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Inteligencia emocional y práctica deportiva

 

Maestro: especialidad en Educación Física por la Universidad de Murcia. Graduado

en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte por la Universidad Pontificia de Salamanca

Máster de Investigación en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte

por la Universidad de Murcia. Maestro de Educación Física

en el C.E.I.P. Micaela Sanz Verde de Archena (Murcia)

Andrés Rosa Guillamón

andres.rosa@um.es

(España)

 

 

 

 

Resumen

          Conocer la relación entre inteligencia emocional y práctica física es un tema que ha despertado en los últimos años, un enorme interés desde el ámbito de la psicología y de las ciencias de la actividad física y el deporte. En el presente trabajo, se describe la relación entre inteligencia emocional y práctica física.

          Palabras clave: Salud mental. Actividad física. Deportistas.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 18, Nº 190, Marzo de 2014. http://www.efdeportes.com/

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1.     Introducción

    “Estaba casi en la lona, parecía que iba a caer… En ese asalto y en siguiente y en el siguiente, Alí estuvo contra las cuerdas encajando golpes de Foreman. De vez en cuando, soltaba un golpe y decía: George me decepcionas, no pegas tan fuerte como creía, tienes manos de mantequilla, bailas como una nena. Foreman poco a poco se iba volviendo loco de rabia, lanzándole un golpe tras otro, todos muy fuertes. A mitad del quinto asalto, Foreman ya estaba agotado, se había consumido pegando tan solo en tres asaltos. De repente Muhammad Alí salió de las cuerdas, conectó una derecha directa a la cara de su rival y el sudor de la frente de Foreman salió despedido… (Gast, 2010)

    En este fragmento del combate entre Muhammad Alí y George Foreman, encontramos una buena expresión de inteligencia emocional (IE). Los sentimientos y emociones proporcionan señales de lo que está sucediendo y de cómo se comportan las personas involucradas en una situación determinada. Si se analizan estas situaciones teniendo en cuenta la información emocional, podemos extraer conclusiones que pueden ayudar a que se tomen mejores decisiones, tal y como lo hizo Alí en el –para muchos- mejor combate de boxeo del siglo XX (Mayer, 2006).

    La investigación alrededor del concepto de IE es uno de los paradigmas más prolijos en las últimas décadas desde que Mayer y Salovey emplearon por primera vez este término en el año 1990, y Goleman lo hiciera llegar al gran público con su best seller pocos años después (Fernández-Berrocal y Extremera, 2006).

    Como consecuencia del interés suscitado por la investigación de la IE, han ido surgiendo diversos instrumentos de medición de este constructo cuya fiabilidad y validez ha sido contrastada empíricamente. Así, entre otros, se han diseñado instrumentos tales como:

  • Bar-On Emotional Quotient Inventory (EQ-i) de Bar-On (1997).

  • Trait Meta-Mood Scale (TMMS) de Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai (1995).

  • Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test (MSCEIT) de Mayer, Caruso y Salovey (1999).

  • TEI-Questionnaire (TEI-Que) de Petrides y Furnham (2001).

  • Trait Meta Mood-Scale-24 (TMMS-24) de Fernández-Berrocal, Extremera y Ramos (2004).

    A partir de las consideraciones anteriores, en el presente trabajo se describen los antecedentes, modelos teóricos e investigaciones puntuales del constructo de inteligencia emocional.

2.     El concepto de inteligencia emocional

a.     Conceptualización de la inteligencia

    La comprensión y definición de la inteligencia humana es uno de los temas más difíciles de abordar desde el ámbito de la psicología y probablemente, cada investigador planteará una definición propia en función de la perspectiva desde la que estudie este constructo.

    En 1920, en un simposio realizado por investigadores de la época pertenecientes a la psicología de la educación y cuyos resultados fueron publicados en The Journal of Educational Psychology, se abordó la investigación de la inteligencia como predictor del rendimiento deportivo.

    Thorndike (1920) en este mismo simposio, define el término de inteligencia humana como la capacidad adecuada de dar respuesta a una situación desde el punto de vista de la verdad y los hechos.

