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Las experiencias de éxito y fracaso en el deporte, 

algunas de sus manifestaciones psicológicas asociadas

 

Instituto de Medicina Deportiva (Departamento de Psicología)

Graduado de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana

Psicólogo de la delegación cubana en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011

Lic. César Alejandro Montoya Romero

camromero@infomed.sld.cu

(Cuba)

 

 

 

 

Resumen

          En el acápite se tratan los temas de las emociones en el deporte, su definición y se describen las condiciones que dan lugar a las emociones post-competitivas. Se hace referencia a un factor que puede constituir la diferencia entre el éxito o el fracaso de un deportista en la competencia. Se mencionan los elementos que están en la base de la expresión de las emociones post-competitivas. Se describen las consecuencias positivas y negativas de las experiencias de éxito y fracaso en el deporte. Se refiere el tema de la resiliencia, el desamparo aprendido y el miedo al éxito. Por último se desarrolla a fondo el tema de la tolerancia a la frustración en el deportista.

          Palabras clave: Emociones. Deporte. Éxito. Fracaso. Psicología.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires - Año 17 - Nº 168 - Mayo de 2012. http://www.efdeportes.com/

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Introducción

Lic. César Alejandro Montoya Romero    En los escenarios del deporte actual, cada vez es más frecuente una estrecha diferencia entre los que resultan vencedores y los derrotados. A veces el margen solo es cuestión de centímetros o de milésimas de segundo, cuando no depende de controversiales decisiones arbitrales que dan cabida al natural error humano.

    Esta realidad es consecuencia del vertiginoso avance técnico y metodológico que caracteriza a las ciencias aplicadas al proceso de preparación de los deportistas, que supone la compleja manipulación de muchas variables, por parte de técnicos y especialistas que trabajan en función de optimizar el comportamiento de las mismas en aras del éxito.

    Sin embargo, da igual cual sea la forma, los atletas sufren, casi de manera similar, los fracasos o gozan eufóricamente sus éxitos. Para ellos los resultados de la competencia constituyen algo más que un mero suceso y revisten una connotación muy especial, a veces pueden llegar a convertirse en el rasero mediante el cual valoran su éxito en la vida.

    Algo que debemos considerar es que, aun cuando en el deporte de alto nivel, lo que todos pretenden es la victoria, lo más común es la derrota. En una competencia toman parte un gran número de participantes, sin embargo, son solamente tres los premiados y uno el ganador absoluto. Los criterios de Domínguez Martínez (2010, párrafo 7) enfatizan este planteamiento al considerar que “hay que estar dispuestos a asumir el riesgo de acabar siendo perdedores. El deporte difícilmente admite entre sus filas a quien no acepte, a priori, la eventualidad de esa sufrida situación, nunca descartable.”

    Estos razonamientos nos conducen a la lógica y escueta conclusión de que en el deporte las experiencias de éxito y fracaso van inevitablemente de la mano. Ganar y perder en estos espacios son las dos caras de una misma moneda.

El sustrato psicológico del éxito y el fracaso en el deporte

Las emociones en el deporte

    El estudio de las experiencias de éxito y fracaso en el deporte se ubica dentro del contenido correspondiente a las emociones post-competitivas. Algunos autores coinciden en que posiblemente este acápite se encuentre entre uno de los menos estudiados y desarrollados dentro del tema emocional. Sin embargo reconocen que su importancia es exclusiva. (García Ucha, 2004)

    Las emociones en el ámbito del deporte pueden entenderse como las reacciones que tiene un individuo, caracterizadas por la modificación del tono y la expresión de los indicadores psicológicos, acompañado además de típicas manifestaciones somáticas o fisiológicas, que influyen en el comportamiento, matizando la disposición general con que se enfrenta una actividad determinada y que posee un nivel óptimo para contribuir al rendimiento en la misma, a partir del cual el resultado en ella se deteriora.

