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La actividad y el ocio como fuente de
bienestar durante el envejecimiento

   
Universidad de Málaga
(España)
 
 
Miguel Ángel García Martín
magarcia@uma.es 
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 47 - Abril de 2002

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"El ocio no es sólo un componente de la
calidad de vida, sino la esencia de ella"
(John Neulinger)

    Aproximadamente desde mediados del siglo XX, en las sociedades desarrolladas el ocio ha ido ocupando un lugar cada vez más importante en la vida de las personas. El aumento considerable experimentado en las condiciones de vida, junto con el destacado incremento del nivel educativo, y una disminución del tiempo total dedicado al trabajo, han contribuido considerablemente a ampliar la posibilidad de disponer de tiempo libre y de tomar parte en este tipo de actividades (San Martín, 1997). Así, el ocio, anteriormente reservado a una minoría, ha alcanzado a colectivos sociales cada vez más amplios.

    En este sentido, si bien el trabajo sigue siendo un tema central en nuestra sociedad, para muchas personas, el ocio ocupa una posición igualmente importante en sus vidas. Este es el caso de los mayores que, una vez retirados del mercado laboral y de las exigencias familiares, demandan fundamentalmente experiencias de ocio que les permitan satisfacer sus necesidades de actividad, a la vez que contribuyan a mejorar su calidad de vida. De Castro (1990), identifica este período vital como el tiempo de ocio. Un ocio que, como afirma Aguirre (1992) ha de ser reconceptualizado:

“Es un bien tan escaso y precioso el tiempo vital para un jubilado que es una grave irresponsabilidad dedicarlo a “matar el tiempo” en un ocio que se asemeja a la tranquilidad de los cementerios..., la vejez necesita una redefinición de su cultura del ocio y la potenciación de su interrelación social” (p. 38).

    Fernández-Ballesteros (1996) le otorga un papel destacado dentro de los múltiples factores que inciden sobre la calidad de vida del mayor. En este artículo se revisarán las investigaciones que abordan la repercusión que la participación en actividades de ocio tiene sobre el bienestar, analizando igualmente la influencia que ejercen tanto sobre el apoyo social como sobre el control percibido entre sus participantes.

    Se aborda la actividad de ocio como marco que permite interrelacionar estos elementos en la realidad cotidiana de la población estudiada. Una vez retiradas las gruesas capas de este bulbo constituido por los factores que afectan al bienestar del mayor. En este sentido, se partirá de la delimitación del concepto de ocio, precedida de un breve análisis histórico del fenómeno. A lo que seguirá un examen de los patrones de ocio desarrollados durante el envejecimiento, comentando las teorías generales que han abordado las modificaciones que se producen en esta etapa vital.

    Posteriormente se revisarán los efectos derivados de las prácticas de ocio, tanto sobre la salud de los mayores como sobre su bienestar subjetivo, atendiendo a cuestiones como el tipo de actividad o las diferencias de género en los patrones de ocio. Para finalizar, como en los anteriores capítulos, se expondrán los modelos y aproximaciones teóricas que se han llevado a cabo en la explicación de los efectos derivados de las prácticas de ocio en las personas mayores.

El concepto de ocio desde una perspectiva histórica

    Aunque se sabe que la ausencia de propiedad privada y una economía nómada y recolectora, hizo que muchas sociedades primitivas dispusieran de una gran cantidad de tiempo libre a lo largo del día (Argyle, 1996), se atribuye a la civilización griega el descubrimiento del ocio como tal y de sus propiedades.

    El concepto de ocio desempeñó un papel básico en los sistemas de pensamiento de filósofos como Platón o Aristóteles. Es este autor quien recoge en su Ética a Nicómaco, que todo en esta vida es relativo al ocio, siendo el objetivo de todo comportamiento humano, afirmando que:

     “Del mismo modo que se hace la guerra para tener paz, la razón por la que se trabaja es para obtener ocio”. Éste juega un importantísimo papel en el pleno desarrollo del hombre.

    Así, considera que las distracciones y el provecho que de ellas obtenía la persona, van a la par con la elevación del espíritu y su perfección humana. En este sentido, Aristóteles establece la distinción entre “tiempo libre” y “ocio”. El primero no implica necesariamente el segundo, sólo cuando ese tiempo libre se usa de una forma correcta y sabia puede llegar a ser ocio. Diferencia que ya está recogida en el propio término griego skholé, que significa, a la vez, tiempo de ocio e instrucción. Significado que aparecerá posteriormente reflejado en términos como “escolástico”, en referencia a una filosofía o modo de vida orientado a mejorar las capacidades personales a través de la práctica disciplinada; o en vocablos actualmente empleados como es el de “escuela”, que denota claramente su carácter instructivo y de desarrollo personal.

