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Efectos de la actividad física en la 

salud de los niños y niñas en edad escolar

 

*Entrenador deportivo.

**Profesor de la Universidad de Ciego de Ávila

***Especialista en atención primaria de salud

(Cuba)

Lic. Pedro Ramón Gayón García*

gayon2009@yahoo.com.ve

Drc. Sergio Dule Rodríguez**

sdule@cfisica.unica.cu

Lic. Marelys López Oduardo

leduorl@yahoo.es

Lic. Roberto de Oro Páez*

robertoa6077@yahoo.es

 

 

 

 

Resumen

          El siguiente artículo trata sobre los efectos beneficiosos para la salud que trae consigo una práctica sistemática de actividad física desde edades tempranas, estableciendo una clara relación entre ambos términos, destacando el efecto de la actividad física sobre la salud, sus mecanismos fisiológicos; la influencia sobre el riesgo cardiovascular y otras enfermedades. En los párrafos que a continuación exponemos, le ofrecemos al lector una breve revisión bibliográfica en relación con los beneficios saludables del ejercicio físico en niños y jóvenes.

          Palabras clave: Actividad física. Salud escolar. Enfermedad. Edad temprana. Composición corporal.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 15, Nº 152, Enero de 2011. http://www.efdeportes.com/

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    Los estudios sobre los efectos biológicos de la actividad física en adultos son frecuentes (D’Amours, 1988; Bouchard y col., 1990 y 1994; Federación Internacional de Medicina Deportiva -FIMS-, 1989; Aztarain y De Luis, 1994; American College of Sport Medicine, 1998), sin embargo en el mundo infantil es escasa la bibliografía al respecto, quizás por las dificultades metodológicas y éticas que conllevan estas investigaciones. A veces, los investigadores se han preocupado más de los riesgos de la especialización precoz y del entrenamiento específico en jóvenes -como pueden ser el aumento de lesiones osteoarticulares, alteraciones cardiovasculares, inmunológicas, (Hahn, 1988), que de los efectos beneficiosos del ejercicio moderado en la salud integral del niño.

    La afirmación anterior está pendiente de demostrar científicamente a través de estudios longitudinales que lo atestigüen. Así, algunos investigadores (Raitakari y col., 1994, Telama y col., 1996, citados por Piéron, 1997) han encontrado una correlación positiva y significativa, aunque baja, entre la actividad física de la niñez y adolescencia con respecto a la edad adulta, aunque parece que la inactividad física muestra una mejor posibilidad de predicción que la propia actividad, o sea que los niños sedentarios tendrían grandes posibilidades de convertirse en adultos sedentarios (Paffenbarguer y col., 1986).

    "Las consecuencias patológicas de los factores de riesgo existentes sólo se manifiestan décadas después de su instauración. Por ello, hay que controlarlos y contrarrestarlos ya en los primeros períodos de la vida. Esta afirmación es especialmente válida para la inactividad física" (Federación Internacional de Medicina Deportiva -FIMS-, 1989).

    Según Pieron y col. (1997) varios factores de riesgo de enfermedades crónicas están presentes o empiezan ya en el periodo de la niñez, como el sedentarismo, el tabaco o la alimentación incorrecta.

    Los beneficios de la actividad física para la salud se obtienen cuando el ejercicio es un hábito y no una práctica ocasional, ya que realizado de forma intensa y esporádica puede ser perjudicial.

    Aunque la importancia real de la condición física para la salud de los niños está poco clara, hay determinados autores, como por ejemplo Saris (1986), que indican que la actividad física en sí, puede reducir los riesgos de enfermedad, mejorar la condición física, optimizar el crecimiento y favorecer la futura participación en actividades físicas.

    A nivel cardiovascular, Morrow y Freedson (1994) determinan que con una actividad moderada diaria de unos 30 minutos se pueden prevenir los procesos degenerativos, que pueden llevar a la arteriosclerosis o la hipertensión, que ya comienzan a producirse desde la infancia (Willians, 1994, citado por Sánchez Bañuelos, 1996; D’Amours, 1988). Así, la actividad aeróbica produce una reducción de la presión sistólica y diastólica en adolescentes hipertensos, a partir de los tres meses de trabajo (Marcos Becerro, 1989; Danforth y col., 1990, citado por Blasco, 1994).

