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Valores, deporte y desarrollo moral. Razonamiento

moral y legitimidad de tendencias agresivas

 

*Dr. en Educación Física. Master en Psicología el Deporte

**Doctora en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte

Universidad de Cádiz

(España)

Damián Ossorio Lozano*

damian.ossorio@uca.es

María Teresa Fernández Sánchez**

mariateresa.fernandez@uca.es

 

 

 

 

Resumen

          Los inicios del deporte moderno estuvieron presididos por la moral, por el ideal caballeresco: valores como la justicia, la solidaridad, la igualdad, etc. quedaron reflejados en los orígenes el Fair Play. El deporte como práctica noble, desinteresada, voluntaria y habitual, se consolida bajo el prisma de deporte amateur. Con la aparición del deporte profesional a comienzos de los años ochenta estos valores se desnaturalizan. Es a partir de esta fecha cuando el deporte adopta nuevas funciones dentro de la sociedad, la relevancia del profesionalismo supuso una nueva filosofía respecto a los valores. Se destaca especialmente el rendimiento, el resultado, la eficacia, el progreso, el salario. Este nuevo deporte también genera nuevos problemas y nuevos conflictos.

          Palabras clave: Valores. Desarrollo moral. Deporte. Agresividad.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 16, Nº 162, Noviembre de 2011. http://www.efdeportes.com/

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    Los valores se manifiestan como cualidades relativamente estables, que intervienen de manera general en distintas situaciones, como medio de destacar las actitudes y conductas (Rokeach, 1973).

    Los valores ponen de manifiesto la importancia de los motivos en conflicto que rige la conducta del hombre, lo mismo ocurre en el deporte.

    El modelo de Rokeach de la estructura de los valores distingue los valores instrumentales (modos de conducta) y los valores terminales (finalidad de la existencia). La distinción clarifica la naturaleza del conflicto entre los modos de conducta alternativos en el deporte. Los valores instrumentales y terminales poseen dimensiones interpersonales o intrapersonales. Esto da como resultado cuatro tipos de valores. Los valores terminales pueden ser sociales o personales; los valores instrumentales pueden ser morales o de competencia.

    En relación al deporte, la confrontación se plantea entre los valores instrumentales que generan la competencia personal en contraposición a la conducta moral.

    Se han presentado dos importantes proposiciones para mejorar la propuesta de Rokeach (Braithwaite y Laws, 1985; Schawrtz y Bilsky, 1987). Ambos estudios han apoyado las características esenciales del modelo de Rokeach, es decir, que la distinción entre los valores terminales e instrumentales es válida y provechosa, y que la distinción personal-interpersonal es importante y significativa. Y que los valores sobre los que se cimentan las palabras o frases de estímulo son bastante representativas de los valores que mantienen las personas.

    Kohlberg identifica dos sub-fases que describen distintas orientaciones cognoscitivas. En la primera, las personas tienden a utilizar criterios de rendimientos normativos y a establecer consecuencias de las acciones y decisiones que toma. En la segunda, presta más atención a las demandas que reclaman justicia y a las orientaciones propias de los ideales, Bredemeier y Shiedss (1984) utilizan esta estructura para explicar la razón por la cual los atletas hacen juicios menos maduros sobre el comportamiento deportivo que en la vida diaria.

    En un modelo menos determinista Haan (1978) considera que el desarrollo moral depende de los fundamentos básicos del equilibrio moral, del diálogo moral y de los niveles morales. El equilibrio moral se produce cuando las partes que intervienen en una relación acuerdan sus derechos y deberes relativos.

    En el deporte el equilibrio moral nace cuando existe un acuerdo para respetar el reglamento por parte de los participantes. Si esto no resulta el evento puede detenerse hasta que se haya alcanzado algún acuerdo, o sea la parte perjudicada quien dé el primer paso para restablecer el equilibrio.

    Bredemier y colaboradores han trabajado a partir de un concepto de estructura-desarrollo enfocándolo particularmente sobre las ideas de Haan (1978). Se plantearon las siguientes preguntas:

  1. ¿es el razonamiento moral de los niños el mismo en el deporte que en otras situaciones de la vida?