    Las condiciones que suelen desencadenar una respuesta emocional en el deporte son la percepción y el juicio respectivo que realiza el atleta de una situación determinada, vinculando la naturaleza de la misma y las circunstancias en que se encuentra en ese momento, con la posible satisfacción o no de sus necesidades.

    Así por ejemplo, un atleta al percibir una situación deportiva como difícil de superar en una competencia importante, puede concluir que la misma atenta contra su posición o estatus dentro del equipo, lo cual desata una respuesta emocional en correspondencia.

    En el caso específico de las emociones después de la competencia estas se producen cuando el deportista evalúa, desde su subjetividad, las consecuencias de su actuación, en correspondencia con sus aspiraciones o las expectativas que sobre su rendimiento se tienen, lo cual hace que reaccione en concordancia con su conclusión acerca de la misma.

    Por regla general, en las condiciones donde se hace presente una amenaza a la satisfacción de las necesidades del deportista se producen emociones de carácter negativo, ansiedad, enojo, frustración, preocupación. De igual manera las situaciones confortables de éxito, logro o reconocimiento suelen ir acompañadas de un estado afectivo de alegría y entusiasmo.

    Las emociones que manifiestan los deportistas luego de su actuación en la competencia constituyen una parcela de estudio con un valor cardinal para los psicólogos del deporte, además de poseer un interés decisivo para los entrenadores. En ellas se manifiesta la personalidad del deportista de manera integral, lo cual es una vía más de acceso a ellos; y su expresión saludable determinan no solo el estado del deportista in situ, sino la forma en que posteriormente enfrentará las acciones que le suceden a ese momento.

Factores psicológicos que condicionan el éxito o el fracaso deportivo

    Suele decirse que existen múltiples factores de naturaleza psicológica que influyen en el resultado final que obtiene un deportista en una situación competitiva. Conociendo esto, es posible contribuir en parte, a su participación exitosa en el evento para el cual se prepara, si se controlan debidamente los mismos.

    Uno de estos factores es el programa de acciones que conducirán al deportista al logro de sus objetivos, dicho programa orienta y regula los esfuerzos que éste realizará en la justa. Dicho programa debe comprender las expectativas que desde el punto de vista objetivo se tienen acerca del rendimiento del atleta, considerando también sus capacidades y nivel de autoconfianza en ellas. (Ilg, 1985)

    Esta programación debe ser planificada por el entrenador y sus asesores y debe además discutirse con el atleta empleando el tiempo y la dedicación necesaria, pues a veces el deportista sobrevalora sus posibilidades y este error valorativo se traduce luego en experiencias de fracaso reiteradas, determinadas por lo que se conoce como un nivel de aspiraciones artificialmente elevado.

    Por otra parte puede suceder que el atleta, en lugar de sobrevalorar subestime los resultados que puede llegar a obtener, dadas sus potencialidades; y esto es tanto o más perjudicial. En su base se encuentran cualidades volitivas insuficientemente desarrolladas y el deportista se conforma con metas cómodas que les aseguren vivencias de éxito. La mediocridad deportiva en estos casos no demora en instalarse.

    El llevar a cabo o no este programa puede dar al traste con la obtención de un resultado positivo y su correspondiente vivencia de éxito o representar el fracaso en la competencia acompañado de sus respectivas respuestas emocionales.

    El logro o no del resultado esperado en la competencia no conduce de forma directa a un tipo u otro de experiencia emocional. Las emociones después de la competencia, además de la intensidad y las características a la hora de expresarse, se suceden en función de un grupo de elementos que determinan su naturaleza. Estos aparecen enumerados a continuación:

1.     La significación o relevancia social que posee la competencia en concordancia con lo que esta representa para el atleta.

    Competencias de escasa relevancia social, pueden tener una connotación elevada para algunos deportistas, por ejemplo, confrontaciones internas, enfrentamientos de eliminación, entre otros; y representar mucho. O viceversa, un evento de alta significación popular puede no simbolizar absolutamente nada para un atleta, por ejemplo, juegos multidisciplinarios regionales, donde la rivalidad es mínima en algunas disciplinas.

