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Historia del alpinismo

 

*Doctor Europeo en CC. de la Actividad Física y del Deporte

Licenciado como número 1 de la promoción en CC. de la Actividad Física

y del Deporte. Licenciado en CC. Empresariales

Licenciado en Derecho. Diplomado en Fisioterapia

Profesor de la Universidad Francisco de Vitoria

**Doctora con mención internacional por la Universidad de Huelva

Licenciada como número 1 de la promoción en CC. de la Actividad Física y del Deporte

Master en Investigación en ciencias de la salud

Profesora de la Universidad Francisco de Vitoria

Antonio Monroy Antón*

a.monroy.prof@ufv.es

Bárbara Rodríguez Rodríguez**

br.rodriguez.prof@ufv.es

(España)

 

 

 

 

Resumen

          La historia del alpinismo o montañismo, según quiera denominarse, comienza “oficialmente” en 1336, cuando Petrarca asciende al monte Ventoux. Sin embargo, existen testimonios de ciertas ascensiones anteriores, como la de Pedro III de Aragón, quien ascendió a la cumbre del Canigó, de 2.784 metros de altura, a finales del siglo XIII. En cualquier caso, son muchos los nombres y muchas las hazañas que se deben recoger en esa historia hasta la actualidad. En este artículo se pretende resumir lo más relevante de esa historia.

          Palabras clave: Alpinismo. Montaña. Himalaya. Deporte.

 

Recepción: 17/01/2015 - Aceptación: 14/02/2015

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 19, Nº 202, Marzo de 2015. http://www.efdeportes.com/

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Introducción

    La montaña siempre ha ejercido una atracción especial sobre el hombre. Desde la prehistoria, en que se vivía una atracción mágico-supersticiosa, hasta la actualidad, en que se la observa con un espíritu puramente deportivo, y pasando por las épocas científico-humanísticas intermedias, el hombre se ha sentido continuamente interesado por ella.

    Para los intelectuales anteriores a la época de la Ilustración, la montaña era un símbolo de desorden que se debía evitar. El Renacimiento cambió las cosas, dándole su justo valor, y comenzando a ser tomadas no como un simple accidente de la naturaleza, sino como una de sus más importantes y expresivas manifestaciones. Es en ese momento cuando se comienza a descubrir su belleza y a valorarla.

    La valoración de la montaña también ha sido distinta según los continentes, dándosele un valor mucho más mágico en Asia que en Europa, por ejemplo. En Asia se entendía que la montaña estaba relacionada con la presencia divina, como morada de los dioses, e incluso algunos de los nombres de las cumbres más famosas, como el Everest, que en tibetano se denomina Qomolongma y en nepalés Sagarmatha, están relacionados con la divinidad, pues significan “Diosa madre del país” y “el que tiene la cabeza en el cielo”, respectivamente.

    En este artículo se intentará esbozar un resumen de la historia del alpinismo, haciendo referencia a aquellas personas que más destacaron en este ámbito, muchos de los cuales llegaron a perder la vida luchando por conseguir sus metas.

Historia del alpinismo o montañismo

    Aunque es posible que algunas cumbres de cordilleras como el Himalaya, el Karakorum o el Altai ya hubiesen sido ascendidas hace miles de años, los investigadores suelen coincidir en dar como fecha del inicio del montañismo la del año 1336, cuando Petrarca asciende al monte Ventoux, quizá por ser una de las primeras de las que queda constancia escrita. Casi simultáneamente, Dante sube a los montes Falterona y Prato al Soglio y, unos años después, en 1358, es Rotario d’Aspi quien continúa con las expediciones italianas subiendo a la cumbre del Rocciamelone. Existe constancia, sin embargo, de que Pedro III de Aragón ascendió a la cumbre del Canigó, de 2.784 metros de altura, a finales del siglo XIII, si bien los textos clásicos de todo el mundo no lo recogen.

    En 1492, Antoine de Ville sube, efectuando una verdadera escalada sobre roca, a la cima del monte Aiguille, en el Vercors.

