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La vacilante marcha de las multitudes argentinas

 

Sociólogo. Universidad de Buenos Aires

(Argentina)

Roberto Di Giano

robaied@hotmail.com

 

 

 

 

Resumen

          En el libro Las multitudes argentinas (1899), Ramos Mejía, realizó un largo recorrido histórico, desde la época de la colonia hasta fines del siglo XIX, para descubrir cuál fue el papel cumplido por las multitudes en nuestra vida nacional. El improvisado sociólogo justificó su estudio porque visualizó una gran carencia en cuanto a este tipo de conocimiento en la Argentina.

          Palabras clave: Ramos Mejía. Multitudes argentinas. Le Bon.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 17, Nº 172, Septiembre de 2012. http://www.efdeportes.com/

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    El médico psiquiatra José María Ramos Mejía, que desbordó con su rica imaginación las visiones socioculturales precedentes, planteaba en su libro Las multitudes argentinas (1899) (1) que en el devenir histórico argentino la multitud ya se perfilaba desde la misma organización colonial: “Del esfuerzo aislado y anónimo, va a surgir por suave evolución, durante el virreinato, la multitud, entidad colectiva, y de ella los ejércitos de la independencia, y el pueblo de la futura república...” (p. 38)

    Concibe su conformación como un proceso donde el individuo comenzó poco a poco a ceder: primero se organizó en grupo y luego en turba amorfa donde la multitud empezó a mostrarse confusamente hasta afirmarse. Con esta perspectiva el pensador argentino se diferenciaba del francés Gustave Le Bon, un prestigioso analista social que obtuvo gran resonancia en círculos intelectuales de nuestra América, y que en su libro Psicología de las masas (1895) afirmaba con énfasis que recién en su época las multitudes estaban asumiendo un papel considerable. De tal manera que Ramos Mejía, al poner el peso en nuestra especificidad, se distanciaba, sin ningún tipo de inhibiciones, del pensador europeo a quien sigue críticamente: “La multitud, como entidad social o política, es de antigua data, aún cuando diga Le Bon que apenas hemos entrado en la era de las turbas (...) Posiblemente en otros pueblos no tuvieron el influjo que parecen tener hoy, que es la época de las influencias colectivas….” (p. 29)

    Hubo un punto preciso en el que Ramos Mejía coincidió plenamente con Le Bon. Exactamente cuando dicho estudioso de las conductas colectivas afirma que, en determinadas circunstancias, una reunión de hombres posee caracteres nuevos y distintos de los que individual y aisladamente tiene cada uno. Es decir, que los mismos piensan, sienten y obran de una manera diferente de la que lo harían aisladamente.

    En otros aspectos  Ramos no tardaría en separarse de la lógica de razonamiento empleada por Gustave Le Bon, sobre todo cuando el autor europeo asegurara, con total desparpajo, que la multitud la podía constituir cualquier persona. Es que según la visión divergente de Ramos Mejía, en el caso concreto de la República Argentina, el verdadero hombre de la multitud fue siempre (aunque con límites no siempre bien definidos por  Ramos) el integrante de las capas sociales populares, designadas de distintas maneras a lo largo de toda la obra. (2)

    Superadas la etapa de las controversias Ramos Mejía asegura que la multitud estuvo conformada a lo largo de nuestra historia por individuos que tenían características específicas que los distinguían del resto de la población.

    El improvisado sociólogo tenía la costumbre de invadir sus escritos con todos los rasgos nacionales que impresionaban su afinada sensibilidad y no dudaba que para que se conformara la multitud era necesario que existiera una comunidad de estructura moral y psicológica entre los miembros que, entre otras cosas, incluía la fuerte inclinación de ellos a fusionarse. Así, Ramos deja afuera a los individuos que alcanzaron a forjar, por diversas vías, un nivel intelectual más elaborado y que por su propia formación son más proclives a la soledad que a la asociación compulsiva.

    Ramos Mejía, que teje a la postre una particular mirada del pasado local, emplea palabras contundentes para afirmar la hipótesis de que a partir de cierta inminencia moral, sin necesidad de contacto material puede establecerse entre los componentes de la multitud una rápida uniformidad: “Yo tengo mi teoría respecto de la composición de la multitud. Me parece que se necesitan especiales aptitudes morales e intelectuales, una peculiar estructura para alinearse en sus filas, para identificarse con ella, sobre todo. Difiero en eso de Le Bon...” (p. 34)

    Asimismo, pone de relieve que durante el período prerrevolucionario las élites vivían en un reposo embrutecedor y la mayoría de las ideas que circulaban en su interior estaban forjadas en un contexto diferente como era el francés. De tal manera que se encontraban muy distanciadas de las particulares tendencias de la multitud que se agitaba, en estos tiempos, por una vida libre e independiente: “La revolución no circula en la inmóvil masa de las clases superiores: vive desde muy lejos en el seno de las clases medias y menesterosas...” (p. 74)

     Ramos Mejía distingue claramente las actitudes y los comportamientos que sostuvieron las dos clases sociales antagónicas que se habían conformado en dicho período: “... las capas superiores estaban [...] entregadas a las beatitudes de la vida colonial y haciendo tranquilamente la digestión de la frugal merienda, las inferiores vivían entregadas a una vida de borrasca y en plena insurrección. Desobedecían toda autoridad, provocaban al preboste y riñendo con el alcalde y juez hacían gala de un espíritu de indisciplina e independencia llenos de traviesa ironía” (p. 103)

    Como buen estudioso de las conductas colectivas se sitúa a contramano de las corrientes de pensamiento que ponían el énfasis en la acción personal de los grandes hombres. Es que Ramos pensaba que mucho del prestigio ganado por algunos caudillos se debía a la obra de las multitudes y que dichos líderes solamente podían prevaler si no se situaban a contramano de las tendencias sociales predominantes, De nada valían los esfuerzos hechos que hicieran para crear credulidad pública si se las dejaba de lado.

    El improvisado sociólogo pone como referencia más notable a Juan Manuel de Rosas que llegó a construir una corriente recíproca con las multitudes de la época. Ellas, después de atravesar un periodo de anarquía, le atribuyeron a este gobernante cualidades personales extraordinarias.

    En cambio, cuando Ramos Mejía se refiere al confuso mundo social de fines de siglo pasado que le sirve de marco para elaborar las ideas que quedaron reflejadas en el libro que se analiza en este artículo lo retrataría de una manera que denota en él mucho fastidio: “El país, o como se decía en otros tiempos mejores, la patria, está hasta cierto punto dirigido por fuerzas artificiales, por tres o cuatro hombres, que representan sus propios intereses (...) pero pocas veces tendencias políticas, económicas e intelectuales de la masa...” (p. 219)

Notas

  1. Se ha utilizado para desarrollar este trabajo la edición realizada por la Editorial de Belgrano en 1977.

  2. Las imprecisiones señaladas aquí remiten a las ambigüedades que tiñen todos los escritos del doctor José María Ramos Mejía, y que lamentablemente opacan algunas de sus ricas elaboraciones.

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