El hincha y el futbolista: masculinidad y deseo homosexual en el cine durante la década peronista (Argentina, 1946-1955) |
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Doctorando UBA/EHESS (Argentina) |
Omar Acha girolamo@hotmail.com |
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Ponencia presentada en el IV Encuentro Deporte y Ciencias Sociales, Buenos Aires, noviembre de 2002
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 55 - Diciembre de 2002 |
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I. El fútbol como condición de socialización masculinaLa hipótesis de este estudio es que el deseo homosexual, más que estar “asociado” al fútbol practicado y alentado por varones, fue su condición de posibilidad y que esa era también la trama que permitía la traducción de sentidos entre el fanatismo futbolístico y algunos de los lenguajes políticos del peronismo clásico. Esta hipótesis implica otra que abordaré en otro lugar, a saber, que el deseo homosexual era también parte integrante y decisiva de la sociabilidad política peronista tal como lo era el anhelo heterosexual. En este aspecto, sin embargo, aquel deseo ocupaba un lugar dentro de una dialéctica mucho más compleja que la del fútbol, pero que también obedecía a grandes rasgos a lo que muy acertadamente Dante Panzeri denominó la “dinámica de lo impensado”.
Trataré de mostrar que en la narratividad de El hincha la identificación homoerótica es una precondición de la constitución del varón considerado heterosexual en “hincha”, identidad según la cual el sujeto es masculinizado y separado del mundo de las mujeres. De la identificación a la conformación de un lenguaje y un espacio unisexual de sociabilidad, la retórica de la masculinidad del fútbol encuentra en el deseo de un hombre por otro el fundamento de la identidad viril. El deseo homosexual, esta es nuestra tesis, fundamenta la subjetividad masculinista y homofóbica de la identidad futbolística del hincha. Este film nos permite asomarnos a las modalidades en que esta lógica de la subjetivación podía representarse en los años de la Argentina peronista.
Ya ha sido señalado que el fútbol fue un deporte importante para la construcción de los imaginarios de la masculinidad en una Argentina que necesitaba constituir, en el marco de una población étnicamente heterogénea, una representación de la virilidad asociada a la idea de nación. Existía otro campo donde esto se había formado: en la tradición del criollismo, una imagen esencialista del gaucho pretendía fundar el tipo argentino en la profundidad del sentir el suelo, en la rebeldía e independencia.
En ambos casos, deporte y “tradición”, la máquina urbana los concibió como objetos del consumo. En la época del peronismo clásico -aunque ya había marcas fuertes en el gobierno de Manuel Fresco y sobre todo luego del 4 de junio de 1943- el deporte y el criollismo recibieron vigorosos significados de eficacia política. Pero fue en el campo del deporte donde el cruce entre la “ideología” del gobierno y el partido de Juan y Eva Perón se amalgamaron más hondamente con activos sentimientos populares. Dentro del deporte es preciso distinguir las importancias desiguales del fútbol, el boxeo y las carreras de caballos. Como dije, aquí recortaré la lógica histórica del fútbol.
El peronismo se asentó en una historia más extensa que la iniciada el 4 de junio de 1943 o el 17 de octubre de 1945. Se ha señalado que numerosas de las transformaciones estatales estaban presentes desde antes de la década de 1940 y que los contenidos más decisivos de la ideología oficial habían sido cinceladas también antes de que un poco original pensador como Perón se apropiara de las tres consignas (justicia social, soberanía política, independencia económica) y de la legislación social que desde el nacionalismo, el catolicismo y el socialismo -desde luego con sentidos diversos- habían sido alternativamente defendidos. También se ha dicho con razón que las retóricas del deporte durante el peronismo no eran del todo nuevas, y que el interés de la pareja Perón por el fútbol, las motonetas, el automovilismo, o el boxeo se basaban en ideas y prácticas preexistentes.
Lo que me interesa mostrar aquí no contrasta con esta tesis de la historia de más larga duración del peronismo, sino que la modula para indicar que la experiencia peronista, que en tanto que hegemonía político-cultural era innegablemente novedosa, exigió una formación del pensamiento que encontró en el deporte una matriz privilegiada. En efecto, el deporte y sobre todo el fútbol fueron las escuelas de amor y pasión sobre las que se vació luego la experiencia emocional peronista.
II. Placer escópico y placer homosexual¿Es el ojo una zona erógena que convierta el ver los cuerpos en la cancha como una danza erótica productora de satisfacciones? ¿Cuál es su articulación con la fundamental experiencia de la mirada que posibilita la función de hincha? Jacques Lacan fue quien elaboró la noción de pulsión escópica, que es un concepto capital para mi argumentación.
En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan definía los límites a los que arriba una investigación fenomenológica de la mirada, que es el encuentro entre las formas impuestas por el mundo y la mirada con la cual la intencionalidad va a su encuentro. La operación de Lacan era la de criticar la relación intencional entre ojo y mirada (dirigida a algo) a través de la afirmación de una división (esquizia) constitutiva como horizonte de la experiencia visual. En efecto, en tal experiencia habría una falta propia y constitutiva de la “angustia de castración”. En otras palabras, la distinción entre ojo y mirada le permite a Lacan abrir el campo de la pulsión.
