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Reflexión sobre el educador en la atención 

de los niños y las niñas en la primera infancia

 

*Licenciado en Español-Literatura. Master en Ciencias Pedagógicas. Profesor

Asistente de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Blas Roca Calderio de Granma

***Licenciado en Cultura Física. Master en Longevidad Satisfactoria

Profesor Auxiliar de la Universidad de Ciencias Médicas de Granma

***Licenciado en Educación, en la especialidad de Educación Física

Master en Longevidad Satisfactoria. Profesor Auxiliar

de la Universidad de Ciencias Médicas de Granma

MSc. Lic. Miguel Alberto Anaya Almeida*

MSc. Lic. Dixan Alba Martínez**

MSc. Lic. Sabino Enrique Alba Martínez***

dixan7@yahoo.es

(Cuba)

 

 

 

 

Resumen

          La importancia del período de vida que abarca desde que el niño nace hasta que ingresa a la escuela para el desarrollo ulterior del ser humano, es reconocido mundialmente por especialistas de diferentes ramas del saber, los que coinciden en señalar que esta es una de las etapas más significativas del desarrollo del individuo, pues en ella se sientan las bases de todo el desarrollo físico, intelectual y socioafectivo de la futura personalidad. La convicción del papel decisivo que ejerce la educación en este desarrollo ha determinado que el Estado Cubano, en su política educacional, asuma la responsabilidad social de concebir, organizar y realizar la educación de los niños y niñas de 0 a 6 años para lograr su desarrollo integral y como resultado, su preparación para la escuela. Esta atención se realiza por dos modalidades diferentes: la institucional y la no institucional o no formal.

          Palabras clave: Educador. Primera infancia. Desarrollo integral.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 18, Nº 188, Enero de 2014. http://www.efdeportes.com/

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Introducción

    La educación como una de las conquistas más preciadas de la Revolución, es absolutamente gratuita y tiene un carácter obligatorio para todos los habitantes hasta el duodécimo grado.

    El Sistema Nacional de Educación de la República de Cuba está concebido como un conjunto de subsistemas orgánicamente articulados en todos los niveles y tipos de enseñanza. Entre los subsistemas que lo integran haremos referencia a la Educación Preescolar.

    Lograr aumentar la calidad, ejecutar cambios que hagan más productivos los servicios educacionales, son términos alrededor de los cuales frecuentemente giran las reflexiones en esta parte del sector educacional y principalmente en la Educación Preescolar.

    Complejos se tornan los retos que el mundo de hoy se plantea a la Educación Preescolar, donde el desarrollo incansable la sociedad exige una práctica educacional diferente.

    La Educación Preescolar actual debe enfrentar las posibilidades del crecimiento humano que cada vez son mayores, la demanda de desempeños muy variados y superiores, el aumento en proporcionar diversas aristas del conocimiento, la amplia variedad de intereses y aptitudes, su tarea de contribuir a la eficiencia social, el perfeccionamiento constante del currículo que nunca lega a satisfacer las posibilidades, necesidades e intereses de los sujetos de la educación.

    En la forma que tenemos organizado el trabajo, ¿Nos estamos acercando o nos estamos alejando de estos propósitos? ¿Cómo propiciar entonces, una proyección estratégica que responda a las cualidades, funciones y preparación de las educadoras de las primeras edades?

    La educación es un proceso complejo, multilateral y dinámico. Su dinamismo está condicionado fundamentalmente, por el desarrollo del propio niño y además por el de la sociedad y los formadores, que constituyen la causa de la constante variación de los métodos, medios y tareas de la educación.

    El actual período de desarrollo de la más avanzada educación preescolar se caracteriza por la adopción de una metodología marxista, integral y precisa para la educación de los niños atendiendo a las exigencias y demandas de la nueva sociedad en formación cada vez más prefecta y de contenido más completo.

    El proceso instructivo educativo debe estar por tanto encaminado a solucionar las tareas de la educción comunista. La más importante de ella, es la preparación de todas aquellas personas que inciden en el proceso pedagógico y principalmente de los formadores de los niños de 0 a 6 años para lograr una personalidad activa que conlleven a un alto nivel intelectual.

    El desarrollo de políticas que tengan como centro las personas, pasa necesariamente por preguntarse: ¿cómo proporcionar cambios en los niños y las niñas, que son los protagonistas fundamentales de los sistemas educativos? Los niños y las niñas no son objeto de la educación sino sujetos de derechos a una educación que potencie al máximo su desarrollo como personas, y les permita insertarse e influir en la sociedad en las que están inmersas. Esta concepción implica una revisión de las decisiones que se adoptan en el currículo, las formas de enseñanza y la gestión de los sistemas y de los centros educativos, en este caso los círculos infantiles.

