Mandemos a paseo a Platón | |||
Licenciado en Geografía e Historia. U. Oviedo Licenciado en Educación Física. INEFC Master en Alto Rendimiento Deportivo. UAM/COE Doctor por la Universidad de Oviedo |
Ezequiel
Martínez Rodríguez (España)
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Resumen La obra de Platón ha sido, es, y probablemente será, el campo de interés para muchos estudiosos procedentes de disciplinas muy distintas, como la geografía, la física, la cosmología, así como fuente de conocimiento de políticos, artistas, poetas, profesores de ética, de educación física y también, como no, para médicos que aconsejan como hábito saludable pasear. En sus diálogos de madurez y vejez, se olvida de la tan cacareada gimnasia y sugiere que el cuerpo necesita fisiológicamente y psicológicamente más el movimiento locomotriz que el plácido reposo. Este artículo pretende mostrar que la vida de Platón con sus paseos, o sea, ejercitando sus pies, cultivaba los pensamientos, o sea, la salud de su mente. Palabras clave: Platón. Diálogos. Paseo.
Abstract
Plato's work has been, and most probably will continue to be, a field of
interest to many scholars from different disciplines, such as geography,
physics, and cosmology, as well as a source of knowledge to politicians,
artists, poets, ethics and physical education teachers and of course to doctors
who recommend walking as a healthy habit. In his dialogues of maturity and old
age, Plato forgets about the excessively praised gymnasium and suggests that,
both physiologically and psychologically, the body needs motion rather than
quiet resting. Keywords: Plato. Dialogues. Walks.
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EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 19, Nº 195, Agosto de 2014. http://www.efdeportes.com |
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Contexto geográfico
Geográficamente el mundo de Platón (S.V.a.C), a pesar de su fragmentación en pequeñas ciudades, presenta un carácter limitado y homogéneo. Y, sin embargo, la conciencia de que el Mediterráneo era un mar menor y de que los pueblos que vivían en su entorno, constituyen una fracción no muy grande de la Humanidad, ya la tenían los griegos. Así el mismo Platón, en un pasaje de sus diálogos, lleno de deliciosa ironía, compara al Mediterráneo con una charca, y a los que viven en sus riberas con ranas que croan y hormigas que arman bullicio.
Introducción
Antes que nada decir que este texto se enlaza o entrelaza, de manera deliberada, con otro anterior titulado Los orígenes del paseo en el pensamiento de Occidente1.
La primera cuestión que nos parece primordial plantear es la alimentación del griego en la época de Platón. Cuestión un tanto capital, puesto que no podemos permitirnos la osadía de pensar en el paseo, en aquellos tiempos, sin recrearnos en una clase aristocrática capaz de pensar y pasear libremente por las calles de Atenas y sus alrededores.
Ya hemos visto anteriormente la alimentación de los dioses y de los héroes homéricos2. También la de un atleta ganador olímpico que seguía las prescripciones nutritivas pitagóricas. Ahora es el momento oportuno para insertar una pequeña reseña sobre la nutrición de la gente corriente de Atenas.
Sabemos por los textos de Platón que la base de una alimentación sana la constituían los cereales, trigo y cebada esencialmente. En la República3, dice: Se alimentarán con harina de trigo o cebada, tras amasarla y cocerla, servirán ricas tortas y panes sobre juncos o sobre hojas limpias, recostados en lechos formados por hojas desparramadas de nuezas y mirto; festejaron ellos y sus hijos bebiendo vino.
