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Un señor maduro (cuento)

 

MSc. y Prof. Auxiliar

(Cuba)

Silvia María Cancio Cento

silvia@fcf.camaguey.cu

 

 

 

 

          La calle San Miguel con su genial Filo Torres (amigo personal de la gran vedette camagüeyana Candita Quintana), a su casa era una necesidad ir si querías estar al día en la farándula, fíjate si fue así que cuenta el propio Adalberto que allí volvió a encontrar a su María. Como puedes estimar este era un barrio con un índice cultural bastante elevado, los San Juanes que allí se celebraban eran exquisitos, los vecinos arreglaban las calle con esmero, se hacia un ajiaco magnifico, riquísimo, para que agobiarte más, solo agregar que en Bembeta, la calle de Eliseito (montaba los quinces espectaculares, haciéndole la competencia a Ferreiro) y Gustavo, dos pepis más, un poco más arriba estaba el hospital de la histórica Rondón que también era de la zona, al igual que Nicolás.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 17, Nº 172, Septiembre de 2012. http://www.efdeportes.com/

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    Como sabe yo soy un producto neto camagüeyano, del mismo centro del casco histórico (finamente “el centro urbano cultural y patrimonio de la humanidad”), nacida y criada en la calle de la Horca, donde dicen que al final de la misma había un patíbulo, lo cierto es que cuando yo nací a los únicos infelices que ejecutaban eran a los perros, con amo o sin amo.

    Pues bien caminando por una de sus calles, que déjame decirte cada una tiene su historia, la calle Horca (conocida también como Maximiliano Ramos) tenemos la casa de las Lulú (Gilda y Gisela una de mis brujas, la otra es Irma), lugar donde, junto con la casa de Richard Zaldívar, noche por noche, a no ser que hubiese un evento cultural o nos invitaran para uno de los dos cabaret más famosos de la ciudad, el Caribe o El Camujiro (hoy Palacio de Pioneros) o quizás nos fueranos hasta la pizzería Ballina o hasta el Jinbanbay para tomar café con leche y panquecitos, ello después de las 11 de la noche, nos sentábamos para conversar y distraernos; ah … y Diana, bonita y culta, fíjate si es así que llegó a estar al lado de Eusebio y enterrada en un parque o algo parecido con el nombre “Madre Teresa de Calcuta”, así pasó nuestra juventud, entre estas calles, en Carmen, el convento con su iglesia, la casa de Tula y tía Adelaida, donde vivía mi siempre querida amiga Cary, la de Luz y Pardo, los padre de Daisy, frente a la de la familia de Simón Roberto, feo, pero desde el canal 11 con tremenda voz de falsete, la casa de María Sánchez, en la calle Onda, la que sale a la plazoleta de Bedoya (donde estará siempre el recuerdo de Matao, al que le hicieron una estatua junto a las negras del cabildo de la plazuela del Carmen) y que corta a las calles Martí y Hermanos Agüeros (o Martín balín como le puso alguien con aires de sapiente) esta casa también guarda su historia, contarte que aquí se reunían las mujeres de la lucha clandestina para coser los brazaletes del 26 de julio, preparar las propagandas o cajas de medicina, balas, etc., lo que dispusiera el movimiento, pero estas actividades la disfrazaban ¿sabes como? Pues haciendo cordones y sesiones espirituales porque la tapia de esa casa daba al frente de uno de los esbirros más execrable que habían en el Camagüey de esa época, nada más y nada menos que Trujillo, todo esto lo se porque mi mamá era uno de estas mujeres y ellas llevaban a sus hijos, cuando aquello pequeños, a jugar, toda una buena fachada ¿verdad?

    Allí mismo en Onda, Ana y Luca, los padres de Ceci y Fernan, uno de los pepis lindos de barrio, Cachita y Fexas, los de Cuqui y Miguelin, no bonito pero con suin.

    Seguimos nuestro andar por el barrio, volvemos a la calle Carmen, ahora para arriba, mi casa haciendo esquina, al lado la casa de Chelo, la pobre, tres mujeres con aire de ricas y para poder almorzar tenían que esperar a que llegase el padre de familia con su habitual paquetico con lo que trajese, la pobre decía que había que comer poco estar sanos, pero con que gusto se comía lo que mi abuela en alguna noche le brindaba, hasta el día que el gran HP de mi hermano se tiro un pedo sentado a la mesa y ella por poco muere del susto…, sigo y está la casa de Elvira Artola quien nos arreglaba las uñas por un peso y era buenísima en eso, que ni las que cobran 5 cuc le llegan a los pies, así, así hasta llegar a la casa de la familia de Adalberto que se me adelanto un poquitico cantándole al barrio, allí ensayaba “Avance Juvenil” la orquesta de Nené, después tenemos a la calle Medio con la casa de Jorocón, negro guapo, pero toca el contrabajo en la sinfónica y más bien. La calle San Miguel con su genial Filo Torres (amigo personal de la gran vedette camagüeyana Candita Quintana), a su casa era una necesidad ir si querías estar al día en la farándula, fíjate si fue así que cuenta el propio Adalberto que allí volvió a encontrar a su María. Como puedes estimar este era un barrio con un índice cultural bastante elevado, los San Juanes que allí se celebraban eran exquisitos, los vecinos arreglaban las calle con esmero, se hacia un ajiaco magnifico, riquísimo, para que agobiarte más, solo agregar que en Bembeta, la calle de Eliseito (montaba los quinces espectaculares, haciéndole la competencia a Ferreiro) y Gustavo, dos pepis más, un poco más arriba estaba el hospital de la histórica Rondón que también era de la zona, al igual que Nicolás.