    Sallis y col (1988) y Malina (1990) indican que la actividad física regular está inversamente relacionada con los factores de riesgo cardiovascular (colesterol, sobrepeso,), tanto en adultos como en niños.

    Bouchard y col. (1990) han demostrado que la actividad física regular en niños conlleva una disminución de lípidos y grasas en sangre, así como un incremento de la resistencia orgánica.

    Sallis y McKenzie (1991), consideran que la disminución de la inactividad en la infancia es una consideración importante en sí misma, ya que es un factor de riesgo evidente para las enfermedades cardiovasculares, debido a que los niveles de dichos factores en esta población predicen futuros niveles en adultos jóvenes.

    A nivel óseo, la interrelación entre una alimentación completa, rica en calcio, y un ejercicio adecuado, desarrollando la fuerza dinámica en base a la movilización de resistencias livianas, favorece una mejor salud esquelética y un correcto desarrollo y crecimiento del joven (D’Amours, 1988; Bailey, 1994), pudiendo reducir el posterior riesgo de osteoporosis (Malina, 1990; Sallis y Patrick, 1994).

    Además, tal como señalan Marcos Becerro (1989) y Cooper (1994) los niños incluidos en programas deportivos alcanzan, por lo general, mayor estatura que aquellos niños no practicantes de actividad física.

    A nivel de composición corporal, Bar-Or y Baranowsky (1994) y Barrera (1998), confirman un aumento de adiposidad en los niños inactivos, lo cual favorece la obesidad, y ésta algunas limitaciones para la actividad física, entre las que destacan una menor capacidad aeróbica, mayor fatigabilidad, y repercusiones negativas en el aparato locomotor. Evidentemente, el ejercicio aeróbico de bajo impacto osteoarticular se convierte en eje clave tanto en la prevención como en el tratamiento de dicha obesidad infantil (D’Amours, 1988), siempre acompañado de modificaciones del propio estilo de vida, fundamentalmente los hábitos alimenticios.

    Según Palomares (2003), en lo que se refiere a la población infantil, España presenta unas de las cifras más altas. En los niños de 10 años, la prevalencia de obesidad es sólo superada en Europa por los niños de Italia, Malta y Gracia.

    Un estudio de la Comisión Europea (2005), que acaba de ver la luz en Madrid, titulado “Estilos de vida y sedentarismo en los jóvenes”, establece, por primera vez, y con el consenso de médicos y especialistas, las tres causas esenciales que están detrás del sobrepeso y la obesidad. Los expertos achacan estas dos enfermedades a la predisposición genética, la sobrealimentación y a un gasto de energía reducido. Como consecuencia se puede extraer que la inactividad física de la vida diaria de los jóvenes es probablemente la causa principal del rápido incremento del sobrepeso.

    En un estudio de Muecke y col (1992), citado por Blasco (1994), indican que el éxito del tratamiento radica en la unión de los 2 parámetros (dieta y ejercicio), pero no si se aplican individualmente. Steward y col (1995) indican que evitar la obesidad infantil puede ser la mejor oportunidad de prevenir la hipertensión y la hiperlipidemia en el futuro.

    A nivel metabólico, el ejercicio aeróbico junto con una correcta alimentación (baja en grasas saturadas), reduce los niveles de LDL-colesterol (lipoproteinas de baja densidad), triglicéridos y colesterol total, como así lo demuestran estudios realizados en jóvenes por Armstrong y Simon-Morton (1994). También, regula la menstruación (Marín y col., 1992). Además, el tratamiento de la diabetes infantil se sustenta en tres puntos: dieta, insulina y ejercicio (Marcos Becerro, 1989 y 1994).

    A nivel inmunológico, el ejercicio moderado y controlado favorece la defensa frente a las infecciones (Marín y col., 1992).

    Resumiendo los principales efectos de carácter biológico en relación con la salud que produce la adaptación al esfuerzo físico, son los siguientes:

  • Aumento del consumo máximo de oxígeno, gasto cardiaco-volumen sistólico.