  2. ¿cuál es la relación entre la participación deportiva y el nivel de razonamiento moral?

  3. ¿está el nivel de razonamiento moral relacionado con otras tendencias de conducta?

  4. ¿puede el desarrollo moral promocionarse a través del deporte? (Bredemier y Shields, 1987).

    Se ha demostrado que los atletas toman menos decisiones morales maduras en el deporte que en la vida. La divergencia ocurre alrededor de los doce años de edad, cuando los niños muestran señales de respuestas más egocéntricas en las actividades deportivas (Bredemier y Shields, 1984). Además, existe alguna evidencia de que los niños que practican deportes de contacto exhiben niveles más bajos de razonamiento moral que aquellos que participan en deportes donde no hay contacto personal (Bredemier y Shields, 1984). Sin embargo, Horrocks (1979) que demostró que la participación en el deporte fue positivamente relacionada con el razonamiento moral de los dilemas en el deporte, pero no en dilemas relacionadas con la vida. La relación no está bien definida.

    Si relacionamos el tema con conducta de otra índole, los niveles más bajos de razonamiento moral están asociados con proporciones más altas de agresión y los niños que actúan a niveles más altos de razonamiento moral se describen a sí mismos como más dogmáticos y menos agresivos que otros (Bredemier y Shields, 1987).

    El mayor interés se concentra en el posible efecto del deporte sobre el desarrollo moral y la conducta, y estos sobre el desarrollo personal.

    Se ha demostrado que los programas de deportes diseñados específicamente pueden producir avances en el razonamiento moral sobre los dilemas del deporte, pero no en los dilemas que se confrontan en la vida diaria (Romance, Weiss, Shields y Shewchuk, Koven, 1986).

    Este efecto se ha demostrado tanto en el aprendizaje social como en situaciones de desarrollo estructural. Igualmente significativo es la comprobación de que no existía mejora en el rendimiento moral de los niños en los grupos de control. Este resultado proporciona una evidencia para aquellos que creen que simplemente exponiendo a los niños a la práctica de experiencias deportivas no se produce el desarrollo del carácter durante tanto tiempo reclamado. Lo que es importante es la manera en que esas experiencias están estructuradas por los entrenadores.

Deporte, razonamiento moral y legitimidad de tendencias agresivas

    Bredmeier, en diferentes trabajos, estudió la relación entre la participación en el deporte, el razonamiento moral, las tendencias agresivas y los juicios sobre la legitimidad de acciones deportivas intencionadamente lesivas (Bredemeier y Shields, 1984, 1986; Bredemeier, Weiss, Shields, y Cooper, 1986, 1987). Los primeros resultados de sus investigaciones indicaron que los deportistas, en este caso jugadores universitarios de baloncesto, mostraban un nivel inferior de razonamiento moral que los universitarios que no practicaban deporte, no solo en el contexto deportivo sino también en otros ámbitos de la vida (Bredemeier y Shields, 1984, 1986).

    Posteriormente, observó que el grado de implicación de los chicos en deportes de alto contacto como el fútbol americano, la lucha y el judo, y la implicación de las chicas en deportes de mediano contacto, como fútbol y el baloncesto, se asociaba, no solo con un razonamiento moral menos maduro, sino también con tendencias agresivas y juicios sobre la legitimidad de acciones deportivas intencionalmente lesivas (Bredemeier et al., 1986). Estos descubrimientos fueron corroborados en estudios posteriores (Bredemeier et al., 1987; Conroy, Silva, Newcomer, Walker, y Johnson, 2001; Kavussanu y Ntoumanis, 2003).

    Otras investigaciones también han observado que una extensa participación en deportes de mediano contacto, en este caso jugadores de fútbol y de baloncesto, ha tenido un efecto negativo en las opiniones y conductas de fair play (Cecchini, González y Montero, 2006), y que a medida que aumenta la categoría en la que se participa (infantiles, cadetes y juveniles), se da una mayor importancia a la Victoria y se produce una mayor permisividad del Juego duro (Boixadós y Cruz, 2000; Cruz, Boixadós, Valiente, et al, 1991; Knoppers, 1985; Webb, 1969). La deportividad parece que se está perdiendo en el deporte juvenil por el énfasis excesivo en el resultado y la victoria a cualquier precio (García Ferrando, 1999; Pilz, 1995).