2.     La estrecha relación entre el grado de dificultad de las exigencias de la tarea, el desarrollo deportivo alcanzado por el deportista, su nivel de aspiraciones y los resultados concretos alcanzados en la actividad.

    A veces los resultados en la competencia no se corresponden con lo que se experimenta al respecto. Cualquiera esperaría que un medallista de plata disfrute más su resultado que aquel que obtuvo el 4to lugar, sin embrago esto no es siempre así, la valoración que hace el deportista de su actuación está en correspondencia con su nivel de desarrollo y sus aspiraciones en consecuencia.

3.     Las características de personalidad del deportista.

    Las características de la personalidad determinan la actitud del deportista ante el éxito o fracaso en una competencia. La valoración que este realiza del resultado cuando es favorable puede conducirlo a la auto-superación o a la auto-complacencia en función de su auto-valoración. De igual manera el fracaso puede constituir un motivo para ser mejor o una señal asumida de incompetencia insalvable.

    Una mirada desde la perspectiva cognitivista de Albert Ellis y Aaron Beck defendería la postura siguiente: lo que diferencia al éxito del fracaso no depende tanto del resultado concreto de la acción, sino más bien de la interpretación que hacemos de este resultado, lo cual pone el acento en las creencias instauradas y los juicios más o menos racionales que al respecto realiza el deportista. De hecho Mora, García, Toro y Zarco (2000), resaltan estas afirmaciones cuando se refieren a que nuestras emociones, sentimientos y comportamientos dependen de las conclusiones que hacemos a diario de los acontecimientos que vivimos. De esta manera, la experiencia cotidiana concreta en cualquier ámbito puede ser confortable o displacentera y determinará en la manera de afrontar futuras situaciones. Esto puede explicar incluso el comportamiento de algunos deportistas antes de iniciar los partidos en relación a ciertos rituales, manías o supersticiones, dado que los asocian a las experiencias en las que tuvieron éxito anteriormente.

    Estos factores se entremezclan y el resultado final que se obtiene es la forma en que el deportista experimenta desde el punto de vista afectivo su rendimiento o resultado final en la competencia.

Las consecuencias positivas y negativas de las experiencias de éxito en la actividad

    Por lo general las vivencias de éxito en el deporte van acompañadas de alegría, satisfacción personal, placer y bienestar subjetivo. Además suelen traer aparejado un incremento de la autoestima del deportista, teniendo en cuenta los elementos citados en el apartado anterior. Mientras más elevada y difícil de alcanzar es la meta a la que se aspira, teniendo en cuenta también la calidad de los rivales o las dificultades intrínsecas de la actividad, en esa misma medida se expresará la intensidad de tales estados emocionales.

    Según Chernikova (citado en Rudick, p. 560, 1988) suele suceder que cuando las condiciones de la lucha en la competencia han sido extremas y el deportista ha sufrido el desgaste físico y mental de tales condiciones las emociones post-competitivas pueden demorar en expresarse. El deportista necesita recuperar un estado homeostático o cierto restablecimiento físico para poder manifestar las reacciones psíquicas y emocionales correspondientes.

    Las vivencias de éxito en la competencia pueden producir en el deportista una predisposición o actitud positiva hacia la preparación para futuros eventos. Dicha postura se traduce en una adopción de las tareas del entrenamiento con mucho más ímpetu y comprometimiento, así como también la asunción de compromisos más serios, aspiraciones nuevas y metas más ambiciosas.

    En este sentido se ha podido comprobar que, de hecho, el nivel de aspiraciones tiende a aumentar más después de una vivencia de éxito, que a disminuir luego de experimentar el fracaso.