    Las reformas educativas, iniciadas en la última década, han insistido en considerar a los niños y las niñas como sujetos activos en la construcción de conocimientos, en la necesidad de promover aprendizaje en sentido amplio y en asignar un nuevo rol a las educadoras como mediadores y facilitadores del aprendizaje.

    Otro foco estratégico consiste en apoyar políticas tendientes a reconocer socialmente la función docente y a valorar su aporte a la transformación de los sistemas educativos.

    Esta necesidad surge del agotamiento que se observa del rol cumplido por los docentes en la educación tradicional, asociado principalmente a la transmisión de información; a la memorización de contenidos; a una escasa autonomía en los diseños y evaluación curriculares; a una actitud pasiva frente al cambio e innovación educativa; y a un modo de trabajar de carácter individual más que cooperativo.

    A su vez hay que formar educadoras con ánimo y competencias nuevas para encarar los desafíos que enfrenta la educación del siglo XXI en el contexto actual de los cambios políticos, sociales, económicos, culturales, tecnológicos, del mercado laboral y de la sociedad del conocimiento y la información.

    El aprendizaje de las educadoras no se produce sólo a través de la educación que recibe en sus estudios, aunque ésta tiene un papel fundamental. Los ámbitos y tiempos de aprendizaje son cada vez más numerosos; existen formas de educación que no pasan por la educación escolarizada y no todo lo que se aprende es el resultado de la enseñanza.

    La educción a lo largo de la vida va más allá de la distinción tradicional sino que significa avanzar hacia una sociedad educadora, en la que existen múltiples oportunidades para aprender y desarrollar las capacidades de las personas.

Desarrollo

    La Educación Preescolar y principalmente las educadoras de estas edades tienen el gran desafío de preparar a las futuras generaciones para una mayor diversidad y amplitud de competencias y las expectativas que la sociedad tiene respecto a la educción, son crecientes.

    Para que las docentes dispongan del entusiasmo y compromiso requerido para sus nuevas tareas, es necesario que se preste atención a:

  • La salud laboral

  • El estado emocional en el cual se encuentra.

  • Su preparación inicial y final.

  • Sus dificultades pasadas y las actuales.

  • Su atención como sujetos y diseñadores de propuestas educativas integradoras y no como meros ejecutores de ellas.

  • Su formación como profesionales reflexivos, autónomos, creativos y comprometidos con el cambio educativo.

  • Su formación en competencias suficientes para desarrollar el aprendizaje informal y a distancia para relacionarse productivamente con otras modalidades educativas desvinculadas hoy en la institución.

    Los enfoques y problemáticas tratados en el transcurso de los cursos anteriores revelan una diversidad de puntos de vista respecto a cómo concebir la formación para la educación de la primera infancia, y alerta sobre la necesidad de señalar algunas pautas generales que pudieran ser tomadas en cuenta para la elaboración de su perfil, de los planes de estudio para dicha formación, y de los criterios para valorar dicha profesionalidad, tratando de adscribirse a la manera más científica de enfocar esta formación.

    En el caso específico del educador de la primera infancia se plantea entonces un profesional capaz de atender a niños de edades muy tempranas y de edades preescolares mayores, capaces de trabajar en un centro infantil o una vía de la educación no formal, poder actuar con niños de las zonas urbanas pero también con aquellos de las rurales, ejercer su profesión en medios normales y en medios carenciados, marginados, o en zonas socialmente complejas. Un profesional capaz de trabajar con la familia en condiciones del centro infantil pero a su vez en el propio medio familiar, en la comunidad y con la comunidad.

    Esta formación superior conlleva el estructurar un plan de estudios con enfoque de sistema, estableciendo de manera precisa sus elementos componentes: objetivos, contenidos, formas organizativas, entre otros, así como caracterizar los objetivos generales de este plan, estableciendo la unidad y diferencia dialéctica entre los objetivos generales educativos y los instructivos, destacando los rasgos propios de cada uno, y cómo interactúan a los fines de dirigir apropiadamente el proceso educativo con los niños, en todas las formas alternativas, así como las condiciones, en que tal proceso educativo pueda llevarse a cabo.