La carne tan abundante en la mesa de los héroes homéricos era, excepto la de cerdo (un cochinillo costaba tres dracmas), desconocida en la mesa de los pobres de la ciudad que sólo la comían de vez en cuando, en ocasión de algún sacrificio. Por esto la mayor parte de los atenienses de la ciudad tenían que alimentarse más a menudo de pescado que de carne4. Además, los soldados como los atletas, para mantener su cuerpo en forma, deben de abstenerse de los dulces de las afamadas pastelerías atenienses5. Así pues, platos formados por sardinas, anchoas, sepias, calamares o las famosas anguilas del lago Copias junto al pan y un buen vino que asegura un régimen sano de los atenienses en la época de Platón. En definitiva,
el alimento que le trae salud y le hace fuerte – al cuerpo.6
Pero Glaucón demanda que este régimen no sea tan estricto y severo. Sócrates aceptó entonces algunos condimentos:
Pero es obvio que cocinaran con sal, oliva y queso, y hervirán con cebolla y legumbres como las que se hierven en el campo. Y a manera de postre les serviremos higos, garbanzos y habas, así como bayas de mirto y bellotas que tostarán al fuego, bebiendo moderadamente7.
Sin embargo, como hemos visto en el artículo anterior citado, la dieta del héroe griego homérico es la de trincharse un buey cada doscientos o trescientos versos; comer pescado es un rasgo de extrema miseria; en los tiempos clásicos, el pescado era un lujo y la carne casi desconocida. Como ha dicho Zimmern8 “La comida ática corriente constaba de dos platos, el primero una especie de potaje y el segundo, también una especie de potaje.”
Filosofar en el camino, o los tres importantes pasajes acerca del paseo incluidos en La República, el Fedro y Las Leyes
Son, en orden cronológico9, los diálogos en que Platón trata estas cuestiones relativas al paseo a pie.
Paseo I: República
Para empezar conviene que hagamos una aclaración puntual y necesaria. Es la República, o hablando con más precisión, el primer capítulo de la República, donde aparece con cierto interés el caminar de sus personajes, el deambular, el paseo en toda su extensión. Aunque del título pueda colegirse que Platón va a tratar de guiarnos por los entresijos de los sistemas políticos de la época, que tan bien habían sido narrados por Herodoto, III, 80 y ss., por ejemplo, con sus dimes y diretes, y, se mantuvo esta idea hasta el positivismo del siglo XIX, ya el mismísimo Rousseau, nos advirtió, un siglo antes, de que la República es el primer tratado de educación que se haya escrito nunca. Educación sí. Educación para la salud del cuerpo antes que para la salud del alma.
Sabemos por el mismo Platón, en este mismo dialogo República10, que su protagonista, Sócrates, sobrepasa los cincuenta años de edad y nos atrevemos a asegurar que la distancia de siete kilómetros entre Atenas y su puerto, el Pireo, fue recorrida, naturalmente, por Sócrates a pie.
Un festival de la deidad tracia Bendis11 ocasiona la visita de Sócrates y Glaucón al puerto del Pireo.
El terreno que Platón hace pisar a Sócrates es poco accidentado, más bien llano, de mínima dificultad para el cuerpo. Y, sin embargo, la complejidad intelectual del diálogo desborda cualquier precisión sencilla.
Veamos el texto:
SÓCRATES.— Ayer bajé al Pireo12, junto a Claucón, hijo de Aristón, para hacer una plegaria a la diosa, y al mismo tiempo con deseos de contemplar cómo hacían la fiesta, que entonces celebraban por primera vez. Ciertamente, me pareció hermosa la procesión de los lugareños, aunque no menor brillo mostró la que llevaron a cabo los tracios. Tras orar y contemplar el espectáculo, marchamos hacia la ciudad. Entonces Polemarco, hijo de Céfalo, al ver desde lejos que partíamos a nuestra casa, ordenó a su esclavo que corriera y nos exhortara a esperarlo. Y el esclavo llegó asirme el manto por detrás, y dijo:
—Polemarco os exhorta a esperarlo
— Bueno, lo esperamos—dijo Glaucón
Me volví y le pregunté dónde estaba su amo
—Allí atrás viene, esperadlo —respondió.
Y poco después llegó Polemarco, y como él Adimanto, el hermano de Glaucón, y Nicérato, hijo de Nicias, y algunos más, como si vinieran en procesión.
Entonces Polemarco dijo:
—Conjeturo, Sócrates13, que emprendéis la marcha hacia la ciudad.