    Pues este fue el escenario de lo que le pasó aquel señor, que después de algunos años de ausencia de su barrio volvió y volvió a buscar a la novia que dejó, no te voy a decir la calle, ni el nombre de los dos, por respecto llamaremos a la calle X a él M y a ella O.

    La tarde en que aquel señor, ya maduro por demás, bastantes hebras de platas adornaban el contexto de su cara, caminó por la calle X hacia la casa de su antigua amada, la distinguió enseguida, estaba parada allí, donde siempre se aguardaban, fue a su encuentro, la abrazó fuertemente y ella le dijo bajito … ¡te esperaba!... la contemplo, un poco más vieja, pero tan igual, como si el tiempo no quisiera borrar su apostura, la tomo de la mano, como en los viejos tiempo y salieron caminando, el olvido su carro, ella como si flotara en recuerdos, las calles los vieron caminar, todos los vecinos los miraban con curiosidad, él sonrió, levemente, con el orgullo de ser el dueño, su dueño.

    Llegaron al parquecito de la Habana, sabes, llégate un día y pregúntale a los arboles, a los asientos no, estos nuevos son de mármol frio, no aquellos de maderas tan familiares, tan de todos nosotros, pregúntales, ellos saben tantos secretos de amores que Corín Tellado se queda chiquitica con esas intimidades.

    Conversaron, ya oscureciendo entraron a la Red, ahora es más cara que cuando nos íbamos el grupo a oír a Adalberto tocar el piano, pero tiene también sus confidencias, sus intimidades, allí él pidió dos vasos para una botella de ron, siempre puro, sin refresco, ni hielo, como siempre la tomaron, vio asombro en la cara de camarero pero omitió ese detalle, estaba tan satisfecho de que todo era como si el tiempo no hubiese pasado, ella, los tragos fuerte y su rincón de siempre que visitaban este lugar, allí donde nadie miraba, le pareció tener aquella juventud, divino tesoro como dijo el poeta; tarde la llevó de regreso a la casa ¿te busco mañana?, ella respondió con otra pregunta ¿ a la misma hora?

    Las horas parecían tener plomos en los pies, él soñaba con irla a buscar, preparó convenientemente la habitación, idealizaba el momento en que volviera a sentir todo su cuerpo desnudo, poseer sus entrañas con aquella lujuria que siempre los acompaño, tonto de él que dejó gato por liebre y después rodó y rodó, sin hallar esa pasión que se desbordaba solo al contacto de un beso; al fin termino el tiempo de la espera, bajó, saludó algunas personas en el lobby del hotel y fue a buscar el carro, hoy la recogería en el, no quería demorar la felicidad que le acurrucaba el corazón, llegó, parqueó y fue caminando hasta la esquina de la calle X, donde siempre se esperaban, ella no estaba, pensó… las mujeres como siempre haciéndose esperar… los amigos que quedaban y otros que lo conocían por su fama pasan y lo saludan, algunos se detuvieron a conversar, llegó el momento en que no podía esperar más, la impaciencia lo consumía, empezó a caminar hacia la casa de O, cuando un amigo común se le acerco muy alegre y a lo cubano lo saludo:

- ¡Coño M cuanto tiempo que no venias por tu barrio, me da tanta alegría verte! Y eso ¿en que andas?

    Después de un abrazo fraternal él le dice que iba para la casa de O. El amigo se queda serio, en suspenso y mirándole a los ojos, y como un reproche le comenta,

- ¿En verdad tú no lo sabes?

- ¿Qué debo saber, de qué me estas hablando?

    El amigo le contó, caminó como zombi hasta el carro, se sentó, no podía creerlo y entonces ¿con quién paseó y quién?, ayer, precisamente ayer ella partió hacia donde no hay regreso hace nueve años y aún lo espera.

    Te cuento esto para que sepas que aún las calles viejas del centro de la ciudad guardan historias que engrandecen el espíritu de nuestro Camagüey.

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