    A tenor de estos hallazgos, la idea de que la participación en el deporte garantiza la formación del carácter debe replantearse. Es más, los resultados de estas investigaciones sugieren que una extensa participación en, al menos, deportes de contacto medio y alto, puede tener efectos negativos en el razonamiento moral e incrementar la agresividad. La pregunta que cabría hacerse es la siguiente: ¿este tipo de deportes son perjudiciales en sí mismos?, es decir ¿su lógica interna lleva a que los deportistas acaben saltándose las reglas y comportándose de una manera moralmente inaceptable? Creemos que la teoría de meta de logro puede arrojar algo de luz sobre estas cuestiones.

    La premisa básica es que los individuos se implican en estos contextos con la finalidad de demostrar competencia. La competencia, sin embargo, puede ser interpretada de modos diferentes en función de la orientación de meta personal. Nicholls (1989) sostiene que existen dos orientaciones de meta: una en la que la competencia se interpreta como mejora personal (orientación hacia la tarea), y otra en la que la competencia es interpretada como una capacidad que se construye en función de los demás (orientación hacia el ego). En un individuo implicado en la tarea, la demostración de habilidad y la percepción subjetiva de éxito se experimenta a través de la mejora personal, aprendiendo algo nuevo o desafiante, y/o empleando niveles altos de esfuerzo (auto-referencia).

    En contraste, la persona implicada en el ego utiliza criterios normativos o comparativos, y los sentimientos de competencia se derivan de la demostración de una habilidad superior a la de los demás (Nicholls, 1989).

    Esto puede tener importantes repercusiones sobre el razonamiento moral en el deporte. La orientación a la tarea se debería relacionar con patrones más adaptativos: creer que el éxito deportivo se consigue a través del esfuerzo, pensar que el deporte tiene como único fin la formación personal, mostrar una mayor satisfacción con los resultados que informan acerca del progreso personal, y evidenciar una mayor motivación intrínseca hacia la práctica del deporte.

    Como el éxito depende de uno mismo, no parece que sea necesario agredir al contrario o saltarse las normas para sentirse competente. Por el contrario, la orientación al ego se relacionaría con la creencia de que el éxito deportivo se mide en función de los demás. Si para sentirse competente y tener éxito en el deporte es necesario sobresalir sobre los otros, parece más que probable que el deportista acabe saltándose el reglamento y comportándose de forma ilícita y antideportiva. De ser esto cierto, lo que debería examinarse no es el deporte en sí mismo, sino la estructura que implica al sujeto durante los años de práctica deportiva.

La educación en valores a través de las actividades físico deportivas

    El deporte como práctica social contemporánea regula y aporta un nuevo significado en la vida del ser humano, precisando el prototipo de persona que procuramos ser.

    Tratar el tema de los valores es siempre controvertido, generalmente asociados a la bondad de los actos humanos. A lo largo la historia del hombre siempre existió un conflicto entre los argumentos que se exponían y la práctica de los mismos.

    Los valores son cualidades otorgadas a las cosas por la importancia social que refieren, e incluso a las acciones humanas que definen nuestro comportamiento en el ámbito personal y en nuestras relaciones con terceros, los valores se entienden como modelos mentales que guían el proceder de las personas al expresarse como ideal de los que el ser humano quiere (personal-culturalmente), al punto de estandarizar lo que se quiere, para ser lo que se quiere ser (Guédez, 2003).

    Los valores en la vida del ser humano (socialmente concebido), representan un elemento esencial como criterios que permiten elegir el camino a seguir y la forma de alcanzarlo, es decir, son una representación entre medios y fines, camino para conseguirlo y el camino es el fin último, esa complejidad encierra el dilema del valor presente en el devenir sociocultural del ser humano como mito, como utopía, como norma o ideal de civilización (Guerrero, 1980).

