efdeportes.com

Deporte, religión y creencias religiosas

Sport, religion and religious beliefs

 

Licenciado en Historia y Ciencias Sociales. Licenciado en Estudios Socioculturales

Máster en Ciencias de la Educación. Máster en Desarrollo Cultural Comunitario

Máster en Deportes de Combate y Doctor en Ciencias Históricas

Profesor Titular del Centro de Estudios de Deporte y Cultura (CENDECUL)

de la Universidad de Las Tunas

José Guillermo Montero Quesada

guillermonteroq@gmail.com

(Cuba)

 

 

 

 

Resumen

          El artículo trata acerca de algunas de las manifestaciones religiosas relacionadas con el hecho histórico deportivo a nivel mundial, haciendo un recorrido desde la antigüedad hasta la contemporaneidad. Se analizan los nexos de este tipo de hecho con la cultura de los pueblos en diversas épocas, enfatizándose en criterios de diversos perfiles de ciencias: Historia, Antropología, Sociología y Etnología, además de las reflexiones que tienen su base en la producción científica del autor en el contexto cubano.

          Palabras clave: Historia. Deporte. Religión. Creencias religiosas. Cultura.

 

Abstract

          The article discusses some of the religious manifestations related to the historical fact sport worldwide, making a journey from ancient to contemporary times. History, Anthropology, Sociology and Ethnology, as well as the reflections that are based on the scientific production of the author: the nexus of such fact to the culture of the peoples at various times, various criteria emphasizing science profiles are analyzed in the Cuban context.

          Keywords: History. Sport. Religion. Religious beliefs. Culture.

 

Recepción: 09/02/2016 - Aceptación: 05/04/2016

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 21, Nº 215, Abril de 2016. http://www.efdeportes.com/

1 / 1

Introducción

José Guillermo Montero Quesada

    El estudio de la religiosidad popular en los escenarios deportivos se ha tratado de un modo segmentado en la historia universal y no es común en ciencias como la sociología y la antropología. La religiosidad popular no sólo incluye determinados ritos, mitos y actitudes de una población determinada, sino que reflejan la historia y el devenir de las mentalidades de personas vinculadas con la actividad deportiva. Los antecedentes mediatos del deporte indican la existencia de vínculos con la religión, en este sentido, Carl Diem apunta que todos los ejercicios físicos fueron cúlticos en sus orígenes y que durante mucho tiempo, han seguido manteniendo un carácter religioso (citado por Huizinga, 1998).

    Por lo anteriormente expresado, es importante recurrir a la historia de las creencias religiosas en el deporte o vinculadas al deporte para determinar los fundamentos socio religiosos que marcan su surgimiento. Se ha demostrado que el mismo surge como respuestas a diversas necesidades económicas, sociales, culturales y en otros órdenes de la vida, por lo tanto cumplen funciones específicas que responden a dichas necesidades.

    La religión, como todo un sistema de creencias, tiene amplia repercusión en lo cultural. La religión oficial posee una liturgia rígidamente estructurada y dogmas fijados, mientras que la popular la manifiestan en dependencia de como los individuos la entiendan y deseen practicarla.

Cancha de pelota en Chichén Itzá, México, escenario del ritual de la cultura Maya. Foto: RG y TG, 2016

    Los ritos son “reglas de conductas que prescriben cómo el hombre debe comportarse en las cosas sagradas”. Las fronteras entre los ritos sagrados y lo profano se han modificado sustancialmente. En la sociedad actual, el ritual religioso pierde su importancia mientras que los rituales de la vida cotidiana están muy presentes (Goffman, 1974); no obstante, lo sagrado se manifiesta en lo cotidiano. Al respecto, la religiosidad está caracterizada por prácticas simbólico-rituales que el ser humano establece en relación con lo sagrado. Lo sagrado puede estar vinculado con la economía, la política y la cultura, en los niveles individuales, grupales y macrosociales.

    El deporte tiene sus más antiguos antecedentes en la prehistoria, en las necesidades de los hombres de sobrevivir, de ahí que lo vincularan con rituales en el que la actividad física está orientada a la búsqueda de alimento y la defensa de sus enemigos.