    Sin embargo, en no pocas ocasiones el éxito en una competencia puede llevar al deportista por senderos poco saludables. No faltan los casos en los que el triunfo conllevan a una distorsionada sensación de optimismo infundado, que hacen que el atleta descuide su preparación o desestime los esfuerzos necesarios para lograr resultados similares. Algunas de las causas que producen las citadas consecuencias se citan a continuación:

  1. La sobrevaloración de las propias capacidades.

  2. La minimización de las exigencias de la actividad.

  3. El menosprecio hacia los contrarios.

    Como consecuencia de resultados positivos en una competencia el deportista puede sobrevalorar sus capacidades atléticas y pensar que es alguien que en realidad no es. En la base de este fenómeno hay por lo general una inadecuada autovaloración, variable personológica de extraordinario valor en la regulación del comportamiento. Algunos deportistas -en esto la experiencia juega su papel- no son todo lo sagaces a la hora de valorar el grado de complejidad de la actividad deportiva que practican. Un éxito aislado puede hacer que estos “pierdan el respeto a la actividad” y subvaloren los esfuerzos necesarios para rendir en ella, o que asuman actitudes similares hacia sus oponentes. En estudios realizados por González (2001) se pudo demostrar que los tiradores deportivos de mayor nivel de desarrollo suelen percibir en su justa medida la verdadera complejidad de la actividad que realizan, razón por la cual se inclinan por proferir gran respeto hacia la misma, algo que no sucede con los de menos calidad.

    Estos fenómenos pueden sucederse de manera espontánea o sin que intervengan directamente agentes de naturaleza externa. Sin embrago, el deportista puede ser víctima de influencias por parte del medio que, combinadas con las condiciones internas, contribuyen a que se establezcan estas configuraciones sobre la realidad. Ejemplos de estas influencias son:

  • Exageradas alabanzas luego del resultado en la tarea.

  • Otorgamiento indiscriminado de recompensas o no acorde al resultado real.

    Por este motivo es recomendable que cuando los deportistas obtienen logros significativos, estos sean valorados y disfrutados de manera proporcionada y discreta tanto por ellos como también por los que lo rodean.

    Algo muy puntual en relación con lo anterior es que, aparejado al fenómeno del éxito, debe concebirse, lo más inmediatamente posible, la idea de que a este le suceden próximas metas como parte del proyecto continuo de perfeccionamiento en busca del más alto grado de la maestría deportiva.

    En este apartado abordamos las consecuencias negativas y positivas que traen aparejadas las vivencias de éxito de los deportistas en las competencias. Estas tienen un carácter más o menos lógico, pues hay en su base las naturales ansias de victoria y reconocimiento cada vez que se compite, sin embargo existen también los casos contrarios, donde paradójicamente el éxito es temido y evitado a toda costa por los deportistas, prefiriendo a cambio el fracaso en las situaciones de competencia.

El miedo al éxito

    Hay los que se muestran escépticos ante estos planteamientos, sin embargo, se ha demostrado que desde el punto de vista social y personal no todos están dispuestos a asumir las consecuencias que acompañan al éxito en las competencias.

    “Nikefobia (succes phobia) significa literalmente miedo a la victoria, fenómeno por el cual el atleta rinde más en entrenamiento que en la competición, falta sistemáticamente a los eventos deportivos más importantes y falla cuando está a punto de conseguir una victoria casi segura”. (Tamorri, 2004 citado por Nieri, 2006, p. 2) A medida que los deportistas van acumulando éxitos, su estatus social y dentro del grupo deportivo, así como su responsabilidad y compromiso social se modifican. La relación con el entorno, es decir con los demás atletas, los amigos, los espectadores e incluso la propia familia cambia en cierta medida, esto se convierte en presiones extras con las cuales el atleta debe aprender a lidiar, de lo contrario se convierten en legítimas fuentes generadoras de estrés.

    En ocasiones los deportistas valoran como más cómodo mantener su estatus actual que tener que asumir el reto de demostrar nuevamente que son realmente buenos, teniendo en consecuencia a los demás como rivales, estudiando cada uno de sus pasos.