La tesis de Lacan es que la mirada es el objeto a en el campo de lo visible.1 Cuando se mira algo, es inevitable que ese mirar suponga que el objeto mirado también mira. Más aun, la posición del ser mirado es la condición de posibilidad del deseo de observar. He aquí la clave del voyeurismo, cuyo erotismo no reside en mirar a otra persona, sino en ser objeto de otra mirada que contempla cómo se observa clandestinamente a algo.
La diferencia entre el órgano (el ojo) y la mirada instituye una experiencia de carencia porque nunca se ve lo que se desea. En el amor, el reproche es “no me miras cómo quiero que me veas”. En una experiencia como la que aquí interesa, la básicamente pasiva del hincha de fútbol, el nudo de la cuestión consiste en dos posibilidades. La primera es la de ver viendo. He aquí la posición del barra brava o del fanático sin límites que está pendiente toda la semana por el día del partido. Este hincha se muestra como el exponente más abnegado del club. El ser considerado así es ser visto así. La segunda posibilidad es la de dejar de lado esta posición activa-pasiva por la eminentemente pasiva que consiste en ver apasionadamente el desarrollo del encuentro. La diferencia es que la primera contiene elementos simbólicos (sociales) más allá de la dupla imaginaria donde se apoya la segunda performance de hincha.
En ningún caso, la mirada del Otro debe ser necesariamente intencional. Cuando la mirada del Ñato se posa en su ídolo Suárez, no es necesario que éste le devuelva la mirada desde el campo de juego para objetualizar a su fanático. Es en el campo mismo de la mirada del Ñato que el objeto es desde siempre el que lo ve a él porque lo constituye como sujeto deseante. Por esto Suárez ve al Ñato sin mirarlo. Con dejarse ver, es decir, con seguir jugando en el club de los amores del Ñato, ya está en el campo de la visión y, sin ninguna intencionalidad, es el espejo donde parte la mirada que refleja la observación fervorosa del hincha.
Lo que el hincha ve en lo que lo ve viéndolo es esa imagen que lo refleja completo y lo defiende del temor a la castración. Veremos luego si el jugador adorado por nuestro hincha posee esa capacidad de poder mostrarse como no-castrado y cuál será el falo. Lo fundamental aquí es que la completud de la imagen que observa a su observador no está castrado y que no reconoce la diferencia sexual. En otras palabras, el placer visual está ligado a la operación denegatoria de la falta que opera en la lógica del fetichismo. Lo que el hincha nota inmediatamente en todo futbolista bien dotado es lo que él nunca podría ser porque su condición pasiva de placer tiene como condición de posibilidad que el placer de su mirada se constituya en la completud del Otro perfecto (no-castrado).
El ojo como zona erógena supone la sutura de la falta a través de la mirada. En la esquizia señalada por Lacan no existe un problema de “percepción” ni de “representación. No se trata de que se vea o no correctamente, ni que se observe lo que se desea. El objeto de la mirada no podría limitarse a la cosa real cuya percepción es más o menos nítida. La dialéctica de la mirada imposibilita desde siempre que la correspondencia entre imagen y objeto pueda llevar la paz de una visión confiable al sujeto. En realidad, la pregnancia del objeto de la observación se debe la fantasma que el sujeto inscribe.
La exclusión de la diferencia sexual en la identificación con el jugador facilita la mirada homoerótica. Existe un vínculo poderoso entre placer escópico y homosexualidad. La denegación de la falta en la imagen que mira al sujeto pasivo prohíbe, al menos en la situación del hincha que no puede ingresar al campo de juego ni al vestuario, una hegemonía del fetichismo en la práctica del fanatismo futbolístico. Es cierto que el jugador idolatrado posee “algo” que lo diferencia del resto. Lo es también que las piernas suelen ser todo el futbolista, pero como lo muestra la historia del fútbol en la Argentina puede tratarse de un compuesto más complejo que incluye la “viveza”. Mi hipótesis es que el elemento peculiar que posee el futbolista y nadie más, como producto del placer escópico que ejerce el hincha, tiene una capacidad de circulación mucho menos fija que la propia del fetichismo. Sin duda, la mirada del hincha en la cancha es una manera de lidiar con la castración y con su minusvalía social.
La sexualidad del hinchaLa película El hincha narra las andanzas de un fanático del fútbol en su expresión más extrema. En la vena de un melodrama masculino, se inscribe en la obra cinematográfica de Manuel Romero, realizador decisivo en la construcción de las narrativas populares articuladas con la pantalla grande en la Argentina que va del 30 a la caída del peronismo.
