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Educación para la vida o para el conocimiento
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 39 - Agosto de 2001 |
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Pasé de la escuela al colegio, observé que muchos de mis compañeros se fueron quedando en el camino, pues prefirieron seguir haciendo sus cuentas en la vida cotidiana y no abstractamente en el colegio; me cuestionaba mucho cuando aquellos rezagados en la batalla del conocimiento me decían: cual es el fin del álgebra, si en estos momentos no me sirve para nada? Para qué aprender los grandes relatos clásicos de la novela moderna, si el mensaje se encuentra en las canciones de actualidad? Para qué hacer ejercicio físico si en la discoteca sudamos más y la pasamos mejor que en la clase de Educación Física?
Es así como cada uno de ellos fue desertando para involucrarse de lleno en el mundo de la vida, de lo laboral, del amor; espacio donde no dicen como es el sexo, ni se hace a escondidas, solo se hace; donde se aprende a ser padre siéndolo; espacio donde se observa como nacen los niños, y que pasa cada vez que le crece el vientre a una mujer. Esto, no se ve en la foto, se experimenta en la realidad. En el colegio jamás le vi el vientre a una mujer en gestación, me hubiera gustado verlo y preguntarle que estaba sintiendo.
Si en la escuela los profesores me parecían lentos para comprenderme, en el colegio estaba seguro de ello. Ninguno de ellos, ni a mi, ni a mis compañeros nos acompañaron a una fiesta, ni nos hablaron de lo hermoso que es la sensualidad en las mujeres; creo que a las chicas tampoco les dijeron lo varoniles y sensuales que éramos nosotros. Tampoco nos dijeron que se siente en un orgasmo. Ni que se debe hacer cuando se pelea con los padres; como hay que reaccionar cuando nuestros hermanos menores o mayores se nos colocan la ropa sin nuestra aprobación; que se siente cuando nuestro primer amor nos dejó, que se siente cuando nuestro padre nos dijo que no servíamos para nada o que éramos unos holgazanes.
Estos discursos no se hablaban ni en la escuela, ni en el colegio; no había tiempo para hablar de eso, las clases duraban escasamente cuarenta y cinco minutos y no se podía perder tiempo. Si alguno de nosotros tenía un problema de este tipo, para eso estaba la psico-orientadora del plantel; me imagino que eran demasiados casos para ella, pues eran problemas no patológicos sino que hacían y hacen parte del mundo de la vida.
La competitividad por el saber seguía, y eran cada vez más los que desertaban. Me extrañó que en el colegio iniciaran el grado 6° siete grupos cada uno con 30 estudiantes y terminaran el grado 11° dos grupos cada uno con 25 estudiantes. Qué pasó con los otros cinco grupos? Lo lógico es que inicien el mismo número que terminaron, o un número menos reducido. Qué pasó con los otros? Lograron superar la prueba del conocimiento?. En el mundo de la vida se tienen tantos altibajos, que muy pocos de ellos son abordados en la escuela y en el colegio.
Volviendo con el deseo de mamá por ser alguien en la vida y haciendo un análisis hasta el bachillerato, puedo decirles que lo que he adquirido es un conocimiento fragmentado en ocho materias cada año, durante once años, y todavía mamá sigue diciendo que estudie para que sea alguien en la vida; pensé que ya había terminado. Pero no, me dijo que me faltaba la educación superior, que debía saber una disciplina específica, la que más me gustara para ser alguien reconocido y por supuesto con dinero.
Así que ingresé a la universidad, o educación superior como otros la llaman. En ella no existía el timbre de cambio de clase, que maravilla!, pero sí los parciales, muy parecidos estos, por no decir los mismos, a los logros de la escuela y el colegio; la diferencia es que los parciales tienen puntuación numérica. La competitividad era más exigente; ya no rayaba los pupitres, pero si escribía en los baños el futuro de mi país, o de mi carrera. Aparentemente nada había cambiado, pues aún seguía sin dinero y el conocimiento que cada vez era más inalcanzable.