— Bueno, lo esperamos—dijo Glaucón14
Es un detalle significativo que el diálogo comience con la bajada de Sócrates maduro al puerto del Pireo, para darnos la idea de que el declive físico es inexorable al paso del tiempo. Es un escenario que nos recuerda el contraste con el Banquete, que por cierto, comienza con un viaje de su protagonista desde Falero15, distrito de Atenas distante 7 Km a la ciudad. Es así, entonces que la cima, el ascenso en la vida tiene ocupado al joven y, por el contrario, el descenso físico presta una analogía con la decadencia propia de la vida.
La primera idea fija, o más exactamente universal, que se desprende de este párrafo es que el paseo es un camino de ida y vuelta, se sale y se regresa al mismo origen, que en este caso es la casa de uno; cuando no existe retorno el mismo día, lo podemos considerar como un viaje: de estudios, de ocio, de placer o más generalizado de turismo ecológico, industrial, étnico, cultural...
También no menos destaca, en una primera impresión, las diferencias sociales entre los primeros protagonista del diálogo. Así por ejemplo, Polemarco, un meteco establecido en el Pireo, para atender, posiblemente a sus negocios comerciales, envía a su esclavo corriendo para exhortar a Sócrates de que no se vaya tan pronto de la fiesta. Es decir, lo que se dice correr supone identificarse con una clase social baja. Las clases sociales medias o altas de aquella época andan a zancadas o se mantienen a pie firme como el mismo Homero nos lo contó en la Ilíada y la Odisea16.
El diálogo prosigue así:
— Oh Sócrates, no es frecuente que bajes al Pireo a vernos. No obstante, tendría que ser frecuente. Porque si yo tuviera aún fuerza como para caminar con facilidad hacia la ciudad, no sería necesario que vinieras hasta aquí, sino que nosotros iríamos a tu casa. Pero ahora eres tú quien debe venir aquí con mayor asiduidad. Y es bueno que sepas que, cuanto más se esfuman para mí los placeres del cuerpo, tanto más crecen los deseos y placeres en lo que hace a la conversación. No se trata de que dejes de reunirte con estos jóvenes, sino de que también vengas aquí con nosotros, como viejos amigos17.
En un principio, la idea central sobre la que se está de acuerdo es que se trata de un paraje inhabitual en los diálogos platónicos. Ilustra a las mil maravillas su adhesión a la doctrina plenamente pitagórica de que el paseo matutino y el vespertino prolongan la vejez, sin echar en falta los placeres de juventud, tanto de los goces sexuales como las borracheras y festines. Porque la vejez en un hombre moderado y tolerante es una molestia también mesurada, en caso contrario- Sócrates- tanto la vejez como la juventud resultan difíciles a quien así sea.
Expresándonos con más claridad: la esencia y el fondo mismo de la naturaleza del paseo depende de las condiciones especiales de la vida social griega.
Un ejemplo, sumamente interesante, lo advertimos en Polemarco, éste es un anciano al que le fallan las fuerzas y le sobran achaques para acercarse a Atenas. Recluido en su casa del Pireo. Los placeres de que dispone son la conversación y de forma indirecta el vino tras haberse alimentado bien durante las comidas, pues sirve como
remedio auxiliar contra la decrepitud de la vejez... el carácter del alma se vuelva más blando por el olvido de nuestro desánimo, como se vuelve el hierro cuando es colocado en el fuego18.
Paseo II: Fedro
Una anécdota con ritmo natural de Sócrates es la segunda aparición del termino: tras una invitación del enfermizo Fedro, Sócrates pasea, remojándose los pies en el Iliso “cosa nada desagradable en esta época del año y a estas horas”19, desde Atenas hasta un alto plátano, bajo cuya fresca sombra sonora por el canto de las cigarras20, va a tener lugar el diálogo del mismo nombre. Por cierto, los árboles, dice un existencialista como Kierkegaard “son testigos apropiados, pero al tiempo insuficientes”. Se sabe, por un conjunto de estatuillas e imágenes, que es un lugar consagrado a las Ninfas21. Escenario que parece inspirado en un pasaje del canto III de la Ilíada, durante la tregua que precede al duelo entre Paris y Menelao. Helena, aparece en lo alto de una muralla, donde se reúne el Consejo de Ancianos, moderado por Príamo, el anciano rey, parecidos
a las cigarras que por el bosque, posadas sobre un árbol, emiten su voz de lirio 22
En el Canto [Ilíada, II,305] Ulises después de golpear a Tersites en la espalda con el cetro, haciéndole surgir un cardenal sanguinolento retoma la palabra y recuerda a los aqueos que nueve años antes, reunidos en Ítaca bajo un bello plátano de donde fluía cristalina agua, todos fueron testigos en declarar la guerra a Príamo, rey de los troyanos.
