Perspectiva histórica del autoconcepto general Historical perspective of overall self-concept |
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Diplomada en Educación Física por la Universidad de Murcia. Máster Investigación e Innovación en Educación Infantil y en Educación Primaria por la Universidad de Murcia (España) |
Ana Isabel Pérez Pineda |
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Resumen El presente artículo pretende mostrar la evolución que ha tenido el autoconcepto general, desde finales del siglo XIX, con las aportaciones de Williams James, pasando por el Interaccionismo Simbólico y la Fenomenológica y Humanista, hasta la actualidad. Asimismo se hace referencia a algunos de los instrumentos empleados para analizar dicho constructo. Palabras clave: Autoconcepto general. Aproximación histórica.
Abstract This article shows the evolution that has taken the overall self-concept, since the late nineteenth century, with contributions from James Williams, through the Symbolic Interaction and Phenomenological and humanist, to the present. Reference is also made to some of the tools used to analyze the construct. Keywords: General self-concept. Historical approach.
Recepción: 27/02/2016 - Aceptación: 04/04/2016
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EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 21, Nº 215, Abril de 2016. http://www.efdeportes.com/ |
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1. Introducción
A lo largo de la historia de la literatura científica, al término autoconcepto, en general, se le han dado y aún se le dan diferentes interpretaciones, sin que se pueda delimitar con precisión y claridad los términos y ámbitos que se manejan (Burns, 1990). Así, desde que la psicología adquiriera oficialmente carácter de ciencia, han sido múltiples las teorizaciones y controversias acerca del papel del autoconcepto en la conducta humana y éste ha desempeñado un rol central o secundario dentro de la psicología en diferentes momentos de su historia (González y Tourón, 1992).
2. Aproximación histórica del autoconcepto
2.1. Aportaciones de Williams James
Las referencias históricas relativas al estudio de este constructo empiezan por Williams James (1890), citado en González (2011) reconocido como el primer psicólogo que estudió la teoría del autoconcepto. En su obra Principios de Psicología, James da a éste un tratamiento más profundo que cualquiera de sus predecesores, distinguiendo claramente dos dimensiones del yo total o “self”: el yo-sujeto, como conocedor y organizador de la experiencia, y el yo-objeto, conformado por la suma de cuanto el hombre considera suyo, considerando a éste último como el autoconcepto. Ambas dimensiones no pueden existir la una sin la otra, pues el proceso de autoconsciencia no puede darse sin estos dos elementos.
Este yo-objeto está formado por 4 elementos fundamentales:
El yo espiritual, compuesto por las capacidades, facultades psíquicas y motivaciones del individuo.
El yo social, integrado por las relaciones, la identidad y los roles.
El yo material, formado por el cuerpo y las pertenecías materiales propias.
El yo corporal, constituido por las emociones y las pautas de comportamiento.
Este enfoque, aparte de describir las partes que conforman el autoconcepto, establece una jerarquía entre ellas, donde el yo material se situaría en la parte inferior de la jerarquía, el yo social encima de éste y el yo espiritual en la cumbre de la estructura.
Este autor, además de aportar un carácter multidimensional y jerárquico a este constructo, le concede una dimensión social, influyendo en gran medida en el Interaccionismo Simbólico.
2.2. El Interaccionismo Simbólico
Tras esta teoría, son muchos los autores que siguieron estudiando el autoconcepto. Entre ellos podemos encontrar a Coley (1902) mencionado por Goñi y Fernández (2009), que valiéndose de la metáfora “looking-glassself”, desarrolla la idea del self-reflejo. Dicha metáfora gira en torno a la idea de que las personas son una especie de espejo social, de tal manera que la percepción que cada uno posee de sí mismo está influenciada de forma significativa por lo que los demás piensan sobre él. Por otro lado, Mead (1968), respaldando las ideas de James, señala que el autoconcepto está compuesto por numerosas identidades sociales correspondientes a los diferentes roles de esa persona, formándose gracias a que el individuo es capaz de verse a sí mismo como objeto. Estos dos autores se consideran los principales exponentes del Interaccionismo Simbólico, corriente sociológica desarrollada dentro de la Psicología Social durante los años ‘20 y ‘30. Posteriormente Kinch (1963), organiza de manera sintética las principales ideas de los interaccionistas sobre la teoría del autoconcepto. Los tres autores lo analizan desde un marco externo, es decir, considerando la influencia que ejerce la sociedad en la formación del autoconcepto. En definitiva, el Interaccionismo formula que nuestra autoimagen constituye un reflejo de la imagen que de nosotros tienen los demás, y que el individuo puede llegar al conocimiento de sí mismo viéndose desde el punto de vista de los otros (Saura, 1995).
