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La motricidad refleja postnatal como base de la Educación Física

 

Doctor Europeo en CC. de la Actividad Física y del Deporte

Licenciado como número 1 de la promoción en CC. de la Actividad Física y del Deporte

Licenciado en CC. Empresariales. Licenciado en Derecho. Diplomado en Fisioterapia

Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid

Doctora Europea en CC. de la Actividad Física y del Deporte

Master en CC. de la Actividad Física y del Deporte

Profesora de la Universidad de Alcalá y de la Universidad Complutense de Madrid

Campeona de España de baloncesto

Antonio Monroy Antón

antonio.monroy@uam.es

Gema Sáez Rodríguez

g.saez@uah.es

(España)

 

 

 

 

Resumen

          El niño, desde su nacimiento, desarrolla una serie de movimientos que se encuentran preprogramados en su sistema nervioso central y están bajo control subcortical al menos hasta los cuatro meses, edad en la que empieza a imponerse el movimiento voluntario controlado ya por la corteza cerebral. En este artículo se recogen los reflejos más importantes que deben aparecer en la etapa postnatal, su mecanismo de aparición y sus fechas aproximadas de aparición y desaparición. De los estudios realizados hasta la fecha se infiere que, si bien los reflejos primarios o postnatales gozan de un componente genético especialmente importante, su estimulación frecuente puede llegar a producir una anticipación en la adquisición de comportamientos motores posteriores, por lo que su importancia en el área de la actividad física es muy grande.

          Palabras clave: Motricidad. Infancia. Desarrollo. Reflejos. Aprendizaje.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 16, Nº 165, Febrero de 2012. http://www.efdeportes.com/

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Introducción

    El ser humano, desde el nacimiento, desarrolla una serie de movimientos que se encuentran preprogramados en su sistema nervioso central. Esta serie de movimientos del neonato está bajo control subcortical al menos hasta los cuatro meses, edad en la que empieza a imponerse el movimiento voluntario controlado ya por la corteza cerebral. Algunos de ellos, incluso, se producen en la etapa prenatal, si bien estos no son los que van a constituir el objeto de este artículo.

    Los movimientos del recién nacido suelen ser anárquicos, globales e inadaptados, si bien muchos de ellos presentan un carácter reflejo y algunos incluso pueden ser reminiscencias de antiguas necesidades del ser humano que, por evolución ontogenética, han derivado en ellos.

    Los distintos reflejos y automatismos de estas primeras etapas han sido objeto de múltiples clasificaciones -muchas de las cuales se han intentado resumir en este estudio-, pero el punto de mayor interés reside en la posibilidad que ofrecen de determinar perturbaciones neurológicas o retrasos en el niño, mediante un examen sistemático de su aparición y su desaparición o persistencia posterior. Se puede afirmar que, en la actualidad, el estudio de los reflejos se ha convertido en un elemento indispensable de diagnóstico en el análisis del desarrollo motor.

    Algunos autores,1 ya desde antiguo, han relacionado la actividad prenatal y la inmediatamente postnatal con el posterior desarrollo motor de los niños. Sin embargo, la capacidad de influir en ese desarrollo por medio de los reflejos y automatismos, por más que estos se encuentren en íntima relación con los mismos, es aparentemente muy pequeña, pues la genética se muestra como un factor determinante en el nivel de actividad del recién nacido.2

    Sin embargo, no por tener este componente genético resulta menos interesante su estudio, pues los reflejos son indudablemente uno de los mejores indicadores de la integridad del sistema nervioso y del grado de maduración del niño, y por tanto su estudio temprano permitirá, en caso de detectarse alguna lesión neurológica, el desarrollo de las terapias necesarias para lograr una mejora sustancial en el desarrollo del niño y en sus capacidades motrices.

2.     Los reflejos y su clasificación

    Las clasificaciones de los movimientos involuntarios del recién nacido son, como ya se ha mencionado, muy diversas. Así, Cratty3 distinguía entre reflejos (acciones involuntarias desencadenadas por estímulos externos de distintos tipos) y movimientos reflejos (aquellos reflejos que se parecían a lo que, posteriormente, serían algunos de los comportamientos motrices característicos del niño).

