal. Y ya en la década del ‘60 se convertiría en Bienestar Total, donde el soporte puede ser rastreado en el conductismo, según el mismo autor. La salud, aquí, tiene concordancia con las experiencias vitales, con el estilo de vida y de consumo de una sociedad que se desarrolla en un modelo capitalista. Desde este planteo se fue gestando la idea de CALIDAD DE VIDA que actualmente recrea los principios del concepto primero de bienestar.

    Esta propuesta de calidad de vida implica el acceso a la realización personal, implica entonces, el acceso a los recursos que permiten esa realización, que será la que promueva la sensación de bienestar.

¿Qué pasa entonces con la pobreza?

    Pues así expuesta, la calidad de vida y su expresión en la salud no parece ser un concepto abarcativo. Resulta obvio que el desarrollo de los recursos de la medicina - o de la educación - no son mínimamente proporcionales al acceso a ellos por parte del mayor porcentaje de la población (hoy la tuberculosis es una importante causa de muerte en Argentina). Quizás podríamos coincidir en un concepto igualitario cuando - al decir de A. Jáuregui - en la Aldea Global “ya no sólo hubiese médicos sin fronteras sino enfermos sin fronteras”

    La pobreza, entendida por el Banco Mundial como la incapacidad (me pregunto de quién) para dirigir los recursos materiales necesarios para satisfacer el nivel mínimo de necesidades, tiene desde el punto de vista de la salud, una proyección que debe llamar a la reflexión para desarrollar un concepto de Calidad de Vida más democrático. Atendiendo a que, la pobreza representa por la desigualdad social que entraña, un modelo de exclusión social y de enfermedad cercana cuasi definitivo. (Aníbal Giorgi, 1999)


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