    En 1986, en otro simposio cuyos editores fueron Detterman y Sterberg, y cuyo panel de expertos estaba formado por investigadores de distintas especialidades científicas, se abordó la temática de la funcionalidad de la inteligencia. Desde esta perspectiva de la inteligencia como capacidad funcional, Bar-On (1988) la define como el conjunto de aptitudes implicadas en el logro de metas racionalmente elegidas, sean éstas las que sean.

    A pesar de que muchos autores se atreven a definir este término, otros se muestran reticentes a hacerlo debido a su elevada complejidad. Se han producido intentos por establecer un consenso en torno a la definición de este término. En 1994, se publicó en el Wall Street Journal una declaración de 25 puntos básicos sobre el estudio científico de la inteligencia suscrita por 52 investigadores de distintos países. Otro intento, fue el de la American Psychological Association que intentó realizar un informe a través de un comité de expertos (Neisser et al., 1996). Los resultados de estos intentos provocaron una mayor confusión alrededor de este término.

    Aún así, en los últimos años parece que se ha aceptado un modelo integrador alrededor de este término (Colom, 1995) y que queda reflejado en la definición de Espinosa (1997), como un fenómeno que consideramos responsable de las diferencias que observamos entre las personas cuando se plantean la resolución de problemas.

b.     Conceptualización de la emoción

    El papel de las emociones en el comportamiento humano ha sido estudiado desde la Antigüedad, a través de autores como Hipócrates y Galeno, pasando por Darwin (1872) hasta la actualidad, con investigadores como Cacioppo, Larsen, Smith y Bernston (2004).

    El término de emoción, como el de inteligencia, es muy difícil de delimitar y, por consiguiente definir. Un ejemplo de este desacuerdo son los diversos simposios realizados a tal efecto (Reymert, 1928 y 1950; Arnold, 1970). En este sentido, carecemos de criterios sobre la base de los cuales delimitar las emociones, y las diversas definiciones existentes hacen énfasis en un aspecto particular u otro de la emoción.

    Bentley (1928) asociaba la emoción a un incremento de la actividad del organismo ante situaciones adversas. Mandler (1975) la describe como una combinación de activación psicológica con un etiquetaje cognitivo construido, éste último a partir del contexto actual y del aprendizaje pasado. Autores como Tomkins (1979) y Plutchik (1980) la consideran un patrón adaptativo de reacción corporal. Bower (1981) considera la emoción como un fenómeno semántico o proposicional, archivado en la memoria junto con conductas fisiológicas y motóricas. Otras perspectivas, subrayan el carácter socio-cognitivo de las emociones (Arnold, 1970; Fridja, 1986).

    Una de las definiciones que aglutinan las diferentes características de este constructo es la de Oatley y Jenkins (1996). Estos autores entienden la emoción como:

  • Es producida normalmente por un sujeto que evalúa un evento, en tanto que resulta relevante para una meta que es importante; la emoción es positiva si es alcanzada y negativa cuando la meta resulta impedida.

  • El núcleo de una emoción es la facilidad para actuar y modificar planes; una emoción da prioridad para una o unas pocas líneas de actuación a las que da una sensación de urgencia, de forma que pueda interrumpir procesos mentales o acciones alternativas. Diferentes tipos de inmediatez, generan diferentes tipos de relaciones de planificación.

  • Normalmente, una emoción se experimenta como un tipo característico de estado mental, a veces acompañada de cambios corporales, y/o expresiones faciales y acciones motoras.

c.     Inteligencia emocional: antecedentes y definición

    El concepto de inteligencia emocional (IE) aparece por primera vez desarrollado en 1990 en un artículo publicado por Salovey y Mayer, continuando una tendencia iniciada por otros grandes psicólogos como Wechsler (1940) o Sternberg (1985). Estos autores reconocían el valor esencial de los componentes no cognitivos: afectivos, personales, emocionales y sociales, como predictores de nuestras habilidades de adaptación y éxito en la vida (Cabello, Ruiz Aranda y Fernández-Berrocal, 2010).