    Con el objetivo de evitar estas consecuencias, el deportista, o incluso puede darse el caso de que equipos completos fallen, se equivoquen o rindan pobremente en los momentos más importantes de una competencia donde necesitan esforzarse y dar lo mejor de sí.

    En ocasiones las lesiones constituyen una de las vías que los deportistas pueden elegir para escapar del éxito. Similar a lo que sucede en el caso de las enfermedades oportunistas que atacan a los pacientes con estrés agudo estas lesiones tienen una causa psicológica. Además estos atletas valoran los beneficios del fracaso, los cuales descansan a veces en contenidos de naturaleza inconsciente, pues de ello, en ocasiones, se deriva el afecto y la protección o la atención de los otros.

Las consecuencias negativas y positivas de las experiencias de fracaso en la actividad

    Las emociones post-competitivas cuando se ha fracasado en la tarea se caracterizan por sensaciones de insatisfacción, desasosiego, frustración e incluso la ansiedad. Pero la intensidad de estas respuestas depende, de igual manera, de las aspiraciones que tenga el deportista en virtud de su nivel de desarrollo, de las características de sus adversarios, como también de la significación o relevancia de la competencia y sus rasgos personológicos.

    Los atletas en proceso de desarrollo o con escasa experiencia en el deporte no tendrán las mismas aspiraciones en una competencia concreta que aquellos de sobrada maestría y alto nivel. La obtención de un resultado similar en estos casos produce reacciones emocionales muy distintas.

    Por otra parte las características de la personalidad de los deportistas determinan la postura ante las experiencias de fracaso, pudiéndose convertir estas en motivos de depresión, pérdida de la autoestima y la autoconfianza, o por el contrario generar respuestas emocionales caracterizadas por la tendencia activa a tomar la revancha y reparar en el futuro los errores cometidos.

    En este sentido ha sido expresado por Ilg (1985, citado por García Ucha, 2004) que la capacidad para rebasar eficazmente las experiencias de fracaso está relacionada con el nivel de desarrollo o los resultados que obtienen los deportistas y con sus patrones psicológicos asociados al comportamiento. De manera que, aquellos con menores resultados enfrentan el fracaso de forma ineficiente en comparación con los que tienen mejores desempeños.

La resiliencia y su vinculación con el ámbito del deporte

    La capacidad o habilidad, muchas veces innata, de un individuo para responder de manera adaptativa a situaciones de crisis o trauma y reponerse de estas desagradables y desestabilizadoras experiencias es a lo que Michael Rutter denominó "resiliencia" por el año 1978. Anglicismo por (resilence o resiliency) que significa "resistencia o recuperación de los cuerpos a los choques".

    Este término comprende un enfoque positivo de la personalidad y ha sido estudiado y desarrollado haciendo referencia a la manera sorprendente en que algunos sujetos, que han sufrido experiencias traumáticas, resaltan su habilidad para lograr reponerse y planificar su vida de manera productiva. Los individuos tienen confianza en que el futuro puede deparar cosas mejores comprometiéndose así y sintiéndose responsables de la construcción del mismo.

    Existen factores internos que hacen que una persona sea resiliente. Entre ellos se suele decir que los más determinantes son el optimismo y la esperanza, se citan como importantes también la autoestima, la confianza en sí mismo, la responsabilidad, entre otros.

    En investigaciones sobre el tema se ha establecido que los niños resilientes poseen características que los distinguen. Estos suelen responder adecuadamente frente a los problemas cotidianos, son más flexibles y sociables, predomina en ellos lo racional, la capacidad de auto-control y la autonomía.

    Sin embargo, un elemento importante que determina la capacidad citada es el apoyo recibido por parte de otros. Si la autoestima de un individuo es baja esto se puede mitigar mediante el soporte que pueden ofrecer los demás, significando las destrezas personales. Así mismo, si la confianza en uno mismo no es subrayada por agentes externos esta puede llegar a derrumbarse.