Unos versos más abajo, es la orilla de un río, la que con sentido poético embellece el relato de Príamo,
yo en cierta ocasión fui a Frigia, rica en viñedos, donde vi elevadísimo número de frigios, de ágiles potros...que entonces habían ido en campaña a orillas del Sangario.
Sócrates experimenta entusiasmo por este paraje tan bucólico en el transcurso de la conversación:
En realidad que parece divino este lugar, de modo que si en el curso de mi exposición voy siendo arrebatado por las musas no te maravilles23
El caso es que pasear a la orilla de un río, donde la vegetación es exuberante, en un país pedregoso como Grecia, bajo el sol de fuego y con su chirrido de cigarras en los frondosos árboles, que constituyen elementos esenciales del verano, debería ser algo común.
El camino de Atenas a la Academia, con la Acrópolis al fondo, Atenas (2006)
Veamos el texto:
FEDRO.— Calma. Que acabaste de arrebatarme, Sócrates la esperanza que tenía de ejercitarme contigo. Pero ¿dónde quieres que nos sentemos para leer?
SÓCRATES.—Desviémonos por aquí, y vayamos por la orilla del Iliso24, y allí, donde mejor nos parezca, nos sentaremos tranquilamente.
FEDRO.— por suerte que, como ves, estoy descalzo. Tú lo estás siempre25. Lo más cómodo para nosotros es que vayamos cabe [caminemos por] el arroyuelo mojándonos los pies, cosa nada desagradable en esta época del año y a estas horas.
SÓCRATES.—Ve adelante, pues, y mira, al tiempo, dónde nos sentamos.
FEDRO.—¿Ves aquel plátano tan alto?
SÓCRATES.— ¿Cómo no!
FEDRO.— Allí hay sombra, y un vientecillo suave, y hierba para sentarnos o, si te apetece, para tumbarnos.
...
SÓCRATES.—...Por cierto, amigo, y entre tanto parloteo26, ¿no era éste el árbol hacia el que nos encaminábamos?
FEDRO.—En efecto, éste es.
SÓCRATES.—¿Por Hera! Hermoso rincón, con este plátano tan frondoso y elevado. Y no puede ser más agradable la altura y la sombra de este sauzgatillo27, que, como además, está en plena flor, seguro que es de él este perfume que inunda el ambiente. Bajo el plátano mana también una fuente deliciosa, de fresquísima agua, como me lo están atestiguando los pies. Por las estatuas y figuras, parece ser un santuario de ninfas, o de Aqueloo28. Y si es esto lo que
buscas, no puede ser más suave y amable la brisa de este lugar. Sabe a verano, además, este sonoro coro de cigarras. Con todo lo más delicioso es este césped que, en suave pendiente, parece destinado a ofrecer una almohada a la cabeza placenteramente reclinada. ¡En qué buen guía de forasteros te has convertido, querido Fedro!
— Pues no has conjeturado mal. —contesté.
La Academia se encuentra en Atenas a dos kilómetros al noroeste de la Puerta Triasia, se llegaba a lo largo de una amplia avenida sobre la que los árboles dejan caer su sombra y cercado de monumentos públicos de toda clase, en especial cenotafios (entre ellos el de Pericles, Harmodio, Aristogitón...). Rodeando la Academia alzábanse los más diversos santuarios, destacando el altar consagrado a Atenea, ajardinado. Mediante un sistema de riego artificial, el recinto sagrado había sido convertido en un verdadero vergel por Cimón, tan amante de la naturaleza, quien había plantado árboles en la plaza del mercado29. Allí donde —para decirlo con palabras de Aristófanes — el olmo sostiene quedas pláticas con el plátano30, también Platón habrá jugado al igual que otros muchachos, “impregnados de la fragancia de los escaramujos y de inocencia”.