    Frente a lo anterior, A-scholé es el término con el que designaba al trabajo, los griegos carecen de una palabra específica para él, así, se refieren a éste como “no-ocio” o estado de servidumbre. Por lo tanto, el ocio en la época griega representaba una forma de vida característica de una casta, que estaba en la base de la felicidad, el desarrollo y bienestar personales. Epicuro también aboga por la necesidad de liberación de las ocupaciones para alcanzar la serenidad dentro de uno mismo. Según Platón, el ser humano está intrínsecamente motivado para participar en actividades de ocio. Esto le lleva a afirmar que se deben facilitar oportunidades de entretenimiento a los niños que, de acuerdo con su predisposición natural, tenderán hacia ellas.

    Este carácter intrínseco va a ser la principal diferencia con la concepción del ocio en el imperio romano. El ocio (otium) se convierte en un medio para la meta final que es el trabajo (nec-otium). En este sentido, Cicerón habla del otium como un tiempo de descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesario para volver a dedicarse al trabajo. Esto hace que se fomente el ocio popular a través del panem et circenses, a la vez que se conserva el ocio propio de la elite dominante. Ya no se busca el desarrollo personal a través de la participación en las actividades de ocio (Iso-Ahola, 1980). En este sentido, se pierde la motivación para buscar en estas actividades un sentimiento de competencia, de autodeterminación y de desarrollo personal. El ocio, de esta manera, adquiere un carácter únicamente instrumental.

    Tras la caída de este imperio, se produce una desaprobación y condena del modo de vida romano. Los conquistadores destruyen todas aquellas manifestaciones (estadios, teatros, circos, etc.) que simbolizan ese estilo de vida “ocioso”. De acuerdo con Kraus (1971), esta actitud será la que marcará el comienzo de la ética del culto al trabajo. Según la cual, se espera que las personas estén ocupadas con su trabajo la mayor parte del día, teniendo escaso tiempo para actividades de esparcimiento. De esta forma, el ocio disponible se emplea fundamentalmente para recuperarse del trabajo, para así, continuar con la labor. Es decir, el ocio pasa a ser una re-creación, con una finalidad instrumental, especialmente, para las clases socioeconómicamente más bajas. Será durante la Baja Edad Media cuando aparecerá, bajo los poderes eclesiástico y feudal, una nueva forma de ocio como exhibición social con un espíritu lúdico clasista conocida como “ocio caballeresco” (Munné, 1995), que perdurará hasta el siglo XVIII. Las clases dominantes se dedicarán a actividades superiores como la guerra, la ciencia, la política o la religión.

    La disponibilidad y uso del tiempo de ocio acrecentará las diferencias sociales a lo largo de los siglos siguientes. La revolución industrial supondrá el aumento de la jornada de trabajo para hombres mujeres y niños, llegando a la explotación laboral. Lo que dará lugar a un descontento popular generalizado y al surgimiento de movimientos reivindicativos de tipo obrero. En este sentido, Marx adapta el concepto de alienación de Hegel, según el cual, los intentos de la clase obrera para conseguir un desarrollo y crecimiento intelectual, humano y social, se ven coartados por su dedicación casi exclusiva al trabajo. Por lo que declara en El Capital que la verdadera libertad y el desarrollo de la personalidad humana sólo pueden venir a través de esta disponibilidad de tiempo para el propio individuo, una vez superado el materialismo. Los logros en la reducción de la jornada laboral y la mejora en las condiciones laborales desde finales del siglo XIX, darán lugar progresivamente a un tiempo de ocio que llegará a las clases más humildes. Lo que originará en Occidente, especialmente a partir de la segunda mitad de este siglo, la democratización del tiempo de ocio y su disfrute por casi todos los estamentos sociales.


2. ¿Qué se entiende por ocio?

2.1. Definición

    La primera definición de ocio de la que se tienen referencia, es la aportada por Aristóteles (Política, I), como tiempo exento de la necesidad de labor. Tiempo que, como veíamos anteriormente es empleado por una elite en la contemplación y preparación para el ejercicio de la política y las artes. Mas recientemente, Veblen (1899) recoge esta visión de tiempo liberado de la obligación de trabajar, que es tamizada a través de la óptica capitalista, definiendo el ocio como utilización “no-productiva” del tiempo.

    Kaplan (1975), desde un análisis más amplio, destaca seis grandes aproximaciones o perspectivas desde las que abordar el concepto de ocio:

  • Definición clásica o humanista, basada en la premisa de que el ser humano necesita libertad de acción

  • Perspectiva terapéutica, desde la que se concibe el ocio como un tipo de intervención orientado a las personas que, por cuestiones de salud, lo requieren

  • Modelo cuantitativo, que identifica el ocio con el tiempo que se emplea en actividades de esparcimiento

  • Concepto institucional, que lo identifica con un elemento del sistema social, que cumple una serie de funciones necesarias para la sociedad

  • Aproximación epistemológica, basada en los valores que están contenidos en la concepción de ocio de cada cultura particular

  • Perspectiva social, que se basa en la idea de que el ocio, al igual que el resto de la realidad, se define en un contexto en el que intervienen actores sociales que crean su propio sistema o universo de significados acordados.