    En el deporte capacidades como la resiliencia son decisivas, sobre todo si se considera que esta teoría cobra significado a partir de las diferencias en la reacción ante circunstancias adversas, generadoras de estrés como las del deporte.

El desamparo aprendido

    Las vivencias de fracaso cuando se producen de manera recurrente tienen consecuencias muy negativas para la personalidad del deportista. Una de estas está relacionada con la sensación experimentada por el deportista de pérdida del control o dominio de lo que sucede en su entorno. La percepción del deportista de que su comportamiento es inútil para hacer que los acontecimientos a su alrededor tengan lugar o no, trae como consecuencia problemas motivacionales, cognitivos y emocionales. Los trabajos de Martin Seligman (1992 citado por Díaz-Aguado et al., 2001) y su teoría del desamparo o incapacidad aprendida abordan este tema.

    En el modelo de Seligman (1991) es necesario comprender dos ideas importantes: primero “el desamparo aprendido”, no es más que la tendencia a rendirse, a evadir cualquier compromiso y amilanarse, dada la creencia errónea de que lo que se hará no producirá resultado alguno para nosotros. Segundo “el estilo explicativo” que es la manera en que por lo general nos explicarnos o le atribuimos el porqué de algunas cosas que nos suceden a diario.

    Para Seligman (1991) estos conceptos están muy relacionados, por ejemplo el estilo explicativo modula el desamparo aprendido, o sea la forma en que nos explicamos las cosas que nos suceden determinarán las características de la experiencia de desamparo. Así, un estilo explicativo optimista evita la sensación de desamparo y un estilo pesimista permite que la experiencia de desamparo que la persona experimente, prevalezca y se disemine a otras circunstancias.

    Algunos estudios han demostrado que la experiencia deportiva es otra variable que interviene en este proceso disminuyendo o aumentando la energía con que se enfrenta la subsiguiente preparación, esta se encuentra en estrecha relación con las valoraciones que realizan los entrenadores y la autovaloración del propio atleta sobre la preparación realizada con anterioridad. Los atletas de poca experiencia, tanto los que se prepararon bien, como los que no se prepararon bien y los atletas experimentados que no se prepararon bien, por lo general tienden a disminuir la energía con que enfrentan la siguiente etapa de preparación, luego de experiencias de fracaso. Mientras que los atletas que se prepararon bien, en lugar de disminuir su energía tienden a movilizarse y esforzarse más en la siguiente preparación.

La frustración en el deporte

    La frustración es una displacentera sensación de desasosiego e incomodidad que aparece cuando no logramos algo que nos habíamos propuesto y en lo que habíamos puesto muchas esperanzas y expectativas. Las experiencias de frustración tienen lugar de manera muy frecuente en la vida cotidiana, o sea forman parte del acervo emocional más natural del ser humano, el problema está cuando somos presa de esta emoción y nos quedamos rumiando una y otra vez la experiencia frustrante y no logramos salir de ella. Esto tiene consecuencias negativas pues bloquea las posibilidades de acción eficiente de los sujetos en el resto de las tareas. En este sentido las diferencias individuales tienen su peso.

    Hay personas que poseen una baja tolerancia al error y por tanto les cuesta trabajo lidiar con eventos relacionados con un resultado personal adverso. Por lo general estos individuos fueron niños sobreprotegidos, que no aprendieron a resolver sus problemas por sí mismos. Como consecuencia, de adultos, resultan ser extremadamente sensibles, vulnerables, con temor a las evaluaciones y sobre todo al fracaso en público.

