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Correr, saltar y lanzar. La deportivización del atletismo

en el Reino Unido durante el siglo XIX. Segunda parte

Running, jumping and throwing. The sportization of athletics in the UK during the nineteenth century. Part two

 

Doctor en Historia Moderna y Contemporánea

Instituto Mora

(México)

Miguel Esparza

mcoyter2000@yahoo.com.mx

 

 

 

 

Resumen

          El objetivo de este trabajo es el de explicar en qué consiste la deportivización tomando como ejemplo el caso del atletismo. Se analizan las dinámicas sociales y las de competencia que dieron lugar al moderno atletismo.

          Palabras clave: Deportivización. Atletismo. Dinámica social. Dinámica de competencia.

 

Abstract

          The objective of this work is explain what the sportization taking the example of athletics. The social dynamics and the competition ones that led to the modern athletics are analyzed.

          Keywords: Sportization. Athletics. Social dynamics. Competition dynamics.

 

Recepción: 24/02/2015 - Aceptación: 07/04/2015

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires - Año 20 - Nº 204 - Mayo de 2015. http://www.efdeportes.com/

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Correr, saltar y lanzar. La deportivización del atletismo en el Reino Unido durante el siglo XIX. Primera parte


La deportivización: su dinámica de socialización

    Los deportes en las universidades se modificaron en dos vertientes principalmente: la dinámica de socialización y la dinámica de competencias. En lo que respecta la dinámica de socialización, ésta consiste en cómo los deportes fueron utilizados y concebidos en diversos espacios y capas sociales. Uno de esos lugares es propiamente el espacio escolar, donde los deportes comenzaron a ser utilizados como herramientas educativas.

    El caso más ilustrativo fue el del pastor Thomas Arnold, quien al darse cuenta del gran impacto que tenía el rugby entre sus alumnos, hizo uso de este deporte e inició un movimiento educacional que se ha denominado como “Cristianismo Muscular” (Hughes, 1863, pp. 119-193). Este movimiento fue instituido para transmitir los valores morales en boga a los hijos de la elite que estudiaban en la Universidad de Rugby, intentando con ello, controlar su comportamiento para en la medida de lo posible forjar el carácter y evitar desviaciones en su conducta. En ese sentido, los deportes fueron interpretados como parte de un programa general de recreación racional, educación y moralidad cristiana (Mazer, 1994, pp. 162-188; Watson, Weir, Friend, 2005, pp. 1-18).

    Pero el desarrollo de una masculinidad moralmente adecuada no era la única razón por la cual la sociedad británica practicaba los deportes, sino que también surgió una razón de orden higienista. El rápido crecimiento urbano de las ciudades en la Gran Bretaña produjo una gran ola de preocupación por la salud de aquellos quienes trabajaban y vivían en los entornos industriales. La contaminación ambiental producida por las factorías, los incrementos en los índices de criminalidad y pobreza, la suciedad de las calles, las enfermedades como el cólera, el hacinamiento en los suburbios y el sedentarismo del trabajo en las fábricas, fueron vistos como serios problemas que ponían en riesgo la salud física y mental de los individuos (Holt, 1989, pp. 87-89).

    El cronista Sir John Sinclair señalaba que los seres humanos “cuando vivían en estados artificiales eran más aptos para enfermarse”, además apuntaba que en las grandes ciudades, los ricos se negaban a hacer ejercicio de manera regular, estaban impropiamente vestidos por el capricho de la moda y por la fuerza de la costumbre, dormían tarde y comían a horas irregulares. Por otra parte este mismo autor manifestaba que los pobres vivían hacinados en pequeñas casas, ingiriendo comida insalubre y trabajando en ocupaciones malsanas y peligrosas (Sinclair, 1818, p. 3-4).

    Como un remedio a esta problemática, varias medidas higiénicas fueron implementadas, por ejemplo, la campaña en contra del cólera encabezada por el ministro Edwin Chadwick y la implementación del baño regular, (Corbin, 1994, pp. 57-148) y por último, se recomendaba la actividad física-deportiva al aire libre, pues “nadie puede negar que un estado completamente saludable del cuerpo” se derivaba de las prácticas atléticas (Holt, 1989, p. 88, 89). Para la sociedad moderna, la salud se convirtió en un bien escaso porque estaba amenazado por las enfermedades que la propia civilización había construido y los deportes ofrecían la oportunidad de recuperarla y conservarla, pues primordialmente, la mayoría de los deportes implican movimiento y el movimiento es el mecanismo (el medio), que permite mantener en forma saludable al cuerpo (Griesbeck, 1995, pp. 91-101).