    Los valores según (García, 2001) representan "abstracciones de cualidades reales de las personas, cosas, organizaciones o sociedades que nos permiten acondicionar el mundo para que podamos vivir en el plenamente como personas, cualidades estas que guardan relación con un campo específico de la realización humana"

    Los valores son adjetivos calificativos compartidos como códigos por los diferentes grupos sociales, definen lo permisivo y lo punitivo, lo bueno lo malo, lo bello y lo feo cuestión importante en la toma de decisiones y en la valoración de las prácticas sociales. Si partimos del hecho de su carácter colectivo podríamos calificar a los valores como disposiciones personales de rango colectivo, en ese sentido están determinados por condiciones biológicas, ambiéntales, e histórico sociales de cada grupo o sociedad (García, 2001).

    Lo que define a los valores es la polaridad de funciones entre contrarios, lo que cada persona estima de lo positivo o negativo. Cada sociedad incorpora una jerarquía de valores que da lugar a un modelo y a unas pautas sociales que incorpora y constituye su cultura y la define.

    En el ámbito del deporte ocurre lo mismo, una sociedad que da prioridad a los valores en el campo ético o moral, provoca una transferencia positiva en las acciones de sus deportistas en el juego limpio, en aceptar las derrotas, en el Fair play

    Los inicios del deporte moderno estuvieron presididos por la moral, por el ideal caballeresco: valores como la justicia, la solidaridad, la igualdad, etc. quedaron reflejados en los orígenes el Fair play. El deporte como práctica noble, desinteresada, voluntaria y habitual, se consolida bajo el prisma de deporte amateur. Con la aparición del deporte profesional a comienzos de los años ochenta estos valores se desnaturalizan. Es a partir de esta fecha cuando el deporte adopta nuevas funciones dentro de la sociedad, la relevancia del profesionalismo supuso una nueva filosofía respecto a los valores. Se destaca especialmente el rendimiento, el resultado, la eficacia, el progreso, el salario. Este nuevo deporte también genera nuevos problemas y nuevos conflictos.

    El deporte no posee valores en si mismo nos manifiesta (Klaus Heineman, 1998), para el los valores del deporte son o bien juicios subjetivos y estimativos, que emiten las personas que lo practican sobre la base de sus efectos positivos o negativos o bien los efectos que ciertas instituciones entre ellas clubes, gimnasios, fitness y el Estado, le atribuyen.

    El deporte moderno representa una práctica que refleja el modelo de sociedad actual. Como no iba a ser diferente, el deporte contemporáneo está sometido a un modo de conducta que satisfaga las necesidades del prototipo ideal de hombre del siglo XXI.

    Melchor Gutiérrez (1995), distingue entre los valores instrumentales como tipos de conductas deseadas para alcanzar un fin y los valores terminales como aquellos que expresan una condición última que se desea alcanzar. Es precisamente entre estos dos tipos de valores donde existe una gran contradicción, ya que entran en conflicto los intereses del contexto que rodea al deporte con los de naturaleza personal o moral.

    Otros autores entre ellos García (1990) clasifican los valores relacionados con el deporte en: valores de competencia, valores unidos a la igualdad y al éxito.

    Adela Cortina, (1998), propone una clasificación más amplia, ligada de manera íntima a la escala jerárquica que cada sociedad le concede a sus acciones incluida el deporte, esto valores son los siguientes: sensibles, útiles, estéticos, intelectuales, vitales, morales y religiosos

    El debate a plantear es si el deporte repercute sobre los valores y estos en sobre la formación de la conducta y como formadores del carácter de los más jóvenes. Esta preocupación ha venido impulsada por tres aspectos, algunos de ellos un tanto controvertidos. En primer lugar, la aparición de conductas poco deseables en las actividades deportivas; en segundo lugar, el creciente fenómeno de la violencia; en tercer lugar para mitigar este panorama, comprobar la utilidad de programas preventivos y de promoción de valores éticos para los practicantes.