    Respecto a las teoría sobre el origen del deporte, Según Carl Diem “todos los ejercicios fueron en un principio actos de culto”, de ahí que la competición no se desarrolla por ella misma, sino como la emulación que nace de un fervor sagrado. Para Diem, “los ejercicios físicos nacen cuando el hombre supera las acciones estrictamente necesarias para su lucha por la existencia y comienza a “jugar” (Diem, 1966)

    En la antigüedad, las competiciones deportivas griegas se desarrollaban en el marco de festivales religiosos, de manera que dos conceptos, deporte y religión, se mantuvieron vinculados más o menos estrechamente.

    En la Creta minoica los jóvenes protagonizaban los juegos del toro, mediante los cuales llevaban a cabo espectaculares manifestaciones corporales en torno ese animal. La naturaleza de este ejercicio era más acrobática que deportiva. Se realizaban saltos, ejercicios que implicaban movimientos "acrobáticos" y de agilidad. Estas manifestaciones físico-corporales, quizás lúdico-religiosas, formaron parte muy importante de la cultura cretense y se encontraban integradas totalmente en la vida de sus habitantes.De este modo, la actividad física se fundamentó en aspectos lúdicos, deportivos o religiosos que implicaban agilidad, velocidad, movimiento, acrobacia y no tanto fuerza y resistencia para adaptarse al medio, dominarlo o defenderlo.

    El carácter religioso de los festivales deportivos griegos, en efecto, pervivió a lo largo de la historia del mundo antiguo, desde la Creta minoica hasta la abolición de los Juegos Olímpicos a finales del siglo IV d. C, unos juegos que mantuvieron siempre, en mayor o menor grado, su función religiosa y cuyos momentos culminantes coincidían con actividades rituales.

    La descripción más antigua que se conserva de estas competiciones fúnebres se lee en la Ilíada de Homero, canto XXIII, en el que el poeta, en torno al año 700 a d. C, describe los juegos organizados por Aquiles en honor de su amigo Patroclo. Estos juegos datarían hacia el 1225 a. d. C., fecha de la caída de Troya, aunque la Ilíada se compuso sobre el año 700 a. d. C.

    Los antiguos Juegos Olímpicos, datan del año 776 a. d. C, en la ciudad de Olímpica de Grecia. Recibieron ese nombre por celebrarse dentro del complejo religioso de Olimpia, en el Peloponeso. La vinculación de los Juegos Olímpicos con la religión politeísta griega fue muy fuerte. Se convocaban cada cuatro años y se celebraban en el mes de agosto.

    Desde sus inicios los juegos olímpicos fueron un despliegue de energía y fuerza para honrar a quien ha perdido su fuerza y su energía. Más tarde estas honras fúnebres se convierten en fiestas religiosas, culturales y deportivas celebradas en la antigua Grecia en honor de Zeus. El programa olímpico en el 472 a. d. C en Olimpia, estaba inscrito en una piedra o en la entrada del santuario, la cual tiene inscrito: 1día, actos de inauguración de carácter religioso, realizando ofrendas a Zeus (se realizaban procesiones, ritos y diversos sacrificios de animales en honor a Zeus, el juramento olímpico ante la imponente estatua de Zeus Hórkios ("protector de los juramentos"); 2do día: consagración a los dioses y ofrenda ante la tumba de Pélops, héroe mítico, primer vencedor olímpico.

    En los Juegos Olímpicos había diferentes competiciones denominadas Agones: los Juegos Agónicos o Agonales se centraban en la fuerza, la lucha y la alta competencia, que tenían el propósito de lograr la perfección religiosa y ética en el espacio de competencia, en el pugilato, en las carreras de caballos o a pie, entre otras pruebas, para alcanzar el favor divino de los dioses, para defender su abolengo y elevar el poder ante sus súbditos.