2.3. Psicología Fenomenológica y Humanista
Entre los años ‘40 y ‘50, irrumpe con fuerza un nuevo movimiento psicológico llamado Psicología Fenomenológica y Humanista, que arrincona a dos escuelas predominantes en esos momentos. Por un lado el Conductismo, dirigido al estudio de las variables externas que analizan la conducta para observarla y medirla, suponiendo un paréntesis en el estudio del autoconcepto. Por otro el Psicoanálisis, dedicado al estudio de las motivaciones inconscientes de la persona.
Los teóricos del movimiento muestran su interés por la percepción que el individuo posee de la realidad y por las cogniciones, percepciones conscientes y sentimientos que mueven la conducta humana.
Los principios que mantiene la Psicología Fenomenológica y Humanista acerca del sí mismo fenomenológico (o la autopercepción consciente del individuo) han constituido los pilares sobre los que se asentaron numerosos estudios sobre el autoconcepto en los años ‘60 y ‘70. A propósito de estas investigaciones, no está de más mencionar la aportación de Wylei (1979), mencionado por Villasmil (2010, p. 18), para quien el autoconcepto “incluye las cogniciones y evaluaciones respecto a aspectos específicos del sí mismo, la concepción del sí mismo ideal y un sentido de valoración global, autoaceptación y autoestima”.
Conviene además referirse a las teorías de Combs y Rogers, por tratarse de figuras notables dentro de la psicología del autoconcepto y por haber contribuido en gran medida a que el constructo objeto de este estudio haya acaparado tanta atención desde el ámbito educativo.
Combs (1981), citado por Saura (1995), se centra en estudiar la conducta humana desde el punto de vista de la psicología perceptiva. Esta perspectiva sostiene que la autopercepción del individuo es fruto de cómo éste se ve a sí mismo, cómo ve las situaciones que le rodean y cómo percibe las relaciones que se producen entre ambas. Por tanto, Combs (1981), defiende que el autoconcepto está organizado en función de las formas de verse a sí mismo, filtrando todas sus percepciones y seleccionando información referida a sus creencias. Asimismo, sostiene que el autoconcepto se organiza por miles de ideas, como una Gestalt, y se forma como resultado de la experiencia que se lleva a cabo cuando interactúan el mundo físico y el social.
Rogers (1986, p. 425) en su libro Psicoterapia centrada en el cliente, desarrolla su teoría de la personalidad, considerando como elemento básico de ésta, la realización personal del individuo, definiendo el autoconcepto como “una configuración organizada de percepciones que son admisibles en la conciencia”. Con este término hace referencia a la manera en la que puede verse y sentirse la persona, integrando de un lado las imágenes reales y de otro las ideales. Al igual que Combs, sostiene que el autoconcepto es una “Gestalt” o una configuración conceptual de sí mismo.
Desde esta perspectiva se fundamenta la teoría de que un individuo optará a una mayor madurez emocional, siempre y cuando sea capaz de aceptarse a sí mismo, no necesitando los mecanismos de defensa para ello.
En síntesis, estos dos teóricos estudian el autoconcepto desde una perspectiva interna, considerando sus rasgos y su importancia para la conducta humana (González y Tourón, 1992).
Aunque desde el Interaccionismo y la Psicología Humanista se teoriza acerca del autoconcepto, ninguna de estas dos corrientes llega a realizar explícitamente modelos analíticos sobre el contenido y estructura de éste. Sí que lo hacen Rodríguez (1977) y L’Ecuyer (1985) en sus investigaciones. Sus estudios han sostenido las principales ideas sobre las que se sustenta la teoría del autoconcepto, destacando su carácter multidimensional y jerárquico, así como las relaciones que se establecen con los demás en el desarrollo del autoconcepto y la evolución de éste en el curso de la vida.
