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Introducción a la psicología de las masas en el deporte
Antonio Hernández Mendo, Angustias Estrella Colomo, Pilar Gálvez Cordero, Irene Ortega Alcántara

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 6 - N° 31 - Febrero de 2001

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  1. Comunicación cara a cara
    Este tipo de comunicación requiere una gran cantidad de tiempo y de personas que informan sobre el peligro potencial. Se ha calculado que se necesitan de una a cinco personas por cada cien hogares informados personalmente. Los mensajes de alerta se difunden de forma personal con lo que disminuyen las posibilidades de distorsión. La alta credibilidad de las fuentes (policía, bomberos...), hace que los receptores acepten fácilmente la realidad de la amenaza.

  2. Rutas de alerta
    Automóviles o avionetas equipadas adecuadamente pueden usarse para difundir la alarma a la población bajo riesgo, utilizando altavoces móviles. El grado de distorsión del mensaje se relaciona directamente con la velocidad del vehículo. El tiempo de diseminación del mensaje decrece con el número y la velocidad de los vehículos y se incrementa a medida que aumenta el tamaño de la zona a cubrir. Con este sistema no se puede verificar automáticamente la recepción del mensaje de alarma.

  3. Sirenas
    La ventaja principal del uso de sirenas radica en la velocidad con que se comunica la alarma sin que se necesite ningún dispositivo de recepción por parte del potencialmente afectado por la alerta. Su gran desventaja es el alto coste de instalación y la pérdida de especificidad del mensaje.
    Si se usa un sistema de sirenas no es recomendable la complicación de diferentes tonos para transmitir distintas fases de la alerta. Es mejor que sirva de preparación a la comunidad y que ésta se dirija a buscar información más específica de otros medios. La penetración del sistema va a depender de la red instalada, de su volumen, de las características y obstáculos del terreno, del ruido ambiental de la zona..., etc.

  4. Radio y televisión
    Aunque hay claras diferencias entre ambos medios de comunicación, con respecto a la difusión de una alerta, los dos proporcionan una información específica con una escasa posibilidad de distorsión de los mensajes. La televisión supera a la radio en que puede proporcionar una información gráfica adicional. El coste de este sistema es escaso pues casi toda la población dispone de equipos sintonizadores y la velocidad de la difusión es muy rápida. Sin embargo, es difícil verificar quién ha recibido la alerta. Durante la noche no es eficaz al no estar sintonizada ni la radio ni la televisión. También puede llegar a cubrir un área mayor que la del impacto y desencadenar la alarma en población no sometida a la emergencia.

  5. Periódicos
    Es desaconsejable en caso de emergencia debido a la lentitud de la información y a la incertidumbre con respecto a su difusión. Puede ser útiles para concienciar a la población, preparar un plan de emergencia o difundir mensajes e instrucciones para afrontar una catástrofe con un mínimo de distorsión.

  6. Teléfono
    Los sistemas de transmisión telefónica pueden ser:

    1. Comerciales
      De forma secuencial o simultánea es posible mandar mensajes mediante sistemas automatizados a todos los números de la zona de impacto. La distorsión del mensaje es mínima y debe proporcionar los elementos adecuados para afrontar la situación.

    2. Red informal
      Se puede preparar una especie de cadena entre los ciudadanos que difunden la alerta a través del teléfono. Se corre el riesgo de distorsionar la información y de que se produzcan transformaciones del mensaje siguiendo los principios que rigen la transmisión del rumor.

    Este sistema puede provocar una saturación de líneas que impida una adecuada recepción; especialmente en el caso de la red informal telefónica.


4. 2. Características de las masas

    A continuación vamos a tratar con detalle las características que identifican a las masas:


4.2.1. Desindividualización

    La desindividualización es la pérdida de la autoconciencia y de la aprensión por la evaluación. Ocurren en situaciones de grupo que favorecen el anonimato y dirigen la atención lejos del individuo, es decir, existen ciertas situaciones grupales que hacen más probable que las personas abandonen las restricciones y pierdan su sentido de responsabilidad individual.

    El término desindividualización fue originalmente acuñado por Festinger (1952) para referirse a la pérdida del sentido de individualidad que los sujetos sufren al encontrarse sumergidos en el grupo. El sujeto se hace indistinguible de su medio ambiente más inmediato (los demás miembros del grupo) y, en consecuencia, su conducta se transforma.

    Sin embargo, esta noción ya fue utilizada por Le Bon (1895). Le Bon defendía que los sujetos que se juntan en masa resultan anónimos y pierden su personalidad consciente, de forma que quedan sumergidos en la masa. En esa situación aflora su inconsciente primitivo que provoca comportamientos irracionales y destructivos. El individuo queda, por tanto, extinguido en la masa.

