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Desde el concepto de felicidad al abordaje de las variables implicadas
en el bienestar subjetivo: un análisis conceptual
Miguel Ángel García Martín

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 48 - Mayo de 2002

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    Probablemente, como Bryant y Veroff (1984) han propuesto, habría que considerar también otra dimensión como es la temporal. Esta distinción es importante, por ejemplo, a la hora de diferenciar medidas de bienestar subjetivo. En este sentido, Montorio e Izal (1992) consideran que la congruencia o satisfacción con la vida está fundamentalmente impregnada de elementos cognitivos. Ésta se entiende como un proceso de valoración que hace la persona sobre el grado en que ha conseguido los objetivos deseados en su vida; por lo que el margen o extensión temporal es mucho más extenso que el que tiene que ver con el afecto positivo o negativo. Desde esta perspectiva cognitivo-afectivo-temporal, la felicidad se considera tanto un estado afectivo positivo duradero como una valoración cognitiva de tal estado durante un tiempo prolongado (ver Figura 1).

Figura 1. Dimensiones del Bienestar Subjetivo. Fuente: Montorio e Izal (1992).

    Otros autores sin embargo (Michalos, 1995) prescinden de esa diferenciación temporal e identifican el componente que bienestar subjetivo que subyace bajo ambas medidas.

"Virtualmente, toda la investigación ha demostrado que felicidad y satisfacción vital comparten significados comunes. Cuando las personas hablan de satisfacción a un sentimiento y a una actitud positivas sobre sus vidas, relativamente duraderos y justificados. Por lo tanto, una teoría de la satisfacción vital debería ser una teoría de la felicidad, y este tipo de teorías serían, en general, teorías del bienestar subjetivo" (Michalos, 1995, p. 101).

    El propio Chamberlain al considerar esta cuestión sobre el tiempo, opta por descartarla como dimensión pues esta diferenciación temporal según él no alcanza esta entidad.


2.1. La distinción afectivo-cognitivo.

    La distinción entre la valoración afectiva (emociones) y cognitiva (racional) en la evaluación sobre el bienestar subjetivo ha sido objeto de escasa comprobación empírica en comparación con sus abundantes citas. Este tipo de distinción se suele hacer cuando se hace referencia al foco de evaluación. Así, cuando éste es la satisfacción con la vida como un todo, se considera la evaluación cognitiva, mientras que cuando se centra en las experiencias emocionales de la vida diaria, la evaluación es calificada de afectiva. Como anteriormente se comentaba, Veenhoven (1984) en su análisis conceptual de la felicidad, distingue entre el "nivel hedónico de afecto", como el grado en que la persona experimenta estados afectivos placenteros, y la "satisfacción" (contentment) percibida de acuerdo con la consecución de sus aspiraciones. Distinción que es similar a la realizada por Waterman (1993) al diferenciar entre "eudaimonia" y "bienestar hedónico". Bryant y Veroff (1984) también aportan apoyo a esta distinción con su modelo de salud mental subjetiva, cuando distinguen entre las dimensiones reflexionada (cognitiva) y espontánea (afectiva) en la valoración que lleva a cabo el sujeto. Empleando ecuaciones estructurales, han sido varios los autores que han desarrollado modelos de bienestar subjetivo que contemplan ambos componentes (Andrews y McKennell, 1980; Headey, Kelley y Wearing, 1993; Horley y Little, 1985; McKennell y Andrews, 1980, 1983). Andrews y McKennell encontraron que la inclusión del componente cognitivo mejoraba el ajuste al modelo en todos los casos, aunque sugerían que las medidas deberían identificarse mejor en términos de la proporción de afecto/cognición que contenían más que como medidas puras de cada dimensión. Así, por ejemplo, hallaron que algunas medidas de satisfacción global tenían un importante contenido afectivo.

    Hay evidencia empírica de que las dimensiones cognitiva y afectiva del bienestar subjetivo están relacionadas (Beiser, 1974; Campbell, Converse y Rodgers, 1976; Diener, 1994; Kushman y Lane, 1980; Michalos, 1986). Una de las principales dificultades para llevar a cabo esta verificación es la carencia de medidas adecuadas, ya que muchas de las escalas de satisfacción vital a menudo contienen componentes afectivos. De igual forma, se observan altas correlaciones entre escalas tanto si tratan de medir el componente afectivo o cognitivo del bienestar. Sea como fuere, a pesar de la limitada evidencia empírica, la mayor parte de los investigadores encuentra útil esta distinción en la comprensión del concepto de bienestar subjetivo.