    Antonio del Moral, por su parte, englobaba todos estos movimientos como “reflejos primarios”,4 mientras que Ruiz Pérez5 habla de tres grupos de reflejos:

  • primitivos: los relacionados con la supervivencia y protección del recién nacido

  • posturales: lo que sirven para reaccionar frente a cambios en la postura y el equilibrio

  • locomotrices: los que se parecen a posteriores comportamientos motrices voluntarios.

    Por último, en una publicación más reciente, Losquadro6 habla de reflejos primitivos, como aquellos que surgen en respuesta a un estímulo visual o táctil, y reflejos posturales, como las reacciones que permiten al niño ajustarse ante un desequilibrio o frente a la influencia de la gravedad.

    En definitiva, casi todos ellos se muestran de acuerdo en que la clasificación es lo menos importante y que, con independencia de la forma en que se engloben, lo verdaderamente relevante es la edad en que dichos reflejos deben aparecer y desaparecer, para poder de esta forma estudiar la posibilidad de una lesión neurológica.

    Por tanto, a continuación se señalarán, sin separación alguna entre ellos, los reflejos más importantes que deben aparecer en la etapa postnatal, su mecanismo de aparición y sus fechas aproximadas de aparición y desaparición.

  1. Reflejo de Moro: consiste en un estiramiento rápido de los brazos y dedos de las manos, para inmediatamente pasar a una postura de flexión de las cuatro extremidades. Se provocó primeramente golpeando la almohada del niño, estableciéndose con posterioridad que también aparecía sacudiendo ligeramente su cabeza e incluso al toser, estornudar o en respuesta a un ruido fuerte. En general, cualquier aceleración brusca de la cabeza puede desencadenarlo. Aparece en el feto desde la novena semana y desaparece entre los tres y los seis meses de vida. Una persistencia más allá de los nueve meses puede ser considerada como síntoma de una disfunción neurológica.

  2. Reflejo de alarma: es prácticamente igual que el anterior, salvo que la flexión se produce sin extensión inicial, y que no puede ser provocado sucesivamente –necesita un período refractario o de recuperación-, mientras que el de Moro sí.

  3. Reflejo de Magnus, tónico cervical de las extremidades, tónico cervical asimétrico o reflejo del esgrimista: consiste en que, al girar el cuello del niño, las extremidades correspondientes a ese lado del giro se extienden, mientras que las contrarias se flexionan. Se aprecia en la primera semana de vida, si bien no en todos los recién nacidos. Su persistencia más allá del sexto mes se considera anormal.7

  4. Reflejo cutáneo plantar o de Babinski: la excitación de la planta del pie provoca al principio una extensión de los dedos -durante los cuatro primeros meses-, pasando a provocar una flexión cuando el niño se acerca a la edad de la adquisición de la marcha.

  5. Reflejo de prensión: la presión sobre la palma de la mano causa el cierre de la misma, sin incluir el pulgar. Se ha observado ya desde la undécima semana de gestación, comenzando a debilitarse hacia el quinto mes de vida y desapareciendo casi por completo al año, cuando se consigue la relajación voluntaria. Si la presión es inferior a 40gr. o superior a 120 gr. también se puede intuir alguna lesión cerebral.

  6. Reflejo de succión: al estimular la región perioral, el niño busca con la boca el objeto que la estimula, pasando a succionarlo si lo consigue introducir en aquella. Aparece ya al final de la gestación y se mantiene por lo general hasta el tercer-quinto mes de vida.8

  7. Movimiento de ojo de muñeca: al inclinar hacia delante la cabeza del niño, los ojos tienden a mirar hacia arriba, mientras que si se le mantiene la cabeza atrás los ojos miran hacia el mentón. Se observa muy brevemente, normalmente en el primer día de vida, siendo sustituido muy pronto por movimientos voluntarios de los ojos si no hay ningún daño cerebral. En relación con este reflejo, están los reflejos de pestañeo y de no fijación.

