Lecturas: Educación Física y Deportes
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La función política del deporte.
Notas para una genealogía
Eduardo de la Vega (Argentina)
Lic. en Psicología (Universidad Nacional de Rosario)

Trabajo presentado en el IIº Encuentro de Deporte y Ciencias Sociales Facultad de Filosofía y Letras - UBA
Organizado por el Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte - 6 de noviembre de 1999

Resumen
El dominio del deporte se configuró en la Grecia clásica a partir de un entramado constituido por la política, la filosofía, las artes y la guerra. La enkrateia (temperanza) configuró el elemento central de una problematización ética que estaba en el centro del dominio en constitución.
El triunfo del cristianismo en la Europa feudal eliminó ciertos aspectos de la cultura griega, aunque conservo y transformo otros. El gymnasio y la palestra desaparecieron en beneficio de la basílica, nuevo centro de la sociabilidad medieval. Los juegos agonísticos fueron prohibidos, aunque no desaparecieron.
Las sociedades modernas transformaron profundamente los antiguos juegos medievales e inventaron un nuevo dispositivo -el deporte moderno- de producción de placer, pero también de control, disciplinamiento y formación de la subjetividad. El nuevo dispositivo surgió a través de la inclusión de códigos, normas, restricciones en los antiguos juegos (caza, pelota, etc.) que progresivamente fueron adoptadas por las elites y posteriormente universalizadas. La codificación no solo afectó a los pasatiempos sino que también surgió en otros dominios (política, costumbres, etc.). La función política del deporte moderno no hay que pensarla en términos de represión sino de goce; tampoco de homosexualidad sino de implantación de nuevas formas de la sexualidad; mucho menos como la encarnación de un principio (fascismo, nacionalismo, etc.) que se disemina en ciertas instituciones, sino como un dominio con una lógica propia y formas propias de funcionamiento, que se verifican a nivel molecular, local, regional como relaciones de poder específicas y que luego se pueden incluir en estrategias más globales o generales de dominación.
Palabras clave: Deporte. Historia. Mecanismos de poder. Función política del deporte.


Introducción
Deporte y política es un tema ya clásico en las investigaciones que exploran el dominio deportivo. La función política del deporte alude sin duda a la forma en que éste se articula con los mecanismos de poder y a los efectos que dicha articulación produce.

La concepción marxista clásica sitúa en las fuerzas económicas la razón de ser actual e histórica del poder y ubica a lo político, lo jurídico y lo ideológico como epifenómenos de dichas fuerzas materiales. El análisis marxista supone un centro del poder (las clases hegemónicas, el Estado), del cual parte en sentido descendente para comprobar cómo los efectos de ese poder central se reproducen en los distintos estamentos de la sociedad (clases sociales, instituciones, grupos, etc.).

Actualmente existe una tendencia que induce a abandonar estos esquemas descendentes en el análisis de los mecanismos de poder para adoptar un recorrido inverso. Se trata de pensar al poder no en su centro sino en su periferia, no en las estrategias más generales de dominación sino en las prácticas concretas, específicas en las que se constituyen relaciones locales de poder, con lógicas propias y un régimen propio también de constitución y transformación.

Este método - al que Foucault1 llamó genealogía, y que aplicó al estudio de la sexualidad y la locura, entre otros - resulta sumamente útil, según creo, en la exploración del deporte en su articulación al poder.

En primer lugar porque el enfoque clásico no nos dice mucho acerca del deporte y la mayoría de las veces termina en elucubraciones un tanto alejadas de las prácticas concretas en cuestión. Es el caso de Sebrelli quien ve en el fútbol un poderoso instrumento de dominación inventado por las clases hegemónicas de las sociedades burguesas. Esta tesis, que no es en sí misma incorrecta, adquiere matices confusos cuando intenta dar cuenta de la naturaleza de los mecanismos específicos de dominación que se articulan con relación al fútbol2 . La utilización, en este sentido, del concepto psicoanalítico de represión -que hace aparecer al deporte con una estructura similar a la del síntoma freudiano- produce perplejidad en cualquier investigador que conoce de cerca a la doctrina psicoanalítica y al deporte.