    Es de gran interés la revisión llevada a cabo por Lawton (1993) en su análisis del ocio durante el envejecimiento. Este autor, en un intento de sistematización de las múltiples connotaciones a que ha dado lugar el concepto de ocio, destacó una serie de agrupaciones o categorías de los significados más representativos que aparecen recogidos en la literatura psicológica. Concretamente estas categorías reflejan: el ocio como experiencia, como desarrollo personal y como actividad social. Categorías que albergan una serie de dimensiones o significados específicos, y que han sido denominadas de diferentes formas por varios autores (Ver tabla 1).

    De Grazia (1964) define el ocio como aquella actividad que contiene en sí misma la finalidad de su realización, sin que la persona que la lleva a cabo la utilice de manera propositiva para la obtención de otro beneficio que no sea ese. San Martín, López y Esteve (1999), en un interesante trabajo de delimitación del concepto de ocio, añaden a la dimensión de “Finalidad”, la de “Nivel de Esfuerzo”, lo que permite incluir bajo este nombre actividades que van desde aquéllas donde predomina la relajación y escasa activación, hasta otras en las que el componente de disciplina, reto y superación personal ocupa un lugar destacado. Estas últimas entrarían dentro del denominado “ocio serio” (Stebbins, 1992, 1997). John Neulinger (1974) incorpora la noción de libertad en la acotación del concepto de ocio. Para este autor, cuando una actividad es libremente elegida por la persona, y se lleva a cabo sin tener otro propósito adicional distinto a la propia satisfacción que supone realizarla, esta actividad puede considerarse como ocio. O, como afirman Csikszentmihalyi y Kleiber (1991), la actividad llega a ser “autotélica”, es decir, tiene como única finalidad ella misma. Neulinger ofrece una definición comprehensiva de ocio que contiene las tres dimensiones fundamentales que delimitan este concepto: grado de libertad en la elección, motivación intrínseca-extrínseca y orientación instrumental-final. Ejes que remarcan su carácter subjetivo y que advierten la notable influencia de los factores culturales en la clasificación de una actividad dentro de la categoría de “ocio”. La definición aportada por Argyle (1996) recoge estos significados:

“Son aquellas actividades que la gente hace en su tiempo libre porque quiere, en su interés propio, por diversión, entretenimiento, mejora personal o cualquier otro propósito voluntariamente elegido que sea distinto de un beneficio material” (Argyle, 1996, p.3).

    Esta concepción del ocio como experiencia personal trata de superar las consideraciones algo simplistas que, o bien definen el ocio desde la perspectiva del tiempo libre versus tiempo para el trabajo, o atienden a la actividad concreta calificada como ocio. Estas perspectivas presentan una gran correspondencia con los términos “tiempo libre” y “recreación” respectivamente, en muchas ocasiones empleados como sinónimos de “ocio”.

    Munné (1995) rechaza la identificación de “tiempo libre” con ocio, ya que el primero es aquél del que la persona dispone una vez que se ha liberado de la obligación de trabajar, lo que no implica que sea necesariamente tiempo de ocio. Así, el individuo, junto con el deber que se supone su ocupación laboral diaria, se encuentra con toda una serie de obligaciones a las que debe atender en el desenvolvimiento de su vida cotidiana (satisfacción de necesidades fisiológicas básicas, aseo personal, desplazamientos, compras, atención a familiares, cuidados de salud, etc.), que le ocupan un tiempo que aun no pudiendo ser calificado como “trabajo” tampoco entra en la categoría de ocio. Dumazedier (citado por Munné, 1995) califica a estas actividades como “semiocios” (semiloisirs). Munné (1995), en su revisión del concepto “tiempo libre”, destaca cinco significados:

  1. Aquél que queda después del trabajo

  2. El que queda libre de las necesidades y las obligaciones cotidianas

  3. El que, quedando libre de las obligaciones anteriores, se emplea en lo que uno quiere

  4. Aquél que se emplea en lo que uno quiere

  5. Aquella parte del tiempo fuera del trabajo destinada al desarrollo físico e intelectual del hombre en cuanto fin en sí mismo.

    Este autor destaca el carácter electivo, definiéndolo como: “El tiempo ocupado por aquellas actividades en las que domina el autoconocimiento, es decir, en las que la libertad predomina sobre la necesidad”.


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