    No obstante, este constructo quedó olvidado hasta que Goleman (1995), publicó su libro Inteligencia Emocional. La idea principal de este libro es la de que necesitamos una nueva visión en el estudio de la inteligencia humana más allá de los aspectos intelectuales y cognitivos. Goleman (1995), describe la existencia de otras habilidades importantes para alcanzar el bienestar psico-social, y el desarrollo personal y social.

    Diversos constructos se consideran antecedentes teóricos de la IE. Así, entre otros, podemos hablar de:

  • Inteligencia social. Según Thorndike (1920), es la capacidad para comprender y dirigir a hombres y mujeres, y de actuar sabiamente en las relaciones humanas. Goleman (2006), al revisar el concepto de IE considera que implica tanto el conocimiento de las mismas como comportarse inteligentemente en ellas.

  • Alexitimia. Desde la conferencia de Heidelberg (1976), se ha alcanzado un consenso en la literatura sobre la definición del constructo de alexitimia. Las características definitorias son: a) dificultad para identificar sensaciones y distinguir entre las sensaciones corporales y las sensaciones de la activación emocional; b) dificultad para describir e identificar emociones en otras personas; c) estrechos procesos de carácter imaginario, evidenciados por una falta de fantasía; y, d) estilo cognitivo externamente orientado.

  • Inteligencias múltiples. Howard Gardner publicó en 1983 “Frames of Mind”, donde planteó su teoría de las inteligencias múltiples. Dos de ellas, la inteligencia interpersonal (capacidad para distinguir emociones, temperamentos, intenciones y motivaciones en los demás) y la inteligencia intrapersonal (conocimiento de las variables internas de una persona) se encuentran relacionadas con las competencias emocional y social.

  • Competencia o habilidad social. Topping, Bremmer y Holmes (2000) entienden por habilidad social, la capacidad para integrar emociones y comportamientos para alcanzar metas en tareas sociales valoradas en el contexto del anfitrión.

  • Competencia emocional. Goleman (1998), la define como la capacidad basada en la IE que tiene como resultado un rendimiento sobresaliente en el trabajo.

    Epstein (1998) señala tres factores en la aceptación social del concepto de inteligencia emocional:

  • El cansancio de la sobrevaloración del coeficiente intelectual (CI).

  • La antipatía social ante personas con un alto CI pero carentes de habilidades sociales.

  • El mal uso educativo de los test de CI, que pocas veces pronostican el éxito laboral o el bienestar y la felicidad.

    En este sentido, en las dos últimas décadas los diversos trabajos realizados se han orientado a describir el constructo de IE, desarrollar modelos teóricos y crear instrumentos de evaluación del mismo (Mayer, Caruso y Salovey, 2000). Otros estudios se han realizado en un intento de verificar cómo y en qué medida influye la IE en las diversas áreas del comportamiento humano (Extremera y Fernández-Berrocal, 2004).

    Otro aspecto relevante para intentar delimitar el término de IE la diferenciación entre rasgos de la personalidad y talentos intelectuales y/o artísticos. Esta distinción nos va a permitir establecer dos modelos teóricos acerca de cuál es la postura teórica adecuada para estudiar la IE y su desarrollo.

  • La IE como rasgos de personalidad. Este modelo se refiere a una amplia de variedad de rasgos que, según Mayer, Caruso y Salovey (2000) poco tiene que ver con áreas cognitivas y emocionales. Estas áreas varían según el autor, autorregulación, empatía y extraversión (Goleman, 1996); asertividad, tolerancia al estrés, resolución de problemas (Bar-On, 1997).

  • La IE desde el modelo de las habilidades. Este modelo se define como la habilidad para observar emociones y sentimientos propios y ajenos, discriminar entre ellos y usar esta información para orientar nuestro pensamiento y nuestras acciones (Salovey y Mayer, 1990).

    Desde esta perspectiva, Salovey y Mayer (1990) describen a la IE como la habilidad de percibir con exactitud, valorar y expresar las emociones; la habilidad de acceder o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad de comprensión emocional y conocimiento emocional; y la habilidad de regular emociones para promover el crecimiento intelectual y emocional.