El paseo estaba incluido en las doctrinas médicas del tiempo de Sócrates. Jenofonte nos lo cuenta detalladamente en boca de Iscómaco, gran propietario que vive en la ciudad y se impone la obligación de ir a sus fincas rústicas todos los días, y que en su obra (Económico XI, 16…) se la califica como el “catecismo de la perfecta casada”, a mi juicio, es más bien “el catecismo del perfecto paseo”. Sócrates, su interlocutor, sorprendido por su buena salud le pregunta, ¿cómo cuidas tu salud? Y le dijo Iscómaco, “primero tener lo suficiente para comer; después como norma de vivir suelo levantarme temprano (es decir al amanecer) de modo que si tuviera la necesidad de visitar a alguien, podría encontrarlo todavía en su casa. Y si tengo que hacer una gestión en la ciudad, me sirva de paseo. En caso de no haber nada urgente en la ciudad, el esclavo lleva mi caballo a la finca, y mi viaje al campo me sirve de paseo, tal vez mejor, Sócrates, que si me paseara por el pórtico cubierto del gimnasio. A continuación, por lo general, monto a caballo y cabalgo a campo traviesa como en la guerra. Por último, vuelvo a casa unas veces andando, otras corriendo, y me doy un masaje; en efecto, terminado el ejercicio el atleta se frotaba con aceite y lo quitaba con la estrígila. Seguidamente almuerzo, Sócrates, lo justo para no tener todo el día el estómago ni vacío ni demasiado lleno”. Éste admira su modo de vivir por ser capaz de: “alternar al mismo tiempo los ejercicios que procuran salud y fuerza física con los que adiestran para la guerra”. Y, sin embargo, dice Iscómaco (a pesar de darnos una clase condensada de educación para la salud, el paréntesis es mío), no soy muy popular”.
Restos de la Academia de Platón, Atenas (2006)
Paseo III: Leyes
Después de considerar la actitud de Platón frente al paseo por labios de Sócrates, abordaremos algunos aspectos más concretos a su pensamiento, más puro y sutil, de la concepción del paseo. Veámoslo en las Leyes (1,625b).
ATENIENSE.— ... La ruta de Cnosos a la gruta y templo de Zeus es, si es correcta nuestra información, muy larga y, en el camino, tendremos que hacer descansos a la sombra de los árboles, como es probable con este calor, y sería sin duda conveniente a nuestra edad que reposáramos a menudo en esos sitios y, mientras nos damos ánimo unos a otros con nuestras palabras, hiciéramos así tranquilamente todo el camino.
CLINIAS. — En efecto, extranjero, el que recorre este camino tiene en las arboledas cipreses espectacularmente altos y bellos, así como prados en los que podríamos conversar mientras descansamos.
ATENIENSE.— Bien dicho.
…
MEGILO.— Buen amigo, ¿cómo podría responder de otra manera cualquiera de los lacedemonios.
Tres amigos ancianos que representan tres ciudades diferentes (un extranjero ateniense; un cretense y un lacedemonio) emprenden un paseo que transcurre entre Cnosos, célebre desde la más remota antigüedad, hacia la gruta de Zeus en el monte Ida (unos 30 km), en un día de verano, cuando los prados están floridos y el sol es de justicia.
¿Cuál es la razón — nos preguntamos — que separa este diálogo con los dos anteriores que hemos citado, para que Platón abandone a su interlocutor preferido, Sócrates? Solo la edad, pensamos, es la verdadera ley del tiempo que permite a Platón distanciarse de su maestro (como luego le ocurrirá a Aristóteles). La proximidad a la tumba y la lejanía de la cuna avalan las pruebas de que el autor de las Leyes expresa, movido por la más intensa experiencia (Platón es octogenario) y sentimientos personales, aquello que hace proclamar al testigo de su tiempo, el desconocido ateniense.
