El Tercer Milenio:
¿Era del fútbol postnacional?

 Sergio Villena Fiengo
(Costa Rica)

FLACSO, Secretaría General
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revista digital | Buenos Aires | Año 5 - N° 19 - Marzo 2000

    El fútbol ha sido señalado como la práctica cultural dominante a escala global durante la década de los '90s, tal como el rock lo fuera en los años '60s y '70s. Aunque esta afirmación, emitida por sociólogo inglés M. Jacques en 1997, pueda pecar de alguna exageración, parece evidente que cualquier referencia a la globalización cultural en curso debe mencionar al fútbol.

    Ahora bien, la difusión del fútbol, como todos sabemos, es un fenómeno previo a la actual ola globalizadora. En general, existe un consenso entre los sociólogos e historiadores, en que los deportes como un conjunto de prácticas especializadas (de carácter experimental) orientadas a llevar hasta sus límites la potencia física humana, es un fenómeno de la modernidad, que acompaña el proceso de "civilización" y de racionalización de la violencia. El fútbol, que es parte de este proceso, surge como deporte en Inglaterra a lo largo del siglo XIX y su difusión se inicia hacia fines del mismo siglo, favorecida por el empuje comercial e industrial del imperialismo inglés. La penetración del fútbol gana ímpetu en los años '30, cuando se celebra el primer campeonato mundial y llega a su máxima expresión con el desarrollo de las tecnologías comunicativas audiovisuales, sobre todo con la televisión por vía satélite. La incorporación de los Estados Unidos y los países del este asiático marcan su definitiva mundialización.

    Ahora bien, y ésta es una gran diferencia con otros fenómenos globales, como el rock, la difusión del fútbol ha estado, hasta ahora, estrechamente relacionada con otro fenómeno que le fue coetáneo: la difusión de la forma moderna de comunidad política, esto es, la constitución de los Estados-Nación. Esto se evidencia en la forma de organización que adquirió el fútbol: la FIFA, nacida en un periodo de auge del nacionalismo europeo (1904), fue concebida como una institución de carácter internacional, puesto que sus miembros son federaciones -y no estados- nacionales.

    La función más importante de este ente internacional ha sido, además de homogenizar, regular y promover la práctica del fútbol a lo largo y ancho del planeta, la de organizar competencias deportivas en las que se enfrentan "representaciones nacionales". Esas "selecciones nacionales", estaban y aún lo están, conformadas exclusivamente por jugadores que tuvieran la nacionalidad respectiva. Es más, la FIFA niega hasta hoy el derecho de que un jugador pueda participar, en momentos distintos, en más de una selección, por más que hubiese cambiado de nacionalidad.

    Con el transcurso de los años, el fútbol adquirió el carácter de un acontecimiento simbólico de profundas implicaciones geopolíticas, llegando a ser considerado incluso como una forma de "guerra ritual" entre naciones. Más aún, elemento fundamental en los procesos constitutivos y actualizadores de las identidades nacionales en muchos países del globo, el fútbol ha sido en algunas ocasiones detonador de conflictos internacionales, como la tan conocida "guerra del fútbol" entre Honduras y El Salvador a fines de los años ´60, así como en los conflictos más recientes en los Balcanes. De ahí la significación profunda de la frase de Albert Camus, "Patria es la selección nacional de fútbol".

    Así, en la era de la modernidad temprana, el fútbol fue convertido en un elemento útil para estimular la integración simbólica tan necesaria para la conformación de las identidades que están en la base de esas comunidades imaginadas que son las naciones. Para muchos, la asistencia activa a los espectáculos deportivos en un verdadero deber cívico, independientemente de si les gusta o no el fútbol: apoyar a "su" selección nacional -aunque juegue mal-- es una sentida declaración pública de pertenencia y lealtad a la nación. Que esta adhesión sea interpretada como una muestra del carácter democrático y popular del fútbol o, por el contrario, como un mecanismo de legitimación espúrea de las acciones estatales, no modifica ese carácter integrador a la nación.

    En este proceso, los periodistas deportivos -cuyo campo también ha estado organizado siguiente patrones nacionales-- han actuado, a menudo, como verdaderos adalidades del nacionalismo, difundiendo un discurso que fusiona los ideales caballerescos del amateurismo aristocrático con la retórica del sacrificio desinteresado por la patria. Gracias a la labor de los medios, el nacionalismo tenía en los campeonatos internacionales de fútbol -con su expresión máxima en la Copa Mundial de Fùtbol, cuya final en 1998 congregó a 1.7 miles de millones de tele-espectadores- un reducto que hasta hoy parecía intocable. La fusión de nacionalismo y fútbol en la industria massmediática permitía que los medios aumentaran su audiencia, los patrocinadores incrementaran sus ventas y los políticos capitalizaran la ficción de la participación que embarga a todo "jugador nº 12", equivalente deportivo del "soldado desconocido".

    Ahora bien, en última década de los años '90, la forma estatal-nacional ha sido paulatinamente puesta en cuestión como comunidad político-cultural. Los procesos de globalización, que se manifiestan en la conformación de nuevas identidades sub, trans y supraestatales, están erosionando el sentido común nacionalista con el que hasta el más profano de los seres humanos -con la excepciones del caso, por supuesto- percibía, valoraba y actuaba socialmente. En lo que a esta nota concierne, esto conduce a preguntarnos cómo los procesos globalizadores en curso están afectando la articulación entre fútbol y nacionalismo.