    En el otro extremo se ubican aquellas personas sobre-exigidas que no transigen con lo mal hecho, son en extremo perfeccionistas y necesitan hacerlo todo sin cometer el mínimo error. Estos individuos suelen poseer la virtud de trabajar duro y perseverar en el logro de sus metas. Sin embargo, ante el mínimo fracaso se derrumban a consecuencia de sus elevadas expectativas, característica que se instauran también desde los primeros años de vida. Las palabras de Álvarez Iguña (2011, párrafo 3) redondean esta idea. “En la primera infancia es importante que los deseos del niño se satisfagan de inmediato, que la madre cumpla con la acción específica de brindar una sensación de seguridad y estabilidad, ya que es elemental para su desarrollo posterior emocional. A medida que el niño va creciendo, se va dando cuenta de que no siempre se puede tener lo que se desea de inmediato y va aprendiendo a tolerar, a esperar, a aceptar cierta molestia o demora en la obtención de lo que se quiere. Es decir, va aprendiendo a tolerar la frustración, la tardanza en lo deseado, a saber esperar, a soportar las vicisitudes del ambiente y a aprender a satisfacer sus deseos y necesidades por él mismo en vez de esperar pasivamente que otros lo hagan por él. Para ello, no se debe caer ni en la sobreprotección ni en la sobre-exigencia. De esta manera, se van instaurando internamente las normas, los límites que nos van marcando lo que se puede y lo que no se debe y las normas morales de tolerancia mutua. Luego de adultos, actuaremos de acuerdo a cómo hemos sido programados, otorgando nuestra interpretación a los hechos y sus correlativas emociones, éxitos y fracasos”.

    En la esfera del deporte el fenómeno de la frustración suele producirse cuando las ejecuciones que realiza un deportista quedan por debajo de lo esperado o cuando este no alcanza los resultados deportivos a los que aspiraba. Reconocemos, no obstante, que existen muchas otras circunstancias que en este ámbito pueden resultar parcial o totalmente frustrantes. Lo cierto es que la frustración, según se ha demostrado mediante investigaciones como las de Goschek (1983 Citado por González, 2004), constituye un estímulo de carácter negativo que puede ser vivenciado por los deportistas como carga psíquica. Por tanto en el deporte lo que más anhelan los practicantes es el sabor de la victoria, incluso se dan casos en los que se preocupan por evitar la derrota o la frustración a toda costa.

    En el deporte la derrota puede ser vivenciada como frustración de acuerdo a los objetivos o metas que el deportista se propone, así por ejemplo la orientación al logro de una meta auto-referenciada de superación de las propias capacidades no se refieren necesariamente a ganar la competencia sino a la auto-superación. Incluso algunos autores piensan que el fracaso se puede convertir en un motivo para la búsqueda de la maestría y el éxito. El hecho de mejorar una marca o una destreza basta para convertir la derrota en victoria.

    Las situaciones de frustración en el deporte pueden clasificarse, de acuerdo al tipo de meta malograda, que puede ser parcial (incumplimiento de una sub-meta perteneciente a otra más amplia), relativas a acciones imperfectas o de poca calidad que pueden llegar o no a comprometer el resultado final en la actividad y se caracterizan por su corta duración, o general que constituiría el objetivo final o la meta más amplia que se pretende alcanzar. En este caso la frustración tiene un nivel de alcance superior, es capaz de implicar incluso la percepción de calidad deportiva del sujeto, así como sus cualidades más intrínsecas, tales como su temple como deportista, pudiendo llegar a comprometer su auto-concepto y su permanencia en el deporte.

    En consecuencia la amplitud temporal de la frustración y su efecto en el individuo son variados, dependiendo, además del grado de significación que tenga para ese individuo la necesidad en cuestión y el grado de desarrollo de su personalidad.

    Cada sujeto posee un umbral específico de tolerancia a este fenómeno, así como un estilo frecuente de enfrentamiento al mismo. Cuando la significación de la frustración rebasa este umbral se producen reacciones emocionales que pueden comprometer la organización de la conducta, en dependencia de la eficiencia de las estrategias de enfrentamiento que el individuo movilice. Cuando las estrategias o los estilos de enfrentamiento a la frustración son efectivas el sujeto puede regular las reacciones emocionales negativas de este estado y disponerse debidamente para el resto de las acciones deportivas

    Los estudios de Rosenzweig (1941, Citado por González, 2001) demostraron que la dirección hacia donde se orienta el interés del individuo en la tarea es determinante en la superación de las experiencias de frustración y en el éxito de la misma.

