La competición como medio en el proceso de iniciación deportiva | |||
Universidad de La Coruña (España) |
Juan Carlos Vázquez Lazo Oscar H. Viana González lazo@ctv.es |
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http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 38 - Julio de 2001 |
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No cabe duda que todo lo relacionado con la iniciación deportiva presenta múltiples enfoques en cuanto a su estudio. Así, nos encontraremos con la idea de simpleza que se presume en un principio, pero que a medida que lo intentamos concretar vemos que resulta altamente dificultosa su profundización.
Podemos definir el proceso de iniciación deportiva, siguiendo la propuesta de diferentes autores como:
“... el período en el que el niño empieza a aprender de forma específica la práctica de uno o varios deportes.” Sánchez Bañuelos, F. (1986).
“... el proceso de enseñanza-aprendizaje, seguido por un individuo, para la adquisición del conocimiento y la capacidad de ejecución práctica de un deporte, desde que toma contacto con el mismo hasta que es capaz de jugarlo o practicarlo con adecuación a su estructura funcional.” Hernández Moreno, J. (1988).
Queda claro con estas dos definiciones que el proceso de iniciación es el comienzo, es decir, el primer momento de conocimiento de un deporte.
Pero podemos concretar aún más, diciendo que con la iniciación deportiva pretendemos:
La búsqueda de la motricidad, en un primer momento con características generales.
La búsqueda de la aportación a posibles transferencias entre diferentes especialidades deportivas que presenten características motrices o funcionales parecidas.
La búsqueda de la capacitación para el desarrollo de una o varias actividades deportivas.
Sin embargo estos diferentes objetivos que se nos presentan a medio-largo plazo, y en algún caso a corto plazo, van a sufrir deformaciones y modificaciones si tenemos en cuenta desde donde partimos.
Debemos hacer referencia a los elementos que conforman la iniciación deportiva, es decir, mantener una visión pluridimensional con un tratamiento equitativo del ámbito de aplicación, las posibilidades de acción motriz del debutante, el análisis del deporte y la metodología de intervención. Bonnet, J.P. (1988), Vázquez Lazo, J.C. (2000).
No resulta igual enfocar el proceso de iniciación deportiva desde un ámbito escolar, federativo o recreativo. Cada uno de ellos busca objetivos y metodologías diferentes a la hora de construir el mencionado proceso.
¿Acaso se debería parecer en algo la planificación de la iniciación deportiva en un centro de enseñanza a la de un club deportivo?. En un principio cualquier similitud debería hacernos sospechar de las intenciones del proceso educativo y de la utilización del deporte como medio para el desarrollo motor de los alumnos. El ámbito es distinto, por lo tanto el proceso será diferente. Pero esta aproximación teórica a la diferenciación de los ámbitos de aplicación podría hacernos caer en la ingenuidad. En muy pocos casos se estructura de manera diferente este proceso de iniciación, quizás herencia de metodologías tradicionales y demasiado arcaicas o a la falta de recursos materiales, o el simple hecho de que la mayoría buscan cambios significativos en el nivel de rendimiento a corto plazo, hipotecando como es lógico el adecuado desarrollo deportivo y en muchos casos biológico y madurativo de las personas vinculadas al proceso de iniciación. Vázquez Lazo, J.C. (2000)
Debemos partir del hecho de que existen tres ámbitos de aplicación deportiva en relación con el proceso de iniciación; en primer lugar nos encontramos con el ámbito formativo, el ámbito por excelencia vinculado al proceso de iniciación. Los centros educativos, dentro del desarrollo curricular del área de Educación Física, suponen en la mayoría de los casos el primer contacto del niño con la actividad físico-deportiva; en segundo lugar nos encontramos con el ámbito federativo, que aparece encarnado por los clubes y que aglutina mayoritariamente el proceso de iniciación. Representado por las escuelas deportivas, podemos destacar el tercer ámbito de aplicación de la iniciación deportiva, el recreativo.
Cualquiera de los tres, a pesar de perseguir fines y objetivos diferentes, representan el primer paso en cuanto a la toma de contacto del niño con la práctica deportiva.
A pesar de que el proceso de iniciación puede darse a cualquier edad, nuestro planteamiento se relaciona con el niño, teniendo en cuenta las posibilidades que nos ofrece y las características que lo hacen diferente del adulto. Éstas características ofrecen una concepción distinta a la hora de entender el juego deportivo y por lo tanto la necesidad de plantear el proceso de iniciación en unos términos y unos matices adaptados a esa realidad infantil. De la misma manera si el proceso de iniciación se llevara a cabo en edades maduras también hemos de tener en cuenta las diferentes características y posibilidades, así como sus objetivos.
Teniendo en cuenta la propuesta que plantean autores como Parlebas, P. (1988), y Blázquez, D. (1986), podemos definir las siguientes etapas en la evolución lúdica del niño:
Periodo de ludoegocentrismo
Podemos establecerla hasta los 6 años, en esta fase se desarrollan juegos muy sencillos, basados en la manipulación simple del móvil.
Periodo de coordinación y cooperación ludomotriz
Podría corresponder a los niños con edades entre los 6 y 12 años, se produce el inicio de una paulatina coordinación práxica, gracias a la que empieza a tolerarse un sistema simple de reglas. Aparece en este periodo la noción de comunicación motriz y de competición, que centra el presente trabajo.
Periodo de establecimiento y desarrollo del acuerdo ludomotor
Correspondería a niños de edad superior a los 12 años, aceptan las reglas del deporte, entendidas como un pacto grupal, que se complica hasta originar situaciones motrices más complejas.El siguiente elemento que pretendemos aportar a modo de justificación de nuestro posicionamiento, es el análisis de la práctica deportiva como base de este proceso de iniciación.