    Según Myers (1995), los factores que intervienen en la desindividualización son los siguientes:

  1. Tamaño del grupo

        Los grupos poseen el poder no sólo de activar a sus miembros, sino también de hacerlos identificables. De hecho, una de las características fundamentales de todo grupo es que sus miembros se identifican como miembros del grupo. Cuanto más grande sea éste, más perderán sus integrantes su autoconciencia individual y más dispuestos estarán a actuar como miembros del grupo que como individuos, de tal forma que las multitudes sirven a quienes en ellas participan con capucha para ocultar sus rostros individuales: sólo existe el rostro de la propia multitud. Con ello, los individuos que participan en grupos, y más cuanto mayor sea éste, hacen cosas que no harían si actuaran como individuos. Así, en un análisis de 21 casos en los que estuvieron presentes multitudes, cuando alguien amenazaba con saltar desde un edificio o desde un puente, Manní (1981) descubrió que si la multitud era pequeña y estaba expuesta a la luz del día, las personas por lo general no trataban de azuzar a esa persona. Pero cuando la multitud era grande o estaba al abrigo de la noche, lo que les proporcionaba anonimato, por lo general, lo azuzaban para que se tirara.

        Por su parte, Mullen (1986) informa de un efecto similar en las turbas linchadoras: cuanto más grande sea la turba, sus miembros pierden más la autoconciencia y se vuelven dispuestos a cometer atrocidades tales como incendiar o desmembrar a la víctima. En consonancia con los anteriores datos, Zimbardo (1970) lanzó la hipótesis de que la mera inmensidad de las ciudades superpobladas produce anonimato y, por tanto, normas que permiten el vandalismo. De hecho, llevó a cabo un curioso experimento. Compró dos coches viejos, de diez años de antigüedad ambos, y los dejó con el capó levantado y sin placas de circulación: uno, en una calle cerca del campus del Bronx de la Universidad de Nueva York y el otro cerca del campus de la Universidad de Stanford, en Palo Alto, una ciudad mucho más pequeña. Pues bien, en Nueva York, el primer desvalijador de automóviles llegó sólo en diez minutos y se llevó la batería y el radiador. Tres días después ya se habían producido veintitrés incidentes de robo y vandalismo cometidos por personas blancas, bien vestidas, con lo que el coche había quedado reducido a un montón de chatarra. En cambio, la única persona que a lo largo de una semana fue observada tocando el automóvil en Palo Alto, fue un transeúnte que le bajó el capó cuando comenzó a llover. Este experimento muestra la importancia que la desindividualización tiene el tamaño del grupo o de la multitud, e incluso, de la ciudad en que viven los individuos.

  2. Anonimato físico

        En muchas situaciones reales en las que los miembros de un grupo agresor llevan elementos físicos que aumentan su anonimato como máscaras, el anonimato incrementa muy seria y hasta dramáticamente sus conductas violentas. Diener (1970) encontró en una muestra de 1352 niños que, cuando se les invitaba a coger un dulce pero se les dejaba solos en la habitación, los niños cogían más cuando iban en grupo (21%) que cuando iban solos e identificados por su nombre (8%); en cambio, las tasas de robo eran mayores cuando iban en grupo y a la vez en anonimato (56%) que cuando iban solos pero en anonimato (22%).

  3. Autoconciencia

        Ser anónimo lo hace a uno ser menos autoconsciente y más sensible a las claves presentes en la situación, sean negativas, como en el ejemplo de los agresores, sean positivas, las personas desindividualizadas suelen dar más dinero a los mendigos que si no lo están (Spivey y Prentice-Dunn, 1990). Es decir, el anonimato desata nuestros impulsos, que no siempre son negativos ni crueles, y nos hace más sensibles a las claves sociales de la situación. De ahí que la existencia de espejos y cámaras de televisión, la existencia de luz, etc. pueden llegar a combatir la violencia en los estadios de fútbol al aumentar la autoconciencia y disminuir la desindividualización.

    Zimbardo (1979) considera la desindividualización como un proceso motivado por una serie de condiciones que reducen tanto la capacidad de autoobservación como la preocupación por la evaluación social, y que conducen a un debilitamiento del control sobre la conducta y a una reducción de los niveles para exhibir conductas inhibidas. Su modelo teórico de desindividualización consta de tres componentes:

  1. Condiciones antecedentes: Anonimato, difusión de responsabilidad, presencia de un grupo grande, sobrecarga de estimulación, la dependencia respecto a las interacciones y retroalimentación no cognitiva.

  2. Un estado interno de desindividualización: Se reduce la autoobservación, la autoevaluación y la aprensión a la evaluación social.