    Posteriormente, Leonardo da Vinci culmina el Momboso, en Val Sesia. El magnífico artista demostró, incluso a través de sus obras, su interés por los paisajes alpinos. También varios pintores flamencos, entre los que destaca Brueghel el Viejo, se mostraron manifiestamente atraídos por esas mismas montañas ya en pleno siglo XVI.

    Sin embargo, una de las citas históricas del montañismo de alto nivel menos conocidas se remonta al año 1520, cuando las tropas dirigidas por el español Hernán Cortés llegan al cráter del Popocatepetl, en México, de 5.452 metros de altitud. Su finalidad era la de recoger azufre para la fabricación de pólvora, y el récord no es igualado hasta que el inglés Douglas Freshfield escala, ya en 1868, el Elbrús, de 5.658 metros.

    La actividad montañista no sólo se limitaba a las ascensiones. También se pueden considerar como parte de ella otra serie de acciones, como la realización del primer mapa conocido del Himalaya a cargo del jesuita catalán Antonio Montserrat, cuando se desplazó en 1590 a la corte del emperador Akbar.

    Tras estas primeras escaladas, no hay noticias de actividades en la alta montaña hasta el siglo XVII, cuando la expedición de los suizos Simler, Tschudi y Gessner y los italianos Grattaroli, De Marchi y Cataneo deambulan por los Alpes con la finalidad de realizar ciertos estudios y experimentos científicos. De aquí es de donde surgen los primeros textos científicos sobre las montañas, que con tanta profusión se han dado posteriormente.

    También en este siglo comienza la actividad montañera militar, cuando en 1627 el duque Carlos Manuel I de Saboya funda los “Marroniers”, un cuerpo de soldados especialistas en la nieve, que constituyen el primer ejemplo de actividad alpina organizada de manera profesional. Su misión era socorrer y acompañar a los viajeros que pretendían atravesar durante el invierno el paso del Gran San Bernardo. Se puede considerar que este cuerpo del ejército sería el antecesor de las sociedades de guías alpinos que, tres siglos después, proliferarían en las poblaciones turísticas de los Alpes.

    A finales del siglo XVIII y principios del XIX es cuando se produce la gran explosión de intelectuales y aristócratas que, movidos por un afán de explorar nuevas tierras en el centro de Europa y por un espíritu aventurero, comienzan a adentrarse sobre todo en los Alpes. Gracias a ellos se dio explicación a muchos fenómenos geológicos y meteorológicos. Poco a poco, el objetivo científico fue siendo desplazado por otro mucho más deportista y por la ambición de poner los pies allá donde nadie lo había hecho, y los instrumentos como termómetros, barómetros y similares fueron cediendo protagonismo a los piolets y las cuerdas de cáñamo, imprescindibles para alcanzar los puntos más elevados de la mayoría de las montañas.

    Dentro de estas tentativas científicas destaca la que comienza Horace-Benedict de Saussure en 1760, para calcular la altitud del Mont Blanc, prometiendo una gran suma de dinero al primero que encuentre el camino y alcance la cima de la mítica montaña. Después de varios intentos –uno de ellos a cargo del mismo Saussure, junto con Marc Théodore Bourrit-, son Jacques Balmat y Michel-Gabriel Paccard quienes lo consiguen el 8 de agosto de 1786. Un año más tarde, Saussure, junto con su mayordomo y dieciocho guías, llega a la cumbre, donde calcula la altitud, que queda establecida en 4.807 metros sobre el nivel del mar.

    Otras ascensiones famosas de la época fueron la del Tiflis, a cargo de un grupo de montañeros de Engelberg, en 1744; la del Monte Buet, por los hermanos Deluc, en 1770; y la del geólogo francés Déodat de Gratet, de Dolomieu, quien al ascender en 1788 las altas torres de los Alpes Orientales les dio su nombre para la posteridad, conociéndose desde entonces como los Dolomitas.