    En el 5 to día, ocurría el acto religioso de los atletas, consistente en una gran procesión que acababa en el templo a Zeus donde se desarrollaba la ceremonia central de los juegos, en ese sitio, se proclamaba solemnemente a los vencedores, que recibían una corona de olivo, guirnaldas de flores y cintas de colores con las que los atletas adornaban brazos y tobillos. Los vencedores se dirigían a los distintos altares y allí unían sus manos para danzar al son de flautas y tamboriles, luego se celebraba el último banquete, consistente en el sacrificio de cien bueyes ofrecido al Dios de los dioses. Aquellos que conseguía vencer en todas las pruebas del pentatlón, tenía derecho a que se le erigiera una estatua en el templo de Zeus. Los vencedores en los juegos eran llamados Olímpionikes, se convertían en semidioses, adorados aún después de muertos.

    Además de los Juegos Olímpicos, se desarrollaban juegos deportivos en otras regiones de Grecia, relacionados con algún héroe local y puestas bajo la tutela del dios protector de aquél. De estas se destacaban cuatro, consideradas panhelénicas, puesto que congregaban a representantes de todo el mundo griego: los Juegos Píticos (en honor a Apolo en Delfos); los Ístmicos (dedicados a Poseidón en Corinto) y los Meneos (en homenaje a Hércules en Argólida).

    Los Juegos Hereos, en honor de la diosa Hera, según los primeros testimonios que se conocen en el mundo griego, se remontan a la Creta minoica (3000-1450 a. d. C). Tiene su antecedente en una fiesta matriarcal prehelénica en honor de la Diosa Madre de la Tierra, identificada más tarde con Hera, que incluía una carrera en un campo labrado como símbolo de fertilidad. Las mujeres competían en una carrera que tenían lugar cada cuatro años en Olimpia y que estaban destinados en exclusivo a mujeres. La campeona recibía una corona de olivo y un trozo de la carne de la vaca sacrificada en honor a Hera. Las mujeres seleccionadas a los juegos tejían una túnica para la diosa y los árbitros se purificaban tomando sangre de cerdo.

    En el pueblo etrusco, región italiana de Toscana, que llegó a abarcar, entre los siglos VIII y III a. d. C., gran parte de Italia, se desarrollaban los juegos gimnásticos ligados también a los ritos en honor de los difuntos. El ritual funerario etrusco puede encontrarse prácticas como la exposición del cadáver, procesiones y banquetes que culminaban con la celebración de unos juegos fúnebres. En las antiguas civilizaciones, India y China surge el Cong-Fu, hacia el año 270 a. d. C., con un fin religioso, curar el cuerpo de enfermedades y debilidades que le impidieran ser un servidor del alma.

    A mediados del siglo III d. C comienza la decadencia progresiva de los juegos panhelénicos, como resultado de la actuación del imperio Romano. En este período, la relación que siempre unió deporte y culto comienza a ser criticada por los primeros cristianos hacia el deporte griego, se exacerba la idea de que esos juegos eran ceremonias paganas y por lo tanto debían eliminarse. En el año 394 (d. C.) El obispo Ambrosio de Milán le impone una penitencia al emperador Teodosio el Grande, convertido al cristianismo, consistente en acabar con todas las ceremonias paganas, es así que promulga un edicto para que los Juegos desaparezcan definitivamente, ya que, eran cultos a los dioses y un desmesurado culto al cuerpo practicado por griegos y romanos. De este modo, el sentido original del deporte fue perdiéndose, competir por la gloria y el carácter "deportivo" desaparece y empiezan a comercializarse, cargándose de agresividad y brutalidad, nada que ver con el espíritu religioso de los comienzos.

    La costumbre de celebrar juegos deportivos relacionados con hechos fúnebres ha sido práctica común que cuenta con numerosos paralelos en otras culturas. En algunas civilizaciones antiguas, como las culturas precolombinas de los imperios Maya (siglo III - XI d. C.), Inca (aparecen a finales del siglo XII) y Azteca (siglos XIV y XVI) el tiempo que no se dedicaba a procurar la alimentación y principalmente a las guerras de expansión territorial, se empleaba en la práctica de juegos, que en estos casos tenían una finalidad mágico-religiosa. Los mayas practicaban el nombrado juego de pelota el cual a su vez era un ritual.