Los profesores me enseñaron el ser y el hacer de mi disciplina, pero no hacer contextual dicho conocimiento. Parecía que también se encontraban lejos de la cotidianidad, del conocimiento común. En la universidad a diferencia de la escuela y del colegio, es mas marcado el aprendizaje de lo científico y lo técnico de cada palabra, de cada frase, la exactitud; no hay espacios para las equivocaciones, si pierdes repites, si repites por un determinado número de veces, te vas. Qué pasa con lo que sucede a mi alrededor?
Fuera de la institución escolar, tanto profesores como estudiantes, nos encontramos rodeados de ese conocimiento fantástico que nos invade, nos devora, que permite las equivocaciones, los errores de sintaxis, los distintos usos y los abusos, la informalidad. Cuando pisamos el primer escalón o baldosa de un centro educativo, se nos olvida que somos comunes y corrientes seres humanos, inundados de una subjetividad que nos respira permanentemente por los poros, que no podemos callar así nuestro aseo, vestido y lenguaje formal traten de ocultarlo.
Después de haber vivido entre la dicotomía de lo institucional y la vida de los débiles, de los que lloran, pero también de los que ríen; comprendí que ser alguien en la vida no es lo que el sistema formal nos ha enseñado; tener en conocimiento y en materialidad; lo triste del caso, es que la escuela en general le ha jugado a esta creencia.
También comprendí que yo soy en la vida desde que hacía cuentas de chico, desde que me dormía en clase, desde que escribí mi nombre por primera vez, desde que lloré porque mamá estaba enferma, desde que llegaba sucio a casa por haber jugado tanto, desde que dije la primera palabra, desde que empecé a existir en el vientre de mamá y no sólo desde que ingresé a la escuela.
La escuela, (desde el preescolar hasta la universidad, incluyendo el doctorado), no puede seguir enajenada de la vida social; no puede funcionar a expensas de un mundo globalizado que sólo busca conocimiento. La escuela es también parte del mundo de la vida; en ella se cuecen muchas de nuestras alegrías, tristezas, esperanzas, decepciones, orgullos y frustraciones; ella también es la vida no reglada, no ordenada, no razonada.
Es cierto que el conocimiento debe estar presente en la escuela, pero también en igual proporción, la subjetividad de toda la comunidad educativa; somos débiles, tanto estudiantes como profesores, al igual que nuestros padres; estamos supuestamente en un mundo de información rápida, de exclusión y de desarraigo cultural; pues bien, que en la escuela se pueda volver lo rápido lento para poder pensarlo, no todo se puede consumir; volver la exclusión en inclusión, somos libres y debemos tomar decisiones en pro del colectivo, no la supremacía dominante del más fuerte; cambiar el desarraigo de creer que lo nuestro no es válido, por el arraigo de creer en nuestra vitalidad. “Los pensadores del mundo no se encuentran en tierras lejanas como antes, viven en medio de nosotros” 3 ; pero en ocasiones nuestro olfato sólo busca el olor de la razón en los otros que no son nuestros.
Somos alguien porque estamos aquí, sintiendo al otro; según los pensadores de actualidad y extranjeros de lo nuestro, excluidos y desiguales; pero nuestras raíces nos gritan de mil formas al oído que somos una cultura joven, con seres vigorosos, fuertes; que manifiestan deseos de soñar, de pensar por cuenta propia; seres utopistas 4 en búsqueda de no ser nuevamente conquistados intelectualmente. Permitir ese reencuentro con el saber que busca la razón, pero también la no razón; un saber que nos hace auténticos. Aunque somos universales globalmente, también somos hijos del pequeño entorno que nos vio nacer y crecer.
Notas
Cuando menciono la palabra mandados o mandado; me refiero a la acción de mandar a alguien a comprar algo en una tienda o almacén.
Héroe en las novelas de la radio y las tiras cómicas en revistas de las décadas 70 y 80.
Botero Uribe Darío. América Latina: Cuatro Veces Enajenada en la Función de Pensar. En: Memorias del II Congreso Nacional de Educación Superior a Distancia. Educación en la Globalización. Medellín Julio del 2000.
Término que utiliza Darío Botero Uribe para designar que buscamos el sueño que se puede realizar. En: El Derecho a la Utopía. Universidad Nacional de Colombia. Tercera Edición 1999.
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digital · Año 7 · N° 39 | Buenos Aires, Agosto de 2001 |