    También otros personajes célebres como Rousseau, De Charbonnieres o Goethe recogieron en sus obras la belleza de las montañas y sus encantos.

    Con la aparición de una nueva burguesía en la Revolución Industrial inglesa, surge un amplio movimiento alpinista en este país a principios del siglo XIX. Es en esta época cuando se comienzan a pisar algunas de las cimas más representativas de los Alpes, como la de Ortles en 1804, Jungfrau en 1811, el Monte Rosa en 1855, el Gran Paradiso en 1860 y la Marmolada en 1864. El afán explorador se extiende también al Himalaya, donde el Indian Survey, Servicio Geográfico de la India, emprende una serie de trabajos de medición de todas las cumbres importantes de esta cordillera, así como otras actividades de investigación en las que se descubren infinidad de datos sobre los pueblos, habitantes, ríos y misterios de la zona hasta entonces desconocidos. En 1829 el francés Victor Jacquemont se adentra en el Ladakh y Cachemira, siendo el primer occidental que contempla el Karakorum desde Zogi-La. En 1856, el llamado desde 1749 pico XV es cambiado de nombre por sir Andrew Waugh, jefe del Indian Survey, pasando a denominarse Everest en honor del ex director de dicho organismo, George Everest.

    A principios de este siglo XIX, en concreto en 1809, se realiza también la primera escalada femenina relevante de la Historia, la de Marie Paradis al Mont Blanc.

    En 1857 se crea en Londres el Alpine Club, primera asociación de alpinistas del mundo, cuyos componentes eran aristócratas, burgueses y profesionales de prestigio como abogados, banqueros o ingenieros. Estas asociaciones proliferan pronto por toda Europa, destacando sobre todo las de Austria y Alemania, y a ellas se debe la construcción de muchos refugios de montaña a lo largo de los Alpes. Es de destacar el Club Alpino Italiano, fundado en Turín en 1863 por los hermanos Paolo y Giacinto de Saint-Robert, Quintino Sella y Giovanni Barranco.

    Las grandes escaladas siguen su curso, y así en 1865 el dibujante y periodista inglés Edward Whymper asciende el Cervino (4.478 metros) junto con varios guías del Zermatt y acompañado también por Francis Douglas y los Taugwalder (padre e hijo). Anteriormente, Whymper ya había intentado escalar el Cervino, surgiendo durante esas tentativas las diferencias con otro gran alpinista, Jean-Antoine Carrel, quien también luchaba por conseguirlo, y convirtiéndose así la ascensión en algo personal entre ambos. La intentona definitiva hizo que Whymper y los suyos contactaran en Zermatt con Michel Croz, que acompañaba al reverendo Charles Hudson, y que estaba allí con el mismo objetivo. El 13 de julio el equipo se instaló al pie de la montaña, inspeccionando el terreno, y dado que el tiempo acompañaba, al día siguiente se inició la subida. Whymper y Croz se adelantaron al resto del equipo para iniciar el asalto final. Al llegar a la cumbre, pudieron comprobar con alegría cómo habían sido los primeros en llegar, adelantándose a sus rivales, que descendían ya con tristeza unos cientos de metros más abajo. Esta hazaña, sin embargo, pasaría a la Historia como la primera gran tragedia del montañismo, pues en ella mueren cuatro de los siete que habían intentado conseguir la cumbre. Durante el descenso, Croz, Hadow, Hudson y Douglas pierden la vida. Hadow resbala, cayendo sobre Croz, y ambos hacen perder el equilibrio a sus dos compañeros, precipitándose todos al vacío y muriendo en el acto.

    Tras el accidente, se produce en Inglaterra una fuerte reacción contra el montañismo, calificándolo de escándalo y casi de blasfemia por atentar contra la vida de los hombres, que se entendía que habían sido malgastadas. La propia Reina Victoria se ve obligada a pedir al primer ministro Chamberlain que prohíba a los ingleses escalar montañas.