El Ñato, el personaje central interpretado por Enrique Santos Discépolo, recorre los rasgos más típicos de la obsesión futbolística y de la militancia por el club “de sus amores”. La dinámica del relato surge a través de su relación con un amigo, Suárez, jugador novato y novio de su hermana. Mi hipótesis es que en la relación del Ñato con Suárez se expresa la ligazón homosexual con el futbolista, vínculo tipo de la estructura libidinal del fútbol. La creencia que es preciso rechazar es que la pasión futbolística es irracional y sin sentido, como lo sostenían (no siempre críticamente) numerosos discursos de la época.
Descriptivamente, los papeles son los siguientes: el Ñato trabaja en un taller, y es de condición humilde. Es ya un adulto y vive con su madre y su hermana. Su padre falleció. Su hermana es novia de un compañero de trabajo del Ñato, llamado Suárez, que juega en la cuarta del equipo de fútbol del cual el Ñato es hincha. Él sólo juega para divertirse y no piensa en pasar primera, pues su deseo inmediato es trabajar y casarse con la joven. El Ñato tiene una novia desde hace mucho tiempo, con la que no termina por casarse por su pasión futbolística. Ella también está implicada en el compromiso con el club, va a la cancha y grita tanto como cualquier varón. Completan este cuadro la madre del Ñato, la mujer buena y trabajadora, el tío de la novia, que ve con mala cara las dilaciones del novio, y el resto de “los muchachos”, que son compañeros de hinchada.
El Ñato quiere promover a Suárez a la primera división del club, que está en peligro de descender de categoría. Esta es la preocupación aparente del Ñato: lograr que las virtudes futbolísticas de Suárez salven al club. El joven jugador parece sólo un elemento disponible para mantener la dignidad de la institución.
El fanatismo del Ñato supera al de los otros hinchas. Habla todo el tiempo de las jugadas, de la composición del equipo, de la estupidez de los dirigentes del club, en armar el equipo, de la necesidad de incluir a Suárez. Aunque éste no acompaña al entusiasmo del Ñato, se deja llevar por su insistencia. Sabiendo más que los dirigentes, que el director técnico, el Ñato logra que Suárez forme en el equipo para el partido del domingo siguiente. La relación con Suárez es la de un futuro cuñado que quiere salvar al club. Sin embargo, la apuesta y el esfuerzo por incluirlo en la formación son desmesuradas, aunque él logra entusiasmar al resto de sus amigos.
La relación del Ñato con su novia se vio “entorpecida” por el fanatismo futbolístico. Varias veces se había realizado el examen prenupcial, pero diversos acontecimientos ligados al apoyo al equipo impidieron la consumación del matrimonio. Una vez por acompañar al equipo en un viaje al Interior del país, otra vez por haberse enfermado luego de presenciar un partido bajo la lluvia, y así sucesivamente, El hincha muestra una incompatibilidad entre el casamiento y la fidelidad al club. “Yo sueño con casarme. Pero, los colores del club le tiran a uno del alma” (7:40), le dice al malhumorado tío de su novia Lina. Más tarde, cuando el Ñato consigue su objetivo de introducir a Suárez en la zona de visibilidad que es la cancha, le reprocha a su hermana porque le dice a Ricardo Suárez que ahora sí podrán casarse, dado que comprarían fácilmente el “terrenito” que posponía la boda: “Pero dejate de pavadas, ¿cómo podés pensar en el casamiento ahora que va a jugar Suárez?” (21:05). Por último, también Suárez es objeto de la represión del deseo heterosexual por Rosita: “Un astro como vos -asevera el Ñato- tiene que olvidarse de todo. El amor pasa a segundo término. Primero son los colores del club, después los macaneos amorosos”.
Una lectura inversa pero complementaria señala que el deseo heterosexual es un obstáculo para la dedicación total al deseo que conduce al fútbol (como vimos, también lo era para su práctica profesional).
Un prejuicio heterosexista llevaría a notar un deseo heterosexual efectivo en el Ñato cuando lo que más desea es ser hincha de su equipo.
El fanatismo del Ñato fue transmitido por el padre. Uno de los fundadores del club, el padre había inscripto a su hijo cuando apenas había nacido. Esa introducción al orden del fútbol marcó su destino. “Si papá viviera me entendería”, se defiende ante la acusación de dedicarse excesivamente a hinchar. El orden del fútbol es el orden paterno, el cual el Ñato sigue al pie de la letra. La relación con el club puede leerse como aquella de una fidelidad sin límites. “El club es una madre”, dice el Ñato, para aludir a su vínculo afectivo con la institución que le presta lo fundamental de su identidad, pues el Ñato es “El” hincha. La identificación con la madre es el equivalente de la identificación con el club, pues se trata de una entidad que lo absorbe absolutamente.
La práctica de hinchar, de seguir al club en sus lides, es una actividad presuntamente varonil. Las mujeres están bien vistas cuando, como hinchas, pierden su feminidad. Cuando la novia le requiere a El Ñato algo de atención como pareja, este le recrimina con una pregunta: “¡¿Vos o sos hincha o sos mujer?!”. La condición de hincha sería la opuesta a la de mujer.
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