    En este sentido, la formación universitaria de educador de la primera infancia ha de ser concebida a partir de tres áreas fundamentales:

Un área de formación curricular: cuyo objetivo fundamental es garantizar que el estudiante se apropie de los conocimientos y habilidades que son básicos para caracterizar el modo de actuación profesional, y que le posibilite actuar en todas las áreas de formación y desarrollo de los niños, en todas las condiciones y particularidades, con eficiencia, seguridad y buenos resultados.

Un área de formación práctico – laboral: cuyo objetivo fundamental es que el estudiante se apropie de las habilidades y destrezas que caracterizan su actividad profesional, y que manifiesta su lógica de pensar y actuar en las distintas alternativas que se ofrecen en su quehacer pedagógico. Esta actividad práctico–laboral ha de ocupar un tiempo importante de la formación y ha de tener la misma importancia que se le concede al área curricular.

Un área de formación investigativa: cuyo propósito es facilitar que el estudiante se apropie de las técnicas y métodos propios de la actividad científico – investigativa, que es uno de los modos de su actuación profesional, que como tal pertenece al área práctico –laboral pero que por su importancia se le da personalidad propia y que ha de posibilitarle enfrentar y dar solución a las más diversas problemáticas que su práctica pedagógica cotidiana le puede plantear en su quehacer profesional.

    Naturalmente que una formación con estas características no puede concebirse para uno pocos años, por lo que la formación universitaria de estos educadores para la primera infancia ha de tener una temporalidad semejante a las de las carreras más complejas del ámbito superior de formación.

    La educación de un niño en las primeras edades, en que la mayoría de las estructura biofisiológicas y psíquicas están en plena formación y maduración requiere de un educador capaz de atenderlo en toda sus necesidades y requerimientos, con una concepción holística del desarrollo infantil.

    Esto quiere decir que este profesional no solo ha de conocer cómo se educa al niño o impartir un programa educativo, cómo se le enseñan los conocimientos, hábitos y habilidades, cómo se forman sus capacidades cognoscitivas, sino también cómo atender su salud, cómo valorar su actividad nerviosa superior, cómo concebir su alimentación y nutrición apropiadas, cómo atenderle en sus necesidades básicas fundamentales, cómo resolver las problemáticas que puedan presentarse en su conducta, cómo juzgar la acción de los componentes sociales del desarrollo, para actuar en su orientación y solución, por la incidencia que todo ello tiene en el proceso educativo el niño.

    El perfil de un profesional de la educación y particularmente para la primera infancia, ha de reflejar, de la manera más precisa posible, las exigencias fundamentales que la sociedad plantea al educador para que pueda dar cumplimiento a su actividad profesional, con la calidad que esto requiere, y con las expectativas que se derivan de su rol social, pero a su vez ha de establecer las condiciones personales que se requieren para poder ejercer dicha profesión.

    Este perfil del profesional es un patrón que debe modelar todas las actividades inherentes a la formación del educador, y a partir de su concepción se ha de derivar la estrategia para la formación, la superación, la investigación y la actividad laboral de tales especialistas, y constituye el punto de referencia en el proceso de formación de los docentes.

    El modelo del profesional ha de ser el punto de partida de toda la elaboración curricular de la formación del educador y ha de transitar de las condiciones iniciales de la formación a las condiciones con las que deben egresar los docentes.

    Los objetivos generales de este perfil concebidos particularmente en función de un profesional de la educación de la primera infancia han de estar enmarcados en tres direcciones fundamentales: una dirección ético–social, una dirección cultural y una dirección profesional, que se han de derivar de los principios y de los objetivos más generales de la formación del personal planteados por el sistema social.

    Todo lo anterior ha de concretarse en los objetivos generales educativos que han de conformar el perfil o modelo ideal del profesional, objetivos que definen las particularidades de la personalidad y del comportamiento ético–profesional del educador, asó como en os objetivos generales instructivos, que le permiten adquirir las destrezas, capacidades, hábitos y habilidades, que le van a posibilitar su desempeño profesional y solución a los problemas que la práctica pedagógica les ha de plantear en su quehacer laboral. Estos objetivos generales educativos e instructivos han de aparecer definidos en el tema referente a la concepción curricular del plan de formación y en las funciones del educador para la educación de la primera infancia.

