Reflexiones en torno a la educación del valor responsabilidad en niños en situación de riesgo social en Venezuela |
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Convenio Cuba – Venezuela Instituto Nacional del Deporte (Venezuela) Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte “Manuel Fajardo” (Cuba) |
Msc. Yolaida Sivira Hernández Dra. C. Marta Cañizares Hernández Dra. C. Magda Mesa Anoceto |
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Resumen En este artículo se hace referencia a la responsabilidad como valor regulador de la actuación y la posibilidad de educarlo mediante la actividad física y deportiva. Se valora la actividad física y deportiva como potenciadora de la formación de valores y del valor responsabilidad, específicamente en escolares en situación de riesgo. Palabras clave: Valor responsabilidad. Riesgo social. Actividad física y deportiva.
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EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 16, Nº 162, Noviembre de 2011. http://www.efdeportes.com/ |
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La actividad física y deportiva como ámbito propicio para educar valores
Uno de los principales retos a los que tendrá que enfrentarse la Educación Física en Venezuela con la entrada del siglo XXI serán los nuevos colectivos emergentes que están surgiendo en la sociedad. Esas poblaciones marginales que aunque siempre han existido no han atraído la atención de los ciudadanos, siendo ahora cuando se empieza a exigir soluciones.
Formalmente, sólo se han considerado como poblaciones especiales dentro de las actividades físicas a las personas con minusvalías o con problemas de salud y a las personas mayores, y estos, gracias al mayor reconocimiento que están recibiendo en los últimos años por parte de las autoridades, han mejorado en sus condiciones de vida, su acceso al mundo laboral y el disfrute de todos sus derechos constitucionales.
El verdadero reto actual de acuerdo con Ruiz Pérez (1999) se encuentra en esas poblaciones emergentes formadas por inmigrantes, jóvenes en riesgo, drogodependientes…, que están ahí y no gozan de la suficiente atención política y ciudadana. Poblaciones donde son urgentes programas de intervención a todos los niveles para ayudarlas a enriquecer de forma positiva su calidad de vida y favorecer su inserción en la sociedad.
Dentro de estos colectivos emergentes que están surgiendo reclama interés el constituido por los “jóvenes en riesgo” (youth at-risk), quienes según Collingwood (1997) también son denominados en los diferentes estudios como “jóvenes desfavorecidos” (underserved youth); “jóvenes desaventajados” (disadvantaged youth); “jóvenes de los barrios deprimidos de la ciudad” (inner-city youth); “jóvenes alineados” (alienated youth); “jóvenes problemáticos” (problem youth); “jóvenes conflictivos” (trouble youth); “jóvenes resistentes” (resilience youth).
Se denominan “en riesgo” de acuerdo con Collingwood (1997) porque estos jóvenes se caracterizan por vivir en un entorno negativo de pobreza y marginación social, bajo unas circunstancias personales desfavorables, que pueden conducirles a caer en múltiples conductas perjudiciales y antisociales como el consumo de drogas y alcohol, conductas violentas y delictivas, desequilibrios mentales y emocionales, conductas criminales, marginación y fracaso escolar, prostitución, embarazos no deseados, problemas de alimentación y mala salud, deficiente desarrollo motor, ansiedad, depresión.
Estos jóvenes presentan una carencia de recursos para poder desenvolverse en la vida y el entorno donde viven con éxito; dicha carencia de recursos incluye entre los que se incluyen la falta de habilidades de relación interpersonal y expectativas de futuro, de valores constructivos como la responsabilidad (son incapaces de cumplir sus obligaciones y respetar las reglas), el respeto (incapaces de mostrar respeto a ellos mismos y a los demás) y la disciplina (tienen serias dificultades para establecerse metas y planificar los esfuerzos hacia su consecución).
Acusan así mismo, según lo establecido por Martinek y Hellison (1998) una carencia de compromiso y una predisposición a desarrollar hábitos de vida saludables; una falta de autoestima y de oportunidades para su crecimiento social, cognitivo y emocional…, y lo peor es que además guardan la terrible creencia de que han sido abandonados por la sociedad.