2.2. La distinción positivo-negativo

    Desde la publicación de The Structure of Psychological Well-Being (Bradburn, 1969), la diferenciación entre los componentes positivo y negativo del bienestar subjetivo ha sido ampliamente utilizada, especialmente, aunque no sólo, en la medición de este constructo bajo una perspectiva afectiva. Como Diener ha destacado, uno de los elementos claves en el estudio de esta área es el énfasis en lo positivo, por lo que no es de extrañar que esta diferenciación tenga una posición tan central. Estos elementos han aparecido contemplados en numerosos estudios. Watson y Tellegen (1985) han sugerido que la diferenciación positivo/negativo representa la principal dimensión de la experiencia afectiva, sobre la que descansa una gran variedad de fenómenos experienciales, que no se reducen sólo al estado de humor o al bienestar personal.

    Se han hallado diferentes correlatos con estos dos componentes. Harding (1982), por ejemplo, encontró que el afecto negativo se hallaba relacionado significativamente con medidas autoinformadas de deterioro de salud, preocupaciones y ansiedad, mientras que el afecto positivo no se relacionaba con éstas. El afecto positivo, por otra parte, se correlacionaba con la participación social mientras que el afecto negativo no. Headey, Holmstrom y Waring (1985), empleando medidas más amplias que las meramente afectivas, observan que la dimensión positiva, que denominaron "bienestar subjetivo", se predecía mejor atendiendo a variables como satisfacción con la familia, amigos y ocio, extraversión, así como a la disposición de una red social amplia. Frente a esto, la dimensión negativa, etiquetada como malestar subjetivo (ill-being), tenía como predictores más potentes el status socioeconómico, la competencia personal y la satisfacción con la salud.

    Son innumerables los estudios que se han centrado en las variables de bienestar que se relacionan con estos elementos de tipo afectivo (Costa y McRae, 1980; Costa, McRae y Norris, 1981; DeNeve, y Cooper, 1998; Diener, 1985b, 1998). Las conclusiones de éstos podrían resumirse como sigue: algunas dimensiones de personalidad, tales como la extraversión, se relacionan más intensamente con el componente positivo que con el negativo; mientras que otras como el neuroticismo o el control personal están más vinculadas a este último. Las variables relativas al apoyo social (cantidad de contacto social, disponibilidad de apoyo, satisfacción con los amigos, etc.) tienden a corresponderse con el afecto positivo pero no con el negativo. Un patrón opuesto al anterior se observa con los acontecimientos negativos (estresores, molestias cotidianas, eventos vitales negativos) y problemas de salud (ansiedad, depresión, pobre salud física) más relacionados con el último.

    Además de estos resultados generales, también se han avanzado propuestas acerca de los factores que ejercen su influencia sobre estos componentes, así como las interacciones entre ellos. Zautra y Reich (1983), por ejemplo, mostraron que los acontecimientos positivos y los negativos tienden a afectar respectivamente al afecto positivo y negativo. No obstante, estos autores encontraron efectos de interacción cuando se tenían en consideración el control que la persona tenía sobre los acontecimientos, ya que sus correlatos afectivos eran diferentes. Diener, Larsen y Emmons (1984) sugieren que el afecto negativo, a diferencia del positivo, está menos influido por factores situacionales y más por factores de personalidad. Rook (1984) ha postulado que la disponibilidad de apoyo social de otros (influencia externa) puede reducir las amenazas sobre el bienestar, mientras que el tener compañía e intimidad (influencia interna) previene contra los sentimientos de soledad y proporciona un notable impulso a aquél. Algunas diferenciaciones entre los componentes positivos y negativos pueden ser trasladadas igualmente a las medidas de bienestar cognitivas versus afectivas. Bryant y Veroff (1982) consideran que el componente cognitivo se relaciona con la competencia personal en el manejo de las experiencias negativas; proponiendo la existencia de un componente similar en el manejo de experiencias positivas, que proporcionaría una especificación más completa de la estructura del bienestar subyacente, facilitando su operacionalización.