2.4. Aportaciones de la segunda mitad del siglo XX
Durante los años 50, cada vez más psicólogos muestran cierta distancia hacia las teorías conductistas debido a sus limitaciones (en su pretensión de teorizar sólo aspectos medibles de la conducta externa obviando la importancia del “self”), prestando más atención al desarrollo del conocimiento científico. Así, en los años ‘60 surge un nuevo movimiento conocido como Cognitivismo, que pone de manifiesto que la actividad humana está constituida en gran medida por los procesos cognitivos (procesamiento, elaboración, planificación y organización de la información).
De la misma manera, Bandura (1977) o Epstein (1973), sostienen que el conjunto de creencias, representaciones y valoraciones que el individuo tiene acerca de sí mismo cumple una función decisiva en el procesamiento de la información y en la regulación de la conducta humana.
Para Bandura (1977), el comportamiento humano supone, entre otras cosas, una toma de decisiones en la que interviene la interpretación del individuo sobre sí mismo así como los estímulos que percibe. En su teoría de la autoeficacia, analiza la labor de las autoconcepciones específicas para la motivación y la autorregulación que el individuo hace acerca de su conducta, contemplando tres procesos: la autoobservación del comportamiento, la autoevaluación y las autorreacciones.
Por su parte Epstein (1973), considera que el autoconcepto tiene un carácter multidimensional, jerárquico e internamente consciente, que se desarrolla mediante la interacción significativa con otras personas, y que tiene como propósitos la asimilación de datos de la experiencia, la protección de la autoestima y el equilibrio del balance placer-dolor a lo largo de la vida del individuo.
Pero es en los años ‘80 y ‘90 donde la psicología cognitiva o psicología del procesamiento de la información reformula los enfoques anteriores, considerando que la función del autoconcepto se sitúa en el núcleo central de la personalidad, e introduciendo planteamientos acerca de cómo la información de uno mismo se estructura y guarda en la memoria y cómo se lleva a cabo para dirigir la acción.
Se introduce además el concepto de “self esquema”, es decir, se concibe el yo como un esquema o estructura de conocimientos que permite organizar la información que todo individuo posee sobre sí mismo. Las personas se diferencian unas de otras debido a que estos esquemas no son iguales para todos. De esta manera, el individuo posee una perspectiva particular del mundo que lo empuja a conseguir una serie de objetivos.
2.5. Otras aportaciones
En los años ‘90, González y Tourón (1992) definen el autoconcepto como “una organización cognitivo-afectiva que influye en la conducta”. Añaden además que el autoconcepto incluye “las imágenes de lo que creemos ser y de lo que presentamos o queremos presentar a los demás”.
Por su parte, Saura (1994, p. 31), destaca la idea de autoconcepto como “un conjunto de percepciones organizado jerárquicamente, coherente y estable”, considerando al yo como una realidad construida sobre la interacción con otros individuos.
Ya en el siglo XXI, otros autores han definido este constructo de manera continuista. Entre estos cabe destacar la aportación de Goñi, Ruiz de Azúa y Rodríguez (2006). Para éstos, el autoconcepto es conformado por el grado de satisfacción con uno mismo y con la vida en general.
2.6. Instrumentos para evaluar el autoconcepto
Por último, cabe destacar algunos de los instrumentos utilizados para evaluar dicho constructo. En la actualidad, se pueden encontrar algunos con carácter unidimensional. Sin embargo Cardenal y Fierro (2003), señalan que aquellos que adquieren la multidimensionalidad de autoconcepto y autoestima, intentando medir los distintos dominios implicados, presentan una mayor finura de análisis. Partiendo de esta consideración, encontramos:
Tennesee Self Concept (TSCS). Este cuestionario mide 5 dimensiones (Yo Físico, Yo Moral-Ético, Yo Personal, Yo Familiar y Yo Social) y está estructurado en formato de respuesta tipo Lickert con cinco opciones. Fue uno de los más utilizados hasta los años noventa, dejando de utilizarse puesto que no ofrecía suficientes garantías psicométricas (Infante y Goñi, 2009).
Cuestionario Autoconcepto Forma 5 (AF5) (García y Musito, 2009). Dicho cuestionario consta de 30 ítems que evalúan cinco dimensiones del autoconcepto (académico/profesional, social, emocional, familiar y físico).