  3. Un conjunto de conductas resultantes: Conductas impulsivas realizadas al margen de los controles sociales basados en la culpa o miedo, comportamientos autorreforzantes, que no responden a estímulos discriminativos externos habituales, ni a grupos de referencia distantes, etc.

    Otra explicación alternativa es la teoría de la norma emergente de Tunner y Killiam (1972). Esta teoría explica las conductas extremas no por la pérdida de inhibiciones y una menor conformidad a las normas, sino debido a un mayor cumplimiento de normas específicas desarrolladas por los grupos en cada situación, de forma que lo que cambia no es el control normativo, sino las normas. En situaciones inestructuradas surgen, por tanto, normas nuevas durante el transcurso de la interacción social, y el comportamiento colectivo es el resultado de esas normas. El cumplimiento de estas normas, la conformidad a las nuevas normas emergentes, es probable que sea mayor cuando los sujetos son fácilmente identificables por los miembros de su grupo. En este sentido, el anonimato puede tener el efecto contrario: si la norma del grupo favorece la conducta agresiva, el anonimato relajaría el cumplimiento de esta norma. Los procesos grupales, por su parte, pueden reforzar la orientación normativa dominante, otorgándole valor de legítima y apropiada.

    Las conductas desindividualizadas pueden ser consideradas, por otra parte, no como actos desindividualizados, sino como medios para restablecer la identidad individual (Dipboye, 1977) o social.

    Esto último es lo que se plantea a partir de las teorías de identidad y autocategorzación del yo que han tratado Tajfel (1978), Turner (1982) y que explican el comportamiento uniforme de los miembros de una masa como un medio que les permite lograr una distintividad respecto a la sociedad y desarrollar su propia identidad social.

    El planteamiento realizado a partir de esas teorías se opone diametralmente a la tradición clásica desarrollada a partir de Le Bon. El comportamiento colectivo no ocurre debido a la pérdida de identidad personal, sino que es más bien el reflejo de una identidad social que conforman una masa. La masa, lo mismo que cualquier otro grupo se forma en base a una identidad social compartida. Esta identificación social constituye una condición necesaria y suficiente para la influencia social, de forma que los miembros de la masa buscan normas estereotípicas que definen la pertenencia a la categoría y conforman su conducta a ella. La base de la homogeneidad conductual que se observa en el comportamiento de las masas parte de la identificación social común, de forma que solamente aquellos miembros que se han identificado con la categoría relevante estarán sujetos a la influencia de la masa. Según este planteamiento, la desindividualización considerada como inmersión se explica de forma muy diferente a como lo han hecho otras teorías, ya que lo que ocurre no es una pérdida de identidad, sino un cambio de atención de la respuesta individual a la del grupo, de forma que aumenta la saliencia de la identidad social y la adhesión a las normas.

    La teoría de la norma emergente podría resultar más que el modelo de la desindividualización cuando se hace patente una fuerte identidad grupal, como en caso de conflicto o agresión intergrupal. Por su parte, desindividualización e identidad pueden integrarse, si se tiene en cuenta la duración del estado de desindividualización y los estados afectivos que acompañan al mismo.

4.2.2. Contagio

    Rebolloso (1994) define el contagio como “la difusión del afecto o de la conducta de un participante de una multitud a otro integrante de la misma”. Le Bon habló ya del contagió de las masas. Las personas, en la masa, se convierten en seres automáticos “a los que la voluntad ya no puede guiar”. La dinámica de las masas vendría dada, según estas ideas de Le Bon, por el juego de las tres características que el encuentra en las masas: su irritabilidad, su movilidad y su impulsividad. La explicación de Le Bon se encuentra hoy día superada. Para Munné (1994), los fenómenos de masa parten del doble hecho de la interacción y de la polarización que se producen en las personas que forman una masa. La polarización es el hecho de dirigir varias personas su atención, y, en su caso, centrar su interés hacia algo o alguien al mismo tiempo, permaneciendo de este modo a la expectativa, y encontrándose, entre sí, como “sincronizadas” o en una misma “sintonía”.

    En las masas disgregadas, la gente, se encuentra constantemente en interacción y sólo potencialmente está polarizada. Es decir, que de persona a persona se transfieren determinados impulsos, posibilitando alguna respuesta uniforme.

    En las masas congregadas, la interacción es más intensa y existe ya una polarización. Ambas provocan, entonces, un contagio de sentimientos que hace participar a cada uno en el fenómeno, por transferirse unos a otros las conmociones afectivas por simpatía (en su sentido etimológico de “sentir con otro”).