Si se analizan los problemas que afectan a la juventud actual en general, esta definición abarcaría a un importante segmento de la población adolescente y no sólo a una minoría de jóvenes de los barrios marginales y deprimidos de la ciudad. Las conductas de riesgo pueden generalizarse a toda la población.
Como consecuencia del incremento actual en el número de jóvenes desfavorecidos dentro de las grandes ciudades y de los múltiples problemas sociales asociados a ello, están surgiendo desde los últimos 20 años en todo el mundo numerosos programas de intervención donde a partir de la actividad física y el deporte se intenta ayudar a estos jóvenes.
Dentro de las investigaciones realizadas, Martinek y Hellison (1998) destacan que el país que mayor número de aportaciones ofrece en este ámbito es Estados Unidos. Un estudio confirmó que el índice de marginación nacional en este país viene a ser alrededor de un 11% y que en algunas zonas dicho índice aumenta considerablemente. Tal es el ejemplo del sudeste de Greensboro en Carolina del Norte donde hay un alarmante incremento del 40%.
La sociedad actual demanda de la actividad física y el deporte (como uno de los factores más significativos asociados a la salud), su contribución a la resolución de problemas como la integración en grupos marginales, la prevención y rehabilitación de drogodependencias, la prevención de conductas delictivas, violentas… (Hellison, 1995).
Pero en general la población cree que las intervenciones a través de la actividad física y el deporte tienen exclusivamente como objetivo la mejora de la salud, la condición física y la creación de hábitos de vida saludables en cuanto a ocupación positiva del tiempo libre…; sin embargo no encuentran una relación con que puedan ayudar en la prevención de conductas antisociales.
La actividad física y deportiva correctamente planificada, según Danish y Hellen (1997) con una metodología específica y siguiendo la idea de “educación” física centrada en la promoción de valores puede contribuir a la prevención de conductas antisociales y a la mejora de la calidad de vida y del bienestar personal y social de estas poblaciones, generando una alternativa positiva en sus vidas.
Una actividad física y deportiva correctamente planificada y centrada en la educación en valores ayuda a mejorar la calidad de vida y el bienestar personal y social de estos jóvenes, proporcionándoles beneficios no sólo de tipo físico, como la mejora de su condición física muchas veces deteriorada por sus hábitos de alcohol, tabaco o drogas.
También según Martinek y Hellison (1998) proporciona beneficios psicológicos, disminuyendo su estrés y ansiedad y potenciando su autoestima y autocontrol emocional; produce beneficios sociales, desarrollando su habilidad de relación interpersonal y su capacidad de responsabilizarse de sus actos; instaura hábitos vocacionales, creándoles una perspectiva de futuro y mejorando su disposición hacia el trabajo; posibilita fines recreativos, al poder integrar estas actividades dentro de sus hábitos de vida, y personales, al potenciar su autonomía y autosuficiencia.
El marco general en el que se mueven todos los programas de intervención, puede resumirse en cinco aspectos fundamentales:
1. El desarrollo de la capacidad de empatía en los jóvenes. La percepción y el compromiso moral están íntimamente relacionados con la capacidad de empatía, es decir, la capacidad de percibir los intereses, deseos, necesidades y vulnerabilidades de los demás.
En diferentes estudios se ha puesto de manifiesto que las personas que cometen actos delictivos tienen una menor capacidad de empatía que las personas que no lo hacen y aunque el término de “jóvenes en riesgo” no tiene por qué guardar una connotación obligatoria de predisposición a la delincuencia juvenil, es verdad que en la mayoría de los casos guarda una estrecha relación.
Desde la práctica se puede abordar este aspecto a través del desarrollo de habilidades de relación interpersonal que mejoren su competencia social. Es lo que actualmente se denomina potenciar la “Inteligencia Emocional”, como la toma de conciencia de uno mismo para identificar, expresar y controlar sus sentimientos, la habilidad para manejar situaciones de tensión y ansiedad, la habilidad de controlar los impulsos. Muchos estudios confirman que jóvenes que han vivido en condiciones adversas como pobreza, padres violentos, etc., han superado sus efectos cuando disponían de recursos emocionales como sociabilidad, autoestima, optimismo.