A la inversa, el enfoque genealógico permite ubicar los mecanismos específicos de dominación que se articularon en el punto mismo de constitución del dominio del deporte, su naturaleza, su lógica, sus puntos concretos de inserción. Permite también perseguir todos esos efectos a través de sus transformaciones históricas, así como también la forma en que los mismos fueron anexados, colonizados, recodificados por otras practicas y otros discursos. Finalmente, entonces sí, es posible trazar un mapa de conjunto que permita ver cómo las prácticas locales son englobas por estrategias más generales de dominación.

Desde esta perspectiva, mi intención es situar una serie de prácticas y discursos que permitan trazar algunos contornos de lo que podríamos llamar una genealogía del deporte.


La agonística griega: el dominio de sí
Conocemos la importancia que los juegos agonísticos tuvieron para los griegos, no así la función política (y también ética) de los mismos.

Los griegos problematizaron por primera vez un dominio ético que incluía al cuerpo y los placeres para articularlo con el campo de la política en un contexto bien delimitado, el de la polis.

Durante el siglo clásico asistimos al despliegue de una voluntad de autoestilización, que surgió en la aristocracia griega e incluyó prácticas tan disímiles como la retórica, el teatro, la filosofía, la música, el teatro y los juegos3 . Una ética del cuidado de sí se elaboró con relación a los placeres del cuerpo. Se trataba de una preocupación por el cuidado de uno mismo que se extendía a los bienes privados (como la casa y las propiedades en general) y al ámbito público (política).

Los placeres (no sólo los placeres sexuales) eran considerados por los griegos, buenos o malos, según el uso que se hacía de ellos. Constituían una naturaleza susceptible de inducir a todo tipo de excesos por lo que debía ser objeto de control. La relación con los placeres, su dominio, era pensada por los griegos sobre el modelo de la justa deportiva y la batalla, es decir, como una relación agonística con uno mismo.

Para un enfrentamiento tal, era necesario prepararse, entrenarse. El ejercicio tomaba así su lugar estratégico, tanto en el ámbito de la filosofía y la retórica, como en el del teatro, la música y los juegos.

El dominio de sí constituía una virtud privada que se proyectaba en lo público: el ciudadano capaz de llevar una vida equilibrada, que no caía en los excesos propios de las clases incultas, estaba en condiciones de competir para el acceso a los cargos políticos. Es decir, la adquisición de la temperancia (enkrateia) era necesaria para la formación del hombre libre como también para la formación del ciudadano que se preparaba para gobernar a los demás.

Los espacios públicos: el ágora, el teatro, los juegos constituían los lugares donde los jóvenes sobresalían en el ejercicio de la temperancia y se promocionaban para la vida política.

Es necesario destacar algunos rasgos esenciales de esta ascética para comprender la posición radicalmente diferente de los antiguos juegos griegos con relación al deporte moderno.

En primer lugar se debe subrayar que el entrenamiento del ciudadano virtuoso no se realizaba siguiendo un corpus sistemático de técnicas, procedimientos y recetas. No se articulaba como una relación de sumisión al saber de un Otro. Si bien existía una elaboración de principios generales para el uso de los placeres - en la filosofía, en la medicina -, éstos no prescribían ni la forma ni los contenidos de los mismos. Su utilización correspondía más bien a una estética de la existencia4 que definía lo esencial del hombre libre en su relación con la verdad.

Pronto veremos iniciarse todo un conjunto de transformaciones en esta ascética - introducidas primero por el estoicismo y el epicureísmo, y generalizadas luego por el cristianismo - que van a desvincular diversos aspectos de la misma. Por un lado veremos producirse una desvinculación entre las técnicas del dominio de sí y las que permiten gobernar a los otros; y por el otro asistiremos a una demarcación y desprendimiento de los juegos competitivos del ámbito de la ética y la virtud.

El cristianismo durante el medioevo generalizó una nueva tecnología del dominio de sí centrada en el examen de conciencia y los ejercicios espirituales, y en la sumisión absoluta del sujeto a un saber Otro.

La ascética cristiana instituye una nueva relación con el cuerpo edificada esencialmente con relación a la sexualidad (a su prohibición, pero también su puesta en discurso, su desciframiento, etc.). Los juegos agonísticos pierden absolutamente su virtuosidad, son prohibidos y serán recuperados quince siglos después por las sociedades pre-industriales, esta vez, como actividades de recreación.


