Una invitación a escribir historias de la propia práctica |
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Universidad Nacional del Comahue (Argentina) |
Lic. Víctor Pavía
vapavia@uncoma.edu.ar |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 40 - Setiembre de 2001 |
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Este texto tiene su historia. Durante las sobremesas de un Congreso Nacional de Educación Física realizado en 1994 en la localidad de Villa Giardino, provincia de Córdoba, República Argentina, el pedagogo Alfredo Furlan se entusiasmaba con la idea de un proyecto de escrituras corales que reuniera experiencias de vida laboral de profesionales de la Educación Física. Gracias a su entusiasmo el proyecto finalmente comenzó a tomar forma y a mi me tocó el privilegio de acompañar a Alfredo desde la coordinación. El resultado del esfuerzo fue un abanico de narrativas interesantísimo y, lamentablemente, todavía inédito. El presente texto fue escrito pensando en ese libro que jamás se edito. Allí el lector podría encontrar experiencias de trabajo reflexionadas por colegas como Giraldes, Centurión, Berdakin, Amuchástegui, Rozengardt, Stahringer, entre otros.
Que escribamos alguna experiencia de la vida profesional. Esa era, en síntesis, la idea que entusiasmaba al Dr. Alfredo Furlan. Y los que aceptamos la invitación a ese banquete, nos sentamos a la mesa dispuestos a roer cada cual su hueso, sin saber en definitiva que le habríamos de sacar. Fue así como, de un día para el otro, nos descubrimos disfrutando del juego de buscar palabras para revivir historias. Un juego placentero aunque no siempre laxo ya que significaba sumar una responsabilidad más a la ya cargada agenda de obligaciones cotidianas de cada uno. ¿Por qué aceptamos y cómo pudimos mantenernos en semejante tarea? A ciencia cierta... no lo sé. Las distancias y el tiempo han impedido que los protagonistas nos volvamos a ver para conversar del asunto. Es posible suponer que, como en todo juego, si alguien acepta jugarlo es porque percibe un clima propicio que le da confianza y abre las puertas del autopermiso. En este caso, permiso para estrenar un resquicio "diferente" en la trama de rutinas cotidianas y confianza para tirarse a la pileta sin otro salvavidas que la propia capacidad de salir a flote pataleando tras el recuerdo de alguna experiencia de trabajo considerada valiosa. Permiso para escribir sobre uno mismo y confianza en los que lo van a leer, sensaciones poco frecuentes en aquellos que, como refiere Roberto Stahringer en el texto que aportó para este trabajo, estamos más acostumbrados a navegar por los mares “del aislamiento, del trabajo individualista”. En lo personal, haber participado de esta saludable experiencia me posibilitó descubrir cuestiones interesantes, algunas vinculadas al ejercicio de relatar historias de la propia práctica.
Del culo y la sillaLa invitación de Alfredo a que cada uno se sentara a escribir un pasaje de su vida profesional, tuvo mucho de original en tiempos en que sobreabundan los textos formateados por el control fanático de la impostura cientificista. Pero no todo es formato científico. Los educadores somos, dice Grahan, “inveterados contadores de historias” 1. No sé si lo somos más que los bomberos, los abogados, los peluqueros o los albañiles, lo que sí sé es que nos gusta contar historias; historias con alumnos e historias para los alumnos. Menos frecuente es que nos animemos a escribirlas. Sabemos que escribir es un ejercicio engorroso sobre todo cuando, como señala Silvia Berdakin en el texto elaborado para esta experiencia, “no es parte del hacer habitual”. En ese sentido voy a exponer algunas dificultades para escribir refiriéndome a un caso que conozco muy bien: el mío. La vocación por la Educación Física fue para mí, antes que nada, vocación por el movimiento; movimiento al aire libre en espacios abiertos. El ejercicio de escribir - este ejercicio que estoy haciendo ahora por ejemplo - su desarrollo y su dominio, obliga en cierta forma a permanecer mucho tiempo encerrado e inmóvil. Por regla general, un escrito se resuelve a partir de una buena cantidad de horas durante las cuales uno, concentrado, debe mantener el culo pegado a la silla. Un verdadero suplicio para mí que, con más de cien kilos de peso, debo predisponerme a que sólo doscientos gramos de mi cuerpo se muevan alegremente sobre las teclas, mientras el resto del conjunto se entumece en funesta indiferencia.2 Al obstáculo de la inmovilidad y el encierro se le suma, siempre hablando de mi caso, el obstáculo del pudor (el más peliagudo y difícil de vencer). Acostumbrado a la oralidad y el intercambio en situaciones de copresencia, cuando intento la escritura siento que cada palabra es despojada del ropaje que adorna los mensajes cara a cara y que, privadas del apoyo gestual, cada frase deja a la intemperie partes vergonzantes de mi propia “desmudez”. Sea por el problema del encierro y la inmovilidad o por el del pudor, aunque me gusta, a mí me cuesta mucho sentarme a escribir. No sé si soy la regla o la excepción entre los profesionales de la Educación Física. Para discordar, ahí están el monumental Mariano Giraldes, un tenaz se-moviente con voluminosa producción escrita, o el premiado Ricardo Costa, poeta radicado en la Patagonia y profesor de Educación Física.