    Algunos rechazan explicar la conducta de las masas a través del contagio colectivo. Y se alega que en la masa no todos se comportan exactamente igual. Pero el que haya o pueda haber indecisos, rezagados o disidentes sólo indica que el contagio no es automático y que junto a él, también influyen otros factores en la dinámica de la masa. También se alega que este contagio no es posible en el caso de las masas difusas, puesto que falta entonces la necesaria reunión física de los participantes y, sin embargo a través de una emisión radiofónica pudo provocarse un miedo colectivo a millones de norteamericanos al describirse una supuesta invasión de marcianos. Esta emisión fue la obra de Orson Welles La Guerra de los mundos que se emitió por la radio el día de Haloween de 1938. Esta obra fue confundida con una serie de noticias periodísticas por cerca de un millón de personas. Pero quienes alegan tal ejemplo olvidan que también en este caso operó, aunque sin interacción directa, un proceso de contagio simpático, mediante una fuerte polarización de todos los radioyentes en la persona del locutor radiofónico.

4. 2. 3. Sugestibilidad

    El contagio colectivo, originado por el doble proceso de interacción y polarización, produce un estado de sugestibilidad colectiva, es decir, una acusada tendencia a la sugestión. La atención de cada uno queda absorbida por un objeto, suceso o persona, quedando inhibidos, transitoriamente y más o menos según el tipo de fenómeno, los aspectos racionales y conscientes de la persona. La masa es así muy fácilmente impresionable. Hay casos, como en las turbas, en las que incluso puede llegarse a una “histeria colectiva” facilitada a veces con la repetición rítmica de estímulos, cosa que ocurre concretamente en las turbas orgiásticas, mediante diversas técnicas basadas en la música, las canciones o las danzas.

    Esta sugestibilidad está relacionada con la heterogeneidad de la masa. Debido a las diferencias morales e intelectuales existentes entre los participantes del fenómeno, la sugestibilidad opera sobre los instintos y las pasiones, que son algo común a todos ellos. De ahí, el escaso nivel intelectual, la simpleza lógica y la tendencia irracional que, en general, peculiariza a las masas. Se minimizan así las facultades de observación y de un modo especial el sentido crítico, lo que lleva a la masa a una credulidad extrema, que puede llegar a aceptar lo más inverosímil, a través de rotundas afirmaciones o negaciones sin términos medios. A veces, esta actitud viene condicionada por el propio objeto de interés; por ejemplo, el público de un partido de fútbol acepta sólo la alternativa: un resultado a favor o en contra sin pensar ni aceptar, en principio, un empate, lo que hace que pase aquél rápidamente de la alegría a la cólera. Esta falta de sentido crítico impulsa también a obrar sin pensar.

    Por el proceso que va desde la polarización hasta la irracionalidad y por ser las masas fenómenos carentes de organización, las personas que participan en una masa lo hacen, no en su personalidad social específica sino como uno más, o sea anónimamente, lo que tiende a anular la responsabilidad personal, pudiendo llegarse a aceptar en esta situación lo más inmoral. Como es lógico, esto se acentúa en las macromasas. En la masa, la gente puede llegar a comportarse de una forma que nunca haría ni aceptaría estando solo cada sujeto. Interviene en ello lo que ha sido llamado por Allport “ilusión de universalidad”, es decir, el hecho de creer uno que determinada conducta es defendible o justificable por la que ejecutan los demás.

4. 2. 4. Credulidad

    La credulidad se identifica con la masa y, al igual que ella, se deja influir con toda facilidad. Como carece de sentido crítico, las cosas más absurdas le parecen verosímiles. Ahora bien, si las masas son emotivas es porque son más afectivas que racionales. El pensamiento se desenvuelve en imágenes y deja libre el curso de la imaginación sin que intervenga la razón para controlar los productos de la fantasía y verificar si se ajustan o no a la realidad. Esta intensificación de los afectos en el hombre integrado en la masa es también, la característica del ser primitivo y del niño, según autores. La multitud, exaltada emocionalmente, jamás abriga la menor duda acerca de lo que cree. Además, se ha podido comprobar que en el hombre masificado pueden coexistir las ideas más opuestas y que, por más que sean contradictorias, desde el punto de vista lógico, no dan ocasión a conflictos internos. Este fenómeno se observa también en ciertas agrupaciones extremistas en las que se hermanan las tendencias más opuestas. Por ejemplo, suelo ser frecuente que se predique la paz a la vez que se recurre a medios violentos para lograrla.


5. Tipología de masas

    Vamos a incluir dos clasificaciones de masas de autores distintos. Munnée y Brown. No es posible elaborar una sola tipología exhaustiva, sino que es necesario establecer diversas clasificaciones, cada una desde una perspectiva o característica diferente, debiendo luego cruzarse todas ellas entre sí para poder efectuar un análisis tipológico completo de cada fenómeno de masas. Así podemos considerar una clasificación distinta atendiendo a diferentes factores:


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