Los efectos sociales del deporte

    "El deporte ha emergido en la sociedad moderna como una institución de interrelación entre los individuos, transmisora de valores sociales. El deporte expresa los valores de coraje, éxito e integridad". (Moragas, 1994).

    Dice Moragas que en nuestra sociedad se configuran diversos sistemas de valores mediante el deporte entre ellos podemos destacar: los procesos de identificación colectiva, de iniciación social, de representación nacional y grupal. Las formas de ocio como actividad y como espectáculo, el compañerismo y la rivalidad, el éxito y el fracaso.

    El deporte interfiere plenamente en la vida cotidiana, influye en los procesos de socialización, determina una buena parte del tiempo libre y constituye un punto de referencia clave para los procesos de identificación social de mucha gente. En diversos países y de diversas maneras, los éxitos deportivos se convierten en auténticas demostraciones sociales, o incluso, en reivindicaciones populares. (Moragas, 1992)

    El deporte hace posible fabricar espacios alternativos al escenario social y político, a través de la hipercodificación de los mitos deportivos. El mismo autor asegura como los triunfos obtenidos por los deportistas de élite son utilizados para reforzar la clase política como elemento de propagandístico. Lo considera un acto contradictorio con los ideales olímpicos.

    El autor argumenta que este interés político por los éxitos deportivo se fundamenta "en la facilidad que tiene el deporte para representar procesos de identificación popular y cultural, y la posibilidad de encontrar valores y contra valores en nuestra sociedad". Como ejemplo tenemos: la fiesta, la amistad, la identificación, pero también la violencia, el fanatismo y la xenofobia". (Moragas, 1992)

    De entre los posibles efectos que el deporte provoca en la sociedad, en los siguientes apartados vamos a reflexionar sobre sus características como instrumento integrador y socializador. Así como sobre los efectos que la violencia, desarrollada dentro y fuera de él, produce en nuestro entorno social.

    La creencia de que el deporte es una actividad sociocultural que permite el enriquecimiento del individuo en el seno de la sociedad, es casi tan antigua como sus propios orígenes. Una de sus consecuencias es el uso de los términos deportividad y juego limpio para expresar, en contextos diferentes, una actuación firme contra el fraude y la adulteración.

    Sin embargo, cada vez parecen más distanciados, al menos en alguna de las manifestaciones del deporte contemporáneo.

    ¿Merece la pena hoy en día educar en valores? ¿Existe una conciencia social para ir contra corriente? ¿Debemos adoptar una postura comprometida o seguir la corriente a las nuevas tendencia que entran en contradicción con lo más auténtico del ser humano?

    Escribir sobre valores en una sociedad eminentemente competitiva y materialista parece una idea poco original y algo trasnochada. Y sobre todo no exenta de riesgo. Los modelos sociales dominantes acaparan la atención sobre esquemas que priorizan más el individualismo que el bien común, el poder y el prestigio más que la solidaridad y la igualdad.

    Es una preocupación latente en la gran mayoría de educadores, encontrar vías de promoción y transmisión de valores éticos, que coincidan con un proyecto educativo ilusionante para padres, profesores y alumnos. Para Coubertin, los valores centrales del deporte están en la forma, en el espíritu por el cual un atleta, como ser humano completo, actúa y tiene éxito, a pesar de los obstáculos aparentemente insuperables". (Landry, 1993)

    Con desgraciada frecuencia nos encontramos ante una falta de compromiso y abandono en la transferencia de valores. Cómodamente instalados en el concepto de "sociedad en crisis", vemos pasar ante nuestros ojos de manera impasible una realidad consustancial con los tiempos sin hacer nada por remediarlo.

    Desde todos los ámbitos se reconoce que las actividades deportivas son un excelente medio para fomentar determinados valores sociales y personales, especialmente en nuestra juventud. Pero también se reconoce, que actualmente el modelo deportivo dominante presenta conductas indeseables. Conductas, que desvinculan a los menos formados, nuestros jóvenes, de la imagen que se tiene del deporte como un instrumento formador del temperamento y de la personalidad.