    Desde su aparición como constructo psicológico, la IE ha sido relacionada en el ámbito educativo con variables tales como el comportamiento social como ajuste social (Engelberg y Sjoberg, 2004) o las relaciones sociales y sensibilidad social (Lopes, Salovey. Coté y Beers, 2005). En otros estudios se ha observado como correlaciona positiva y moderadamente con la autoestima y el liderazgo, y negativamente con la ansiedad social (Gil-Olarte, Palomera y Brackett, 2006). A su vez, la IE se relaciona positivamente con mejores niveles de ajuste psicológico (Extremera y Fernández-Berrocal, 2003) y control del estrés (Salovey et al., 2002).

    A continuación, describiremos brevemente los modelos de Goleman (1995), Bar- On (1997) y Petrides-Furham (2001), posteriormente, se explicará con más detalle el modelo de las habilidades de Mayer y Salovey (1997), ya que es un modelo adecuado para trabajar en un contexto deportivo (Crombie, Lombard y Noakes, 2009), porque considera la inteligencia emocional como un conjunto de habilidades que pueden ser aprendidas, entrenadas y mejoradas (Meyer y Fletcher, 2007).

3.     modelos de Inteligencia Emocional

    En la actualidad, asistimos al debate científico sobre cuál es la postura teórica adecuada para estudiar la IE y su desarrollo. La diversidad de aportaciones ha sido analizada por autores como Petrides y Furham (2000, 2001) y posteriormente reforzada por Pérez, Petrides y Furham (2005), quienes agruparon las diferentes propuestas teóricas planteadas por los autores en dos modelos teóricos, como hemos comentado anteriormente: modelos de habilidades y modelos de rasgos o mixtos.

a.     Modelos de habilidades

    Los modelos de habilidades tienen en cuenta el procesamiento de la información emocional y las capacidades relacionadas en dicho procesamiento, enfocado en las habilidades emocionales básicas (Mayer y Salovey, 1990, 1997; Mayer, Caruso y Salovey, 2000). Estos modelos se focalizan en las habilidades mentales que permiten utilizar la información que nos proporcionan las emociones para mejorar el procesamiento cognitivo.

    En este modelo se encuadra la propuesta de los investigadores Mayer y Salovey (1997). Estos autores entienden la IE como un conjunto de habilidades que explican las diferencias individuales en el modo de percibir y/o comprender nuestras emociones. Más formalmente, es la habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud. La habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento para comprender emociones y razonar emocionalmente, y finalmente la habilidad para regular emociones propias ajenas.

    Las habilidades que integran esta propuesta son: a) percepción, evaluación y expresión de las emociones; b) asimilación de las emociones en nuestro pensamiento; c) comprensión y análisis de las emociones; d) regulación reflexiva de las emociones.

b.     Modelos de rasgos o mixtos

    Los modelos de rasgos o mixtos combinan dimensiones estables del comportamiento y variables de la personalidad con habilidades mentales.

    Con este modelo, se identifica la propuesta de Bar-On (1997), que considera la IE como un conjunto de capacidades no-cognitivas, competencias y destrezas que influyen en nuestra habilidad para afrontar exitosamente las presiones y demandas ambientales.

    Las habilidades que integran este modelo son: a) habilidades interpersonales; b) habilidades intra-personales; c) adaptabilidad; d) manejo del estrés; y e) estado de ánimo general.

    Otra propuesta que podemos incluir es la de Goleman (1995), el cual plantea que la IE incluye variables como el auto-control, entusiasmo, persistencia y la habilidad para motivarse a uno mismo. Este autor considera que existe una palabra pasada de moda que engloba todo el abanico de destrezas que integran la IE: carácter.

    Las habilidades que integran este modelo son: a) conocimiento de las propias emociones; b) manejo emocional; c) auto-motivación; d) reconocimiento de las emociones en otros; y e) manejo de las relaciones interpersonales.

    La última propuesta que vamos a comentar es la del modelo de Petrides y Furnham (2001), que conciben la IE como un grupo de formas de actuar habituales y autovaloraciones relativas a la capacidad para reconocer, procesar y utilizar información emocional.

