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Jugar al Bowling solo:
el deterioro del capital social en Norteamérica
Una entrevista con Robert Putnam (USA)

Profesor Catedrático de Sucesos Internacionales y director del Centro de Asuntos Internacionales en la Universidad de Harvard.
Sus más recientes libros son Double-Edged Diplomacy: International Bargaining and Domestic Politics (1993) y Making Democracy Work: Civic Traditions in Modern Italy (1993).

Este artículo fue publicado en el Journal of Democracy 6:1, Jan 1995, 65-78 bajo el título: Bowling Alone: America's Declining Social Capital
Copyright © 1995 The National Endowment for Democracy and The Johns Hopkins University Press.


Muchos estudiosos de las nuevas democracias emergentes hace más de una década y media enfatizaron la importancia de una sociedad civil fuerte y activa para la consolidación de la democracia. Con especial consideración hacia los países post-comunistas, estudiosos y activistas demócratas por igual lamentaron la ausencia y el aniquilamiento de las tradiciones de compromisos cívicos independientes y la existencia de una generalizada tendencia hacia una confianza pasiva en el Estado. Para todos aquellos preocupados en el debilitamiento de las sociedades civiles en el proceso de desarrollo o el mundo post-comunista, las avanzadas democracias occidentales y, sobre todo, los Estados Unidos, han sido tomados como modelos para ser emulados. Sin embargo, hay evidencia contundente de que la pujanza de la sociedad civil americana ha declinado notablemente a lo largo de las últimas décadas.

Desde la publicación de Alexis de Tocqueville Democracia en América, los Estados Unidos jugaron un papel central en los estudios sistemáticos acerca de la conexión entre la democracia y las sociedades civiles. Aunque esto se dé, en parte, porque las tendencias en la vida americana son a menudo consideradas precursoras de la modernización social, también sucede porque Norteamérica ha sido tradicionalmente considerada como extraordinariamente "cívica" (reputación que, como veremos más adelante, no ha sido totalmente injustificada).

Cuando Tocqueville visitó los Estados Unidos en los años '30, lo que más lo impresionó fue la inclinación por las asociaciones o corporaciones cívicas como la clave de una capacidad sin precedentes para hacer que la democracia funcione. "Los americanos de todas las edades, de cualquier estado y con cualquier tipo de disposición" [Fin de pág. 65] observó, están formando asociaciones permanentes. No sólo hay asociaciones comerciales e industriales de las que todos toman parte, sino otras de miles de diferentes clases, -religiosas, de principios éticos y morales, formales, triviales, muy generales y muy limitadas, inmensamente amplias y al mismo tiempo... Nada merece más atención, desde mi punto de vista, que las asociaciones intelectuales y morales en América."1

Recientemente, investigadores sociales americanos de una inclinación neo-Tocquevilleana han descubierto un amplio campo de implicancia de evidencia empírica a cerca de que la calidad de la vida pública y la eficacia de las instituciones sociales (y no sólo en Norteamérica) están poderosamente influenciadas por normas y sistemas de redes de compromiso cívico. Investigadores en campos como la educación, la indigencia urbana, la desocupación, el control del abuso del crimen y las drogas, e incluso la salud, han descubierto que los resultados exitosos son más factibles en las comunidades comprometidas cívicamente. Del mismo modo, investigaciones en varias realizaciones económicas de diferentes grupos étnicos de los Estados Unidos, han demostrado la importancia del vínculo social dentro de cada grupo. Estos resultados son coherentes con la investigación en un amplio espectro del campo, que demuestra la vital importancia de los vínculos sociales para la colocación del empleo y para muchas otras implicancias económicas.

Mientras tanto, un grupo de investigación aparentemente no relacionado con la sociología del desarrollo económico, ha enfocado también su atención en el rol que ocupan los circuitos sociales. Parte de este trabajo está situado en los países en vías de desarrollo, y en parte aclara las peculiarmente exitosas "redes del capitalismo" de Asia Oriental2. Aún en las economías occidentales menos exóticas, sin embargo, los investigadores han descubierto gran eficiencia, "distritos industriales" sumamente adaptables, basados en circuitos de colaboración entre los trabajadores y las pequeñas empresas. Lejos de ser un anacronismo paleoindustrial, estas densas redes interpersonales e interorganizaciones refuerzan la industria ultra moderna, desde la alta tecnología de Silicon Valley hasta la alta costura de Benetton.