    Según el gran erudito suizo Karl Meuli, las competiciones deportivas fueron inicialmente parte de un combate ritual, un juicio de dios, destinado a descubrir y castigar a la persona responsable de la muerte del hombre que era enterrado; el culpable sería, por supuesto, el perdedor del combate, quien expiaba con su propia derrota y consiguiente muerte, la muerte supuestamente causada por él, de manera que el muerto era vengado y los vivos quedaban protegidos de su ira. Tales manifestaciones, en principio ocasionales, piensa Meuli que se habrían institucionalizado y organizado como competición deportiva periódica. (García Romero, 2001).

    En la Edad Media, con la caída del Imperio Romano se produce un florecimiento dominante del poder de la Iglesia, que dio lugar a un rechazo del ocio al oponerse a los preceptos religiosos imperantes que lo consideraban dañino y proclive a la vida pecaminosa. De este modo, sobreviene una adición progresiva de elementos laicos (influencia política, peso económico, creciente carga espectacular) que fue gravando paulatinamente el desarrollo de los grandes festivales, que fueron perdiendo poco a poco contenido religioso.

    En el siglo XI se practicaban juegos en los tiempos de paz –Pax Dei- que los Monarcas, Príncipes y Señores feudales concebían como periodos de preparación amistosa para la guerra. Así es como fueron surgiendo los torneos, las justas, los concursos de tiro con arco, los partidos de pelota, las cacerías, etc. El auge de los torneos ocurridos sobre el año 1000 en toda Europa y régimen de vida del atleta, lleno de ejercicios y privaciones propias de la carrera deportiva, comienza a sufrir una transición ideológica que relega el olimpismo al olvido. Los Reyes, los lugartenientes de Dios en la tierra, no solían organizar estos festivales, que la Iglesia comenzó a considerarlos “una trampa del diablo, que alejaban a los caballeros de los asuntos militares importantes como las Cruzadas. (Ruiz Durán, 1988)

    El Concilio de Clermont en 1139 se dicta que a los muertos en los torneos no se les diese sepultura, cuatro décadas después, en el III Concilio de Letrán, la Iglesia se pronuncia contra los torneos de 1179, clasificándolos moralmente entre las “res illicitae” -cosas ilícitas-. Finalmente, el Papa Alejandro III, que había ratificado dicho, terminó comprendiendo que no se podía impedir estas actividades lúdicas porque contribuían a hacer menos fatigosa la vida.

    Avanzada la Edad Media el hombre estaba obligado a cultivar su alma despreciando su cuerpo; así, quien dedicaba demasiado tiempo a su cuerpo estaba poniendo en peligro la salvación de su alma, al robarle tiempo a la oración. Con la aparición de los burgos medievales, los burgueses pudieron formar parte de los torneos, aunque seguían bajo el amparo de los monasterios. Los juegos se organizaban, por regla general, con motivo de alguna fiesta patronal. Ignacio de Loyola (1491 – 1556) creador y general de la militarizada Compañía de Jesús, señaló, en su obra Monumenta Ignatiana, la importancia del cuidado del cuerpo y de cómo participar en las actividades físicas y en el juego. (Pastor, 2008).

    En Evreux se jugaba a los bolos en las naves de la catedral. En el País Vasco los juegos de pelota se realizaban en los arkupes, espacios porticados cubiertos en los rincones exteriores que dejaba el crucero de las iglesias. La Pelota nace en el equivalente medieval del ágora griega: el atrio o pórtico de las iglesias, lugar de celebración de las reuniones comunitarias y de la toma de decisiones. Según Fossier (citado por González, 2006), ese espacio se denominaba, y todavía se denomina en algunos pueblos como Lizartza, Zimitorio, por ser lugar de enterramiento. Famoso era el de Santiago en Bilbao, de donde se extendió el juego a la calle de la Pelota. Sobre la tumba de los antepasados, se reunía el concejo para la toma de decisiones políticas, en ese mismo lugar se escenificaba un partido de pelota.