  8. Reflejos de enderezamiento de la cabeza y el tronco: el primero se provoca haciendo girar la cabeza del niño mientras está tumbado en decúbito supino, girando el tronco en la misma dirección; el del tronco se produce cuando se giran las piernas del niño, lo cual provoca que el tronco les siga. Suele durar aproximadamente hasta el primer año de vida.9

  9. Reflejo de la cadera: al flexionar una pierna se produce la flexión de la otra.

  10. Reflejo de incurvación: la estimulación de la zona paravertebral lleva al niño a curvar todo el cuerpo en la dirección de donde procede la estimulación.

  11. Reflejo laberíntico de enderezamiento: al inclinar al niño hacia delante, su cabeza tiende a extenderse, buscando la vertical, mientras que al inclinarle hacia atrás la cabeza se flexiona con el mismo objetivo, mantener la posición respecto de la gravedad. También se observa al inclinarle a izquierda o derecha. No suelen tenerlo los recién nacidos, posiblemente por la debilidad de su musculatura cervical, apareciendo en torno al segundo mes y observándose con mayor fuerza alrededor del año de vida.

  12. Reflejo de Landau: en relación con el anterior, si se mantiene al niño en suspensión en decúbito prono, se observa su extensión de cuello y de toda la columna e incluso las piernas.

  13. Reflejo de sostén de brazos y piernas: al acercar al niño a una superficie, extiende sus brazos y piernas. Se observa en las extremidades superiores alrededor del cuarto mes y en las inferiores cerca del noveno. Es un reflejo que depende de la estimulación óptica, por lo que no aparece en la oscuridad.

  14. Reflejo de paracaídas: similar al anterior, pero en este caso desencadenado por un movimiento brusco hacia abajo o hacia un lado, con el cual el niño extenderá las extremidades correspondientes intentando parar el posible choque. En este caso no es un reflejo visual, sino laberíntico, por lo que también aparece en la oscuridad. Se observa entre el quinto mes y el año de vida.

  15. Reacción de tracción hacia arriba con los brazos: sosteniendo al niño de ambos brazos, si se le inclina hacia un lado, tiende a flexionar el brazo de ese lado para volver a la vertical. Igualmente, si se le inclina adelante o atrás, traccionará de los brazos de forma que pueda recuperar la verticalidad inicial. Aparece a los tres o cuatro meses de vida.

  16. Reflejo de marcha: se estimula sosteniendo al recién nacido en posición vertical y permitiéndole que apoye los pies sobre una superficie horizontal, a lo que el niño responde con un movimiento similar al de la marcha, aunque sin incluir el braceo. Comienza en torno a la segunda semana de vida y desaparece hacia el cuarto mes.

  17. Reflejo de gateo: al igual que en el caso anterior, si se coloca al niño en decúbito prono en una superficie horizontal y se le aplica presión en las plantas de los pies alternativamente, responde con un movimiento similar al de gateo. Se observa desde el nacimiento y desaparece hacia el quinto mes de vida.

  18. Reflejo natatorio: al mantener al niño en el agua o por encima de ella pero en contacto con la misma, se observa una pauta de natación más desarrollada que en el caso del gateo. Aparece al segundo mes y suele desaparecer hacia el quinto.

  19. Reflejo de trepa: al mantener al niño en posición vertical y presionarle la palma de una mano, en ocasiones -no siempre- se ha observado un movimiento similar al de la trepa, con flexo-extensiones alternativas de brazos y piernas. Es el reflejo más tardío, ya que se aprecia hacia el final del primer año de vida.

3.     Conclusión

    Los reflejos postnatales son, sin duda, uno de los mejores indicadores, si no el mejor, del estado neurológico del recién nacido, pudiendo deducirse de ellos las posibles lesiones o disfunciones cerebrales sin necesidad de atender a procedimientos más complejos.

    Su origen no está aún claro, pudiendo ser en algunos casos restos de antiguos comportamientos orientados a lograr la supervivencia.