El cuerpo virtuoso y el cuerpo laborioso
En el contexto griego el culto del cuerpo se convirtió en un símbolo que designaba la superioridad de una clase que no se privó de proclamarse ante todos como tal.

El cuerpo de los ejercicios, de los placeres, del juego era el cuerpo virtuoso de los políticos, de los filósofos, de los propietarios; en definitiva, no se trataba de otra cosa que de un cuerpo de clase, de esa única clase que para los griegos constituía "la humanidad plenamente humana y no mutilada"5 .

Como contraste, la aristocracia griega opuso a su ideal virtuoso del cuerpo, el cuerpo laborioso que concernía a las 4/5 partes de la población de entonces. El trabajo, tanto el de los campesinos, pescadores, pastores, esclavos o libres era descalificado, ya que sólo los hombres ociosos se hallaban moralmente conformes con el ideal humano y merecían ser ciudadanos de pleno derecho.

Según Aristóteles "La perfección del ciudadano no califica al hombre libre sin más ni más, sino sólo a aquel que se ve libre de tareas necesarias a las que se dedican siervos, artesanos y braceros; estos últimos no podrán ser ciudadanos, si la constitución otorga los cargos públicos a la virtud y al mérito, ya que no es posible practicar la virtud si la vida que uno lleva es de obrero o bracero"6 .

Si los nobles del Antiguo Régimen medieval se consideraban absolutamente superiores al término medio de la humanidad, los notables del mundo grecorromano estaban convencido de constituir la humanidad plena y completa, la humanidad normal.

El advenimiento de la modernidad ha permitido reconocer en el trabajo un verdadero valor universal. Este reconocimiento no proviene del supuesto humanismo que frecuentemente se pretende atribuir a la racionalidad moderna, sino de la necesidad de mantener las jerarquías y reducir los conflictos sociales. "En eso ha consistido la paz social de los corazones hipócritas" - sostiene P. Veyne. "El misterio del desprecio antiguo por el trabajo consiste simplemente en que los avatares de la contienda social no habían desembocado aún en ese armisticio provisional de la hipocresía"7 .

Este desprecio por el trabajo, que en realidad era un desdén social por los trabajadores, se mantuvo hasta el siglo XIX, cuando la modernidad introdujo - después de Marx - la valoración social y filosófica del mismo; después también de que la burguesía - como veremos - pudiera reconocer un cuerpo sano y vigoroso a las clases que explotaba.


El surgimiento del deporte
M. Foucault estudia el origen de una nueva tecnologías del cuerpo en los ejercicios espirituales que se generalizaron hacia el siglo XVI en los monasterios de la Europa feudal. Esta nueva ascética, a diferencia del arte antiguo del cuidado de sí, se sustentaba en la obediencia a un código sumamente elaborado y en la sumisión absoluta al Otro. Las nuevas técnicas del disciplinamiento surgieron también en el taller y en la escuela. Más tarde serán introducidas en el ejército, hasta que finalmente las ciencias humanas y sus instituciones lograrán la dispersión de las mismas y su generalización.

Las técnicas disciplinarias se caracterizan por una voluntad que pone énfasis en controlar y vigilar más que en reprimir y castigar. Utiliza coacciones débiles pero múltiples - dispuestas estratégicamente en las relaciones locales de poder (entre el abad y el monje, el maestro y el alumno, el jefe y el soldado) - que controlan y corrigen las operaciones del cuerpo. Utiliza también un conjunto de reglamentos, códigos y saberes que disponen la organización del espacio, del tiempo y de los actos para ordenar los desplazamientos, intensificar el instante y economizar los gestos. Los trabajos de Foucault sobre la constitución de una nueva mecánica de poder que toma al cuerpo como blanco predilecto, no exploran el ámbito de los juegos físicos y el deporte, donde la cuestión del cuerpo se muestra en toda su densidad.

Es probable que la primera articulación de las sujeciones disciplinarias sobre el cuerpo se elaboraran en las prácticas de cacería que, desde la alta edad media, cultivó la relación del hombre con el animal.