    Desde mediados del siglo XVI hasta los inicios del XVII, la burguesía londinense construye las Public Schools como Salisbury o Rugby; y el hurling at goales, junto con otros juegos, iniciándose así los deportes modernos. En esta época, denominada Moderna, el deporte es un espectáculo completamente profano, aunque la Iglesia también mantuvo su papel en el desarrollo lúdico de las fiestas populares, tanto en las carreras populares en las que el Papa Pablo II donaba los premios -uno de ellos reservado a los judíos- así como, en las carreras entre las diferentes corporaciones y ciudades. Las autoridades romanas llegaron a utilizar la fuerza de las armas pontificias para asegurarse que todos los habitantes de Roma y de otras localidades se decidieran a jugar. En el siglo XVII en Inglaterra con la aparición del puritanismo, la Iglesia Anglicana quiso abolir el deporte, pero solo quedó en el intento.

    En Estados Unidos, a finales del siglo XIX, estaba prohibida la práctica deportiva los domingos debido a prohibiciones religiosas. Algunos jugadores con creencias cristianas les resultaba engorroso jugar los sábados, para los adventistas ese día, según las escrituras sagradas, es de reposo para dedicarlo a Dios, de ahí que profesar este tipo de religión y llevar una carrera deportiva resultase algo difícil.

    Con el advenimiento de la modernidad y los ulteriores cambios en la economía y la cultura en sentido general, se modifican los principios fundamentales de la vida orientados hacia una concepción materialista de la vida que se refleja en la esfera del deporte; esta situación, reduce considerablemente la capacidad de reacción de la labor de la Iglesia y a sus exhortaciones. No obstante, numerosas manifestaciones de la religiosidad popular vinculadas al hecho deportivo evidencian el alcance de las ideas míticas como parte del mosaico cultural de los pueblos de la contemporaneidad.

    Uno de los hechos que ilustra lo antes dicho es la anécdota del presidente venezolano Hugo Chávez Frías, relacionada con su sueño de ser pelotero. Néstor Isaías, conocido como el “Látigo Chávez”, era su ídolo, pelotero extraordinario venezolano en la década del 60. El 16 de marzo de 1969 muere el Látigo Chávez en un accidente aéreo. Hugo creó un padre nuestro que decía todas las noches, el final de la oración decía: “Látigo Chávez”, donde estas, te lo juro que yo voy a ser como tú”. Aquello se convirtió para él en una promesa y el motor que lo impulsa a una motivación de su vida, quería ser pelotero; aunque las circunstancias lo llevan a estudiar la carrera militar, al culminarla se dirige al cementerio central del Sur donde se encontraba la tumba del “Látigo Chávez” para pedirle perdón frente a su cripta, sintiendo así que se liberaba de aquella deuda.

    En la actualidad, algunas manifestaciones primitivas de creencias religiosas tribales de origen africano se conservan en los escenarios de la cultura física y deportiva, recurrir a la fé se ha convertido en una de las formas compensatorias de la fuerza en la mente y en los músculos. Las manifestaciones mítico religiosas condicionan los intereses, anhelos y luchas de los atletas y otras personas vinculadas al hecho deportivo en su globalidad, de los que forman parte también el público espectador.

    Son comunes los vínculos rituales religiosos y deportivos, ambos secularizan la actividad ritual en relación con algunos comportamientos de atletas. Aunque es cierto que el ritual religioso no se funde al ritual deportivo, no dejan de ser ambos secuencias de un mismo hecho que por su extensión sociocultural lo abarca. Según Thomas Luckmann, lo sagrado, ha emigrado, como resultado de la secularización, a dominios ahora laicos, ensamblándose con unas nuevas expresiones profanas. De tal modo que podría hablarse, siguiendo a Luckmann (1973), de una religión invisible, de formas privadas de religiosidad que va a pervivir en el seno de una sociedad ya secularizada (Luckmann, 1973). Son frecuentes las manifestaciones de las diversas comunidades deportiva de muchos países vinculados a la santería y el Candomblé, como organizaciones o comunidades religiosas, que entremezclan sus tradicionales funciones con las del hecho deportivo, ampliando así su extensión social y cultural.