Si damos una mirada a la filosofía griega veremos que el hombre estaba caracterizado por el movimiento (Tales, Heráclito, Platón, Aristóteles..), movimiento cuyo escenario natural eran el espacio y el tiempo, es decir, como ocurre en el párrafo anterior, un cambio de lugar en el espacio (de tal sitio a tal otro, de A a B y de B a A). Y más todavía, en este sentido, el descanso, la pausa en el camino, será garante de una buena caminata. No es suficiente tener unas buenas piernas, sino como apunta soberanamente el ateniense es conveniente darse “unas palabras de ánimo”. Para expresarlo con palabras más cercanas al texto, Platón abandona la más llana verdad natural y coloca a sus personajes en el más tortuoso camino que conduce a la cumbre, al santuario de Ida.
En verdad que la gimnasia, cortos esfuerzos preventivos, producto de ejercicios inteligentes, y la medicina, prolongados esfuerzos curativos, producto de la purificación con drogas, son citados por los personajes de Platón como artes de purificación del cuerpo. En el Sofista (226e-227a) dice: “Respecto a los seres vivientes, todo lo que se purifica en el interior de los cuerpos, una vez distinguido certeramente, por la gimnasia y la medicina; y respecto de lo exterior, aunque apenas merezca mencionarse, aquello que depende de la técnica de los baños”. O sea que, bañarse en piscinas, o en baños públicos o privados, donde, naturalmente se hablaba de cuestiones cotidianas y viejas esperanzas. Posiblemente, el tema principal era la terrible epidemia de peste que causó la muerte de un cuarto de la población ateniense en 430- 429. Y que, entendemos obligó a los dirigentes políticos a tomar medidas tanto de higiene personal como de infraestructuras urbanas.
De este modo, o tan sin él, surge y se desarrolla así la conciencia de que para tener un cuerpo sano, a costa de sacrificios físicos necesarios, éstos serían insuficientes si no van compaginados perfectamente de medidas reparadoras31, y en lugares saludables.
Breve conclusión
El paso adelante dado por Platón a la sombra de un plátano, de un ciprés, de arboledas... en donde dice que “todo discurso debe estar compuesto como un organismo vivo, de forma que no sea acéfalo, ni le falten los pies, sino que tenga medio y extremos, y que al escribirlo, se combinen las partes entre sí y con el todo”32, parece estar compuesto de diversos elementos difícilmente conjugables, aunque, bien mirado, y por seguir con la analogía corporal, compuesto de varios elementos como el hueso, la carne, la sangre... es el material con el que tallamos o pintamos nuestro propio cuerpo. Con estilo propio, eso sí.
No olvidemos que en aquellos tiempos de la Época Clásica la educación griega era más física que intelectual e incluso más musical que literaria. El paidotribés (el profesor de educación física) fue el primer instructor de niños cuyas enseñanzas se centraban en los deportes olímpicos: equitación, carrera de carros, lanzamiento de disco, de jabalina, salto de longitud, boxeo...). Y en sentido agonístico, heredado de la edad heroica, el actual deporte competitivo, de ser el mejor, el primero, se perpetuó en la civilización griega. En palabras del propio Nietzsche (1872), que recoge el testigo de la concepción dual alma-cuerpo (la gimnástica para el cuerpo y la música para el alma33) y la transforma armónicamente a nuestro mundo moderno, dejando fuera al alma, afirma:
Estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo nosotros movernos con libertad, a ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos34.
Notas
Cfr. Rev. Magister, Universidad de Oviedo, núm. 23, 2010, págs. 167-180.
Idem págs. 169-170.
República II, 372b.
Cfr. Flacelière, 1989, pág. 210.
República III,404d.
Fedro 270b.
República, II, 372 c-d.
Citado por H.D.F. Kitto, 1996, pág. 45.