    Esta ascensión al Cervino, en opinión de muchos, marca el inicio del alpinismo moderno, pues a partir de ella se comienza a plantear el riesgo consistente en los peligros que, en ocasiones, no podrían ser evitados, y deshaciéndose así del espíritu más aventurero que se había impuesto en épocas anteriores.

    A partir de este momento, muchos otros nombres se van añadiendo a la lista, tantos que ésta se haría interminable. Mummery, Zsigmondy, Grohmann, Von Barth, Winkler y Lammer son algunos de ellos. Se comienza a realizar ascensiones sin guías, en la búsqueda del individualismo máximo y de una acción cada vez más arriesgada. El Club Alpino Académico Italiano (CAI), fundado por Canzio, recoge a estos escaladores que no utilizan guía, encabezados por Mummery. Algunos, sin embargo, como los citados Von Barth, Winkler y Lammer siguen oponiéndose a ello por considerarlo demasiado arriesgado.

    El último tercio del siglo XIX marca ya el declive del alpinismo inglés y la irremediable ascensión de italianos, austriacos y alemanes. Paul Preuss lleva la escalada libre a su máxima expresión, con un estilo audaz y arriesgado que se cobra muchas vidas, incluida la suya. En el bando contrario, Piaz, Dimai y Rey defienden el estilo básico de la escalada, con la seguridad como condición principal para alcanzar el objetivo previsto. Otros nombres destacados del momento son los de W. W. Graham, que realiza varias tentativas sobre picos de más de 6.000 metros de altitud situados en el Himalaya en 1883; Francis Younghusband, C. G. Bruce y W. M. Consway, que recorren el Karakorum; Sven Hedin, que hace lo propio con el Tibet; el propio Mummery, que intenta subir el Nanga Parbat, fracasando en su intento, en 1895; etc.

    Tres años antes del final del siglo XIX, en 1897, se corona el pico más alto del continente americano, el Aconcagua, de 6.959 metros de altura. El encargado de hacerlo es Fitzgerald junto con varios miembros de su expedición.

    Entrando en el siglo XX, el clima político y cultural se vuelve más favorable al desarrollo de este deporte. El avance en las técnicas también influye para que el montañismo no fuese patrimonio exclusivo de las clases aristocráticas, y para que algunos escaladores comiencen a fijar sus objetivos más allá de los Alpes con mayor frecuencia. El Cáucaso, el Himalaya, las Montañas Rocosas, los Andes y otras muchas cordilleras son visitadas durante este siglo con bastante frecuencia.

    Y la llegada a las nuevas montañas acarrea nuevos problemas. Se impone la exploración previa del terreno como imprescindible en muchos casos, como el del monte Ruwenzori, en África central, rodeado de una impenetrable selva tropical y cubierto de una espesa capa de nubes que sólo dejaban ver su cima en contadísimas ocasiones. En otras ocasiones, la lejanía del pico respecto de la población más cercana imponía problemas de logística, como en el caso del monte McKinley, a sólo tres grados y medio del Círculo Polar Ártico y con una altitud de 6.187 metros. Durante muchos años, diversas expediciones intentaron coronar el McKinley y desistieron de ello. Cook, en 1903, alcanza una altura de 3.353 metros en una circunvalación al monte, y posteriormente afirma haber alcanzado la cima durante otra expedición junto a su compañero Barill, descubriéndose años después que todo era un engaño. Cook sólo había ascendido una cumbre de unos 1.500 metros, tomando unas fotografías que se hicieron pasar por la cúspide del McKinley. Parker y Brown, en 1910, abandonan cuando se encuentran a una altura de 3.140 metros. Ese mismo año, un grupo de mineros casi sin preparación alpinista de la localidad de Fairbanks, indignados por la patraña de Cook, deciden emprender una expedición para coronar la cima. Lo consiguen el 13 de abril, pero equivocándose de pico, pues ascienden el norte, que es 259 metros más bajo que el sur. En 1913, una expedición dirigida por el reverendo Hudson Stuck sí que alcanza el pico más elevado, el sur, siguiendo la ruta marcada por sus predecesores.