    Nuestra hipótesis es que estamos presenciando un debilitamiento de la hasta ahora exitosa articulación entre fútbol y nacionalismo. Como ocurre en otros ámbitos, pareciera que, en el fútbol, la globalización no debe entenderse como una mayor difusión de esta práctica deportiva-espectáculo ni como una creciente articulación entre organizaciones ancladas nacionalmente, fenómenos ambos en proceso, sino principalmente como un cambio en los patrones de su organización y, por lo tanto, de sus funciones simbólicas. Veamos cuáles son los argumentos que pueden presentarse a favor de la hipótesis de que la globalización del fútbol implica un cambio de organización desde formas internacionales hacia formas que tienen un carácter más bien supranacional, manteniendo en mente la Primera Copa Mundial de Clubes, realizada en enero de este año en las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro.

    Hace unos años, la FIFA consideró de primera importancia organizar un campeonato mundial de clubes, eligiendo para ello la significativa fecha de enero del año dos mil. El evento en cuestión, más allá de su calidad futbolística misma, no ha despertado la pasión de multitudes que suele acompañar a los mundiales "nacionales" de fútbol, aunque seguramente sí ha sido presenciado por todos aquellos que gustan del fútbol como un deporte, como un fin en sí mismo. Privado de su carácter de espacio donde reforzar lazos comunitarios nacionales, a nadie debe extrañar que ningún gobierno haya declarado asueto para que los hinchas de fútbol pudieran presenciar este evento.

    Pese a ello, es innegable que la organización de este primer campeonato mundial no internacional, ha marcado una pauta fundamental en el campo -sociológico- del fútbol, puesto que hace evidente que esta práctica ha comenzado a separarse -institucionalmente- de la ya molesta carga de lo político propia del nacionalismo, pero no para conformarse en una práctica autónoma, sino para ceder su independencia a las leyes del mercado global. Como consecuencia, el fútbol está perdiendo cada vez más no sólo sus valores humanistas particulares -inspirados en el olimpismo reciclado como "fair play"--, sino también su asociación con el nacionalismo y la regulación estatal.

    Así, el criterio de valoración legítimo dentro del campo del fútbol, que alguna vez se pensó sería exclusivamente el rendimiento deportivo de los jugadores y de sus equipos, se está alejando de los constreñimientos que derivaban de una organización y manejo basada en criterios de nacionalidad, para favorecer los criterios de legitimación basados en su capacidad para servir de instrumento a las estrategias de marketing de las grandes empresas transnacionales del entretenimiento y la comunicación. En esta dirección apunta también la paulatina conversión, verificable a escala global, de los clubes en empresas que operan con capital transnacional (es el caso del Palmeiras y del Vasco Da Gama, que disputaron la final del Primer Mundial de Clubes), así como en la creciente flexibilización de las medidas proteccionistas del "fútbol nacional" que limitaban el número de extranjeros que podían alinear los equipos. Lo mismo puede decirse de la flexibilización de las obligaciones de préstamos de jugadores a las selecciones por parte de los clubes, evidenciada claramente en la reciente Copa de Oro en el caso del jugador D. York de Trinidad y Tobago/Manchester United.

    De esta forma, el fútbol, que alguna vez se pensó era propiedad de la sociedad civil (del mundo de la vida, diría Habermas), parece ser cada vez menos una cuestión de Estado y se convierte, como todo en la era neoliberal, en un monopolio del mercado globalizado. Desde esta perspectiva, en el futuro cercano, carecerá de todo sentido hablar de "fútbol nacional", como ya ocurre con la "industria nacional": como los electrodomésticos de hoy, los equipos serán -algunos ya lo son-- ensamblados de "partes" producidas en cualquier y cambiante lugar, de acuerdo con las fluctuaciones bursátiles. Por lo demás, la creciente rotación de jugadores y cuerpos técnicos a lo largo y ancho del planeta, parece estar conduciendo a que los diferentes "estilos" futbolísticos nacionales se difuminen: hoy, hasta los alemanes mueven la cintura y se aventuran al dribbling.

    Por su parte, pareciera que en esta transición al tercer milenio, las hinchadas poco a poco están dejando de ser nacionales para asumir un carácter supranacional: clubes como el Barcelona o el Ajax, por citar algunos, no sólo alinean jugadores de los más diversos orígenes geográficos, sino que cuentan entre sus más asiduos seguidores -en general mediáticos- a aficionados de muchas nacionalidades. No sería extraño que, gracias a la revolución digital, en un futuro no muy lejano estos hinchas se organicen y conformen comunidades virtuales supranacionales. En el momento en que "hinchar" para estos clubes sea más importante que apoyar a un club "nacional", como antes ocurrió con el desplazamiento de las lealtades parroquiales por las nacionales, el primordialismo que ha pautado hasta ahora las adhesiones y lealtades futbolísticas será cosa del pasado.

    Pese a que pasará mucho tiempo antes que los periodistas deportivos, jugadores, entrenadores, dirigentes, hinchas y detractores se liberen de una lógica clasificatoria concebida para tipificar a los seres humanos enfatizando en su nacionalidad, parece ser que poco a poco ésta resultará irrelevante en el mundo del fútbol. Para los jugadores de hoy, se hace cada vez más importante ser capaces de competir en el mercado mundial de piernas, y sobre todo para vender imagen, que mantener su idoneidad para "representar" a un país. Tal vez por eso es cada vez más usual, en el mundo futbolísticamente subdesarrollado, referirse a los campeonatos internacionales subrayando su carácter de escaparates para que los "seleccionados" se exhiban ante los cazadores de talentos.

    Leído en esta clave, el mundial de clubes reciente parece ser una tímida bienvenida al tercer milenio como la era del fútbol postnacional. Sin embargo, el escaso interés que ha despertado por ese evento parece indicar que la abolición de las selecciones nacionales es todavía un hecho lejano. En uno u otro caso, parece haber poco espacio para los amantes del fútbol como arte.

    San José de Costa Rica, febrero del 2000.

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