Del estilo y la palabraLos textos que conformas esa obra aún inédito, representan modos personales de recordar proyectos profesionales significativos. Recorrer sus párrafos es revivir emociones, reavivar inquietudes, identificar dudas e interrogantes. Es también descubrir modos diferentes de trabajar las palabras. El producto de ese esfuerzo de búsqueda tiene un valor en sí mismo. Encontrar las palabras ayuda a modular la propia voz. Y si las palabras encontradas se ponen en un escrito (aún en adoradores de los lenguajes corporales como nosotros) nuestra voz llega más lejos. Brizman señala la importancia de la voz subrayando que “... expresa el sentido que reside en el individuo y que le permite participar en una comunidad (...) parte de ese proceso incluye encontrar las palabras, hablar por uno mismo y sentirse oído por otros...”. 3 Y aún cuando, como señala Roberto Stahringer en el texto aportado para esta experiencia, ya “nuestras prácticas de enseñantes vociferan, emiten mensajes, hablan y hasta gritan”, puede resultar sorprendente detenerse de vez en cuando a encontrar las palabras que mejor describan algunos episodios de nuestra historia profesional y ponerlas por escrito. Escribir para que la voz llegue lejos socializando una experiencia que se considera valiosa; escribir también como una pausa para revisar desde la escritura un hecho que se ha vivido y preguntarse, por ejemplo, como se pregunta Mariano Giraldes en su capítulo “¿hasta qué punto incide lo que uno a vivido, lo que hizo con lo que pasó, en la forma que elige de llevar adelante una profesión?”. Escribir para revisar las propias luchas y comunicarlas. “Había encontrado dos problemas en los que trabajar: la integración de la Educación Física y la de la mujer”, cuenta Griselda Amuchástegui en su texto, exponiendo partes de su vida - y la de muchas profesoras - en esa frase dicha casi como al pasar, que se hace eco de otras voces.
De un coro de vocesCuando alguien escribe, aunque trate de hacerlo utilizando una sola voz (quiero decir: esforzándose para hablar como entrenador, como militante, como directivo) la voz elegida nunca logra tapar del todo el eco de otras voces (las que habitan en un profesional que, además, es padre, madre, hijo/a, amante, miembro de una asociación, etc.). Voces que cuelan sonidos de historias imbricadas que exhiben sus propias cicatrices. Polifonía interior que nos advierte que cada hecho bien podría ser contado de otra manera. “Mucho más podría ser dicho. Menos también” reflexiona Rodolfo Rozengardt en el texto aportado para esta oportunidad y uno tiene la certeza de que se está refiriendo a una cuestión que no es sólo de cantidad. Cuando alguien escribe (y vuelvo aquí a referirme a mi experiencia personal) escucha una multitud de voces que le dictan frases movidas por el agua de su propio molino; voces interiores que buscan su lugar entre las diferentes capas del texto subjetivo. Pero escribir acerca de un hecho profesional vivido por uno mismo no implica solamente exponerse al juego de la subjetividad, sino también al juego del tiempo. Cuando se escribe un hecho de la propia historia, hay un pasado vivido que se “presentisa” con el ejercicio mismo de la escritura; un pasado que, al decir de los lingüistas, se vuelve presente “histórico”. De modo tal que el lector tiene la fantasía de que las cosas sucedieron como tenían que suceder, que la historia estaba escrita. En verdad todo estuvo escrito... pero hoy. Crites denuncia que esa “ilusión de causalidad” que aparece cuando alguien escribe sobre un hecho pasado cuya reconstrucción - obviamente - opera en el presente, marca una de las diferencias “entre los hechos vividos y los hechos narrados” 4. En estos casos lo contrario de la verdad no es la mentira como intención de engaño, sino cierto margen de error por cuestiones de apreciación y perspectiva. En ese caso (y sin negar la conveniencia de que cada historia resista airosa el escrutiño de cualquiera prueba fáctica) “lo que las cohesiona y suscita el asentimiento del lector es la coherencia de la trama” 5 ; una trama coherente que se comprende desde el momento que el lector siente como si hubiera estado allí.