Las normas y las asociaciones de relaciones cívicas también afectan poderosamente el desarrollo del gobierno representativo. Ésta, al menos, fue mi principal conclusión en mi estudio cuasi-experimental que abarcó 20 años a cerca de los gobiernos subnacionales en diferentes regiones de Italia3. Aunque todos dichos gobiernos regionales parecían idénticos en los papeles, sus niveles de efectividad variaban dramáticamente. Una investigación sistemática demostró que la calidad de los gobiernos era determinada por las antiguas tradiciones en las relaciones cívicas (o su ausencia). Las juntas electorales, los lectores de diarios, los miembros de sociedades corales o de clubes de fútbol conformaban el sello del éxito de una región. En efecto, un análisis histórico sugirió que estas asociaciones de reciprocidad organizada y de solidaridad cívica, lejos de ser un fenómeno secundario en la modernización socioeconómica, conformaban una pre-condición para la misma.

No hay duda de que los mecanismos a través de los cuales las relaciones cívicas y las conexiones sociales producen semejantes resultados – mejores escuelas, un más rápido desarrollo económico [fin de pág. 66], disminución del crimen, y gobiernos más efectivos – son múltiples y complejos. Mientras estas breves conclusiones requieren ser adicionalmente convalidadas y posiblemente calificadas, un centenar de estudios empíricos paralelos en docenas de disciplinas dispares están haciendo impacto. Científicos sociales en diversos campos han sugerido recientemente un enfoque común para comprender este fenómeno, un encuadre que descanse sobre el concepto de capital social4. Por analogía con nociones de capital físico y capital humano – herramientas y capacitación que acentúan la productividad individual – el "capital social" se refiere a aspectos de la organización social tales como redes, normas, y confianza social, que faciliten la coordinación y la cooperación para beneficio mutuo.

Por una variedad de razones, la vida es más fácil en las comunidades beneficiadas con un sustancial acopio de capital social. En primer lugar, las redes de relaciones cívicas fomentan recias normas de reciprocidad generalizada y alientan al surgimiento de la confianza social. Tales redes facilitan la coordinación y la comunicación, amplían reputaciones y de esta manera dan lugar a conflictos de acción colectiva para ser resueltos. Cuando las negociaciones económicas y políticas están embebidas en densas redes de interacción social, los incentivos para el oportunismo se reducen. Al mismo tiempo, las redes de relaciones cívicas personifican aciertos pasados de colaboración, los que pueden servir como un documento cultural para futuras colaboraciones. Finalmente, dichas densas redes de interacción probablemente amplíen el sentido de sí mismo de los participantes, desarrollando el "yo" dentro del "nosotros", o (en el lenguaje de los teóricos de la elección racional) amplíen el gusto por los beneficios colectivos de los participantes.

No es mi intención aquí servir (mucho menos contribuir) al desarrollo de la teoría del capital social. En cambio, utilizo esta premisa central del rápido incremento del cuerpo de trabajo – que las conexiones sociales y las relaciones cívicas influencian penetrantemente nuestra vida pública, tanto como nuestras perspectivas privadas – como el punto de partida para un descubrimiento empírico de las tendencias en el capital social en la Norteamérica contemporánea. Me concentro aquí enteramente en el caso de Norteamérica, a pesar de que el desarrollo de mi relato puede, de alguna manera, caracterizar muchas sociedades contemporáneas.


¿Qué pasa con los compromisos cívicos?
Comenzamos con la familiar evidencia de patrones cambiantes en la participación política, nada menos que porque es inmediatamente relevante para los asuntos de democracia en el sentido más estrecho. Debemos considerar la conocida disminución de participación en las elecciones nacionales a través de las últimas tres décadas. Partiendo de un punto relativamente alto en los años 1960, la cantidad de votantes declinó hacia 1990 en casi un cuarto; decenas de millones de americanos abandonaron la habitual presteza de sus progenitores para comprometerse en un simple acto de ciudadanía. Tendencias ampliamente similares también caracterizan la participación en el estado y en las elecciones locales.

No fue sólo el cuarto oscuro el que fue siendo desertado [Fin pág. 67] por los americanos. Una serie de cuestiones idénticas expuestas por la Organización Roper sobre muestras nacionales diez veces cada año durante las últimas dos décadas, revelan que, desde 1973, el número de americanos que declararon que en el último año habían asistido a reuniones en el municipio o de asuntos escolares había descendido por más de un tercio (del 22 % en 1973 al 13 % en 1993). Caídas comparables, similares (o mayores aún) se hacen evidentes en las respuestas a cuestiones como asistir a reuniones políticas o discursos, servir en comités de alguna organización local o trabajar para bancadas políticas. Por cada medición, los compromisos directos en política de los americanos y los gobiernos han caído abrupta y firmemente en las últimas generaciones, a pesar del hecho de que los niveles promedio de educación – el mejor pronosticador en el plano individual de participación política – se alzaron repentinamente a lo largo de este período. Cada año, en la última, o las últimas dos décadas, más millones de personas se retiraron de los eventos de sus comunidades.