Aunque esta inteligencia emocional según Goleman (2003, págs. 395-396) no pueda sustituir factores como el haber nacido en una familia desestructurada o violenta o haber crecido en un barrio donde hay una gran delincuencia y pobreza “las habilidades emocionales desempeñan un papel más decisivo que los factores económicos y familiares a la hora de determinar si un niño o un adolescente concreto llegará a arruinar su vida por estas dificultades o si, por el contrario, podría sobreponerse a ellas”.
También es importante el trabajo con actividades de carácter cooperativo donde los alumnos tengan que coordinar sus esfuerzos para alcanzar una meta común (aprendizaje cooperativo).
2. Potenciar la madurez en el razonamiento moral. Las investigaciones también confirman la existencia de un retraso en el razonamiento moral de los jóvenes delincuentes. Es evidente que la falta de madurez de razonamiento moral contribuye, dentro de una multitud de factores, al desarrollo de patrones de conducta antisocial.
La utilización de debates y reflexiones tanto a nivel individual como en grupo con estos jóvenes y el promover un ambiente de seguridad física y psicológica, libre de abusos y violencia en el grupo, son claves para potenciar su desarrollo moral.
Para conseguir esto es fundamental: el trabajo en la adopción de perspectivas que les ayuden a comprender los sentimientos de sus compañeros; la creación de una comunidad democrática que favorezca la participación activa de los alumnos y donde todo se haga con relación al grupo y su estabilidad; y el establecimiento de reglas de convivencia en clase donde se defina qué conductas podemos esperar de nuestros compañeros.
3. Orientación sobre la realización de las actividades. Motivar a estos jóvenes para que participen en las actividades es fundamental y puede conseguirse por dos caminos: el deseo de mejorar una habilidad que despierte su interés y el reto de perfeccionar una habilidad que ya ejecutasen en el pasado.
Dentro del desarrollo de las actividades se deben establecer progresiones en las destrezas; resaltar la importancia que guarda la estrecha relación entre esfuerzo y éxito; potenciar una nueva definición de éxito que incluya la mejora personal, el aprendizaje y pasarlo bien con los compañeros frente a ganar al adversario a toda costa; potenciar responsabilidades de liderazgo; desarrollar gran variedad de actividades y eventos o fiestas especiales que mantengan la motivación de los alumnos.
4. Autonomía en las habilidades. Para conseguirlo se debe ir reduciendo la importancia del profesor y conceder a los alumnos más responsabilidades y protagonismo.
Lo ideal sería establecer una progresión donde el alumno tenga que responsabilizarse cada vez más de sus actos y tenga que asumir decisiones sobre qué le interesa hacer. Es la idea de “autodirección” que desarrolla Hellison (1995) en su modelo como la autonomía del alumno para planificar sus actividades bajo una mínima supervisión del profesor.
Para potenciar esta sensación de autonomía y autocontrol sobre su vida se deben favorecer situaciones que soliciten su capacidad en la toma de decisiones mediante un marco de propuesta de metas a alcanzar.
5. Concienciarles sobre la importancia del futuro. Las personas que no tienen expectativas de lo que quieren hacer con sus vidas tienen más probabilidades de caer en conductas de riesgo y, desafortunadamente, esto es lo que les ocurre a estos jóvenes en riesgo.
Pero si se hace que estos jóvenes se sientan valorados y se les da la oportunidad de contribuir de alguna forma a la sociedad, sus actuaciones hacia la salud y las expectativas de futuro se pueden transformar hacia un ¿porqué no? muy constructivo. Se debe ayudar a estos jóvenes a buscar una visión de futuro en sus vidas, especialmente un futuro vocacional, y facilitarles información de los medios que necesitan para conseguirlo.
En la revisión de la literatura realizada, son casi nulas las evidencias de estudios en estos tipos de niños. No obstante, en la realidad venezolana se hace necesario esta investigación. Las conductas referidas con anterioridad a los jóvenes en situación de riesgo social están muy relacionadas a niños con este tipo de características y manifestaciones.
En resumen, entre los objetivos que subyacen en cualquier programa de intervención educativa es importante potenciar “la resistencia” de los niños y jóvenes ante la situación que les rodea ofreciéndoles recursos para conseguirlo.