    La propuesta inicial planteada por Bradburn (1969) consideraba el afecto positivo y negativo como independientes. Este hecho ha sido corroborado por numerosos autores (Bryant y Veroff, 1982; Dua, 1993; Harding, 1982; Zevon y Tellegen, 1982) y refutado por otros (Diener, Sandvik y Pavot, 1991; Kammann, Farry y Herbison, 1984). Son varias las propuestas que se han ofrecido para resolver esta controversia. Warr, Barter y Brownbridge (1983) hallaron que la independencia entre ambos componentes desaparecía si se cambiaba el formato de respuesta de la escala original. Si bien las medidas "puras" de afecto positivo y negativo han de ser independientes, no ocurre lo mismo con aquellas otras que incorporan la dimensión de agradable-desagradable. Este hecho es destacado por Diener (1995), quien sostiene que la relativa independencia de los dos tipos de afecto puede haber sido debida a una serie de debilidades en la medida de Bradburn (por ejemplo: ítems sobre afecto positivo con un fuerte contenido de arousal o activación; medición de la simple aparición de estados afectivos pero no de su intensidad o frecuencia; sesgo de aquiescencia, etc.). Diener y Emmons (1984), llevaron a cabo un muestreo del estado afectivo de un grupo de sujetos durante un período que iba desde unos momentos a semanas. En ese intervalo midieron el grado en que los sujetos sentían emociones/afectos positivos y negativos concretos (por ejemplo, alegría, depresión, enfado, entusiasmo, etc.), sin restringirlas a situaciones particulares como ocurría con la mayor parte de los ítems de Bradburn. Su principal descubrimiento fue que el que ambos afectos correlacionan negativamente en momentos concretos, pero que esta correlación disminuye a medida que aumenta el intervalo temporal. Frente a esta correlación negativa en lo relativo a la frecuencia de aparición, entre ambos componentes había una alta correlación positiva (r = .70) en términos de intensidad. Esta relación positiva cancela su relación negativa en frecuencia, siendo el resultado final una independencia entre ambos. De esta forma, cuando se emplea una escala que mide la frecuencia de los estados afectivos, los componentes positivo y negativo tienen una correlación inversa, mientras que si dicha escala contiene tanto ítems de intensidad como de frecuencia, se está más cerca de los niveles medios de afecto, y es probable que los resultados muestren independencia entre ambos. Estas correlaciones se deben a la elección de medidas no puras. Así queda demostrado tras el desarrollo de la Escala de Afecto Positivo y Negativo (Watson, 1988) basada en el modelo circumplejo de la emoción. Como se puede observar en la figura 3, en él se distribuyen las emociones en torno a octantes que forman un círculo. La localización de cada humor dentro del círculo determina su correlación con cada uno de los demás. Los afectos/emociones que caen dentro del mismo octante deberían estar más altamente correlacionadas (por ejemplo: eufórico - lleno de energía). Los que se encuentran en octantes contiguos es normal que presenten entre sí unas correlaciones moderadas (por ejemplo, eufórico - feliz). Aquellos que se encuentran formando un ángulo de noventa grados mostrarían unas correlaciones pequeñas (por ejemplo, eufórico - nervioso).

    Por último, los afectos que aparecen en posiciones opuestas deberían presentar una correlación inversa entre sí, ya que representan los extremos de una misma dimensión (por ejemplo, eufórico - aburrido). Esta estructura afectiva ha recibido un considerable apoyo empírico en numerosos análisis factoriales (Almagor y Ben-Porah, 1989; Mayer y Shack, 1989; Watson, 1988; Watson y Clark, 1992; Watson y Tellegen, 1985). Los resultados apuntan bien a una solución

Figura 3. Adaptación del Modelo Bifactorial Circumplejo de la Emoción.
Fuente: Kercher (1992)

bifactorial no rotada, compuesta por las dimensiones ortogonales activación (activado-no activado) y cualidad agradable-desagradable de la experiencia afectiva, bien a una solución rotada, integrada por los factores ortogonales afecto positivo (entusiasmado-aburrido) versus afecto negativo (ansioso-relajado). Aunque la solución rotada (destacada en rojo y azul) es la más común en la investigación sobre afecto autoinformado, cualquiera otra de las soluciones aportadas por este modelo explicarían igualmente los diferentes estados afectivos. Por ejemplo, usando la solución no rotada, la dimensión feliz-desgraciado mostraría elevados pesos en la dimensión agradable-desagradable y cargas pequeñas en la dimensión activación. Del mismo modo, usando la otra solución, los afectos que se sitúan en la línea feliz-desgraciado mostrarían unas correlaciones moderadas con los contenidos a lo largo de la dimensión positivo-negativo. En definitiva, da igual por cuál de las dos soluciones factoriales se opte en este modelo circumplejo, lo importante es que las dimensiones empleadas sean ortogonales. Si los investigadores seleccionan para sus mediciones términos afectivos correspondientes a la dimensión positiva, deben utilizar también otros que se encuentren dentro del eje negativo para, de esta forma, representar el otro eje del bienestar subjetivo. Del mismo modo, se pueden mezclar o emparejar elementos de la dimensión agradable-desagradable, por ejemplo, con medidas de activación (Watson 1988; Warr, 1990). Por el contrario, si se seleccionan términos correspondientes a dimensiones no ortogonales (por ejemplo, de las dimensiones afecto positivo - agradable-desagradable), entonces este modelo predice dos consecuencias: primero, una correlación más alta entre las dos dimensiones, y, segundo, se aprehenderá una menor proporción de la varianza explicativa de las diferencias en bienestar subjetivo que la que se abarcaría si se utilizaran dimensiones ortogonales.