De un contexto y un escenarioHace ya mucho tiempo, Van Maanen escribió que para la antropología, por ejemplo, la fiabilidad y la validez son criterios sobre-valorados mientras que la claridad y la verosimilitud son criterios infra-valorados 6. Desde esa perspectiva de análisis es que valoro la idea de Alfredo Furlan de esquivar por un momento las mieles de la “objetividad y generalización científica” para solazarse en los campos de la “transferibilidad”. Contar historias que se escriben no como modelo de verdad absoluta, sino como el indicio de una práctica vivida no en calidad de expertos (aunque todos los participantes lo son en su especialidad) sino de entusiastas “laburadores” que participaron de hechos significativos y se atreven a exponerlos por escrito. Redimir lo que en otros textos habituales (planificaciones, informes, evaluaciones, ponencias, anuarios) quedó descolocado. Rastrear, como dice Rodolfo Rozengardt en el texto elaborado con motivo de esta experiencia, “las imágenes, las palabras, los sonidos, la música y las resonancias de aquellos momentos” vividos en contextos socio históricos y escenarios físicos determinados, que le dan coherencia a la trama. Escenarios que no son meros recortes de un pedazo de geografía, sino lugares significativos para los protagonistas de cada una de las historias cotidianas. Tan significativos que Sergio Centurión anuncia entusiasmado desde su capítulo en esta obra inédita: “tengo un lugar lo que no es poco en estos días.” Welty sostiene que “el lugar toma la huella del hombre - su mano, su pie, su mente - puede ser amasado, domesticado. Tiene forma, tamaño, límites y el hombre puede medirse a sí mismo contra ellos” 7. Y en los textos que he venido recordando hay mucho de esto. Patios, aulas, oficinas, gimnasios, pero también veredas, avenidas, pasillos que hacen de cada lugar un territorio permeable al contexto. Por allí llegan supervisores, padres, alumnos, funcionarios, hijos, autoridades, expertos, ministros, rectores; los enemigos y los aliados; los aduladores y los criticones. Cada uno con su propia historia para advertirnos que la nuestra podría ser de otra manera. Que las historias se condicionan y determinan en una compleja trama y que es bueno escribirlas, aunque sea para contarles a otros algo - un fragmento, un pedazo de sueño, un chispazo - acerca de la Educación Física que queremos. Es por eso que me gusta seguir escribiendo, a pesar de los obstáculos, a pesar de las limitaciones. Escribir e invitar a otros a escribir, preferentemente historias de la propia práctica. Textos vívidos que nos permitan comprobar, como dice Grahan “hasta qué punto los maestros heredan y también crean muchas de las historias que nos ayudan a imaginar las posibilidades y nos recuerdan las limitaciones del mundo institucional de la docencia.”...8 entre otras cosas.
Despedida PersonalTengo la certeza de que los involucrados en esta mínima experiencia de trabajo cooperativo la recordamos con nostalgia. Idas y vueltas de textos entre escenarios tan lejanos que la tecnología no lograba acortar: México, Córdoba, La Pampa, Mendoza, Neuquén, Buenos Aires. Una o dos reuniones “presenciales”, infinidad de cartas, onerosas llamadas telefónicas y uno que otro intento de telefax mientras mirábamos de reojo los novedosos destellos del correo electrónico; terminaba el siglo XX. La experiencia fue tan rica que tengo necesidad de dejar planteada una invitación abierta y permanente: seguir escribiendo historias de la propia práctica cotidiana. Textos permeables para una audiencia mayor que la que escucha con el oído académico. En lo que a mi respecta, hasta que esa nueva oportunidad llegue, despuntaré el vicio de caminar los destellos de algún río patagónico.
Ya tuve demasiadas horas de inmovilidad frente al teclado.
Me urge movimiento y aire libre.
Asombrosas horas culo/arena.
Asoleando las palabras del proyecto
(las voces habitaban en nosotros)
Como en las playas de Boca de Iguanas
(¿te acordás Alfredo?)
Notas
Grahan, R: Historias de la Enseñanza como tragedia y como novela, cuando la experiencia se convierte en texto. En McEwan y Egan (1995): La Narrativa en la Enseñanza, el Aprendizaje y la Investigación. Edición en castellano. Buenos Aires. Amorrortu. 1998. Pág. 274
La ecuación horas culo/silla es aplicada en la Facultad de Ciencias de la Educación en donde trabajo. Sintetiza un modelo de estudio: para aprender hay que sentarse a leer, leer y leer; un modelo que, por obvias razones, no llego a digerir completamente.
Citado por Connelly y Clandinin (1988): Relatos de Experiencias e Investigación Narrativa. En Déjame que te Cuente, ensayos sobre narrativa y educación. Autores varios. Edición en castellano. Barcelona. Laertes. 1995. Página 20/21
Ibídem. Pág. 32
Giddens, A (1984): Notas críticas: ciencia social, historia y geografía. En La Constitución de la Sociedad. Edición en castellano. Buenos Aires. Amorrortu. 1995. Pág. 381
Citado en Connelly & Clandinin. Op. Cit. Pág. 31
En Connelly y Clandinin. Op. Cit. Pág. 36
Graham. Op. Cit. Pág. 277
revista
digital · Año 7 · N° 40 | Buenos Aires, Setiembre de 2001 |