    De esta manera, han de garantizar una sólida y consecuente preparación social e ideológica que se sustente en la propia preparación académica y en una sistemática práctica ciudadana; la formación en el trabajo y para el trabajo; lograr una preparación pedagógica y psicológica sólidas que le permitan conocer con profundidad y abordar integralmente todo el trabajo a realizar con los niños y las niñas, la familia, la comunidad y las instituciones docentes y poder plantearse y resolver con métodos científicos los problemas profesionales que se le presenten; ser capaces de determinar sus propias necesidades de superación y enfrentarlas, tomando en consideración las mejores tradiciones pedagógicas de su entorno social y de otras latitudes para tomar de la práctica y la investigación pedagógica todo lo que permita la actualización e introducción de los mejores resultados en su quehacer profesional; y lograr una formación profesional que le posibilite su actualización y modificación cuando resulte necesario, en la medida en que cambien las condiciones sociales y se le planteen nuevas metas sociales a alcanzar.

    Estos objetivos más generales posibilitan elaborar un perfil del profesional cualitativamente diferente, que toma como antecedente la experiencia acumulada de los modelos anteriores, incorpora los criterios en que se sustenta la política educacional para la formación del personal pedagógico vigente para la sociedad en cuestión y retoma, en nuevas condiciones, lo mejor de los fundamentos y proyecciones acumulados en la formación de los educadores de la primera infancia.

    Finalmente, en el momento actual del desarrollo de la formación de los profesionales y particularmente de los de la educación, se ha de concebir esta formación con un enfoque de profesionalidad temprana, que ha de comprender por tanto, no solamente los objetivos y contenidos educativos e instructivos generales que forman el ideal del profesional que se quiere formar, sino de igual manera, la nueva concepción de la profesionalidad, para atemperarlo a los enfoques más actuales y modernos.

    Estas ideas centrales han de caracterizar la formación de un educador para la primera infancia, un profesional capaz de entender, amar y conducir al niño que ha de formar y educar, y cuya impronta puede ser determinante en el sano desarrollo de su personalidad y de su proyección social como ser humano y ciudadano.

    A todo esto que se ha señalado como pautas más generales ha de unirse todo aquello que en todo el contenido lo particularizan como quizás el profesional de mayor responsabilidad y encargo social, porque es aquel que ha de formar a los niños en los momentos más críticos y significativos de todo su desarrollo como ser humano, como sujeto y como ser social.

    El educador de la primera infancia deber partir del conocimiento de las individualidades sobre las cuales pretenda actuar. ¿Pero el educando es solo una individualidad? ¿Únicamente posee cuerpo y psiquis, es decir, vida orgánica y psíquica? Si eso creyera el educador, su acción sería totalmente unilateral, pues el educando, como todo hombre, es además de individuo, ser social. Pertenece a una comunidad nacional, a una familia, a una sociedad religiosa o a una asociación cultural o deportiva. Está influido por una serie de fuerzas extraescolares por el educador que apelará a las ciencias sociales para conocer el medio y la situación del educando. El papel de la educación no puede limitarse a la trasmisión de valores culturales de una sociedad. Su función debiera orientarse a posibilitar que el niño desde su nacimiento tenga todas las oportunidades posibles para desarrollar sus potencialidades. Los niños de hoy y de un mañana próximo, demandan contar o haber contado como base de su andamiaje educativo, con una educación de primera infancia dada desde el vientre materno y antes de su ingreso a los niveles de educación preescolar.

    Lo anterior sumado a los nuevos conceptos de igualdad, libertad y autoridad, donde el niño o el joven puede reclamar derechos, a la influencia de los medios de comunicación y a la modernización de las costumbres, configura una sociedad con niños en alto grado de soledad, reducidas oportunidades de desarrollar su afectividad y sin una mayor figura de autoridad a la cual respetar y seguir. De ahí la importancia de la institución escolar en lo que se he llamado el desarrollo integral del individuo, que necesariamente pasa por las competencias afectivas.

    Por lo anterior, todo programa de educación de la primera infancia debe integrar a la familia si quiere tener real éxito en sus tareas. La mejora del ambiente cultural familiar y la elevación de la conciencia paterna de que esa mejora repercutirá directamente en el desarrollo educativo de los niños y las niñas sus mejores aprendizajes, y de que la vinculación de los adultos docentes con los niños y las niñas debiera ser mediadora, fuera valoradas y hechas explícitas en el ya lejano 1932 por Lev Vygotsky cuando expresó: “El nivel educativo de los padres, particularmente el de las madres, aparece en muchas experiencias y determinados estudios como el factor clave en la educación y salud de sus hijos; es también influencia directa para la opción por dar a sus hijos educación en la primera infancia y para evitar el abandono escolar en los grados superiores de primaria y secundaria.”