Nos acogemos a este planteamiento de Carreras (2002) teniendo en cuenta que se necesita favorecer y potenciar la resistencia en estos escolares a las influencias negativas de su entorno familiar y social. Mediante un proceso de reflexión que se expresan en la emisión de juicios morales que le posibiliten deliberar y comprender y asumir una autodirección moral en su actuación. (Puig Rovira, 2001).
Si se aumenta su capacidad de resistencia de acuerdo con Martinek y Hellison (1998) ya no será necesaria la instalación de detectores de metales en las escuelas, la presencia policial en las mismas ni la construcción de cárceles. “Para la gente que está al borde del acantilado es mejor ponerles una valla que tener una ambulancia abajo esperando su caída”. (Martinek y Hellison, 1998)
El valor responsabilidad y la actividad física
La actividad físico deportiva está llamada entonces a un rol importante en la formación de valores. Con respecto al valor responsabilidad se pueden propiciar y realizar acciones que estimulen el sentido de autenticidad y honestidad en la actuación del sujeto, la plenitud y la libertad a partir de la estimulación de acciones que provoquen compromisos con la realidad a partir de determinadas exigencias morales, del deber, de la realización de roles, del respeto al otro, de la disciplina. La utilización de métodos de participación activa donde el sujeto sea protagonista de su actuación, contribuirá al conocimiento de sí mismo, al desarrollo de la reflexión del pensamiento, la voluntad y la constancia.
El educador debe estimular las buenas actuaciones y destacar las conductas responsables en las actividades físico-deportivas. Los niños en situación de riesgo social necesitan de este tipo de actividades las cuales pueden ser potencialmente generadoras de influencia positivas.
Estas actividades pueden ser juegos deportivos y actividades al aire libre, pues en estas es necesario la realización de roles, cumplimiento de reglas y normas, relaciones con el otro, trabajo en grupos, realización de encomiendas, cumplimiento del orden y la disciplina que conllevan a la manifestación de conductas responsables .
Conocemos que la formación de valores es un proceso complejo y lento. Esto implicará la dirección de las influencias educativas del programa que desarrollemos hacia el desarrollo de la conciencia moral (juicios morales, comprensión) que posibiliten la dirección moral de la conducta a través de la autorregulación, en este caso, nuestro objetivo fue estimular la aparición de conductas responsables que contribuyan a la educación del valor responsabilidad en los niños de nuestro estudio.
Factores que caracterizan la cultura de los niños y niñas en riesgo
A la hora de poner en práctica cualquier programa de intervención con estos jóvenes es esencial conocer una serie de condicionantes que se pueden encontrar.
Estos jóvenes según Martinek y Hellison (1998) están sometidos a una serie de condiciones adversas que han creado en ellos unas barreras físicas y psicológicas que dificultan cualquier proceso de intervención. Tomar conciencia y comprender estas barreras es fundamental a la hora de asegurar el éxito de los programas. Es necesario destacar que las manifestaciones de esto jóvenes han sido fruto de una niñez desajustada, de la influencia negativa del entorno, carente de desarrollo de valores.
Los factores negativos que caracterizan la cultura de estos niños y jóvenes siguiendo los trabajos de Martinek y otros (1999) y teniendo en cuenta nuestra experiencia en el trabajo con este tipo de niños son:
1. Rechazo Escolar: La educación tradicional ha fracasado con estos jóvenes que entienden que la escuela no es para ellos. En su niñez han tenido fracasos escolares y experiencias negativas en relación con el entorno escolar. En su búsqueda de identidad y propósito encuentran pocos beneficios en adoptar los valores y conductas asociados a la cultura escolar, rechazándola.
En los centros normalizados la base de la enseñanza y el aprendizaje está en el orden y la conformidad, se premian las buenas conductas, se vigila el cumplimiento de las reglas y se esperan buenos resultados en los exámenes. Pero para estos niños y jóvenes esta filosofía no funciona porque no les aporta soluciones a sus problemas personales.