PH; Children’s Self-Concept Scale (Piers, 1984). Es uno de los más difundidos y utilizados. Esta escala consta de 80 ítems, en las que el sujeto contesta sobre el modo en que se ve a sí mismo, con un sí o no. Los ámbitos que incluye son: comportamiento, estatus intelectual y escolar, ansiedad, popularidad, aspecto corporal y cualidades físicas, felicidad y satisfacción. La amplitud de estos ámbitos hace que este cuestionario se aproxime a una escala global de autoinforme sobre personalidad (Cardenal y Fierro, 2003).
3. Conclusión
De lo aquí tratado puede resaltarse que la investigación psicológica del autoconcepto surge en el año 1890, cuando James desarrolla la primera teoría sobre la “conciencia del sí mismo” (véase The Principles of Psychology).A él se unen otros psicólogos posteriores que procuran explicar y comprobar empíricamente la incidencia de ciertos factores en el autoconcepto, entre los que puede destacarse a Cooley y Mead.
No es hasta la década de los sesenta cuando se someten a revisión todas las aportaciones elaboradas anteriormente y comienza a arraigar de manera generalizada una concepción jerárquica y multidimensional del autoconcepto. El cual, según esta nueva tesis, estaría conformado por varios dominios de diverso peso según el individuo, que a su vez se dividirían en subdominios o dimensiones más específicas.
Bibliografía
Bandura, A. (1977). Self-Efficacy: Toward a Unifying Theory of Behavioral Change. Psychological Review, 84(2), 191-215.
Burn, R.B. (1990). El autoconcepto. Teoría, medición, desarrollo y comportamiento. Bilbao: EGA.
Cardenal, V. y Fierro, A. (2003). Componentes y correlatos del autoconcepto en la escala de Piers-Harris. Estudios de Psicología, 24, 101-111.
Epstein, S. (1973). The Self-Concept Revisited. American Psychologist. 28, 403-416.
García, F. y Musitu, G. (2009). AF5: Autoconcepto Forma 5 [AF5: Self-concept form 5] (3ª edición). Madrid: Tea.
Goñi, A. y Fernández, A. (2009). El autoconcepto. En Goñi, A. (Ed.), El autoconcepto físico. Psicología y educación, 56. Madrid: Pirámide.
Goñi, A., Ruiz de Azúa, S. y Rodríguez, A. (2006). Cuestionario de autoconcepto físico (CAF) Manual. Madrid: EOS.
González, M.C. y Tourón, J. (1992). Autoconcepto y rendimiento escolar. Sus implicaciones en la motivación y en la autorregulación del aprendizaje. Navarra: EUNSA.
González, O. (2011). La presión sociocultural percibida sobre el autoconcepto físico: naturaleza, medida y variabilidad. (Tesis doctoral). Universidad del País Vasco. Recuperado de http://www.ehu.es/argitalpenak/images/stories/tesis/ciencias_sociales/gonzalez%20fernandez%20oscar.pdf
Infante, G. y Goñi, E. (2009). Actividad físico-deportiva y autoconcepto físico en la edad adulta. Revista de Psicodidáctica, 14(1), 49-62.
Kinch, J. W. (1963). A Formalized Theory of the Self-Concept. The American Journal of Sociology, 68, 481-486.
L’Ecuyer, R. (1985). El concepto de sí mismo. Madrid: Oikos Tau.
Mead, G. H. (1968). Espíritu, persona y sociedad. Desde el punto de vista del conductismo social. Paidós: Buenos Aires.
Piers, E. V. (1984). Revised manual for the Piers-Harris children’ self-concept scale. Los Angeles: Western Psychological Services.
Rodríguez, H. (1977). El yo y el otro en la conciencia del adolescente. Buenos Aires: Glem.
Rogers, C. (1986). Psicoterapia centrada en el cliente: Práctica, Implicaciones y Teoría. Buenos Aires: Paidós.
Saura, P. (1995). La educación del autoconcepto: Cuestiones y propuestas. Murcia: Servicio de publicaciones Universidad de Murcia.
Villasmil, J. (2010). El autoconcepto académico en estudiantes universitarios resilientes de alto rendimiento: un estudio de casos. (Tesis doctoral). Universidad de los Andes. Recuperado de http://www.human.ula.ve/doctoradoeneducacion/documentos/anzola.pdf
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