Durante todo el medioevo, la caza de animales salvajes constituyó uno de los principales pasatiempos, además de una necesidad de subsistencia y una preparación para la guerra. La relación con el animal se estableció a través de una doble vía: de familiaridad y amistad con los animales domésticos que ayudaban a cazar; y de agresividad, temor y admiración por los animales salvajes perseguidos en la cacería.

La generalización de la caza en la Europa del siglo V constituyó el testimonio del ascenso general de la agresividad en estas sociedades guerreras. Según M. Rouche, "cuando se leen las repetidas condenas de todos los concilios merovingios y carolingios contra los miembros del clero que llevaban armas y cazaban con perros y halcones, (ha) de concluirse que el arte de matar se había convertido en una pasión devoradora que alcanzaba incluso a quienes no tendrían que haber sido sino unos pacíficos pastores."8

Fue en este contexto donde se especificaron en una forma bastante generalizada las relaciones de domesticación del animal. Allí se introdujo por primera vez en la historia - mucho antes que en los ejércitos prusianos9 - el ejercicio del cuerpo (en este caso del animal) articulado en una relación de sumisión y amor al otro.

La caza constituyó el ámbito donde surgió, también por primera vez en la historia, un dispositivo que tenía las principales características de lo que hoy conocemos como deporte. Tal dispositivo apareció en el punto mismo en que la expresión de las contiendas sociales pasó de la guerra a la política, al mismo tiempo que se formaba el estado nacional y se constituía el primer parlamento moderno10 .

Según Norbert Elías, la caza del zorro en la Inglaterra del siglo XVIII fue uno de los primeros pasatiempos que adquirieron la forma del deporte, cuando caballeros y gentleman propietarios de grandes extensiones de tierras elaboraron refinados códigos de conducta e impusieron severas restricciones a las antiguas formas de cacerías. Estos códigos prescribían en primer lugar la prohibición de utilizar armas, lo que impedía al cazador matar al zorro. Por otra parte, los animales - quienes estaban cuidadosamente entrenados para perseguir y matar al zorro - también debían obedecer una serie de normas y restricciones antes de proceder a la matanza. Una nueva sensibilidad surgió con relación a los nuevos sports. Los códigos elaborados y celosamente custodiados por caballeros prescribían las formas de un novedoso y refinado dispositivo del placer; de un ritual exclusivo que anudaba el cuerpo al goce, prefigurando en la relación del hombre con el animal las formas modernas de la domesticación.

La invención del deporte se produjo en el seno de una clase social que preparó el terreno para los primeros desarrollos del capitalismo naciente, cuando desplazó del centro del poder a los antiguos representantes del absolutismo monárquico. Durante el siglo XVIII, una elite de grandes propietarios rurales que no provenían, en su gran mayoría, de la nobleza, pero contaba con los resortes del poder económico y político de Inglaterra, elaboró con relación al cuerpo - y no solamente en el campo del deporte - el nuevo símbolo de distinción de una clase que se convertía en hegemónica.

El análisis marxista clásico ve en los deportes - en el fútbol principalmente - un sofisticado instrumento que la burguesía introdujo para dominar al proletariado. Sin embargo, al estudiar el nacimiento moderno de aquéllos, vemos - en forma absolutamente clara a propósito de la caza del zorro, pero también en el fútbol practicado en las escuelas de las elites inglesas - la autoafirmación de una clase mas que la herramienta para el sojuzgamiento de otra.

La burguesía convirtió la sangre azul de los nobles en un cuerpo con buena salud y una sexualidad sana11 . Se trató de la constitución de un cuerpo de clase, protegido, cultivado, dotado de un valor diferencial, enriquecido por el trabajo especializado de los nuevos códigos que surgían y se generalizaban en los albores mismos de la modernidad.

La burguesía, en el siglo XVIII, elaboró numerosos y diversos mecanismos que tomaban al cuerpo como objeto de operaciones que lo especializaron a la vez que reproducían sus fuerzas; lo sexualizaron a través de la invención e implantación de nuevas formas del goce; lo convirtieron también en objeto de saber al mismo tiempo que configuraba- en todas las relaciones de domesticación que se establecían: en los deportes, en la educación, en el cuidado de la población, en los controles sobre la sexualidad de los niños, etc.- las condiciones para el surgimiento de nuevas y más eficaces formas de sometimiento.


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revista digital · Año 4 · Nº 17 | Buenos Aires, diciembre 1999