    La desaparición progresiva de estos reflejos manifiesta el control progresivo del córtex cerebral sobre los distintos centros nerviosos, pasando la acción de ser refleja a ser controlada voluntariamente. Sin embargo, uno de los mayores puntos de discusión en la actualidad lo constituye el establecimiento de su papel en el desarrollo motor subsiguiente. Así, mientras algunos autores defienden la desaparición de la motricidad refleja progresivamente, con lo cual se excluye su importancia posterior, otros propugnan no la desaparición sino la integración de esos comportamientos automáticos en las conductas motrices voluntarias.10 Esta última postura, sin embargo, parece ser contradicha por el hecho de que algunos reflejos eminentemente protectores, como el estornudo, el parpadeo o el toser se mantengan, mantenimiento que no puede ser explicado mediante la tesis de la integración posterior.

    Por último, se debe indicar que de los estudios realizados se infiere que, si bien los reflejos primarios o postnatales gozan de un componente genético especialmente importante, su estimulación frecuente puede llegar a producir una anticipación en la adquisición de comportamientos motores posteriores, sobre todo en los casos en que dichos reflejos se relacionan con pautas de locomoción como el gateo, la marcha o la natación.11

Notas

  1. Así, Richards y Newberry en 1938, y Walters en 1956, citados en Cratty, B.: Desarrollo perceptual y motor en los niños, Ediciones Paidós, Barcelona, 1982, pág. 73.

  2. Íbid., pág. 74, donde se exponen los estudios de Scarr con 61 pares de mellizas.

  3. Íbid., págs. 74 y 82.

  4. Del Moral, A.: Aprendizaje y desarrollo, Servicio de Publicaciones Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 1994, pág. 46.

  5. Ruiz Pérez, L.M. y otros: Desarrollo, comportamiento motor y deporte, Editorial Síntesis, Madrid, 2001, págs. 42 y 43.

  6. Losquadro Liddle, T.: Why motor Skills Matter, McGraw-Hill, New York, 2004, págs. 8 y 10.

  7. Cratty señala que su persistencia más allá de la primera semana de vida es síntoma de disfunción neurológica, lo cual sin duda se trata de un error, en Cratty, B.: Desarrollo perceptual y motor en los niños, Ediciones Paidós, Barcelona, 1982, págs. 73 y 74.

  8. Existe bastante discrepancia entre autores en la relativo a la desaparición de este reflejo, señalando Ruiz Pérez, por ejemplo, que se extiende hasta el noveno mes, en Ruiz Pérez, L.M. y otros: Desarrollo, comportamiento motor y deporte, Editorial Síntesis, Madrid, 2001, pág. 43. Nuestra experiencia personal nos permite decir que no suele durar más allá del sexto mes en la mayoría de los casos.

  9. Ruiz Pérez discrepa de esta edad, señalando que desaparece hacia el sexto mes de vida, en Ruiz Pérez, L.M. y otros: Desarrollo, comportamiento motor y deporte, Editorial Síntesis, Madrid, 2001, pág. 43. En el mismo sentido se expresa Losquadro Liddle, T.: Why motor Skills Matter, McGraw-Hill, New York, 2004, pág. 10, si bien sólo para el del cuello, pues en el caso del tronco sí que apoya el hecho de su persistencia hasta los siete-doce meses.

  10. Entre estos últimos se sitúan Ruiz Pérez, L.M. y otros: Desarrollo, comportamiento motor y deporte, Editorial Síntesis, Madrid, 2001, pág. 44.

  11. Sobre este asunto, Cratty, B.: Desarrollo perceptual y motor en los niños, Ediciones Paidós, Barcelona, 1982, págs. 85 y 85.

Bibliografía

  • Cratty, B.: Desarrollo perceptual y motor en los niños, Ediciones Paidós, Barcelona, 1982.

  • Del Moral, A.: Aprendizaje y desarrollo, Servicio de Publicaciones Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 1994.

  • Losquadro Liddle, T.: Why motor Skills Matter, McGraw-Hill, New York, 2004.

  • Ruiz Pérez, L.M. y otros: Desarrollo, comportamiento motor y deporte, Editorial Síntesis, Madrid, 2001.

  • Zafeiriou, D.I.: “Primitive reflexes and postural reactions in the neurodevelopmental examination”, Pediatric Neurology, nº 31, págs. 1-8, 2004.

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