    Montañas como el Kilimanjaro son alcanzadas por Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos, en una época en que el alpinismo clásico vive su edad dorada. Unos años antes, en 1909, este príncipe de la casa de Saboya había intentado, sin éxito, subir el Chogori o K-2, la segunda montaña más alta del mundo, con 8.611 metros de altura.

    En 1920 sir Charles Bell consigue el primer permiso del gobierno tibetano para realizar una expedición al Everest. Esta expedición se produce, con fines de reconocimiento, un año después, dirigida por el coronel Howard Bury, Mallory y Bullock, logrando dar con el acceso al collado Norte a través del glaciar de Rongbuck. En 1922 una nueva expedición dirigida por Bruce, Mallory, Norton y Somerwell consigue la cota 8.225. Dos años más tarde, el propio Bruce superaría esta altura, marcando un nuevo record de 8.450 metros sin oxígeno. En esta expedición, Irvine y Mallory fueron vistos por última vez a una altura aproximada de 8.600 metros, tras lo cual desaparecieron para no ser encontrados nunca, sin llegar a saberse si fueron quizá los primeros que pisaron la cumbre del Everest. Algunos hallazgos posteriores así parecen indicarlo, como el piolet, la cuerda y las dos botellas de oxígeno encontradas por una expedición china en 1960 en la misma vía que habían seguido los dos ingleses, y a una altura superior a los 8.700 metros.

Andrew Irvine y George Mallory

    En esta primera mitad del siglo XX, las técnicas de montaña siguen evolucionando. Wiessner, Micheluzzi, Comici, Cassin, Gervasutti y Boccalatte, entre otros, emplean nuevos medios como las botas de suela de goma, que permiten evitar ciertas limitaciones que se habían sufrido hasta la fecha. Otros pierden la vida intentando ascender alguna de las cimas más deseadas de la época, como es el caso de Mehringer y Sedimeier, por un lado, y Hinterstoisser, Kurz, Angeres y Rainer, en una expedición posterior, en ambos casos al intentar alcanzar la cara norte del Eiger, lo que por fin sería conseguido en 1938 por Heckmair, Vorg, Kasperek y Hames.

    Entre los años cuarenta y cincuenta, los alpinistas franceses Lachenal, Terray, Frendo y Rebuffat continuaron los éxitos de sus predecesores Charlet, Simnod o Allain, precursores en los Alpes Occidentales de las técnicas de escalada moderna sobre roca y sobre hielo. Así, ascendieron al pie del Annapurna, de 8.075 metros de altitud, en 1950. Herzog y Lachenal se convertían de este modo en los primeros hombres en coronar una montaña por encima de los 8.000 metros. Sin embargo, al iniciar el descenso, Herzog perdió sus guantes por el fuerte viento, y sus manos comenzaron a helarse. Consiguieron llegar al campamento en el que les esperaban Terray y Rebuffat, pero con manos y pies en avanzado estado de congelación. Sus compañeros, para intentar lograr la reacción de las extremidades, las flagelaron con cuerdas de nylon durante toda la noche, evitando así también el caer dormidos, lo que posiblemente les habría costado la vida. Dos días después y tras muchas vicisitudes, los alpinistas, exhaustos, consiguieron llegar al pie del Annapurna, pagando como precio la amputación de varios dedos de Herzog y Lachenal.

    No fue hasta los años cincuenta cuando los ingleses, anclados en la más rancia tradición alpinista, volvieron a destacar. También en el norte de Europa otros países se unían a este deporte, como es el caso de Noruega, con escaladores tan audaces como Naess, Holter, Tönsberg y Heen. La diferencia residía en que los noruegos no sentían el espíritu de competitividad imperante en el resto de Europa.