    De estos resultados se desprendieron conclusiones tales como: cuando el individuo se centra en la tarea puede reaccionar mejor a situaciones de frustración, sin embargo, cuando se centra en el éxito tiene mayores dificultades para responder ante este tipo de eventualidades.

La cuestión radica entonces en el tipo de respuesta y su dirección. La tabla muestra estas variantes.

    En el caso de los tipos de respuesta estas se distinguen considerando la reacción del sujeto en función de la relación que establece con el evento frustrante. Cuando el individuo rebasa rápidamente el factor que impide el alcance de la meta fijada e insiste en el logro de la misma de manera funcional, o encuentra metas sustitutas que dinamicen su comportamiento estamos en presencia de una reacción de persistencia de la necesidad. Este tipo de respuesta suele ser el más recomendable y operativo.

    Hay casos donde la relación que los individuos establecen con el motivo de la frustración es de cierto enquistamiento, estos demoran mucho en superar las causas de su fracaso dedicando largo tiempo a dar vueltas y volver sobre el asunto una y otra vez, a este tipo de respuesta se le denominó predominio del obstáculo.

    Puede producirse también un tipo de respuesta en la que el sujeto busca por todos los medios protegerse de las negativas consecuencias psicológicas que se derivan del fracaso dado lo incómodo que resultan y la supuesta incapacidad para soportarlas. En este caso el individuo moviliza un tipo de respuesta nombrada defensa del yo, en la cual este hace todo para lograr que prevalezca su orgullo y su autoestima,

    Las direcciones de respuesta a la frustración se diferencian por el sentido que guardan con respecto al ego del deportista. Las de tipo “Extrapunitivas” son respuestas que atribuyen el fracaso a la obra de otros individuos o a elementos externos del medio con la intención de proteger al yo de la responsabilidad del fracaso. En las “Intrapunitivas” el individuo se atribuye toda la culpa a sí mismo y a sus capacidades. En el caso de las “Impunitivas” se caracterizan por minimizar la culpa, el sujeto no culpa ni al medio ni a sí mismo, considera que lo sucedido son cosas inevitables que le suceden a cualquiera.

    Las conclusiones de los estudios realizados por González (2001) demostraron que los atletas en los que predominan las respuestas dirigidas intrapunitivamente y donde su tipo es de persistencia de la necesidad, responden mejor a situaciones de estrés, algo que caracteriza al ámbito del deporte.

Conclusiones

    Las experiencias de éxito y de fracaso en el deporte, reconocidas dentro del tema emocional como emociones post-competitivas, no se producen de manera mecánica y en directa relación con el resultado concreto en la actividad, estas dependen del significado que para el deportista tenga la competencia, su calidad deportiva percibida, en correspondencia con la magnitud del reto y sus características de personalidad.

    Dentro del programa de preparación psicológica que se realiza con los deportistas se definen un grupo de acciones que pueden determinar el éxito o fracaso en las competencias, a partir de las expectativas que estos se hacen en torno a su actuación en ellas.

    El éxito y el fracaso en los escenarios deportivos tienen, indistintamente, consecuencias tanto positivas como negativas. Los técnicos que trabajan directamente con quienes experimentan estas vivencias deben ser muy cuidadosos en su tratamiento, el manejo que se hace de ellas determina en el estado emocional de los deportistas en el justo momento en que se suceden, en la actitud y disposición general con que se enfrenta la siguiente preparación deportiva y en su personalidad.

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EFDeportes.com, Revista Digital · Año 17 · N° 168 | Buenos Aires, Mayo de 2012  
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