Aunque los especialistas en la obra de Platón difieren entre sí, nosotros seguimos el orden cronológico establecido por F. Copleston, 2004, pág. 27.
República VII, 540a-b.
Parece ser la patrona de la fiesta. Jenofonte (Helénicas, I 4, 11) habla de un templo en el Pireo dedicado a Artemisa y Bendis.
Si bien es cierto que el Pireo era uno de los tres puertos más famosos de Atenas (los otros dos: el de Muniquia y el Falero), conectado por los famosos Muros Largos, de modo que ir al Pireo no significaba ir fuera de las murallas de la ciudad, no menos cierto es que desde la acrópolis (la parte alta de la ciudad) hasta el puerto había y hay siete kilómetros.
Glauco y Adimanto eran los hermanos mayores de Platón. Aristón es el padre de Platón. Nicerato era hijo del político ateniense Nicias, siendo de familia rica por el número tan elevado de esclavos de que disponía. Polemarco era hijo de Céfalo, también poseía esclavos y tenía una lucrativa fábrica de armas en El Pireo, es decir, hombres de fortuna, conservadores y autosatisfechos. El narrador, Sócrates, era por el contrario un hombre deliberadamente pobre.
República, 327a y sigs.
Cfr. nota 13.
Cfr. Rev. Magíster, núm. 23, 2010, págs. 172-173.
República ,328c y d.
Leyes, Libro II, 666 y sigs.
Fedro, 229a.
Alusión a la capacidad oratoria de estos insectos, pues ya Homero (Ilíada III,151) dice de los oradores valiosos, parecidos a las cigarras, pues es un animal muy locuaz y que además nunca para.
Fedro, 230 b.
Ilíada, III, 152-153.
Fedro, 238c.
Éste era el río sagrado de las Musas en la antigüedad.
La costumbre de Sócrates de andar descalzo está bien documentada en el Banquete 174a; 220b; Aristófanes, Nubes 103, 363; Jenofonte, Memorabilia I, VI,2. En cuanto a Fedro, si va descalzo, es por seguir alguna prescripción médica.
En la espléndida Historia de la filosofía de Bertrand Russel, dice de Platón que es un autor del que no sabemos si sabemos mucho o poco, porque en sus diálogos pone sus pensamientos en boca de Sócrates. Pues bien, desde la más modesta opinión, podemos asegurar que cuando Sócrates conversa, y conversar significa sobre todo estar de pie gesticulando o andando, es cuando manifiesta sus opiniones. En cambio, la figura de Platón se hace notoria en el momento de que se dialoga, o bien sentado o descansando sobre las espaldas, a la sombra de un plátano como podemos apreciar en el texto. Platón funda la academia, lugar fijo y donde cada discípulo ocupaba un sitio determinado, un orden, una posición fija. Por contra, Sócrates hablaba con la gente en la calle, en el mercado, en el ágora, o sea, en lugares abiertos e inestables a la presencia de interlocutores, que podían ser a tiempo parcial o a tiempo completo, que van y vienen, entran y salen de la conversación sin que por ello sea menester llegar a un final feliz o deseable. En definitiva, Sócrates prefiere la palabra a la escritura, el camino a la silla.
De la familia de los sauces.
Aqueloo, dios fluvial padre de las ninfas y protector de las aguas.
Plutarco, Cimón, 13.
Las Nubes, 1002-1008.
Por ejemplo, el aceite que fortalecía los músculos de los luchadores.
Fedro, 264c.
República, 376e.
Nietzsche, Ecce-Homo, 45.
Referencias bibliográficas
Coplestón, F. (2004): Historia de la Filosofía. Ariel. Barcelona.
Flacelière, R. (1989): La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles. Ediciones Temas de Hoy. Madrid.
Kitto, H.D.F. (1996): Los Griegos. EUDEBA. Buenos Aires.
Platón (1980): Fedro. Vol. III. BCG. Madrid.
_____ (1986): República. Vol. IV. BCG. Madrid.
_____ (1999): Leyes. Vol. VIII. BCG. Madrid.
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