  • Reducción de la frecuencia cardiaca a un consumo de oxígeno dado.

  • Mayor eficacia del músculo cardiaco.

  • Aumento de la capilarización del músculo esquelético.

  • Mejora de la capacidad de utilización de los ácidos grasos libres durante el ejercicio-ahorro de glucógeno.

  • Mejora de la resistencia durante el ejercicio.

  • Aumento del metabolismo, lo que resulta beneficioso desde el punto de vista nutricional

  • Contrarresta la obesidad

  • Mejora la estructura y función de los ligamentos y articulaciones.

  • Aumenta la fuerza muscular

  • Aumenta la liberación de endorfina.

  • Amplifica las ramificaciones de la fibra muscular.

  • Mejora la tolerancia al calor-aumenta la sudoración.

  • Contrarresta la osteoporosis.

  • Puede normalizar la tolerancia a la glucosa.

Beneficios del ejercicio a nivel psicológico

    Menos estudiados que los biológicos, los efectos psicológicos hacen referencia a lo que se denomina estado general de bienestar percibido (Sánchez Bañuelos, 1996: 50).

    El grado de bienestar percibido se encuentra en correlación con las actividades de ocio activo (Coleman e Iso-Ahola, 1993 y Argyle, 1996), llegando a amortiguar el efecto del estrés sobre la salud mental, al tratarse la práctica de actividades físico-deportivas como una práctica libre, sin presiones externas y que invita a afrontar desafíos, lo que aumenta el sentimiento personal de control.

    A nivel psicológico, se ha encontrado una relación positiva entre la práctica de actividad física en el niño o joven y efectos emocionales positivos, como pueden ser el aumento de la autoestima, disminución de la ansiedad y del estrés, etc. (D’Amours, 1988; Sallis, 1994; Calfas y Taylor, 1994; Marcos Becerro, 1989, 1994). En algunos casos, la presión de los padres y el afán competitivo de algunos entrenadores provoca unas expectativas y un estrés excesivo en el joven, que les lleva a trastornos de tipo nervioso (anorexia, bulimia) (Hernández, 1993).

 

Asociación entre actividad física y salud psicológica (Sánchez Bañuelos, 1996).

    Los estudios de Folkins (1976:36), Kowal y Patton (1978:49), Turner, (1982) o los de Biddle (1993), (citado por Sánchez Bañuelos, F. 1996) coinciden en afirmar que los efectos representativos que una actividad física adecuada tienen sobre quienes la practican en el ámbito psicológico son los siguientes:

    Los estudios de Folkins (1976), Kowal y Patton (1978), Turner (1982) o los de Biddle (1993), coinciden en afirmar que los efectos representativos que una actividad física adecuada tienen sobre quienes la practican en el ámbito psicológico son los siguientes:

  • Disminución de los estados de tensión.

  • Sensación psicológica de bienestar general.

  • Integración en el grupo.

  • Estado anímico (humor).

  • Mejora de la autoestima.

  • Reducción de los niveles de ansiedad y de estrés.

  • Proporciona distracción, diversión y evasión.

Beneficios del ejercicio a nivel psicosocial

    A nivel psicosocial, es evidente que el deporte favorece la formación del carácter y la integración en la sociedad del niño y adolescente, ya que, en la mayoría de los casos, aumenta los vínculos sociales y favorece la superación, la cooperación, la decisión, el coraje, etc. (Cagigal, 1996).

    El nivel de operatividad motriz de una persona tiene unas repercusiones en las posibilidades de interacción física en el entorno social, y además el poder influir en la capacidad de comunicarse y relacionarse con los demás. Estos efectos interactivos forman parte de las características observables de la actividad físico-deportiva, y son aspectos que parecen, a primera vista, tener la posibilidad de propiciar el establecimiento de vínculos positivos entre la experiencia que se deriva de la práctica de actividades y una serie de efectos beneficiosos concretos de carácter psicosocial. Esto se hace más patente en las edades evolutivas, que coinciden en su mayor parte con edades escolares, por lo que se considera al individuo más susceptible de influencias y cambios. (Sánchez Bañuelos, 1996).