    En muchos escenarios deportivos, algunos deportistas evidencian rasgos de una acentuada conducta religiosa, tambien en el nivel privado y público, que se expresa mediante rituales, en portar elementos de la religiosidad popular, como atuendos y atributos sacralizados, formas de comunicarse que signan la inclinación a una determinada religión o creencia.

    En Cuba, algunos cristianos como los adventistas del séptimo día desarrollan un programa mediante e cual ayudan a jóvenes de esta religión para que disfruten del deporte sin perjudicar su testimonio cristiano, algunos adventistas cubanos han considerado que el béisbol es una excelente herramienta misionera. Los juegos se llevan a cabo en un marco de respeto, y los jugadores oran antes de comenzar. Las peleas y malas palabras que suelen estar presentes en otras ligas están ausentes en las prácticas y competencias adventistas.

    En una ocasión Benedicto XVI señaló: “el deporte, practicado con pasión y ética, se convierte en una escuela de valores humanos y cristianos. Si se practica así, además de ejercitar un espíritu de competencia sana, se convierte en una escuela para aprender y profundizar valores humanos y cristianos”. Desde hace mucho tiempo el Vaticano promueve el deporte como una actividad favorecedora para el cuerpo, la mente y el alma. El club de cricket (2013) es una de las iniciativas más reciente del Ministerio de Cultura del Vaticano para mantener un diálogo con el mundo contemporáneo, aunque se prefiere el fútbol.

    La religiosidad popular en el fútbol ha alcanzado en los últimos tiempos de la sociedad contemporánea una notable significación, aspecto que amplía la cosmovisión de este deporte, principalmente desde la perspectiva cultural. La interrelación religión-deportes, cualifica aún más la organización de la vida cotidiana. Estas expresiones de connotación religiosa en el fútbol, funcionan como un mecanismo para afrontar las descompensaciones físicas y espirituales producidas en el marco de la dinámica deportiva.

    Algunos participantes en los espectáculos deportivos descodifican las grandes actuaciones de futbolistas en milagros que testimonian la obra y gracia de Dios u otro ser extraterrenal, de este modo han sacralizado a los “superhéroes” deportivos, también le atribuyen significados desmedidos a objetos, como las camisetas con nombres de figuras representativas del fútbol. Estas manifestaciones forman parte del espíritu futbolístico. De este modo, las manifestaciones deportivas y las sagradas comparten la cualidad, según Barbero, que sigue a Durkheim, de generar una energía que son incapaces de absorber. De ahí, que “el deporte se ha transformado en el sustituto laico de la religión” (Barbero, 1994).

    En este sentido, los medios de comunicación han socializado el impacto de la percepción del “ritual atlético” y una amplia gama de comportamientos religiosos o cuasi-religiosa de ciertos valores cívicos y tradiciones que se encuentran recurrentemente en el hecho deportivo. Dichos atributos le confieren “poder” a los futbolistas y refuerzan la identidad y el orden en la colectividad socialmente heterogénea.

    En el Tiro con Arco, los atletas se han inspirado en símbolos universales que, con nuevos significados, les transmiten fuerza y amor por el deporte. Uno de los signos del Zodíaco, denominado Sagitario, representado por un arquero, mitad hombre mitad caballo, les transmite mensajes positivos para sus propósitos. De igual modo, la inspiración que les provoca la figura de Orión, constelación que simboliza el gigante cazador de la mitología griega, con su arco en alto. A las féminas les honra representar a Artemisa, Diosa de los cazadores, símbolo de la mujer que domina el arco y la flecha. Así se sienten envueltos en la savia vivificadora que, como flechazo de Cupido, sienten el amor y la pasión deportiva. Algunos, vinculados a la tradición Yoruba, se vinculan al oricha mayor Ochosi, hijo de Yemayá y guerrero poderoso, es el dios de la caza y de la cárcel, sus atributos son el arco, la flecha de hierro forjado y la cacería en “los montes de la vida”, se sincretiza con San Sebastián, mártir cristiano al ser ejecutado a flechazos por el emperador romano Diocleciano.