En su vida domina la filosofía callejera y ven que no encajan. Lo normal para ellos es saltarse clases, no hacer deberes, no prestar atención al profesor, afiliarse a pandillas del barrio… Si a esto le añade la falta de implicación familiar y las bajas expectativas que tienen de ellos sus profesores, se hace sumamente difícil la consecución de objetivos académicos. (Lamentablemente se encuentran muchas veces que el atractivo hacia la escuela es menor que adquirir fuerza sobre el vecindario y acceder al dinero, en muchos casos, a través del tráfico de drogas y otras formas criminales).
2. Conflicto de Valores: La violencia y las situaciones de riesgo es un problema común que afecta a estos niños y jóvenes en su vida diaria. Como consecuencia los padres les enseñan desde pequeños a “ser fuertes y duros” para sobrevivir, de forma que a temprana edad la vigilancia y la reacción violenta son estrategias que aprenden enseguida. La fuerza que tiene “la calle” en sus vidas es tan importante que no podemos olvidarlo.
Esto provoca una situación de conflicto en los niños y niñas, al ver que los valores que se trata de enseñar son contrarios a los que han aprendido en el barrio o en su casa. Por eso intentar conseguir que estos alumnos respeten a los compañeros es un camino difícil porque ser conflictivo es la forma de vivir para la mayoría de estos adolescentes.
3. Desestructuración familiar: Estos jóvenes han nacido, fruto del azar, en familias desestructuradas donde cotidianamente experimentan malos tratos físicos y psíquicos de aislamiento, abuso, humillación, crueldad, indiferencia, abandono, conflicto, violencia…, y padecen situaciones como el alcoholismo o drogadicción de los padres, la prostitución de las madres, el encarcelamiento de los padres.
Esta situación favorece que estos jóvenes caigan fácilmente en conductas desviadas tan importantes como la violencia y la delincuencia. Las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de vida en el hogar, se cultivan y desarrollan en un medio social impregnado de desigualdades y frustraciones durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia.
Por eso es tan importante el estudio y la labor preventiva en estos niños en situación de riesgo que son los futuros jóvenes de la sociedad. Por eso, la labor que se realice debe estar dirigida a estimular la formación y desarrollo de este valor, que permita gradualmente insertarlo en la actuación de estos niños.
Los aprendizajes realizados en la infancia a través de la relación familiar pueden llegar a determinar el curso de una vida y este aprendizaje no sólo está influido por lo que los padres dicen o hacen a sus hijos, también por los modelos que ofrecen a la hora de manejar sus emociones y problemas, la relación que se establece entre marido y mujer.
Como consecuencia de la realidad familiar en la que viven y de otras influencias negativas surgen las famosas “pandillas callejeras”. La pandilla constituye una nueva familia que les aporta seguridad, identidad y estabilidad en las “zonas de guerra” donde viven. Pero es un marco donde aprenden que la violencia, la delincuencia y conductas afines son el único camino para sobrevivir en las calles.
4. Miedo a tomar decisiones: Todos los niños esperan recibir la guía de los adultos para poder comprender el mundo que les rodea y a través de su interacción maduran intelectualmente y desarrollan su capacidad para resolver los problemas. Pero los padres de estos jóvenes tienen tantos problemas en sus vidas que no pueden o se olvidan de brindar ese apoyo familiar. Como consecuencia se produce una falta de desarrollo en su capacidad para la toma de decisiones, sintiéndose normalmente poco capaces de hacer algo, de modo que se vienen abajo fácilmente.
Para paliar ese sentimiento de incapacidad (“no puedo”) se debe: apoyarles constantemente y animarles a realizar elecciones y tomar decisiones sencillas pero que muestren que para nosotros también son importantes (venir a clase, participar…); enseñarles la relación esfuerzo y éxito, diferenciando que cuando algo no sale es porque les ha faltado trabajo y dedicación; centrar su atención en lo que quieren que ocurra más que en lo que quieren y enseñarles que más importante que lo que te pasa es cómo respondes a ello.
Conclusiones
La responsabilidad puede convertirse en un valor regulador de la actuación de los niños. Por eso es importante valorar a la actividad física y el deporte como medios potenciadores de este valor en los escolares.
Resulta necesario diseñar programas con actividades que estimulen la educación de este valor para contribuir a la formación integral de los niños en situación de riesgo social en Venezuela.
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