    Los trabajos de Turner (1982), de Cohen (1991) o los de Argyle (1996), determinan que las actividades físico-deportivas, que se realizan en grupo, al que los practicantes pertenecen, aumentan sensiblemente el autoconcepto y las capacidades de relación entre los sujetos.

    La revisión de la literatura sobre el tema, no aporta una gran claridad, respecto a verificaciones con estudios longitudinales que avalen que la práctica de la actividad físico-deportiva por sí misma, genera en los practicantes valores y actitudes afectivo-sociales.

    Sin embargo, las concepciones que exaltan al máximo el valor educativo de la actividad física y deportiva han trascendido hasta nuestros días. Los trabajos de Comellas y Mercader (1992), establecen hipótesis sobre los efectos que la actividad físico deportiva genera sobre quien la practica. Estas finalidades educativas de carácter psicosocial las engloban en dos apartados:

  • Valores y actitudes que comporta la práctica de las actividades físico-deportivas.

  • Relación: la adquisición de unas pautas de conducta y relación positivas encaminadas a la cooperación, a la amistad y a la sociabilidad.

Beneficios del ejercicio ante determinadas anomalías o patologías en jóvenes

    Por último, señalar los beneficios del ejercicio ante determinadas anomalías o patologías en jóvenes (Tomás, 1989; Bouchard y col., 1990; Tinajas, 1993; Bouchard y col., 1994; Marcos Becerro, 1989, 1994; Cano y col., 1997).

Arteriosclerosis, hiperlipidemia e hipertensión

  • Aumenta el gasto cardiaco.

  • Disminuye el colesterol total, los triglicéridos y las lipoproteínas de baja densidad (LDL) (Delgado, 1992).

  • Da mayor elasticidad a la musculatura arterial.

  • Incrementa el flujo de sangre, disminuyendo por tanto las resistencias periféricas y dificultando la formación de placas de ateroma.

  • Disminuye, de forma directa, uno de los factores de riesgo más evidentes de cardiopatía coronaria (sedentarismo) y, de forma indirecta, incide en los otros factores de riesgo (estrés, tabaco, alcohol, obesidad, diabetes, hipertensión y alimentación rica en grasas saturadas).

Diabetes

  • Aumenta la sensibilidad de las células a la insulina, favoreciendo el metabolismo de la glucosa.

  • La utilización de la glucosa como fuente energética favorece su captación por el músculo y su disminución en sangre.

Asma

  • Mejora capacidad vital.

  • Fortalece músculos respiratorios.

  • Mejora la calidad de los movimientos respiratorios.

  • Reduce la posibilidad de crisis asmática.

Obesidad

  • Favorece la eliminación de grasa, por su utilización como fuente energética, e incrementa la masa muscular, ayudando a mantener una composición corporal adecuada.

  • Aumenta el metabolismo basal.

    De igual manera, ante las alteraciones más frecuentes de la columna vertebral en jóvenes (escoliosis, hiperlordosis lumbar e hipercifosis dorsal), aplicando los ejercicios y actividades físicas adecuadas, se obtienen beneficios evidentes en cuanto a la toma de conciencia postural, movilidad articular, flexibilización de la musculatura acortada y fortalecimiento de los músculos atrofiados, consiguiendo un equilibrio en la musculatura de sostén de la columna vertebral (Commandré y col., 1985; Pastrana, 1990; Rodríguez, 1998; Cantó y Jiménez, 1998).

    Todos estos efectos positivos, que comienzan desde que se inicia la actividad, se pueden convertir en negativos o en desventajas si la actividad física no es la adecuada a las características de los jóvenes. Así, el ejercicio competitivo de alta intensidad puede crear un estrés psicofísico que trae consigo, entre otras circunstancias: estancamiento en el crecimiento, retraso de la menarquia, amenorreas, descalcificación ósea, tendencia a la anorexia, escoliosis, descenso de los niveles de testosterona en niños, disminución de las defensas orgánicas ante infecciones y viriasis (Liarte y Nonell, 1998).

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