    Nuestra atención en lo sucesivo, se va a centrar en el marco del deporte educativo, y especialmente en el deporte escolar. La progresiva relevancia y difusión del deporte ha contribuido al deterioro en el modo de practicarlo, sufriendo las relaciones de convivencia y primando el éxito y el triunfo a toda costa (González, 1993)

    La gran preocupación de todo educador, es llegar a conocer los medios y procedimientos más adecuados para trasmitir a nuestros alumnos un espíritu de igualdad, de justicia, de tolerancia y de realización personal (Palacios, 1991).

    Los valores de los niños en el deporte pueden diferir de aquellos de los adultos. Existe evidencia de que muchos niños ponen un mayor énfasis sobre la diversión, el desarrollo de las técnicas, el pertenecer a un equipo, el estado de la forma, el juego limpio, con preferencia al triunfo (Dubois, 1986). También hay evidencia de que mientras la participación deportiva influye en el desarrollo de los valores, las chicas tienen menor tendencia a valorar el triunfo que los chicos (Dubois, 1986).

    Todo educador debe ser consciente, a veces por encima de los propios contenidos que imparte, que es responsabilidad nuestra inculcar valores, y no optar por una neutralidad obsoleta y caduca, abandera de la libertad sin juicio. Los valores aportan al ser humano autocontrol y patrones de conducta que imponen seguridad, bienestar, orden, concordia y prudencia en la convivencia social.

    Una de las tareas que debemos abordar es el análisis del conjunto de influencias ambientales que reciben nuestros jóvenes actualmente, en unos casos se trata de la opinión pública, en otros de los medios de comunicación, o de los grupos de presión., y de manera más inmediata el propio ambiente escolar y familiar.

    Cada uno de estos ámbitos plantea un crédito lo suficientemente importante como para no despreciar ninguno. En principio, parece legítimo abordar estas cuestiones bajo una perspectiva ecológica.

    Teniendo presente a todos los agentes que inciden en la transmisión de valores educativos. Como diría Trilla, la neutralidad en educación supone una contradicción en los términos.

    Todos estaremos de acuerdo en la gran satisfacción que nos produce alcanzar el triunfo en cualquier actividad deportiva. Estos triunfos que aparentemente nos reconfortan tanto a los adultos, generan una reacción impactante en los más jóvenes, su fantasía y su capacidad de simulación les conduce a vivir una realidad al margen de la propia realidad.

    Midiel Bonet, psicólogo deportivo, dijo que el deporte proporciona placer, y que éste se practica de una manera proporcional al placer físico. Muchos deportistas "se apagan" ya que su foco de atención, satisfacción y diversión es sólo uno, ganar que no está del todo mal, pero no el único. Participar, divertirse, sentirse bien con uno mismo, debe ser parte del objetivo. Slusher asegura, que el deporte es diferente de todo lo que compone la vida. Es dinámico, pero sin miedo o vergüenza, es también agresivo, etc. El hombre participa en los deportes por sí mismo, sin importar el resultado final.

    No siempre estos comportamientos constituyen un ejemplo y un modelo a imitar. Desgraciadamente las falsas expectativas que proporciona la envidia de los más jóvenes, se sustenta en la "excelencia" reprobable de ídolos con pies de barro. Así mismo, estos ídolos nefastos y sus comportamientos, terminan influenciando de manera peligrosa e interesada la interpretación de los valores que el deporte lleva implícito.

    El juego limpio, la deportividad, el respeto a unas normas... queda supeditado al éxito a cualquier precio. El deporte queda al servicio del máximo beneficio a toda costa.

    Como señalan Devereaux (1978) y Underwood (1978), la iniciación deportiva parte de unos modelos profesionales de enseñanza, que empobrecen la espontaneidad del niño y contribuyen a la aparición de conductas opuestas al juego limpio, lo que da lugar a un entorno negativo para el desarrollo moral y social de niños y jóvenes.

    Millón Rokeach (1973) defiende que los valores proveen de una vía alternativa para examinar el sentido en que las personas toman decisiones, tanto morales como de otras clases, porque les obligan a examinar sus prioridades sobre qué van a intentar lograr y cómo van a intentar lograrlo.