    Resumiendo, la distinción entre ambos componentes afectivos del bienestar subjetivo goza de apoyo empírico. Los resultados apuntan a la conclusión de que son dimensiones distintas del mismo constructo, pero no los extremos de un continuo bipolar. El que sea o no ortogonales depende del modo en que estén siendo evaluadas.


2.3. La distinción frecuencia-intensidad

    Como se ha observado en el punto anterior, en el intento de resolver el debate acerca de la independencia entre la naturaleza de los afectos, Diener y otros (1985) propusieron la distinción entre frecuencia e intensidad de los estados afectivos. La intensidad puede considerarse como una dimensión independiente del bienestar subjetivo. En este sentido, Diener la distingue como: "la segunda dimensión del bienestar afectivo".

    La intensidad afectiva se toma regularmente como referencia de la experiencias emocionales del sujeto, sin atender al signo de éstas. En este sentido, se aplica a las emociones vividas tanto positivas como negativas. Se observa que aquellas personas que tienen una alta intensidad afectiva valoran de un modo más acentuado el modo en que se ven afectados por los acontecimientos vitales de uno y otro signo. Este efecto se mantiene incluso después de que ha sido controlada la severidad de dichos eventos. Sin embargo, estas personas no informan de una mayor frecuencia de sucesos vitales que aquellos otros caracterizados por una menor intensidad de sus experiencias emocionales.

    Larsen (1984) ha desarrollado una escala, la Medida de Intensidad Afectiva (Affect Intensity Measure -AIM-), diseñada exclusivamente para evaluar este constructo. Esta escala ha demostrado tener unas buenas propiedades psicométricas, encontrándose diversas correlaciones positivas de interés, por ejemplo, con dimensiones temperamentales como sociabilidad, actividad o emotividad. Estos autores informan de correlaciones moderadas de esta medida con otras como satisfacción vital, felicidad o afecto general. Quizás no sorprenda que variaciones en la intensidad afectiva de las personas no se vean acompañadas de diferencias en su bienestar subjetivo, como así reflejan los resultados anteriores. Lo que sí resulta extraño es la ausencia de asociación entre estas variables si se atiende a la covariación entre la primera y estados afectivos negativos tales como ansiedad y síntomas somáticos, teniendo en cuenta que estos últimos se relacionan negativamente con el bienestar. Atendiendo a esta última asociación, se ha postulado una posible relación indirecta entre intensidad afectiva y bienestar subjetivo a través del efecto de la primera sobre estos estados afectivos. No obstante, no hay datos suficientes que permitan confirmar este mecanismo indirecto de actuación. Chamberlain (1988) considera que, de acuerdo con los datos disponibles en la actualidad, es más razonable pensar que la intensidad afectiva es más un rasgo o variable temperamental que una dimensión del bienestar subjetivo; lo que encajaría mejor con los resultados obtenidos.


2.4. La distinción interno-externo

    Esta dimensión fue propuesta por Lawton (1983) tras analizar los resultados obtenidos al someter a un análisis factorial de segundo orden varias medidas de bienestar subjetivo. Los dos factores que obtuvo parecían indicar otros tantos focos o fuentes en la dirección de los elementos valorados por las personas en su evaluación del bienestar experimentado. Uno de ellos, integrado fundamentalmente por variables con altos pesos factoriales en afecto negativo, tenía una dirección interna (autoestima, ansiedad social, salud autopercibida, congruencia entre aspiraciones y logros, etc.). El otro factor, más vinculado a componentes afectivos de signo positivo, contenía variables que se orientaban hacia el exterior, tales como: satisfacción con los amigos, con el entorno residencial o con el uso del tiempo.

    De acuerdo con esto, Lawton propuso que estas dimensiones reflejaban el bienestar interior y exterior respectivamente.

    Una diferenciación similar fue propuesta por Bryant y Veroff (1984) en su análisis de las dimensiones de la salud mental. Ellos sugieren que la experiencia percibida puede dividirse en dos fuentes principales, una que procede del propio sujeto y otra focalizada en el exterior, o como ellos mismos denominan: "orientación hacia sí mismo versus orientación hacia el mundo" (p. 128). Como ocurría con Lawton, parece ser que aquellas variables que influyen más sobre el afecto negativo tienden a estar más relacionadas con variables internas como, por ejemplo, el estrés percibido, mientras que el afecto positivo lo hace con elementos externos como el apoyo social.

    Esta diferenciación entre factores externos e internos es de gran utilidad a la hora de estudiar los procesos a través de los cuales las personas llevan a cabo sus juicios sobre bienestar. En este sentido, la valoración de la diferencia entre las aspiraciones y los logros alcanzados podría considerarse que parte de una orientación interna. Mientras que la confrontación entre lo que uno tiene y lo que poseen los demás, es una comparación social con una focalización externa. Éstas y otras estrategias se abordan con más detalle en el punto correspondiente a las teorías explicativas del bienestar subjetivo.


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