    En este proceso de refundición deportivo-religioso, la religión se camufla para filtrarse en la vida cotidiana, se revela en multitudinarias situaciones y contextos, manifestaciones y conversaciones y en distintos sectores sociales. Existen ritos ascéticos o negativos, algunos de ellos no circunscritas a ninguna religión propiamente dicho, que se observan en algunos miembros de equipos deportivos, incluso en los espectadores, con el objetivo de ayudar al equipo contrario después de un momento de mala suerte, también ocurren los ritos positivos de celebración consistente en agradecimientos, ofrendas por el éxito alcanzado. Muchos objetos deportivos y representaciones gráficas se conservan como reliquias de un pasado glorioso en altares religiosos (zapatos, prendas de vestir, fotografías, etc.) que se conservan como elementos de lo sagrado.

    En la Curia Romana de la Ciudad del Vaticano existen dos departamentos que trabajan en los vínculos de la Iglesia católica con el mundo del deporte. Uno es el Departamento de Cultura y Deporte, perteneciente al Consejo Pontificio de la Cultura, cuyos objetivos son: promover el encuentro entre el mensaje del Evangelio y el mundo del deporte, para que éste se abra cada vez más a la fe cristiana, creadora de cultura; favorecer el uso del deporte como recurso educativo e instrumento de desarrollo cultural de los pueblos; establecer las relaciones con los organismos internacionales del deporte y con las asociaciones católicas deportivas, junto con los demás organismos de la Santa Sede que trabajan en este campo; facilitar el diálogo Iglesia-deporte en sus diversos niveles: Universidades, Centros y Organizaciones, deportivas, y promover encuentros significativos con estos ambientes.

    También existe la Sección Iglesia y Deporte, perteneciente al Consejo Pontificio para los Laicos. Su área de trabajo comprende: ser en la Iglesia punto de referencia para las organizaciones deportivas nacionales e internacionales; sensibilizar a las Iglesias locales de la importancia del trabajo pastoral en los ambientes deportivos, recordándoles al mismo tiempo la necesidad de fomentar la colaboración entre las asociaciones de deportistas católicos; favorecer una cultura del deporte como medio de crecimiento integral de la persona al servicio de la paz y de la hermandad entre los pueblos; promover el estudio de temáticas específicas relativas al deporte, sobre todo desde el punto de vista ético; organizar y apoyar iniciativas que susciten testimonios de vida cristiana entre los deportistas.

Conclusiones

    La cultura deportiva tiene sus orígenes en los primeros vínculos de los participantes, relaciones de grupos y estructuras de poder que dieron lugar a las primeras actividades lúdicras de carácter religioso. Durante mucho tiempo, el hecho deportivo se articula con la religión, condicionando la comprensión y el respeto a las pertenencias religiosas de los diversas grupos sociales que comparten los mismos espacios y actividades deportivas, ayuda además, a mitigar las diferencias intracomunitarias y al afianzamiento de los vínculos societales.

    La religiosidad del pasado legendario de los pueblos es transmitida de modo intergeneracional, es así que numerosos atributos identitarios del ritual deportivo y religioso, como los valores sacralizados en forma de mitos, los diversos signos y significados de la actividad deportiva, se configuran y trascienden en el tiempo, convirtiéndose en pertenencias compartidas de los deportistas, familias deportivas y otros entes personales que forman parte del hecho deportivo, alcanzando cada día más aceptación en la conciencia, creencias compartidas e imaginario social.

Bibliografía

Otros artículos sobre Educación Física

www.efdeportes.com/

EFDeportes.com, Revista Digital · Año 21 · N° 215 | Buenos Aires, Abril de 2016
Lecturas: Educación Física y Deportes - ISSN 1514-3465 - © 1997-2016 Derechos reservados