    En esta época se produce un gran incremento del número de practicantes, apoyado por la mejora de las comunicaciones, la reactivación europea después de la Segunda Guerra Mundial y la creación de refugios y otras infraestructuras que permitían mayor comodidad y seguridad a la hora de pernoctar y desplazarse. Es un momento de grandes contradicciones en el alpinismo, pues se solapan los medios clásicos con las técnicas más avanzadas. Los maestros de años antes quedaban casi en evidencia ante un despliegue de medios que parecía hacer posible la ascensión a cualquier cumbre. Como ejemplo, la subida a la Cima Grande di Lavaredo, a cargo de un grupo de alemanes, que en 21 días de escalada invernal consiguieron abrir una nueva vía en esta montaña, mucho más directa que las existentes hasta el momento.

    En 1951, Walter Bonatti y Luciano Ghigo, tras escalar la pared vertical del Gran Capucin, introducen la técnica de la progresión artificial, poniendo a prueba la extraordinaria preparación psicológica con que han de contar los practicantes de la misma. Ese mismo año, el danés K. B. Larsen intenta escalar en solitario el Everest, pero el abandono de los sherpas le hace desistir de su idea.

    En 1952, dos expediciones suizas intentan hollar la cumbre más alta del mundo. La primera, dirigida por E. Wyss-Dunant, R. Lambert y el serpa Tenzing consigue alcanzar los 8.600 metros, mientras que la segunda, conducida por G. Chevallery, tan sólo llega a la cota de los 8.100.

    Por fin, en 1953, el pico del Everest es alcanzado. La expedición del coronel John Hunt, con C. Evans y T. Bourdillon, coloca el 29 de mayo, después de seguir la ruta del collado Sur, al neozelandés Edmund Hillary y al sherpa Tenzing Norgay en los 8.848 metros de la montaña más alta de la Tierra. La expedición contó con la ventaja de disponer de los medios más modernos para conseguir la hazaña, tales como botas mucho más resistentes que las habituales en la época, tiendas de campaña más ligeras y que retenían más el calor, o incluso diferentes equipos de suministro de oxígeno no disponibles anteriormente. Además, las técnicas puramente deportivas también influyeron, siendo posiblemente determinantes algunas como la aclimatación progresiva a la altitud que llevaron a cabo los componentes del equipo, los relevos de los participantes, la disposición de los sucesivos ataques diarios a la cumbre en grupos pequeños y más operativos, etc.

    Esta hazaña marca un punto a partir del cual expediciones de todas las nacionalidades se lanzan a conquistar el Everest, primero desde Nepal, por la vertiente sur, y posteriormente y desde 1978 por el norte, cuando el Gobierno chino vuelve a abrir el paso al Tibet a los extranjeros. La primera que consigue alcanzar la cumbre por el lado norte fue la del chino S. Txan Txun, acompañado de más de 200 hombres en su gesta. La primera mujer que sube a la cima del Everest es la japonesa Junko Tabei, en 1975.

    Además del Everest, muchas otras montañas del Himalaya han sido objeto de expediciones de alpinistas desde aquella época, al superar trece de ellas los ocho mil metros. Entre las más famosas, el Nanga Parbat, el Kanchenjunga, el Shisha Pagma o el mítico K-2, no han dejado de recibir ilustres visitantes durante las últimas décadas.

    En la actualidad, una vez conquistadas todas las cumbres del mundo, los retos del alpinismo se centran en conseguir el “más difícil todavía”, esto es, ascensiones más rápidas, en condiciones más difíciles, en solitario, sin medios, etc.

Bibliografía

  • Faus, A. Historia del alpinismo I: montañas y hombres. Hasta los albores del siglo XX. Barrabés editorial, Zaragoza, 2003.

  • Faus, A. Historia del alpinismo II: montañas y hombres. De 1900 a 1960. Barrabés editorial, Zaragoza, 2005.

  • Muñoz López, R. Historia del montañismo en España. Ramón Muñoz, 1981.

  • Zorrilla, J. J. Enciclopedia de la montaña. Desnivel, Madrid, 2000.

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