    La preocupación por la conservación de la salud, fue el factor que dio lugar al boom de la formación de clubes deportivos a lo largo del Reino Unido. Los clubes representan la institución moderna creada para administrar la recreación y el ejercicio físico y que en un principio, fueron cotos masculinos donde se podían realizar las demostraciones de fuerza física conformados por miembros de la clase alta, que negaban el acceso de las mujeres y de individuos pertenecientes a otros estratos sociales. Los deportes en su versión moderna se organizaron “siguiendo los principios del asociacionismo burgués”, pues en los clubes “se reúnen hombres formalmente iguales, sujetos deportivos que tienen los mismo derechos y deberes y que concurren por sus actividades comunes a la vida democrática de su asociación voluntaria” (Brohm, 1982, p. 127, 128).

    La burguesía a fin de reforzar sus lazos y distinguirse socialmente, fundó clubes deportivos. Los clubes, representan la base organizativa moderna de los deportes porque contaban, entre otras cosas, con estatutos y actas fundacionales, celebraban elecciones democráticas regulares, tenían instalaciones propias tanto deportivas como funcionales (canchas, piscinas, gimnasio, comedor, salón de baile, sala de lectura, regaderas) y recaudaban los fondos necesarios para la subsistencia del club mediante el pago de cuotas.

    Los clubes deportivos del siglo XIX, eran espacios de entretenimiento donde por medio de la práctica deportiva se reforzaban las relaciones sociales y se procuraba el cuidado de la salud. Es en estos clubes deportivos donde comienza a construirse la ideología del deportista amateur. El amateurismo, se estableció como una especie de código normativo, “una creación de la clase media de mediados del siglo XIX, que enfatizó la primacía moral del juego limpio sobre la persecución de la victoria, la preferencia de la versatilidad a la especialización…” (Pope, 1997, p. 39-40).

    El verdadero deportista amateur, nunca buscaría imponerse a un oponente tomando algún tipo de ventaja que estuviera fuera de las reglas, el amateurismo implicaba llevar a cabo la práctica deportiva con un espíritu de caballero, el deportista amateur era en sí un caballero, ya sea por posición o por educación, por tanto, los deportes debían ser practicados de forma justa y equitativa (lo moralmente correcto), de no ser así, se corría el riesgo de que fuera más importante la búsqueda del triunfo a toda costa, incluso con trampa y si esto se volviera la norma, la práctica deportiva ya no sería un encuentro amistoso entre iguales, sino un fiera lucha entre enemigos mercenarios (Holt, 1989, pp. 99-104).

    El establecimiento de la ideología amateur se debe entender como parte del proceso civilizatorio que sufren los pasatiempos (deportivización) y que surge como una respuesta para contrarrestar ciertas acciones deshonestas que eran muy comunes en estas actividades, sobre todo, cuando éstas todavía formaban parte de los tradicionales festivales agrarios de los pueblos y villas. El amateurismo, “condujo a una casi puritana concepción del deporte que fue más allá de los juegos para abarcar a toda forma de vida; esto se volvió la visión dominante a fines del siglo XIX…” (Pope, 1997, p. 39-40).

    El amateurismo no sólo debía caracterizar las actividades de los caballeros sobre el campo deportivo, sino también, debía permear todos los aspectos de la vida. El código amateur era capaz de rebasar el campo deportivo e introducirse a otras esferas de la vida, permitiéndoles a los individuos conducirse bajo la misma línea en que se practican los deportes. Los amateurs, en ese sentido, se distinguían como modelos a seguir para la sociedad, ya que “no bebían en exceso, no apostaban, no fumaban, no usaban lenguaje soez y no se asociaban con mujeres tontas” (Keating, 1964, pp. 25-35). Como ya se ha señalado, la filosofía del deportista amateur se convirtió en el vehículo moral-educacional y en el modelo de vida que regulaba tanto la actividad deportiva así como un amplio rango de actividades externas y distintas al mundo deportivo y que se ponía en operación bajo el concepto del fair play o juego limpio y que fue establecido como un criterio de distinción de clase y posición social (Holt, 1989, p. 98).

    Bajo los criterios del amateurismo y del fair play, los deportes fueron utilizados para reforzar la división social existente entre la elite y las clases bajas, buscando mantener la hegemonía de los primeros. La rápida difusión con que los deportes fueron ganando terreno entre las clases populares, conllevaron al establecimiento de varias regulaciones que excluían “definitivamente de las competencias amateur a los hombres de mar y a todo aquel que fuera mecánico, artesano u obrero o enganchado a alguna actividad relacionada” (Mandell, 1984, p. 153).