    Programas cada vez más severos y menos motivantes, presiones de toda índole y la falta de iniciativa personal de los practicantes se traduce en un conflicto de intereses. La juventud se aleja irremediablemente de los valores intrínsecos que transmite la actividad deportiva.

    Los estudios sobre los valores en los deportes, aparte de aquellos que utilizan la Escala de Webb (Webb, 1969), han sido muy pocos. Wandzilack (1985) ha argumentado a favor de un modelo de instrucción para el desarrollo de los valores a través de la educación física. Se basa en el trabajo de Rokeach (1973) y Kohlberg (1963). Sin embargo, pocos trabajos de investigación han utilizado el enfoque de Rokeach. Lee (1977), utilizando la Encuesta sobre los Valores (Rokeach, 1973) encontró que los atletas universitarios tomaban en consideración los valores de la competencia (intrapersonal, instrumental) en lugar de los valores morales (interpersonal, instrumental) y puede considerarse que están interesados primordialmente en el éxito competitivo. Sin embargo, no se ha identificado ninguna investigación que haya utilizado este instrumento con niños.

    El deporte es un instrumento y una alternativa para fomentar el camino hacia la integración de culturas. Puede ser también un vehículo para lograr el crecimiento sostenible, sobre todo en países en vías de desarrollo. Además, en sociedades donde las políticas tradicionales han fallado en la lucha contra la segregación social, el deporte se convierte cada vez más en la herramienta que logra la integración. Incluso esta integración trasciende fronteras.

    Los valores del olimpismo, deben convertirse en valores educativos para que los pueblos logren construir un espacio de tolerancia que permita la integración y el desarrollo.

    Los valores olímpicos son una alternativa para construir una cultura para el desarrollo de los pueblos. El respeto, la tolerancia, el espíritu de sacrificio, la integración, el diálogo, el fair play, son valores que la educación debe encargarse de trasmitir y eso se puede lograr a través del deporte.

    Hay mayores probabilidades de que ayudemos a las personas si son miembros de nuestro grupo. Tal vez es más importante, que la propia naturaleza de nuestras categorías de grupos. Es preciso definirlas de modo diferente, y que cuanto más inclusivas sean las categorías, tanto más amplia es la naturaleza de nuestra ayuda.

El deporte una actividad para toda la vida

    Se cree que la sociedad actual no es físicamente todo lo activa que podría ser desde el punto de vista de la salud. Esta afirmación se hace extrapolable también a los jóvenes, un sector social al que se considera con una mejor condición física y que resulta a priori más activo (Biddle, 1992).

    Con demasiada frecuencia se ha sugerido que si los niños están inactivos, entonces la solución es proporcionarles actividad de moderada a vigorosa, como el ejercicio o el deporte. Este enfoque nos parece erróneo, puesto que asume que ese ejercicio sería disfrutable y se practicaría a largo plazo. El aspecto crítico para los más jóvenes es permitirles experimentar actividades que creen sentimientos positivos, de auto estima, diversión, o sentido de logro. Los resultados físicos deben ser secundarios, puesto que la experiencia negativa a corto plazo puede crear inactividad en el futuro (Fox, 1991).

    La tendencia actual deriva hacia la promoción de la actividad física junto a la calidad de vida. Los mensajes de bienestar a largo plazo se consideran muy inferiores en comparación con las más inmediatas sensaciones físicas y psicológicas de la experiencia diaria del ejercicio.

    Esta propuesta sugiere un plan de acción que abordaría los siguientes campos:

  • Promocionar los tópicos de salud desde un punto de vista mental.

  • Aplicar recursos y estrategias de intervención a corto plazo que mantengan los niveles de actividad y de ánimo.

  • Reconsiderar el concepto de salud pública en el marco educativo.

  • Atención especial al plan de formación de los educadores deportivos.

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EFDeportes.com, Revista Digital · Año 16 · N° 162 | Buenos Aires, Noviembre de 2011
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