Si nos centramos en los elementos sustantivos pertinentes del juego o del deporte, detectamos componentes cuantitativos (agrupados dentro de la estructura formal, (Vázquez Lazo et al. 1998)), que pueden ser susceptibles de identificación desde una misma óptica. Se hallan además unidos por componentes cualitativos (relacionados con aspectos tales como el placer o la satisfacción), cuya categorización resulta más complicada que en los anteriores, ya que viene determinada por la personalidad de cada jugador.
El juego y el deporte son realidades cercanas con una estructura similar, aunque cada vez se distancian más en aspectos relativos a su lógica interna. La diferencia esencial se localiza en la incidencia reglamentaria (adaptabilidad de la estructura formal).
La metodología de aplicación es el siguiente elemento de estudio, y representa la interrelación entre las posibilidades de acción motriz del niño y la exigencia derivada de los juegos deportivos, teniendo siempre en cuenta la finalidad del ámbito de aplicación en el que nos encontremos.
Todo acto pedagógico deberá partir del conocimiento de las características del niño a una edad determinada junto con la lógica interna del deporte en cuestión, posteriormente es necesario plantear una estructura de progresión de las situaciones de juego (Mahlo, F., 1974), que haga posible la asimilación de las mismas por parte del niño.
Podemos destacar el carácter competitivo de todo individuo desde que nace, presentando comportamientos de autoafirmación y afianzamiento de su carácter, que en determinadas etapas son el eje de su actuación hacia los demás.
La competición surge en el niño de la misma forma que la necesidad comer o sentirse querido. Sería arriesgado afirmar que existe una verdadera actividad deportiva sin referencia a su carga competitiva. Tal vez, y como afirma Cagigal, J.M. (1986), lo podemos encontrar en una visión higiénica del deporte elevada a su máximo exponente, pero que con seguridad ese deporte pasaría a ser una mera sombra sin identidad propia, perdiendo su esencia.
Llegados a este punto, nos parece conveniente exponer nuestra consideración acerca de la competición, entendiéndola como un medio para lograr progresiones en la adquisición de habilidades y no como un fin en sí mismo.
La competición no presenta contraprestación alguna, siempre que se haga a la medida del niño, para ello pensamos que es necesaria la adecuación y por lo tanto la modificación de la estructura formal del deporte, pero sin que pierda su esencia. Sería absurdo presentar muros infranqueables que frenarían la adquisición de habilidades necesarias para el correcto desarrollo evolutivo de nuestros niños: balones, sticks, raquetas, que en un tamaño no adecuado suponen una dificultad a la hora de deber interactuar; igualmente nos ocurre con el espacio de juego cuyo tamaño no adaptado acaba infrautilizándose. El número excesivo de jugadores que no llegan a comunicarse entre sí o un tiempo de intervención continuada que no hace otra cosa que fatigar al niño en todos los sentidos.
Por todo ello, se nos plantea necesario adecuar y por lo tanto modificar la estructura formal del deporte, teniendo en cuenta las características psico-biológicas y madurativas del niño, sin perder la esencia del deporte en cuestión. Se hace también necesaria la adaptación de la estructura de las competiciones, teniendo en cuenta el nivel de desarrollo evolutivo en el que se encuentran los practicantes.
Desde nuestro punto de vista, planteamos una competición adecuada a las características de los deportistas, pero no sólo la que entendemos como competición entre clubes, colegios o escuelas deportivas, buscamos una competición intrínseca al propio proceso de aprendizaje en cada sesión o clase.
Este planteamiento podría sonar desproporcionado, ambicioso o incluso descabellado, pero si aplicamos una metodología competitiva lógica, (aprender a ganar y a perder estará equilibrado) en la que los individuos ganarán en unas actividades pero perderán en otras.
Del mismo modo si se plantean sesiones, clases o entrenamientos con juegos competitivos, conseguiremos además de los objetivos planteados otros objetivos derivados directamente de la propia competición, como mantener el interés del niño o desarrollar la interacción con los demás miembros del grupo.
Debe entenderse como un medio de motivación, estimulante en la superación en sí mismo.
Es necesario tener en cuenta el grado biológico del esfuerzo y la dosificación del mismo, dosificando las competiciones cuando se inicia el pico de crecimiento puberal.
A la hora de plantear las situaciones de competición, debemos considerar los modelos de agrupamiento.
Bibliografía
BONNET, J.P. (1988):
BLÁZQUEZ, D. (1986): Iniciación a los deportes de equipo. Ed. Martínez Roca. Barcelona.
CAILLOIS, R. (1958):
CAGIGAL, J.M. (1996): Obras Selectas. C.O.E. y otros. Vol. I,II,III.
HERNÁNDEZ, J. (1994): Análisis de las estructuras del juego deportivo. Ed. Inde. Zaragoza.
HERNÁNDEZ, J. (1999): Actividad física y educación física escolar. Internet.
MAHLO, F. (1974): La acción táctica en el juego. Ed. Pueblo y educación. La Habana.
PARLEBAS, P. (1988): Elementos de sociología del deporte. Unisport. Universidad de Andalucía. Málaga.
SÁNCHEZ, BAÑUELOS, F. (1986): Rendimiento deportivo. Ed. Gymnos. Madrid.
VÁZQUEZ LAZO, J.C. Y SAAVEDRA, M. (1997): “Sistematización de los lanzamientos en deportes sociomotores de cooperación-oposición”. El Entrenador Español de Fútbol, Nº 72, pp. 50-57.
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VÁZQUEZ LAZO, J.C. (1999): Tesis doctoral. Universidad de A Coruña.
revista
digital · Año 7 · N° 38 | Buenos Aires, Julio de 2001 |