    Las habilidades que integran este modelo son: a) adaptabilidad; b) asertividad; c) percepción emocional de uno mismo y de los demás; d) expresión emocional; f) gestión emocional de los demás; g) regulación emocional; h) baja impulsividad, i) habilidades de relación; j) autoestima; k) auto-motivación; l) competencia social; m) manejo del estrés; n) empatía rasgo; ñ) felicidad rasgo; y o) optimismo rasgo (Petrides, Furnham y Mavroveli, 2007).

    Conocer la relación entre inteligencia emocional y práctica física es de interés educativo, social y deportivo. En el siguiente apartado, describiremos la asociación entre estas variables con la finalidad de extraer conclusiones que favorezcan el proceso de práctica deportiva.

4.     Inteligencia emocional y práctica deportiva

    El potencial investigador emergente en otros ámbitos de la investigación de la IE, se ha extrapolado al ámbito de la actividad física y el deporte, siendo mayores los estudios encontrados en los últimos años en bases de datos como ISI Web of Knowledge o Sportdiscus. Sin embargo, este interés es difuso y ha tomado varias líneas de investigación distintas unas de otras como veremos a continuación.

    Uno de los primeros trabajos analizó la relación entre IE y rendimiento en béisbol (Zizzy, Deaner y Hischron, 2003). Estos autores evaluaron la IE a través de la escala de autoinforme de Schutte (Schutte et al., 1998) y el rendimiento a lo largo de una temporada, de 61 jugadores (20 eran lanzadores y 41 eran bateadores). Estos autores observaron que la puntuación en la escala de IE correlacionaba positivamente con el número de strikes y walks que provocaron los lanzadores, pero no correlacionaba con ninguna medida de los bateadores. Los autores argumentan que los lanzadores, al iniciar ellos mismos la jugada, requieren mayores habilidades personales e interpersonales. El procesamiento adecuado de los estados emocionales así como la necesidad de comunicarse con los recibidores hace que obtengan esas altas puntuaciones.

    Otro estudio que ha observado relaciones entre IE y rendimiento deportivo fue el realizado sobre partidos de cricket por Crombie et al. (2009). Estos autores analizaron la puntuación media del equipo en IE a partir del instrumento MSCEIT. La muestra estaba compuesta por seis equipos de la liga sudafricana durante dos temporadas. Los autores encontraron una correlación positiva (r = .69) entre el número de logs y la puntuación media del equipo en IE. Los autores hacen referencia a tres variables por los que la IE de estos deportistas predice el rendimiento: a) mayores capacidades/habilidades para rendir bajo condiciones de alto estrés; b) el estado de forma del jugador en cada partido y no dejarse influir por la derrota; y c) saber sobreponerse con mayor facilidad a contrariedades específicas del cricket.

    Por otro lado, Lane, Thelwell, Lowther y Devenport (2009) estudiaron la relación entre la IE, evaluada a través de la escala Bar On, y ocho tipo de estrategias psicológicas que se pueden utilizar durante el entrenamiento y la competición, medidas a través del test de estrategias de rendimiento (TOPS; Thomas, Murphy y Hardy, 1999) en una muestra de 54 estudiantes que jugaban al fútbol, hockey y rugby. Estos autores observaron relaciones positivas y significativas entre estrategias de competición y habilidades de IE, auto-conversación y evaluación de las emociones propias, evaluación de las emociones de los demás, regulación y utilización, establecimiento de objetivos y utilización, imaginación y regulación, activación y evaluación de las emociones de los demás, relajación y regulación. En cuanto a las estrategias de entrenamiento y habilidades de IE, constataron relaciones positivas y significativas entre auto-conversación y evaluación de las emociones propias y regulación, control emocional y evaluación de las emociones de los demás, imaginación y regulación, activación y regulación y relajación y utilización. Los autores concluyeron que existe relación entre la IE y las estrategias deportivas, por lo que invitan a los entrenadores a trabajar la IE con los deportistas.

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