    La mayoría de los países en desarrollo ha entrado en el siglo XXI con problemas del siglo XIX aún no resueltos. Sus déficits en materia de cobertura, repetición y deserción siguen siendo muy altos. Los grandes desafíos son, precisamente, cumplir con el sueño de una escuela efectivamente universal y preparar a nuestras sociedades para asumir todo lo que implica el tercer milenio en cuanto una integración exitosa y equitativa.

    Para poder lograr la verdadera preparación de las educadoras de la primera infancia proponemos realizar las siguientes acciones:

  • Formarlas en competencias requeridas para satisfacer sus necesidades de aprendizaje fundadas también en las emociones de lo niños y las niñas.

  • Ejercer su actividad docente en la tarea propiamente dicha para elevar sus competencias de conocimiento cognitivo y comprensión emocional.

  • Vincularse a la diversidad creciente de niños y niñas para desempeñarse en diferentes opciones, modalidades y contextos educativos.

  • Utilizar creativamente las ventajas de las nuevas tecnologías para trabajar en redes y aprender el trabajo colaborativo entre pares.

  • Prepararse teniendo en cuenta apuntes políticos que suponen un cambio de carácter sistémico, porque para poder cambiar las políticas docentes hay que cambiar las políticas de la institución.

  • Lograr una modificación recíproca ya que el cambio del rol docente puede considerarse una consecuencia del cambio integral de la institución, y al mismo tiempo, una condición para cambiar la propia institución.

  • Lograr integrar las competencias cognitivas y emocionales de los docentes para estimular la complementariedad de la formación inicial con la formación en servicio, centrándose en la producción de conocimientos a partir de una reflexión crítica sobre las prácticas educativas.

  • Incentivar una carrera docente que valore su desempeño profesional y laboral.

  • Fomentar una evaluación del desempeño docente que valore los aspectos de la formación intelectual y ética del docente y de los niños y las niñas que atiende.

  • Ofertarle una formación continua que no ha de limitarse a los docentes sino que ha de involucrar a todos los agentes del sistema educativo como las directoras, subdirectoras, responsables políticos, metodólogos y otros especialistas.

  • Impartirles temas que le sean útiles a u labor profesional y no como contenidos repetitivos sin impacto laboral.

  • Demostrarle modos de actuación frente a los grupos infantiles en la institución a través del personal calificado.

  • Utilizar a los centros de referencia como centros de recursos metodológicos para constituir espacios para la formación, el asesoramiento y el encuentro entre educadoras atendiendo a diversas vías e instituciones de un sector determinado.

  • Lograr incorporar equipos multiprofesionales: psicólogos, orientadores, trabajadores sociales y otros especialistas para que colaboren con las educadoras en la atención de los niños y las niñas.

  • Fortalecer los colectivos de ciclos articulado en el desarrollo de proyectos educativos.

  • Fortalecer la preparación de lo directores de las instituciones de modo que desarrollen las capacidades necesarias para dar sentido y cohesión a la acción pedagógica del equipo que infiere en las educadoras para facilitar los procesos de gestión y cambio educativo para lograr un clima institucional armónico.

  • Crear comunidades de aprendizaje y de participación no sólo entre docentes, sino también entre éstos y las familias, los niños y las niñas, propiciando la participación de la comunidad.

Conclusiones

    La educación preescolar tiene que superar los actuales resultados de dispositivos legales que demandan una escuela cubana obligatoria. No basta ni bastará con lograr la cobertura de las matrículas y aproximarse al 100% de los niños y las niñas asistiendo a escuelas. Será indispensable atacar los principales factores del atraso y fracaso escolar. Se tendrá como propósito alcanzar los mínimos necesarios para lo que nos demanda el siglo XXI. En ese contexto futuro tendrá que situarse la importancia de una educación de la primera infancia de calidad y de su ubicación en el conjunto del sistema educativo.

Bibliografía

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  • Báxter Pérez, E. et al (1994) La escuela y el problema de la formación del hombre. Material Docente. Ciudad de La Habana.

  • Los docentes y el fortalecimiento de los protagonistas en el cambio educativo. Proyecto regional de educación para América Latina y el Caribe. Congreso Pedagogía 2003. Ciudad de La Habana.

  • Mendoza Martínez, F. (1994) y otros. Manual del promotor de las vías no formales de la educación preescolar. MINED. Ed. Pueblo y Educación, La Habana.

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  • Siverio Gómez, A. M. Un imperativo del momento actual: programa social a niños de 0 a 5 años. Ponencia al evento de Pedagogía ’99.

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