No coincidentemente, los americanos se desentendieron también psicológicamente de la política y del gobierno en esta era. La proporción de americanos que dicen "confiar en el gobierno de Washington" sólo "a veces" o "casi nunca" a crecido abruptamente del 30 % en 1966 al 75 % en 1992.

Dichas tendencias son bien conocidas, por supuesto, y tomadas por ellos mismos se verían influenciadas por argumentos estrictamente políticos. Tal vez las largas letanías de tragedias y escándalos políticos desde los años '60 (asesinatos, Vietnam, el Watergate, el Irangate, etc.) provocaron un inentendible disgusto por la política y el gobierno entre los americanos, y a su vez motivaron su retiro. No dudo que esta interpretación común tenga sus razones, pero sus restricciones se vuelven escuetas cuando examinamos las tendencias en los compromisos cívicos de un sector más amplio.

Nuestro sondeo en afiliaciones organizacionales entre los americanos puede útilmente comenzar por echar una mirada sobre el conjunto de resultados de la Encuesta General Social, dirigida científicamente; una encuesta repetida sobre una muestra nacional 14 veces en las últimas dos décadas. Los grupos vinculados con la Iglesia constituyen el tipo más común de organización formada por americanos; éstos son especialmente populares entre las mujeres. Otro tipo de organizaciones comúnmente formadas por mujeres son los grupos de servicio escolar (en la mayoría de los casos asociaciones de padres y maestros), grupos deportivos, sociedades profesionales, y sociedades literarias. Entre los hombres, clubes deportivos, uniones laborales, sociedades profesionales, grupos fraternos, grupos de veteranos, y agrupaciones de servicio son todos relativamente populares.

La afiliación religiosa es por lejos la más común de las membresías asociacionales [Fin pág. 68] entre los americanos. Ciertamente, por muchas mediciones Norteamérica continúa siendo (incluso más que en los tiempos de Tocqueville) una sociedad asombrosamente "oradora". Por ejemplo, los Estados Unidos tiene más casas de culto per cápita que cualquier otra nación en la Tierra. No obstante, las creencias religiosas en Norteamérica parecerían estar convirtiéndose, algo menos atadas a las instituciones y más auto-definidas.

¿Cómo estas complejas contracorrientes convivieron durante las últimas tres o cuatro décadas en términos de compromisos americanos con la religión organizada? El patrón general es claro: los años '60 fueron testigos de una caída significante en las visitas a la Iglesia reportadas semanalmente – desde aproximadamente un 48 % hacia el final de los años '50 hasta más o menos un 41 % a principio de los '70. Desde entonces, se estancó o (de acuerdo a algunas encuestas) declinó más aún. Mientras tanto, los datos de la Encuesta General Social muestran un modesto descenso en afiliaciones a todos los grupos vinculados con la Iglesia en los últimos 20 años. Parecería ser, entonces, que la participación neta de los americanos, tanto en los servicios religiosos como en los grupos vinculados a la Iglesia, ha disminuido modestamente (tal vez un sexto) desde la década del 60.

Por muchos años, las uniones laborales conformaron una de las afiliaciones organizacionales más comunes entre los trabajadores americanos. Aún la membresía de dichas uniones ha caído por cerca de cuatro décadas, con una pronunciada declinación ocurrida entre 1975 y 1985. Desde mediados de los años '50, cuando las afiliaciones a uniones alcanzaron el punto máximo, la porción agremiada de mano de obra no agrícola en Norteamérica, cayó por más de la mitad, descendiendo de 32.5 % en 1953 a 15.8 % en 1992. Por ahora, virtualmente el crecimiento explosivo en estas agrupaciones que era asociado al New Deal (arreglo de estado del presidente Roosevelt en 1933) fue cancelado. La solidaridad de las cámaras de unión es actualmente un recuerdo marchito en el envejecimiento de la humanidad5.

Las asociaciones de padres y docentes han sido un modo especialmente importante de compromiso cívico en el siglo XX en Norteamérica ya que la intervención paternal en el proceso educativo representa una forma particularmente productiva de capital social. Es, por lo tanto, desalentador descubrir que la participación en las organizaciones de padres y maestros ha disminuido drásticamente en la última generación, de más de 12 millones en 1964 a escasamente 5 millones en 1982, para recuperarse luego a 7 millones aproximadamente hoy en día.

A continuación, nos volcamos a dar testimonio de la afiliación (y el voluntariado) en organizaciones cívicas y fraternas. Estos datos muestran un patrón contundente. Primero, la afiliación en los grupos tradicionales de mujeres declinó más o menos constantemente desde mediados de los '60. Por ejemplo, la membresía en la Federación Nacional de Clubes Femeninos cayó por más de la mitad (59 %) desde 1964, mientras que la afiliación en la Liga de Mujeres Votantes bajó un 42 % desde 19696.


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revista digital · Año 4 · Nº 16 | Buenos Aires, octubre 1999