    Es decir, el amateurismo fue una política de exclusión para evitar una mezcla social y para evitar que los profesionales corrompieran los círculos atléticos de la elite (McNab, 1980, p. 21). En 1866, el exclusivo y prestigioso Amateur Athletic Club, con sede en Londres, definía al atleta amateur como aquella persona “que nunca ha participado en una competición pública, recibiendo una contraprestación por ello o pagando inscripción, y que en ningún momento se ha dedicado a la enseñanza de una especialidad atlética o la ha practicado como medio de vida.” Un año después se añadió un anexo que manifestaba que tampoco sería considerado amateur quien fuese “mecánico, artesano o jornalero de profesión”, ya que se consideraba que estas actividades influían a favor del desempeño deportivo, pero la verdadera preocupación era la compartir el mismo espacio con miembros de las clases bajas, pues causaba terror la idea de verse derrotado por un individuo socialmente inferior (Mason, 1994, p. 93).

    Sin embargo, pese al exclusivismo y las restricciones impuestas por los clubes amateurs de la elite, las clases bajas por su cuenta comenzaron a desarrollar una práctica deportiva paralela al de las clases altas en sus espacios sociales más recurrentes. Fue en los llamados Pubs (tabernas), donde mineros, artesanos y obreros tuvieron la oportunidad de organizar y fomentar las prácticas deportivas y conformar sus propios equipos deportivos. La importancia de estos lugares fue la de fungir como puntos de reunión, convivencia, encuentro y socialización, pues previo al crecimiento de las ciudades las personas de toda una comunidad se conocían, pero conforme las ciudades fueron extendiéndose, resultó más difícil que las personas pudieran entretejer redes de amistad y crear un sentimiento de identidad, porque la población urbana se encontraba dispersa en amplios suburbios.

    En esto radica la importancia de los deportes para las clases bajas, ya que lograron construir para éstos, nuevos espacios de socialización y una nueva identidad con los compañeros del trabajo o taberna. Para los nuevos habitantes de las ciudades fue necesaria una “nueva expresión cultural de su urbanismo que fuera más allá de los lazos inmediatos” y fueron los deportes esa nueva expresión que hizo posible la creación de una nueva identidad, nuevos espacios sociales y nuevos cotos de masculinidad. Los deportes ofrecieron la oportunidad de ser parte de un equipo formado de amigos, de compartir un sentido de lealtad y de representar su lugar de trabajo, su suburbio o taberna conformando un sentido de pertenencia a un lugar y a una comunidad (gremio de los mineros o los obreros de la fábrica de calzado), los deportes, permitieron a los trabajadores tener algo en común con miles de sus iguales, lo cual les permitió tener conciencia de su condición social y construir un espacio para reafirmar su masculinidad (Holt, 1989, pp. 154-167).

    Los deportes rápidamente se convirtieron en una de las actividades favoritas de los estratos bajos de la sociedad británica a lo largo de todo el siglo XIX, al grado de que pronto inició su comercialización a gran escala, dando lugar al profesionalismo. La estandarización de los deportes bajo una efectiva regulación condujo a estas actividades a transformarse como pasatiempos organizados primeramente y comercializados en un segundo momento, donde se revela todo un sistema, controlado y estructurado de las expresiones deportivas que permitió la creación de ligas y campeonatos regulares a nivel local, nacional e internacional como los concursos de box en los Pubs locales, los combates de campeonato nacional y las peleas disputadas por el título mundial de este deporte.

    Los deportes, ya sea en su versión amateur o profesional, han sido el rasgo más distintivo del Reino Unido, pues se les ha considerado como los elementos que de mejor manera representan lo que es ser británico (su esencia más pura), pues han gozado de una posición central dentro de la vida cultural. Las crónicas de los viajeros señalan con sorpresa la gran cantidad de tiempo que los británicos le dedicaban devotamente a estas prácticas, “A pesar de su reputación como soberbios capitalistas, incluida la elite comerciante parecía estar más interesada en jugar que en trabajar” (Holt, 1989, p. 74).

    Varios viajeros como el Barón Pierre de Coubertin consideraron a los deportes británicos como las actividades más civilizadas y democráticas y con el potencial suficiente para establecer reformas educativas y sociales capaces de alterar el carácter nacional en cualquier país (Mandell, 1984, p. 154). Elias y Dunning (1995) señalan que otros países alrededor del mundo iniciaron sus propios procesos de deportivización importando y adoptando como suyos a los deportes británicos, sustituyendo los entretenimientos locales y asimismo llevando a cabo reformas sociales a través de ellos.

    Los hechos descritos hasta este punto revelan que las formas de cultura corporal que conocemos como deportes, surgen a partir de la deportivización, un proceso que contribuyó con la transformación corporal e ideológica de los individuos, porque configuró a los deportes con los valores que establecieron una nueva cultura corporal que la elite británica consideraba moralmente adecuada para los tiempos modernos (el ser y el deber ser) para con ello legitimar y mantener la estructura y el orden vigente. Los deportes como repositorio de valores y como foros de expresión donde se reproduce la cultura corporal dominante, deben ser entendidos como uno más de los discursos hegemónicos que intentaban controlar el tiempo libre en la sociedad británica, bajo una forma estandarizada de ejercicio físico que finalmente produjo una revolución del ocio.

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